En Bogotá, un poco más de 7.000 niños y adolescentes entre los 0 y los 17 años viven en instituciones de protección. ¿Qué consecuencias tiene para los niños no gozar del cuidado de los padres y vivir en una institución?
En Bogotá, como en el resto de ciudades del mundo, hay un grupo de niños que no vive bajo el cuidado de sus padres. Algunos de ellos se quedan transitoriamente en centros de protección mientras que pasan por un proceso de restablecimiento de derechos en el que se busca generar condiciones óptimas para que puedan volver a vivir con sus familias. Otros, en cambio, viven en esas instituciones de manera permanente, bien sea porque fueron abandonados por sus padres al nacer, o porque fueron declarados en situación de abandono cuando sus familias no garantizaron el cumplimiento de sus derechos (por ejemplo, en situaciones sostenidas de maltrato físico, psicológico o sexual). Las cifras publicadas en 2010 por la Secretaría de Integración Social de Bogotá, indicaron que un poco más de 7.000 niños y adolescentes entre los 0 y los 17 años se encontraban en esa situación.
Con el fin de mostrar de qué manera se afecta el desarrollo de los niños al no gozar del cuidado de los padres y vivir en una institución, y con el propósito de plantear opciones para mejorar el cuidado que allí se les brinda, fueron invitados a la Universidad de los Andes los profesores Christina Groark y Robert McCall, coodirectores de la Oficina del Desarrollo Infantil de la Universidad de Pittsburgh. Ellos han dedicado sus carreras a este tema y vinieron para difundir los resultados de su trabajo y estimular investigaciones y proyectos de intervención en el país en torno a la importancia de la calidad del cuidado que se brinda a los niños. Durante su visita a Bogotá dictaron un taller titulado “El cuidado de niños en condición de vulnerabilidad: ¿Debe cambiarse? ¿Por qué? ¿Cómo?”, al que asistieron miembros de la comunidad Uniandina y de otras universidades, funcionarios de la Secretaría de Integración Social e ICBF, y directores y profesionales de diferentes centros de protección de la ciudad. Adicionalmente, los profesores Groark y McCall tuvieron la oportunidad de visitar varios centros de protección de la ciudad e interactuar con los niños y los profesionales que allí trabajan.
Bogotá tiene una infraestructura adecuada para el cuidado de los niños en instituciones de protección, pero las prácticas de cuidado deben asemejarse más a las que ocurren al interior de las familias.
Sus investigaciones han demostrado que los niños que viven en instituciones sufren retrasos importantes en su desarrollo físico y psicológico, aún cuando se les brinden condiciones óptimas de nutrición, salud, y seguridad. La explicación más probable es que el estrés que los niños enfrentan en las instituciones genera niveles elevados de cortisol que interfieren con su desarrollo normal. Grupos grandes de niños de la misma edad al cuidado de pocos cuidadores que rotan y cambian con frecuencia, interacciones frías y distantes, y actividades definidas por los adultos solo para mantener ocupados a los niños, son algunas de las características típicas de estas instituciones que generan niveles elevados de estrés en los niños y que afectan su desarrollo. Sin embargo, estas circunstancias pueden ser cambiadas para el beneficio de los niños si en las instituciones se crean condiciones de cuidado similares a las de una familia (grupos pequeños con edades variadas, más cuidadores, interacciones cálidas y afectuosas, etc.). De esta manera, el desarrollo de los niños mejora sustancialmente y les permite alcanzar el nivel promedio de los niños que viven con sus padres.
La experiencia de estos dos profesores y su visita a Bogotá deja al menos dos mensajes claros: en primer lugar, es importante y necesario mejorar el cuidado que los niños reciben en los centros de protección mientras son reubicados con una familia. Si esto no sucede, los derechos de los niños que ya han sido vulnerados en sus familias, tampoco estarían siendo garantizados en los centros de protección, y su buen desarrollo estaría siendo afectado de todas formas. En segundo lugar, Bogotá tiene una infraestructura adecuada para el cuidado de los niños en instituciones (espacios grandes y apropiados, y relativamente bien dotados). Sin embargo, las prácticas de cuidado deben cambiar para que se asemejen más a las que ocurren al interior de las familias. Para hacer ese cambio es necesario, obviamente, contar con la voluntad de quienes dirigen y organizan los centros de protección. Pero, adicionalmente, es necesario adelantar procesos de formación de quienes a diario cuidan a los niños en las instituciones, así como proyectos de investigación para entender mejor qué otros cambios en esas instituciones pueden beneficiar el desarrollo de los niños. Estas son algunas de las necesidades que hemos empezado a abordar en el grupo de investigación “Educación, Desarrollo y Convivencia” del Departamento de Psicología.