En el primer semestre de 1872 –el mismo año en que publica El nacimiento de la tragedia y empiezan sus desencuentros con el mundo académico–, Federico Nietzsche, joven profesor de la Universidad de Basilea, pronunció cinco conferencias sobre lo que pensaba que era la situación de la educación en la Alemania de su época, subrayando además su extrañeza por lo poco que, las gentes directamente relacionadas con la actividad de la enseñanza, reflexionaban sobre la educación1.
El «diagnóstico» de Nietzsche –quien se definía como «médico de la cultura»– puede ser de interés aún en nuestro tiempo. Vale la pena conocer por lo menos su tesis principal, para llamar la atención sobre su actualidad, sin que tengamos que compartir línea por línea su diagnóstico y menos los remedios propuestos.
Nietzsche piensa que dos tendencias opuestas dominan las realidades educativas de Alemania en esos años: de un lado la tendencia «hacia la máxima extensión de la cultura», y por otro lado «la tendencia a disminuirla y a debilitarla». Para Nietzsche, la segunda tendencia, el debilitamiento de la cultura por la vía de su extensión, es el efecto de la primera: la educación de masas. Al espíritu reconocidamente anti/democrático de Nietzsche no le cuesta mucho trabajo declarar que esa oposición no tiene ninguna posibilidad de solución positiva.
La idea de Nietzsche es hoy, claro, inaceptable, pero ello no quiere decir que la realidad histórica que pone en discusión no merezca ser considerada, a pesar de las conclusiones del autor, sobre todo en un país como Colombia, que desde hace por lo menos medio siglo conoce una ampliación permanente de la matrícula escolar en todos los niveles, al mismo tiempo que padece un problema reconocido de calidad de sus sistemas educativos.
Tan interesante como la propia tesis de Nietzsche –y sus prejuicios culturales de fondo aristocrático–, resulta ser su análisis de los procedimientos sobre los que se produce el debilitamiento de la cultura en la sociedad de masas. Se trata de la combinación entre división del trabajo y especialización en el campo de la ciencias y del conocimiento: «una ciencia que devora como un vampiro a sus criaturas», tal como ocurre en el mundo de trabajo obrero2. Los estudios superiores, en opinión de Nietzsche, han terminado convertidos en una fábrica de producción de profesionales que son capaces de practicar la «fidelidad del detalle» o «del recadero», gentes sin la más mínima posibilidad de ofrecer una opinión calificada sobre cualquier tema que vaya algo más allá de su reducida esfera de especialidad, por ejemplo incapaces de tener una opinión en el campo de los problemas de la cultura y de la ciudadanía.
Nietzsche se pregunta a continuación –y la pregunta es crucial para nuestro tiempo– quién entonces se puede encargar de las funciones de síntesis, de los intentos de presentar visiones de conjunto sobre el porvenir de una sociedad y sobre sus grandes dramas pasados y presentes. Dirá que esa tarea de síntesis ha caído por desgracia en manos del periodismo –hoy diríamos de manera más amplia los medios de comunicación, aunque también la llamada literatura de superación, la verdadera «filosofía» del hombre moderno–. Nietzsche designa a la prensa como «viscoso tejido conjuntivo» que ha terminado por ser quien «establece las articulaciones entre todas las formas de vida, todas las clases, todas las artes, todas las ciencias, y que es sólido y resistente como suele serlo precisamente el papel periódico». Por nuestra parte, hoy tendríamos que mencionar el papel de la radio, la principal vocera de la improvisación cultural en nuestra época.
Los estudios superiores, en opinión de Nietzsche, han terminado convertidos en una fábrica de producción de profesionales sin la más mínima posibilidad de ofrecer una opinión calificada sobre cualquier tema que vaya algo más allá de su reducida esfera de especialidad.
El diagnóstico es terminante y nuestro rechazo de la idea aristocrática de la cultura no puede llevarnos a soslayar la importancia de la crítica nietzscheana de la división del trabajo y de la especialización, o a pensar que la formalidad de un programa de «estudios generales» que incluya una dosis generosa de «humanidades» –como lo hacen las mejores universidades colombianas públicas y privadas– nos puede salvar de los efectos nefastos de esas tendencias sobre la cultura intelectual.
Hay que agregar, para terminar, que en este texto y a pesar de su diagnóstico, ese filósofo pesimista y provocador que fue Federico Nietzsche, mantenía aún su confianza en el trabajo del pensamiento y en sus efectos prácticos, y por eso reclamará por la existencia de un lugar para la crítica de la educación y de la sociedad, más allá de la falsa oposición entre «los servidores de lo evidente» –quienes declaran que todo marcha de maravilla– y los «solitarios» –prisioneros de su propia lucidez no comunicada–, y designará a ese lugar como el de los «combatientes» –»aquellos que están henchidos de esperanza»–. Por lo cual como lo dice uno de los personajes de ficción que ha creado Nietzsche para armar estas conferencias: «Ha querido usted maestro darme esperanzas…» y por lo tanto «ha aumentado mi comprensión… mis fuerzas y mi valor», fuerza y valor que deberían ser para nosotros un estímulo para imaginar nuevas formas de extensión de la educación superior que no debiliten la cultura. Pues hasta el presente, por lo menos en el caso de la universidad colombiana, extender ha seguido siendo sinónimo de debilitar la cultura, y de someterla al régimen de Nuestro Señor el Mercado, por la vía de la multiplicación incontrolada de las formaciones profesionales, el ofrecimiento de toda clase de títulos con pocos requisitos, la promoción de una formación acelerada (estudiantes con acumulación semestral de cinco y seis materias, según lo que puedan pagar), y de manera suave y disimulada la expulsión de la crítica como fundamento del pensar.
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1Véase Federico Nietzsche, Sobre el porvenir de nuestras escuelas –Introducción de Giorgio Colli. Traducción de Carlos Manzano. Barcelona: Tusquets [1977], 2000.
2La mención del trabajo obrero es –desde luego– de Nietzsche, quien a continuación arremete contra «los dogmas de la economía política de nuestra época»… «conocimiento y cultura en la mayor cantidad posible…producción y necesidades en la mayor cantidad posible… felicidad en la mayor cantidad posible… una cultura rápida… que capacite a muchos de prisa… que permita ganar muchísimo dinero».
* Renán Silva (rj.silva33@uniandes.edu.co) es profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Colombia.