Pablo Oyarzún, una de las figuras más importantes del pensamiento latinoamericano contemporáneo, es un destacado y prolífico filósofo chileno cuyo trabajo se ha centrado en algunos de los problemas más relevantes de la filosofía del arte y sus vínculos con reflexiones sobre el lenguaje y la memoria. En septiembre de 2012, este profesor de la Universidad de Chile estuvo en la Universidad de los Andes en donde dictó una conferencia sobre las estrategias de representación y conmemoración que se ponen en juego en la obra Lonquén, 10 años del artista chileno Gonzalo Díaz. Una tarde en el barrio La Candelaria, Oyarzún conversó con nosotros sobre algunas de las preguntas que guían el trabajo del grupo de investigación Ley y violencia, comunidades en transición, que dirige María del Rosario Acosta, profesora del Departamento de Filosofía. A continuación las respuestas a dos de las preguntas que surgieron en esa conversación.
01. Uno de los interrogantes centrales del grupo es en qué consiste el “deber de la memoria”. ¿A qué exigencias cree usted que nos enfrentamos al tratar de hacer memoria sobre procesos de violencia extrema?
Yo creo que hay un cierto nivel de saturación con respecto a ese tema. La gente no quiere estar todo el tiempo hablando de eso. La gente que ha estado en todo el proceso, en el proceso del duelo y de la memoria, también quiere ver otras cosas. Pero las razones que explican eso pueden ser muy complejas. Por una parte, tú tienes que rehacer tu vida en algún momento; también sabes que no puedes rehacer tu vida sin la memoria, sin la memoria de aquello que justamente la dañó profundamente de una manera irreparable. Entonces, tampoco puedes hacer ninguna vida si estás tratando de obviar eso; obviarlo es enfermarse. La gente se enferma por eso, por haber tratado de hacer caso omiso de eso que, sin embargo, los estuvo determinando por mucho tiempo y que, tiempo después, trató de superarse. Es una encrucijada: superarlo no es una opción, pero saturarse con eso también puede ser dañino. Lo que pasa es que es muy difícil hablar desde otro lugar que no sea la propia experiencia. No tiene mucho sentido. De hecho, para uno no tiene mucho sentido hablar desde un lugar que no sea la propia experiencia, que es una experiencia que nunca llega a término.
Eso tal vez es lo más fuerte de eso que uno llamaría memoria y que en realidad no sabe muy bien si es eso o es otra cosa, porque ese es un nombre colectivo para muchas cosas. El término recoge muchas cosas. Es lo mismo que cuando usas el término experiencia, que también puede ser muchas cosas. Es en los puntos de cruce de esos términos donde tú encuentras algo que te dice que aquello que a la vez se impone y de lo que quisieras liberarte tiene que ver contigo. No con uno como sujeto, sino con el acontecimiento que te determinó; con aquello que en ti sigue siendo ese acontecimiento. Y eso es difícil de nombrar, lo más difícil de nombrar. Y más cuando se produce un proceso que es muy insatisfactorio, desde el punto de vista nacional, político, institucional, en el que tú buscas hacerte cargo de eso
02. ¿Desde dónde cree usted que es acertado asumir o enfrentar ese “deber”? ¿Cómo se relacionan las formas institucionales de la memoria con otras alternativas, como las que vienen del campo del arte?
Una pregunta importante respecto a la memoria es si tú puedes decir que alguien es propietario de la memoria. Nadie es propietario de la memoria. Estaba pensando en las personas que se vieron afectadas por estos procesos, que perdieron a sus padres, a sus esposos o esposas. Si ellos rechazan la política institucional, ¿quién es uno para decir que deben aceptarla? Pero si tú dices eso, estás reconociendo una propiedad de memoria, y ellos no son propietarios de la memoria. En Chile, creo que ellos justamente han tenido la intuición política espontánea de no comportarse como propietarios de la memoria, sino más bien de simplemente presentar frente al país la necesidad de recordar. Por otra parte, pensaba si realmente hay un deber de memoria o si lo primario es simplemente un hecho. Es simplemente esa cosa que te constituye, que te determina. No tienes opción frente a eso. La opción surge cuando tú tratas de resistirlo. En el momento en que tú lo resistes se convierte en algo así como un “deber”. Ahí puede asomarse una conciencia de un deber. Pero antes de eso, es un factum totalmente abismal, que te excede. Ahí te das cuenta de que la memoria es mucho más que tú; que eso que llamas memoria es mucho más que tus señas de identidad, que tus características subjetivas. La memoria no es subjetiva.