La reflexión que sigue nació del encuentro fortuito que se dio entre unas palabras y unas imágenes en el marco del curso Procesos textuales, del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales. Los estudiantes tenían que leer un texto del cual yo quise “ilustrar” un pasaje. Aquella fue la ocasión ideal para descubrir que hay imágenes que no son propiamente ilustrativas, en el sentido de que no están simplemente al servicio del texto que acompañan: ellas logran mostrar un valor, un significado propio, independiente e irreductible a una descripción o explicación verbal.
El texto en cuestión era “Andares de la ciudad” de Michel de Certeau, que hace parte de Invención de lo cotidiano, una obra en la que se propone una doble visión de la ciudad: una desde arriba (que incluye las acciones de mirar el conjunto, separarse, sobrevolar, poseer, mirar y espiar), y otra desde abajo (lugar de los caminantes, de la ceguera y la extrañeza). La primera imagen con la que quisimos espiar la mirada de Certeau era una imagen imposible: “Desde el piso 110 del Word Trade Center, ver Manhattan”. En 1980, con esas palabras Certeau solo estaba citando un lugar estratégico, un lugar desde donde la mirada sobre la urbe, sobre su organización, su diseño y sus flujos fuera especialmente clara y seductora; una mirada que tuviera inclusive un aire turístico o un distraído impacto estético. En 2013, leemos esas mismas palabras de una forma distinta. No solo porque ese sitio ya no existe, sino porque estamos obligados a sobreponer a la mirada turística de un francés curioso de mediados de los 70 la mirada con la que en estos últimos once años hemos visto un edificio en llamas y, luego, un vacío. Esa imagen y ese punto de vista, el de Manhattan desde el Word Trade Center, han sido borrados del Internet, el que a la vez nos devuelve variantes infinitas del once de septiembre como filtro visual e interpretativo.
El anterior ejemplo nos permite tocar la evidencia (en el sentido criminal del término) de la desaparición de una mirada. Algo que ha sido fotografiado por millones de personas, y que con seguridad permanece en álbumes familiares de viajeros de todo el mundo, ya se ha vuelto una reliquia, una rareza casi imposible de encontrar en la red. En este sentido hablamos, por supuesto, del repertorio de imágenes que forman nuestro conocimiento general, común y compartido de la historia. Precisamente sobre esta historia común y esta imagen invisible surgieron otras dos imágenes.
Las palabras de Certeau nos habían mostrado que la perspectiva (desde arriba/desde abajo) puede volverse en cualquier momento una mirada en la que confluyen lo que vemos y los que ven; lo visual y lo visible. En esa mirada coincide también lo que (ya) no se puede ver. En mi búsqueda de imágenes que ayudaran a ver el texto de Certeau, y que en especial pusieran en contacto y en contraste un arriba y un abajo, la lengua y el habla, me encontré con la imagen del hongo atómico sobre Hiroshima, lo cual se volvió lo único visible de aquel suceso. En los libros de historia y en la memoria de muchos, el hongo —visión rigurosamente desde arriba, asombrosamente bella— borra cualquier rasgo de la tragedia cotidiana (para pensar imágenes desde abajo). No solo se trató del discurso norteamericano con que se justificó el bombardeo aduciendo que las bombas, en Hiroshima y Nagasaki, habían salvado la vida de miles de estadounidenses, sino también del mecanismo de censura que el mismo gobierno de ocupación norteamericano impuso sobre las imágenes de la tragedia. ¿Qué imágenes podrían representar el abajo de ese hongo, de esa mirada? Podríamos acudir a las fotos de los escombros, las calles que dibujan unas rayas blancas en el suelo de la ciudad devastada y, en algún lado, la silueta del único edificio que se mantuvo en pie. Podría ser suficiente para dar forma a lo que fue la tragedia desde abajo. Pero no; hay una imagen para rescatar: una fotografía tomada desde abajo y en ese momento por Yoshito Matsushige —pareciera que sus fotos fueran las únicas de esa madrugada del 6 de agosto en Hiroshima (un par de ellas fueron publicadas por primera vez en 1952, en Life)—. Por fin, allí, descubrimos una mirada, a ras del suelo, diferente a la imagen oficial de la explosión atómica.Propongo esas dos imágenes juntas, sin palabras, y dejar que en su evidencia cuenten su mirada desde arriba/abajo y nos permitan imaginar y empezar a formular preguntas sobre la otra cara de todas las imágenes oficiales que nos acompañan —torres gemelas y palacios de justicia incluidos—.
*Alessandra Merlo es profesora del departamento de Lenguajes y estudios socioculturales de la Universidad de los Andes, Colombia.