Una de las problemáticas más profundas y acuciantes que atraviesa hoy por hoy la vida colectiva de nuestro país, tiene que ver con el creciente escepticismo y distanciamiento de la gente del común frente a los procesos electorales, las prácticas gubernamentales y los modos de gestión pública. Este escepticismo que se manifiesta cada tanto, por ejemplo, en unos índices de abstención electoral portentosos, es tan comprensible, como desafortunado.
Por una parte, es comprensible en cuanto pareciera imperar más el poder mediático y económico, que el debate de las ideas y la apuesta vital por concepciones de la justicia y el bien común dentro de las dinámicas que rigen la política electoral. Comprensible, puesto que algunas prácticas e instancias gubernamentales se perciben como cooptadas desde hace ya mucho tiempo por una élite privilegiada, que entiende muy bien sus propios intereses, pero pareciera ser abismalmente ajena a las inquietudes que modulan la vida diaria del ciudadano anónimo. Comprensible, frente a la dificultad de que los sectores populares participen de manera más activa y decisoria en las directrices del país, más allá del voto depositado cada cuatro años. Comprensible asimismo, por la enorme reducción del poder de decisión sobre políticas públicas, que se caracterizan por un lenguaje formalizado, técnico y cientificista de expertos, cuyo manejo presupone unos niveles de educación de la que se encuentran de facto excluidos la gran mayoría de los colombianos.
Pero, por otra parte, tal escepticismo es también desafortunado. Bajo la muy cuestionable y problemática imagen de una sociedad civil resignada y pasiva, se es incapaz de prestar la merecida atención al intenso dinamismo de escenarios alternativos de reinvención de lo común, que desde hace muchos años vienen construyendo en nuestro país distintas formas de asociación colectiva. Dicho escepticismo se funda en configuraciones epistémicas, geopolíticas y afectivas, que no permiten pensar ni visibilizar los patrones de movilización que ejercitan estas prácticas políticas, reivindicando su autonomía frente al modus operandi de la política electoral y la institucionalidad estatal.
La experimentación con formas de discurso y de enunciación por parte de diversas comunidades ha permitido la articulación de historias de vida y de lucha política, las cuales buscan defender otras visiones del desarrollo económico, del uso y la distribución de los recursos, y del buen vivir como promesa ético-política de otro porvenir posible. Dichas experimentaciones, que incluyen también reconfiguraciones estéticas de las memorias, las corporalidades y las afectividades, producen fracturas en las identidades sedimentadas y remodulaciones en el actuar de unos con otros, abriendo con ello caminos de reinvención de los modos de vida comunitarios.
El principal propósito de esta área de investigación es estudiar este dinamismo que permanece al margen de los reflectores de los medios masivos de comunicación y de la así llamada “opinión pública” que estos producen y reproducen, y reflexionar desde una perspectiva interdisciplinaria sobre sus implicaciones éticas, estéticas, políticas, culturales, históricas y epistemológicas. Ahora bien, este propósito amplio se especifica en dos frentes de trabajo: a) un esfuerzo por repensar la pobreza como un complejo escenario en donde se configuran formas de vida individuales y colectivas, en una relación tensa entre las formas de acción y organización colectiva, e incluso las formas de autogobierno, que emergen desde las comunidades mismas; y, por el otro lado, las instancias jurídicas y las prácticas gubernamentales del Estado. b) Pensar los procesos de creación de escenarios, discursos, experiencias de las corporalidades y acciones políticas no estatales en movimientos sociales rurales y urbanos, y en formas de activismo político que se configuran en la vida de las comunidades étnica, social y culturalmente minoritarias. En lo que sigue elaboraremos, brevemente, estos dos frentes de trabajo.
Una sociedad que potencie las fuerzas de su pluralidad, que la haga más receptiva a otras formas de organización y que no pretenda integrarse en las visiones sociales dominantes, reclamará su igualdad frente aquellas que son hegemónicas.
a) Los estudios sobre las experiencias socioculturales contemporáneas constatan la movilización de importantes y dinámicas formas de creación de escenarios, discursos y acciones políticas en aquellos grupos e individuos donde aún operan las desigualdades extremas, la precariedad, la violencia rutinaria y los efectos de discriminación étnica, racial y social, en el trazado de las fronteras de exclusión/inclusión de los Estados liberales modernos. A través de estas dinámicas, dichos colectivos e individuos reelaboran, adaptan, desbaratan y rearman constantemente las identidades que les son impuestas y en las que se ven obligados a habitar; y lo hacen desde procesos políticos que son, en lo fundamental, agonísticos y conflictuales. De esta forma responden, aunque no de manera meramente reactiva, a dinámicas y efectos históricos y socioculturales que se pueden analizar en varios niveles relacionados con el conflicto armado, los proyectos de desarrollo, las transformaciones urbanas o las crisis humanitarias.
Este dinamismo que emerge en el ámbito de la sociedad civil (por utilizar un concepto entre otros; multitud, lo popular, el pueblo, la plebe, etc.), y que produce importantes transformaciones en el tejido de las relaciones sociales al margen de los canales institucionalizados en las esferas del Estado, merece ser analizado y estudiado como un factor de suma importancia. Una sociedad que potencie las fuerzas creativas de su propia pluralidad y que la haga más receptiva a otras formas de vida y organización; y que no pretenda meramente integrarse en las formas de vida y visiones sociales dominantes, será una sociedad que reclame su igualdad frente aquellas que son hegemónicas.
b) Al abordar la pregunta por la creación de otros escenarios, acciones y discursos políticos en sus dimensiones ambivalentes, nos involucramos en una interrogación por la materialidad en el contexto de grandes y violentas transformaciones. Los efectos se pueden advertir a través del registro cotidiano de los ritmos, rumores, desvíos y eventos de las formas de vida y las luchas por la libertad y la igualdad que emprenden a diario grupos e individuos marginalizados por la exclusión socioeconómica y la invisibilidad política. Dicha creación, a nivel individual y colectivo, su incorporación en los dispositivos estatales o sus itinerarios impredecibles en las dinámicas contemporáneas de las relaciones sociales (en las que se intersectan constantemente los mundos simbólicos, morales y afectivos más locales con los más transnacionales y globalizados), sitúa nuestras inquietudes investigativas en la complejidad de este dinamismo social, con sus retos, posibilidades e incertidumbres.
Con respecto a esto, las prácticas políticas alternativas y la creación de escenarios abren nuevos espacios de enunciación discursiva y llevan necesariamente a la pregunta por la reconfiguración de las formas de ser, de pensar y de sentir. De esta manera, la preocupación recae también en los cruces entre estética y política, entendiendo la estética no solamente como la potencia de ciertas prácticas artísticas por re-modular el tejido sensorial de nuestra experiencia, sino también, la estética como la posibilidad de transformar unos modos compartidos de sensación, percepción y afectividad. En las sociedades contemporáneas, allí es donde juegan los efectos de las técnicas y los ejercicios del poder que tienden a producir conductas, subjetividades y formas de ser y de pensar, con las luchas políticas alternas que buscan resistir esos efectos en la construcción de otros trazados de lo sensible.