Una oportunidad para comprender, desde el fenómeno migratorio interno, cómo la cultura se convierte en una fuerza transformadora de territorio. Las siguientes reflexiones buscan cuestionar la realidad de los asentamientos en las periferias de las grandes ciudades colombianas, construidas en los últimos cincuenta años por el conflicto armado, como una responsabilidad colectiva de todos los actores sociales del país en distintos tipos de escenarios complejos.
La relación entre espacio, habitar y cultura cotidiana es una ventana abierta hacia la profundización e investigación en el campo de las interacciones entre seres humanos, sus emocionalidades y el territorio habitable. Esta emocionalidad vinculante con una espacialidad en proceso de apropiación, construcción y adaptación al entorno, se proyecta cargada de memorias, imaginarios, sueños y proyectos de vida, forjando su propia identidad.
Encarar el estudio del territorio, como el lugar donde ocurren innumerables procesos de cambio y transformaciones ocasionadas por condiciones interpretativas, simbolizaciones, metáforas y semejanzas subjetivas, permite obtener lecturas cualitativas que ayudan a decodificar el hábitat relacionado con el papel de la cultura en la sociedad. Lo anterior, permite allanar caminos hacia el entendimiento de una cultura modificadora del espacio y el paisaje urbano mediante intervenciones casuales del ser ciudadano. En lo referente a la movilidad, como acto innato de supervivencia, el desplazamiento de un individuo en compañía de otros durante sus recorridos en la ciudad, lleva a pensar que las calles no son una singularidad ajena al colectivo, más bien se convierten en universos receptores de imaginarios del residente y del migrante, invitándolos a interactuar y socializar, para hacer del espacio un facto plural de diversidad y acción social.
En nuestras periferias urbanas existen huellas de tipo cultural y social que ocasionan migraciones internas y generan hibridaciones, dada la diversidad de la procedencia del migrante que ocupa y transforma determinado territorio. Estas migraciones se reflejan en el cotidiano de la movilidad, el trabajo, el ocio, entre otros, tanto de aquel que migra como del residente. El impacto de este encuentro propicia nuevos comportamientos, actitudes y orientaciones que permiten la gestación de paisajes en continuo proceso de cambio, tanto en estructuras físicas como sociales.
La fragmentación de la ciudad periférica contribuye a la desigualdad en cuanto encuentra variables políticas, sociales, económicas y urbanísticas que propician y acentúan una atmósfera de pobreza y de exclusión. Hoy, se deben regenerar los tejidos sociales fracturados, conjuntamente con las poblaciones en estado de vulnerabilidad, permitiéndoles explorar sus propias alternativas. Una de ellas son las nuevas políticas de intervención urbana colectiva, centradas en el ser humano. Dichas políticas pretenden enfrentar y conciliar con éxito los múltiples intereses de algunos planificadores con los residentes del lugar, para así plantear las mejoras en la vivienda y en la función original del espacio público. La “etno-geografía”, como metodología, emerge como un puente que visibiliza las posibles “conexiones” entre migrante y entorno, entre cotidianidad y propósito de vida, analizando los vínculos que este desarrolla desde su cuerpo con el espacio. Así se convierte el territorio en una experiencia cercana, con identidad, que reconfigura el territorio de arribo y se readapta al medio.
Sin duda, la Academia es un actor fundamental en este complejo escenario, por sus características espacio temporales, que la enmarcan desde la interdisciplinariedad. Se convierte en un lugar propicio para una discusión crítico-analítica, estructuradora e independiente, a partir de la investigación y la acción. Esto amplía las fronteras del conocimiento y contribuye a la restitución del tejido social desde una mirada innovadora, fresca y prometedora, que invite a una reflexión entre posturas encontradas.
Asegurar una comprensión holística del problema es pensar interdisciplinariamente, ya que esta acción previene el aislamiento de las posturas confrontadas frente a un hecho tan diverso y complejo. Por ello, de manera transversal, las disciplinas existentes descifran caminos hacia una temprana etapa de conciliación que permita a los distintos actores del saber, aportar soluciones a los pobladores desplazados para que adquieran una vivienda digna y se adapten en los territorios en proceso de consolidación desde las mesas de reasentamiento. Así, se pueden vislumbrar algunas expresiones de territorialidad.
Igualmente, los desplazamientos intrarregionales ocasionados por territorios en disputa entre multinacionales, intereses estatales y particulares, desencadenan cambios drásticos en los lugares de arribo llamados fronteras, bordes o periferias de la urbe. Estos cambios colosales que sufre el migrante-desplazado se visibilizan a través de conductas que son rápidamente expresadas desde diversas manifestaciones artísticas como la música (hip-hop), la pintura (grafiti), algunos sketch escénicos callejeros, y las ventas ambulantes en espacios públicos, las cuales son consideradas expresiones de inconformidad y sobrevivencia, como un sentir y deseo por transcribir y transgredir las fronteras de múltiples lenguajes establecidos, que aún no aceptan las diferencias y hacen del habitar una quimera.
Las expresiones de territorialidad dentro de las grandes ciudades, se presentan hoy como manifestaciones donde el desplazado intenta establecerse en un territorio desconocido y ajeno desde sus patrones culturales de origen, y desde los distintos códigos de comportamiento y estructura social, política, económica del sistema propio de la ciudad a la cual llega. El paisaje urbano se modifica, en términos formales y visuales, espaciales y estéticos, simbólicos y culturales, a partir de la creación de nuevos lazos sociales y otras formas de aprehensión, experiencia y apropiación, convirtiendo las grandes urbes colombianas en sociedades pluriculturales y con oportunidades de integración e inclusión dirigidas al desplazado.
Visualizar estas nuevas espacialidades emergentes como un “hablar y un habitar”, según lo plantea Roberto Doberti en su libro espacialidades (2008), es intentar aproximarse a una perspectiva más constructiva desde lo humano con miras a encontrar nuevos espacios donde los actores del conflicto se acerquen a establecer diálogos, en torno a la cultura y el arte. Se convierten en mediadores para aproximar las diferencias, donde los espacios de interacción entre individuos y colectivos se transformen en generadores y articuladores de oportunidades que amplíen acciones de inercias propias a un nivel local y nacional. Esta es una poderosa alternativa para propiciar lugares de distención y transición dotados de características propias que permitan vislumbrar y actuar en las fronteras difusas e invisibles del conflicto. Espacios con una impronta caracterizada por “la neutralidad”, donde se acepte la pluralidad y se proteja la vida, y diseñados por el mismo poblador residente, directo transformador de territorios adaptables y habitables, que inviten a contar historias que renueven la memoria y se recuperen los aspectos culturales más relevantes de cada diversidad regional. Solo así se podrá empoderar a los migrantes desde sus propias organizaciones socioculturales, transfiriendo conocimiento a través de la construcción de unidades de negocio participativo, valorando sus habilidades y competencias para evitar la marginalización, buscando la integración desde la autogestión como herramienta de inclusión hacia la producción, y entendiendo el nuevo territorio como un encuentro entre culturas económicas, sociales y políticas.