El año pasado inicié un proyecto que me resulta apasionante: producir una novela gráfica en la que se plasmara la investigación histórica que estaba adelantando. En la Academia se privilegia la publicación de artículos en revistas indexadas y de libros eruditos, pero ¿por qué no atreverse, además del libro académico, a comunicar los resultados en otro formato? La historia que tenía entre manos se prestaba, me parecía, para armar una novela gráfica, pues su escala era lo micro, incluía momentos de acción, contenía escenas con potencial de hacerse visuales y tenía particularidades históricas compatibles con rasgos contemporáneos.Los tres implicados en el experimento nos entusiasmamos considerablemente al aliarnos en esta travesía de plasmar una historia ‘real’ en una novela gráfica. Dos diseñadores gráficos propusieron estrategias comunicativas adicionales a las tradicionales viñetas tipo cómic —una infografía para transmitir información y paneles de facsimilares complementarios—. Luego de tomar estas decisiones, uno de los diseñadores, con mi colaboración, se dedicó a la redacción del guion, es decir, a pensar la trama general y, para cada viñeta, proyectar la conexión entre lo textual y lo visual; mientras tanto, el otro se encargó del dibujo de las viñetas. En este punto se advierte uno de los retos de esta empresa: el trabajo en equipo. El historiador investiga en solitario, pero aquí era necesario ponernos de acuerdo, negociar, escucharnos y tomar en cuenta los aportes de cada uno según su formación, sus conocimientos y sus fortalezas.Sin embargo, el desafío mayor fue apegarnos a los hallazgos de la investigación académica para retratar un relato no ficcional; es decir, unos sucesos históricos que realmente ocurrieron y un destino personal en el que se mezclaron contrabando, poder y color entre 1822 y 1824. Así, entre otras, tomamos dos decisiones: no inventar emociones ni intrigas que la evidencia no confirmara que hubieran existido, y dar espacio al peso de la palabra escrita —manuscrita e impresa— y al tono de los debates generados a su alrededor, características cruciales de la historia reconstruida. Para ello, debía hacerse un adecuado balance entre las conclusiones de la investigación histórica y las posibilidades del relato ilustrado.
La novela gráfica no es la simple adaptación del libro académico, sino una creación aparte, otro producto, que reúne la investigación emprendida inicialmente y la búsqueda para aportar a la visualidad.
Definitivamente, se trataba de una experiencia y de unos ejercicios nuevos y muy diferentes a los que estaba acostumbrada. Al redactar e ilustrar el guión surgieron asuntos que no suelen preocuparnos como historiadores profesionales: cómo recrear visualmente la atmósfera de la época; cómo representar a unos personajes de quienes solo conocíamos su nombre y oficio; cómo visualizar la confrontación escrita en la que se enfrascaron; en fin, ¿cómo recrear un mundo que solemos describir y analizar sin referentes visuales? Todo eso debía resolverse sin abandonar la rigurosidad en el manejo de la información.Vino entonces la etapa de reunir materiales para dar respuesta a estas múltiples dudas. Para el vestuario, las fisionomías, los peinados, el paisaje urbano, la arquitectura exterior e interior, etc., se usaron fuentes como acuarelas, óleos y grabados de la época; fotografías contemporáneas de edificios que poco cambiaron; descripciones de viajeros; estudios sobre la arquitectura colonial y republicana, y estudios sobre los vestidos de la época. Asuntos como el trato interpersonal o el lenguaje cotidiano fueron mucho más difíciles de recrear. En fin, tuve que adelantar, en paralelo, otra investigación, pues la novela gráfica no es la simple adaptación del libro académico, sino una creación aparte, otro producto, que reúne la investigación emprendida inicialmente y la búsqueda para aportar a la visualidad. En definitiva, comunicar resultados en un género fresco e innovador entre nosotros, los académicos, me pareció un reto provocador. Un estímulo grande era, a su vez, pensar en la audiencia que podría llegar a tener este producto. En Colombia, por el éxito de telenovelas y audios, sabemos que la historia cuenta con un público indudable al que la Academia poco llega. Esto que hice es un ensayo para tender puentes. La obra se pensó para cualquier interesado en la historia, pero, al tiempo, para ser aceptada por cualquier historiador profesional. Es una enorme apuesta.
* Muriel Laurent es profesora asociada del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Colombia.