En 1964, la Unesco definió ‘libro’ de la siguiente manera: «Un libro es una publicación no periódica, impresa, que debe contar al menos con 49 páginas (las cubiertas no cuentan), editada en un país y ofrecida al público». Sin entrar a discutir sobre las ventajas prácticas de una definición de éstas, se trata de un planteamiento muy insuficiente si se piensa, particularmente, en todo el trasfondo que puede haber detrás de escritos de este tipo así como en su finalidad. Quiero traer a cuento el caso de Tucídides que es significativo al respecto.
La Guerra del Peloponeso estalla en el año 431 a.C. Para ese entonces Tucídides, debía contar con unos treinta años, comienza a recopilar información sobre la misma. Es consciente de la gran importancia del conflicto y quiere llegarla a reportar. Comenta lo siguiente al inicio de su famosa historia: «Tucídides de Atenas escribió la historia de la guerra entre los pelopo-nesios y los atenienses relatando cómo se desarrollaron sus hostilidades, y se puso a ello tan pronto como se declaró…» (Gráfica 1). No se le ocurrió que las hostilidades durarían unos treinta años. Pero mucho menos, que hacia el octavo año de la guerra fuera nombrado estratega y enviado a la ciudad de Anfípolis para llevar refuerzos, ya que se encontraba sitiada por los enemigos. No llegó a tiempo. La ciudad se entregó a Brásidas y Tucídides fue
castigado con 20 años de ostracismo, es decir, con destierro. Por suerte, Tucídides tenía la concesión, por decirlo así, de unas minas de oro en Tracia. De esta forma, el sabático al que fue condenado, junto con algo de holgura económica, le permitió seguir con su trabajo de indagador de la guerra, que se prolongó tanto como su condena. Resultado de su llegada tarde a Anfípolis, de su perseverancia, pero también, de haberse puesto como meta dar cuenta en profundidad de un evento mayor, fue su Historia de la guerra del Peloponeso, texto fundante de la historiografía en Occidente así como de la Ciencia Política. Así, no sólo escribió algo que es mucho más que 49 páginas empastadas, sino en un sentido diferente, lo que se puede considerar «un libro» con mayúscula. Este caso ilustra que hay cierto tipo de textos, de producción intelectual, que se caracterizan por algo así como el largo aliento en varias dimensiones: por la extensión del asunto del que se propone dar cuenta, por la profundidad del estudio al que aspira, por lo dilatado del tiempo de indagación, por la necesidad de tener en cuenta muchos puntos de vista, entre otras.
No sé si «las comparaciones son odiosas», pero es claro que hay cosas muy pertinentes para comunicar por escrito que no hay forma de incluir, por ejemplo, en un artículo.
A veces es conveniente ir por el bosque, y por qué no, sobre sus alrededores, so pena y a riesgo de dejar en un segundo plano la especificidad y particularidad de cada árbol, de la misma manera que a veces es completamente relevante ir directamente sobre el destino de una determinada hoja, para entender, por ejemplo, la enfermedad del árbol y la del bosque. La familia nuclear de la república de las letras, requiere de ambos, libros y artículos. Podemos resaltar brevemente aquéllas cosas que puede hacer un libro y que muy bien pueden complementar, por ejemplo, las que son más bien propias de los artículos. Sin pretender agotar las posibilidades, los libros académicos se caracterizan por ser escritos aptos para integrar conocimientos específicos y particulares sobre un determinado asunto; pueden interrelacionar información de tal manera que se logre tener una visión sinóptica sobre el tema de estudio; son capaces inscribir conocimiento parcial en un todo.
Por esto pueden aspirar a versiones relativamente exhaustivas sobre su objeto de estudio; por lo mismo son aptos para introducir al lector a una área de estudios dando cuenta de su historia, de sus alcances, de sus logros, de sus limitaciones, de su presupuesto y de desafíos. Igualmente, por esta razón los libros pueden dar cuenta de las diferentes facetas que dentro de un mismo enfoque disciplinar se han generado para afrontar un determinado problema.
Hay cierto tipo de textos que se caracterizan por ser, algo así, como el largo aliento en varias dimensiones: por la extensión del asunto del que se propone dar cuenta, por la profundidad del estudio al que aspira, por la necesidad de tener en cuenta muchos puntos de vista.
Por otro lado, pueden enfocarse a profundizar en la complejidad del objeto de estudio en los casos en los que no se deja agotar por una sola forma de aproximación disciplinar. Este es, por ejemplo, el caso de las compilaciones. Su riqueza consiste, por lo general, en la diversidad de aproximaciones y puntos de vista, justamente bajo el presupuesto de la inconveniencia de un único criterio disciplinar de indagación.
Otro tipo de libros responden a la necesidad de ensayar, asunto cuyo mérito a veces se tiende a olvidar. En este tipo de escritos se presupone precisamente la libertad básica que permite un espacio para que las intuiciones puedan llegar a tener forma, para que se arriesguen conjeturas, para que se logre la apropiación y asimilación de conocimiento ajeno que eventualmente redundará en algo de saber propio y demás.
No sé cómo se genera el conocimiento en general, pero sin duda los libros juegan un papel decisivo en el asunto. A veces se requiere de mapas para poder saber dónde se está, o a dónde se puede ir, o cómo poder llegar una vez que se lo sabe. Pero también para establecer con qué se va uno a encontrar, hasta dónde se ha llegado y hasta dónde no, quién ha pasado por qué lado, por dónde se puede uno mover o no. Todo esto presupone visiones sinópticas, en uno u otro sentido. Y establecerlas es muchas veces de por sí una ampliación de la frontera del saber.