En agosto de 1959, alrededor de doscientos intelectuales que reconocían abiertamente su compromiso cristiano se reunieron en el mardo del Primer Congreso del Pensamiento Católico Colombiano, iniciativa de la Arquidiócesis de Medellín. Este evento fue objeto de una investigación desarrollada por Ricardo Arias y sus resultados serán publicados en un libro colectivo -donde participan profesores de la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile y de la Universidad de los Andes- sobre la historia del siglo XX en Chile y Colombia. Le pedimos al profesor Arias que nos hablara acerca de su investigación.
¿Cómo se relaciona este tema con sus intereses de investigación y cuál era el objetivo central del trabajo?
Creo que para tener una idea más concreta de lo que ha sido el catolicismo en Colombia es necesario ir más allá de la relación entre el Estado y el episcopado, lo que implica incluir otros actores y otros problemas. Entre la diversidad de actores que participan en el mundo católico, históricamente ha tenido singular importancia la figura del intelectual y, por ello, en esta investigación quería analizar cómo era el campo intelectual católico a mediados del siglo XX.
¿Por qué decidió estudiar el Congreso del Pensamiento Católico en particular?
Aunque la figura del intelectual católico había sido muy importante desde el comienzo de la República, el Congreso de 1959 fue quizá el primer momento en el que la Iglesia Católica llamó explícitamente a los intelectuales, como grupo de expertos, para que se pronunciaran frente a determinados problemas “culturales” del país.
Durante cuatro días, los asistentes al Congreso debatieron sobre el arte, la literatura, la filosofía y la educación cristiana frente al “mundo moderno”. Esto hace que el encuentro sea una fuente importante para entender cómo veían los intelectuales católicos ciertas expresiones culturales; cómo asumían su compromiso con la modernidad, con la secularización, con las visiones plurales que había, desde diferentes expresiones culturales sobre la vida y sobre el saber a mediados del siglo XX.
El Congreso de 1959 fue quizá el primer momento en el que la Iglesia Católica llamó explícitamente a los intelectuales, como grupo de expertos, para que se pronunciaran frente a determinados problemas “culturales” del país.
¿Cuál fue la principal conclusión de la investigación?
En trabajos anteriores había planteado que el catolicismo es un fenómeno diverso y dinámico; el análisis del Congreso del Pensamiento Católico Colombiano ratifica esta hipótesis. Si bien el catolicismo tiende a identificarse con posiciones conservadoras, la investigación muestra un panorama mucho más complejo porque allí convergen diferentes grupos, muchas veces enfrentados entre sí.
El compromiso de los intelectuales con el catolicismo no significaba unidad de pensamiento. Muchos de los asistentes al Congreso eran conservadores, pero también había liberales; provenían de diferentes regiones y generaciones, adherían a distintas ideologías y sus campos de formación eran diversos. Esto tampoco quiere decir que hubiera una pluralidad absoluta. Por ejemplo, no hubo presencia femenina, a excepción de la escritora Elisa Mújica, quien fue entrevistada en el marco del encuentro, pero no hacía parte de los ponentes.
¿Estos hallazgos invitan a revisar los presupuestos que han asociado al catolicismo con una posición antimoderna?
Es necesario revisar dichos presupuestos. Ser católico no implica per se defender una visión reaccionaria. En algunos ponentes es perceptible el deseo de poner a dialogar al catolicismo con el mundo moderno. Esa fue precisamente la propuesta del Concilio Vaticano II, que deliberó entre 1962 y 1965. En 1959 difícilmente alguien podía predecir el impacto que tendría el Vaticano II, pero es llamativo que en el mismo año en que se anuncia el concilio, en Medellín unos intelectuales católicos estuvieran diciendo «dialoguemos con el mondo moderno sin temores».
Mario Laserna expresa claramente esta posición. Laserna se identificaba con el Partido Conservador y asistió al evento católico, pero en el análisis del problema se aparte del enfoque que le daba la Iglesia católica al asociar el auge demográfico con los problemas sociales, relación que no era aceptada por el clero.
A partir de la información obtenida, ¿es posible caracterizar el mundo intelectual católico que se expresa en el Congreso como un movimiento consolidado?
Muchos de estos intelectuales trabajaban en universidades públicas y privadas como profesores de derecho, medicina, filosofía, literatura, química, psiquiatría, entre otras. La diversidad disciplinar es amplia y esto muestra que ya no temían seguir ciertas carreras que hasta hacía poco tiempo se consideraban «peligrosas», como la sociología o la psiquiatría.
También se pude concluir que los intelectuales ya habían logrado cierto margen de independencia. No hay que olvidar que el Congreso era un evento realizado bajo la dirección y con asistencia del clero, lo que haría pensar que no había mucho espacio de autonomía, pero no fue así.
¿El clero compartía en alguna medida el espíritu de apertura que manifestaban los intelectuales?
Es una situación muy compleja porque el clero fomentaba esos espacios de intercambio académico; sin embargo, en otros aspectos daba muestras de poco espíritu de apertura. Con las fuentes disponibles no se puede determinar qué tanto debate se dio en el Congreso. Cayetano Betancur mencionó que hubo rechazo a su ponencia, aunque no señaló directamente al clero.
En un ámbito más general, la institución católica ejercía censura en la cátedra y en el arte, y el manejo del caso de Camilo Torres demostró que la jerarquía no estaba muy abierta a nuevas corrientes. Pero su poder nunca ha sido absoluto: desde el siglo XIX, numerosos ejemplos demuestran que los intelectuales católicos no siempre se han plegado a los intereses del clero.