«Creo que es una constante. Dicen que son los traumas del post-conflicto, pero sí, yo si los tengo constantemente. Lo que más sueño es que hago parte de la organización, que me encuentro con un comandante adentro de la organización, que tenemos combates. Lo que más me pasa dentro de los sueños es que no me sirve el fusil para disparar, o que se disparan balas como si fueran balas de mentiras. Una vez soñé que me habían vuelto a capturar, que la guerrilla me ha capturado, que me cogía un compañero y me decía: ‘Cucha, lo siento pero tengo que cumplir la orden,’ y me paró y me puso una pistola acá (señalando su cabeza), y me desperté.» Diana, 28 años, Desmovilizada de las FARC.
Con esas palabras Diana retrata su vida nocturna, ofreciéndonos algunos caminos para acercarnos a su inconsciente y permitiéndonos entender lo que ella misma denomina «los traumas postconflicto». ¿Pero cómo interpretamos esas pesadillas que permanecen en el subconsciente de alguien que opta por salir de la guerra? Quizás valdría la pena retomar el clásico de Freud «La Interpretación de los Sueños.» La moda de citar a Deleuze y Guattari en las ciencias sociales y las humanidades le ha dado duro al patrón del psicoanálisis. Pero la pregunta que me surge al entrevistar a Diana es esta: ¿Son tan incompatibles la teoría cartográfica del ser – con sus líneas de fuga – y la teoría arqueológica del ser de Freud -con sus capas de consciencia – como los autores del Anti-Oedipus postulan?
El punto de partida de mi investigación audio-visual sobre los desmovilizados de los grupos insurgentes era, y sigue siendo, el sujeto cartográfico. ¿Por qué? Porque a través de dos años de trabajo de campo etnográfico con esta población he observado que sus trayectorias de vida están muy marcadas por líneas de fuga que los lleva a entrar a la guerrilla, les permite sobrevivir al conflicto, huir de la organización, manejar las políticas contrainsurgentes del estado, y como varios me han expresado: «perderse». Perderse es la segunda salida de la guerra, perderse de las instituciones que los comprometen y buscan «monitorearles» o seguir utilizándoles para sus fines bélicos. Perderse significa desplazarse y arraigarse de nuevo en una sociedad que contundentemente los rechaza. («Decir que uno es desmovilizado es como decir: ‘Soy pedófilo pero ya estoy curado’ «. Así describió el estigma un ex-miembro del ELN). Por eso diseñé un dispositivo móvil y clandestino para retratar a ese entorno itinerante, para construir un espacio en el que los desmovilizados hablen, tal vez, para poder ser escuchados. El dispositivo es un furgón de un camión convertido en cámara oscura, o como yo lo llamo el Camión Cámara.
Y es ahí, dentro del furgón, donde grabo la entrevista con Diana mientras que la imagen de una ciudad invertida se sobrepone en su cuerpo, mientras ella rememora sus pesadillas. Al poco de terminar su historia de ‘las balas que disparan en blanco’, Diana se queja de la atención psico-social de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), unas actividades en grupo que no le brindan tranquilidad frente a las interminables visiones que le persiguen. La semana anterior a nuestra salida en el Camión Cámara, soñó tres veces durante una noche estar de nuevo entre las filas de la guerrilla: «Le contaba a mi esposo, le decía: ‘soñé otra vez que estaba en la guerrilla y por allá en unos combates y eso». Al terminar me pregunta: ‘¿Y tú qué crees que significa eso?’. ‘No lo sé, la verdad creo es mejor buscar a alguien que me diga que significa eso psicológicamente’ «. Un psicoanalista tendría más herramientas para darle un significado a sus pesadillas y brindarle un tratamiento adecuado a sus traumas, en comparación a los alcances que un tallerista del ACR quede.
Por el lado teórico, lo que la historia de Diana y la de otros muchos desmovilizados nos enseña es que la línea de fugade Deleuze y Guattariy la interpretación arqueológica de un sueño reitera-tivode Freudno son incompatibles, más bien, pueden ser complementarios.