Las negociaciones de paz en La Habana no deben verse como un proceso estrictamente coyuntural, ni mediático. Un posible acuerdo entre las partes debe llevarnos a pensar que la construcción de paz implica el involucramiento de diversos actores y que los costos no solo son materiales, sino también simbólicos.
Uno de los activos que tiene Colombia de cara al proceso actual entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es la amplia experiencia que ha acumulado en temas de construcción de paz. En el país se ha desarrollado un conocimiento que nos informa, más allá de las pretensiones de gobiernos individuales, acerca de las posibilidades y retos de la realización de tareas afines a la eventual superación del conflicto armado interno: desde las negociaciones de paz de los años ochenta, pasando por los procesos de desmovilización que conformaron la Asamblea Nacional Constituyente y la promulgación de una nueva Constitución en 1991; desde la crisis humanitaria y el escalamiento de la guerra en los años noventa, pasando por el fallido proceso de paz del Caguán y la apuesta a la seguridad democrática, hasta el proceso actual. De esta vasta experiencia se pueden extraer algunas lecciones, que aplican tanto para el caso colombiano como para el de otros países. En los siguientes párrafos discuto algunas de ellas.
La construcción de paz es un proceso político. La pregunta por el poder está presente en todas partes. Así, en temas obvios como la definición de las condiciones para la participación política de organizaciones armadas desmovilizadas y en la manera en la que se define el alcance de la justicia transicional para las Fuerzas Armadas hay una discusión de cómo se reparten, promueven, sosiegan o desactivan los poderes de los grupos involucrados. Pero temas menos debatidos también son políticos. Las verdades que han ido aflorando en torno a la participación de distintos sectores de la vida nacional en la reproducción de la violencia serán integradas en la reconfiguración de la enseñanza de la historia nacional en nuestros colegios o la definición de los alcances presupuestales para la reparación de las víctimas. Esto riñe con expectativas de que una normatividad internacional, basada en principios supremos, pueda aplicarse en forma neutra y desarticulada en constelaciones políticas nacionales, y resuelva el debate acerca de la capacidad de agencia de las instituciones y los actores locales en los países transicionales. Esta lección también sugiere que la construcción de paz puede resultar costosa, política y económicamente, para distintos actores. Por consiguiente, defensores de la construcción de paz y académicos por igual harían bien en elaborar un balance juicioso de los ganadores y perdedores de cada política, para derivar de ahí tanto las posibles fuentes de apoyo como de oposición en el corto y mediano plazo.
La construcción de paz es un proceso con altibajos, dinámico, sin secuencias claras, pero con inercia. Como bien lo atestigua la experiencia nacional, el proceso de construcción de paz de las tres décadas pasadas ha atravesado por diferentes momentos y ha sido liderado por una gran diversidad de actores domésticos (locales, regionales y nacionales) e internacionales.
Esa variación, sujeta a condiciones políticas internas y externas, sugiere la dificultad de que se sigan protocolos uniformes, derivados de la experiencia de otros países. Al mismo tiempo, es un riesgo caer en el extremo de sugerir que el particularismo de una determinada situación la hace incomprensible para externos. Lo importante es que, por encima y más allá de cualquier negociación de paz, puede haber y ha habido construcción de paz.
Hay un riesgo real en llamar “construcción de paz” cada iniciativa de desarrollo, pues se puede perder claridad acerca de cuánto se está superando el sub-desarrollo y cómo se están creando las bases para una paz sostenible.
La construcción de paz es un proceso en el que se encuentran, y a veces chocan, las necesidades de la paz con las del desarrollo. Si hayun mantra que comparten practicantes y estudiosos de la construcción depaz es el de los riesgos de fundir (y confundir) las agendas de la paz y del desarrollo.Esta distinción obedece a criterios de comparabilidad y de eficacia. Notodos los países sub-desarrollados enfrentan problemas de conflicto armado.Por otro lado, si a la paz se le deja la tarea de transformaciones profundas dela sociedad, por encima y más allá del fin del conflicto, se pone en riesgo sulegitimidad, pues si la transformación no se alcanza, todos los demás logrosse verán opacados. Al mismo tiempo, no es práctico mantener las agendascompletamente separadas: La discriminación afirmativa que favorece a gruposespecíficamente relacionados con los conflictos, como las víctimas y losdesmovilizados, arriesga abrir nuevas brechas y agravios por parte de comunidadesno beneficiarias, especialmente cuando se trata de repartir los costos.Además, algunas formas urgentes de abordar las secuelas de la guerra,como reparar un acueducto destruido por un ataque, construir un puente paraacerca comunidades divididas o invertir en escuelas para que niños desplazadospor la violencia puedan llenar su vacío educativo, tienen un claro componentede desarrollo. Sin embargo, hay un riesgo real en llamar “construcciónde paz” cada iniciativa de desarrollo, pues se puede perder claridad acerca decuánto se está superando el sub-desarrollo y cómo se están creando las basespara una paz sostenible, medida específicamente como una reducción dehomicidios asociados con el conflicto armado interno.
La construcción de paz genera expectativas que es preciso cumplir y también delimitar. A medida que se desarrollan las políticas de construcción de paz, se generan estructuras de incentivos frente a las cuales se constituyen actores políticos (stakeholders) los cuales, a su vez, desarrollan expectativas y preferencias frente a los contenidos y los beneficios de las políticas. Ese grupo es fundamental conocerlo y atraerlo hacia la agenda de la construcción de paz, para promover la legitimidad y sostenibilidad de las medidas adoptadas. Al mismo tiempo, la experiencia de muchos países transicionales sugiere que la magnitud de la tarea que involucra la creación de las bases para una paz sostenible, incluyendo reformas institucionales profundas y generación de recursos materiales, no debe ser subestimada. Muchas de las expectativas generadas tienden a no cumplirse. Ello ilustra las tensiones entre la naturaleza política de las medidas de construcción de paz y la competencia por recursos limitados, por un lado, y la existencia de metas normativas intrínsecas y descontextualizadas, por el otro. Como consecuencia, es posible que logros y avances reales sean desconocidos, o que fallas y vacíos sean sobredimensionados. Eso apunta al riesgo de que la construcción de paz, ante una avalancha de expectativas y demandas, entre en moratoria, poniendo en riesgo la viabilidad y sostenibilidad de las medidas adoptadas.
Pensar en el día después y en las maneras de lograr que llegue más pronto es la meta central de la construcción de paz. Considerar algunas de las lecciones presentadas aquí será crucial para evitar decepciones, evaluar logros de forma realista y proponer políticas sostenibles.