Durante la primera mitad del siglo XIV, la historia de la lógica dio un giro notable, en la medida en que la silogística de cuño aristotélico empezó a ser limitada y sustituida por la lógica proposicional. Por ese entonces, el estudio y desarrollo de la disciplina estuvo íntimamente ligado con la necesidad y el interés de adquirir habilidades de argumentación para disputar sobre cualquier problema. La lógica se asumió, entonces, como un arte; pero como uno que aspira a obedecer a principios universales y necesarios que regulen las inferencias formalmente válidas: las llamadas «consecuencias». En esta tendencia se inscribe la obra lógica y semántica de Walter Burleigh (c.1274-c.1345) -prolífico comentador de Aristóteles y conocido opósitos de Guillermo de Ockham-, entre la que destaca su Sobre la pureza del arte de la lógica – Tratado breve.