la academia y la universidad son un resultado de un proyecto que ha contribuido a ocultar la importancia de saberes considerados ‘no modernos’, que no cumplen con unos criterios de validez para producir conocimiento
Así las cosas, si queremos comprender y analizar nuestro entorno socio-natural desde esta mirada, debemos hacerlo entendiendo que “ hay algo que sucede con la llamada ‘Conquista de América’ y que transforma las formas de conocer y de estar en el mundo. Hay que pensar lo que somos hoy a partir de ese pasado […].. No solo como algo que afectó o que afecta a Latinoamérica, sino que traspasa al mundo entero. […] Eso quiere decir que no solo es del interés de quienes viven en el Sur pensar críticamente con una perspectiva del Sur. Quienes están en el Norte pueden adoptar esa perspectiva viendo cómo estas prácticas de colonización cambiaron todas las relaciones sociales; cómo afectaron también a Europa y no solo a los que se cree que son que somos) las primeras víctimas de ese modelo. Es una perspectiva que puede aportar para descubrir elementos que de otra forma no se pueden ver. No es una perspectiva total, es situada, y en consecuencia limitada, pero es gracias a estos límites que podemos ampliar el conocimiento que tenemos sobre nuestra historia, sobre las relaciones sociales actuales, y sobre la ciencia en general.”
¿Cómo podríamos promover esta forma de pensamiento en las instituciones de producción de conocimiento científico en Colombia? Estas instituciones, generalmente, siguen los modelos europeos, y podríamos preguntarnos cómo pueden fomentar o implementar estos pensamientos críticos cuando ellas mismas son dispositivos coloniales que han invisibilizado conocimientos alternativos. Como dice Lina, “la academia y la universidad son un resultado de un proyecto que ha contribuido a ocultar la importancia de saberes considerados ‘no modernos’, que no cumplen con unos criterios de validez para producir conocimiento (pensemos en la exclusión del ámbito académico de los saberes de los pueblos originarios, de la diáspora africana o de los pueblos campesinos). Entonces, ¿cómo podríamos transformar eso?” Para Lina, esa transformación “no sólo debería darse en la universidad, sino que debe tener lugar desde las primeras instituciones académicas, como el colegio o el jardín. Esto es algo que aprendí del pueblo misak, un pueblo que ha comprendido que, para recuperar su autonomía, no sólo debía recuperar la tierra, sino que debía adelantar procesos pedagógicos que les permitiera, en diferentes niveles, recuperar su historia y sus saberes”.
¿En qué consistiría este cambio? La profesora enfatiza en que “hay que incluir en los currículos esas otras perspectivas, esas otras voces y saberes en todos los ámbitos del saber, mostrando cuál es la contribución que estos saberes históricamente inferiorizados han realizado a ámbitos como la política, la medicina o la filosofía. Los movimientos sociales y los pueblos tienen producciones muy sofisticadas en todos esos ámbitos y nos estamos perdiendo de mucho cuando no las incluimos. Sin embargo, el problema no es simplemente de exclusión, sino de extracción, porque lo que ha hecho el saber moderno occidental es tomar muchos de esos saberes, apropiárselos, y hacer como si no los hubiera tomado. Entonces, no solamente tenemos una deuda hacia los pueblos racializados, sino que al invisibilizar esos aportes la academia moderna ayuda a reproducir un desconocimiento de su propia historia e identidad, y al hacerlo, el saber se empobrece. Yo creo que para transformar esto, es fundamental que en los programas se incluya una perspectiva crítica y decolonial, que haya más historia del pensamiento latinoamericano, más cursos sobre saberes no occidentales, pensamientos africanos y afrodiaspóricos, y pensamientos indígenas.”
Lina señala que dar lugar a todas estas perspectivas en las instituciones como la academia tiene que hacerse con cuidado. Pues podríamos caer simplemente en dar un espacio en la conversación, pero sin transformar esos espacios que estructuralmente han sido excluyentes. Siguiendo a Catherine Walsh, Lina considera que el problema radica en que “nos limitamos a incluir dentro de estructuras institucionales que ya están dadas, pero que no son modificadas en sus principios. Entonces, no
puede ser un tema de ‘ inclusión’, sino de transformación de las estructuras institucionales. Esta transformación debe hacerse a través de ‘ diálogos de lugares’ (un término acuñado por Fabien Eboussi Boulaga): diálogos que reconocen la riqueza de la diversidad al tiempo que parten de las desigualdades que se han creado históricamente entre diversas sociedades y regímenes epistémicos”. De esta manera, sugiere Lina, podemos “empezar a ‘ desocultar’ alternativas existentes en diferentes geo-historias para pensar, para organizar el saber y la sociedad de manera más justa y decolonial. Pues, como dice Arturo Escobar, uno de los efectos más fuertes de la colonialidad es la colonialidad de la imaginación, que nos llevó a creer que sólo hay un modelo posible. […] Para lograr los cambios, hay que primero hacer que las alternativas entren al ámbito de lo visible. Una vez entran en el ámbito de lo visible, entran en el ámbito de lo creíble, de lo posible y por lo tanto de lo deseable.”
Entre esas alternativas, Lina rescata los principios de los feminismos del Sur. Estos feminismos nos invitan a adoptar una lógica “femenina”, proveniente de la historia de las mujeres, aunque susceptible de ser efectuada por personas de cualquier género. Esta lógica, que puede ser entendida como una función social, gira alrededor de cinco principios: el arraigo, la reciprocidad, el cuidado, la interdependencia y la espiritualidad. El principio del cuidado nos invita a pensar en una ciencia que fomentaría “el cuidado del otro, y el cuidado también de las condiciones materiales y simbólicas de la existencia, el cuidado de la naturaleza y de los saberes que posibilitan la regeneración de la naturaleza y por lo tanto de los seres humanos”. El arraigo nos convoca a producir saberes “pertinentes para su contexto, saberes situados que reconozcan la riqueza del lugar de donde provienen y en donde serán aplicados.” La reciprocidad se inspira de la manera como los pueblos andinos han practicado la agricultura sostenible, aquí “la tierra no es concebida como una entidad que da sus productos al ser humano de manera gratuita; sino que es una entidad que, para regenerarse, requiere del agua, del aire, de la semilla. A cambio de estos ‘alimentos’, la tierra da sus frutos al ser humano. Si tomamos como paradigma de reciprocidad esta forma de practicar la agricultura, podemos pensar la producción de un saber que entiende que el intercambio de conocimientos es central, que reconoce como problemático el extractivismo epistémico y que, en consecuencia, no pretende apropiarse de los saberes sino que se pregunta constantemente ¿cómo retribuir lo aprendido, cómo devolver a la sociedad de donde viene el conocimiento?” Finalmente, la interdependencia promueve una ciencia que reconozca que “no vivimos sin los otros, que pertenecemos a un tejido de la vida, y que todo lo que hacemos a ese tejido nos afecta. De allí que una ciencia con perspectiva femenina se plantee constantemente la pregunta acerca de ¿cómo esto que se está produciendo, que se está co-construyendo, que se está publicando, puede afectar a la sociedad humana y a la naturaleza? ¿Es un saber que sirve para la regeneración de la vida (humana y no-humana) o que contribuye a su destrucción? ¿Es un saber liberador y transformador de injusticias o un saber que ayuda a ocultarlas y a reproducirlas?”
para entender nuestro presente debemos interrogar la relación entre nuestras formas sociales actuales, la historia del colonialismo y la historia del patriarcado.
Estos principios nos ayudan, además, a guiar los diálogos para construir una ciencia justa y diversa. En palabras de Lina, “una ciencia diversa no sólo tiene que tener individuos diversos; tiene que ser una ciencia que establezca la relación, los vínculos, entre los diferentes pueblos que han sido separados por la historia colonial […]. Restablecer esa relación no quiere decir borrar las diferencias, sino entender cómo se han entrecruzado, cómo se han producido las injusticias y cómo pueden ser transformadas las causas que han generado las desigualdades.”
Finalmente, con Lina conversamos sobre los retos que tiene Colombia para comenzar este camino de transformación en la ciencia y en el conocimiento. Lina señala como principal obstáculo nuestro inconsciente colectivo, un inconsciente que se ha construido históricamente y que es alimentado cotidianamente mediante múltiples prácticas de autodesprecio . Muchas veces escuchamos afirmaciones como ‘ históricamente sí somos inferiores o menos desarrollados,’ o ‘somos violentos por naturaleza’. Esto refleja “la imagen que tenemos de nosotros mismos. El menosprecio de nuestra riqueza, o la falta de valorización, es un gran problema. Es se ha construido históricamente, atraviesa nuestro inconsciente, nuestro deseo, nuestra manera de vernos.” Ahora, “¿cómo creamos narrativas que nos permitan valorar la pluralidad de pensamientos, cómo podemos crear formas de auto-reconocimiento?” En este punto, el papel de la academia, la teoría y el arte cobra relevancia, pues estos elementos nos ayudan a transformar el nivel de lo simbólico para así dar lugar a nuevas narrativas. “Se trata de un proceso de sanación que debe comenzar por el reconocimiento de los traumas históricos que han sido reprimidos y ocultados y que, como lo han mostrado los autores del giro decolonial Frantz Fanon o Rita Segato, nos afectan de manera individual y social. Y, para ello, debemos contar las historias de otras formas para hacerlas sentir de otras formas.” El arte y la teoría son de gran importancia, pues con ellos se reconstituye nuestra sensibilidad y nuestra manera de entender la historia y la situación actual, y así concebir nuevas posibilidades y conocimientos alternativos que nos ayuden a sanar y concebir mejores mundos.
Lina Álvarez Villareal
Profesora. Departamento de Ciencia Política y Estudios Gloables