Radicales anti-tecnológicos
Podría afirmarse que los precursores de la lucha contra los dispositivos tecnológicos fueron los Luditas. Este movimiento de artesanos ingleses nació en la primera Revolución Industrial (1770 – 1840) y debe su nombre a Ned Ludd quien fue conocido por ser el primer artesano británico que rompió e incendió telares en respuesta a la mecanización industrial y sus efectos sobre el trabajo manual. Los Luditas se caracterizaron por la destrucción de maquinaria textil a la que consideraban un medio conducente a la disminución de salarios, aumento de despidos y precarización de los artesanos entre 1811 y 1820 aproximadamente.
Aunque el movimiento Ludita desapareció con la consolidación de la mecanización industrial, el termino trascendió su contexto histórico para nominar individuos y grupos opuestos al cambio tecnológico y a sus implicaciones sociales en Occidente. Un siglo y medio después, en el marco de la Guerra Fría y como resultado de la carrera armamentística, aparecen grupos autodefinidos como neoluditas quienes reafirman la tesis sobre la incapacidad que tienen las tecnologías – en este contexto, los armamentos – para solucionar los grandes problemas que enfrentan los seres humanos.
El neoludismo se consolidó como corriente filosófica a través del manifiesto America’s new Luddites y la realización del Segundo Congreso Ludita de 1996 en Barnesville, Ohio, donde se indicaba la necesidad de llevar una vida simple, abandonar la tecnología y sabotear a los productores de esta(1). También, sus acciones se definieron por sus miembros más radicales como Theodore Kaczynski ‘Unabomber’ (University and Airline Bomber) quien fue conocido por su manifiesto La sociedad industrial y su futuro, su estilo de vida desprovista de dispositivos tecnológicos y el envío de cartas explosivas a medios de comunicación, universidades y vuelos comerciales(2).
En América Latina también hubo extensiones del pensamiento neoludita. En 2011, el movimiento Individualistas Tendiendo a lo Salvaje (ITS) ubicó una serie de explosivos en centros de investigación mexicanos y afirmó seguir los preceptos de Kaczynski, luchando contra la destrucción de ecosistemas naturales en manos del progreso científico y tecnológico. Igualmente, en el campo de la filosofía y la teoría política, la crítica a los dispositivos tecnológicos ha sido transversal en las tesis de anarco-individualistas y anarco-primitivistas como John Zerzan y Derrick Jensen quienes han apelado a la necesidad de retornar a formas de vida no civilizadas con un proceso de desindustrialización y abandono tecnológico. Incluso el trabajo clásico La pregunta por la técnica de Martín Heidegger que, ha influenciado a varios pensadores latinoamericanos antimodernos como Enrique Dussel y Walter Mignolo, puede inscribirse en esta desconfianza hacia la tecnología.
- Kirkpatrick Sale, “America’s new Luddites”, Le Monde Diplomatique, 1997, https://mondediplo.com/1997/02/20luddites
Sean Fleming, “The Unabomber and the origins of anti-tech radicalism”, Journal of Political Ideologies, 27: 2, 2021: 207 – 225.
Radicales pro-tecnológicos
Los grupos e individuos adeptos a los dispositivos tecnológicos y sus implicaciones no han sido menos radicales que sus opositores. Dentro de este grupo destaco la corriente llamada utopismo tecnológico que, desde el socialismo utópico pasando por el fascismo, han defendido a la tecnología como medio de bienestar social y humano en las ultimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX. Igualmente, desde la década de los ochenta del siglo XX, han aparecido movimientos intelectuales como el ciberutopismo y transhumanismo con el advenimiento y consolidación de las tecnologías asociadas a internet.
El utopismo tecnológico, definido por autores como James Scott(3), como “la ideología del alto modernismo”, se ha destacado por una “confianza en el avance científico y técnico, el aumento de la producción, el dominio de la naturaleza (la naturaleza humana incluso) y, sobre todo, el diseño racional de un orden social proporcional al entendimiento científicos de las leyes naturales”(4). Esta ideología llevada a los extremos ha tenido consecuencias tan graves como la militarización de los países industriales en la etapa previa a la Primera Guerra Mundial, grandes hambrunas en los procesos de colectivización soviética en Ucrania y Kazajistán y, sin mencionar otros, a genocidios asistidos con experimentación científica como ocurrió en los campos de concentración de la Alemania nazi.
En los últimos años y dentro del ciberutopismo, la aparición comercial y masiva del internet ha llevado a la emergencia de la “doctrina Google” que lo considera como un instrumento inherentemente emancipador. Aunque el internet ha contribuido a la difusión del conocimiento, la consolidación del activismo/movilización social y la democratización de sociedades autoritarias, también ha llevado a la captación y uso de grandes cantidades de información con fines políticos (i.e. el escándalo Facebook y Cambridge Analytics(5)) y lo que autores como Terrano y Angresano llaman “algoritmos capitalistas” conducentes a la desigualdad social/mundial y la precarización laboral, entre otros(6).
Finalmente, el transhumanismo ha sido un movimiento intelectual que considera aceptable modificar biológicamente a los seres humanos mediante el diseño e implementación de tecnologías en pro de su bienestar desde la década de los sesenta del siglo XX. Si bien existen transhumanistas que evalúan meticulosamente las implicaciones éticas de estas tecnologías –lo que es conocido como tecnoética– han aparecido dentro de esta corriente una serie de prácticas poco éticas como la alteración de ecosistemas y organismos, así como la implementación de biopiratería y la bioinspección sobre organismos y territorios que no tienen la capacidad de confrontar tales prácticas(7).
3. James Scott, Lo que ve el Estado. Cómo ciertos esquemas para mejorar la condición humana han fracasado. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 2021.
4. Ibid, p.22
5. El 17 de marzo de 2018 los diarios The New York Times, The Guardian y The Observer denunciaron que la empresa de minería de datos Cambridge Analytica hizo una utilización indebida de 50 millones de perfiles de Facebook para crear anuncios políticos en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos y, con ello, alterar el comportamiento de los votantes.
6. Tiziana Terranova y Angresano Sebastián, “El Algoritmo Capitalista”, Anfibia – UNSAM, 11, 2017. https://www.revistaanfibia.com/el-algoritmo-capitalista/.
7. La bioinspección y biopiratería se pueden definir como la extracción y privatización de la información genética de animales y plantas por parte de individuos, centros de investigación, trasnacionales farmacéuticas y empresas biotecnológicas que, usualmente, niegan el conocimiento tradicional o ancestral mediante el registro de patentes. Puede citarse, a manera de ejemplo, la disputa alrededor de la preparación de la Ayahuasca. Siendo patentada por Loren Miller en 1986, el registro negó el conocimiento y los usos medicinales que le han otorgado los pueblos indígenas de la amazonia hasta el retiro de la patente en 1999.
No son suficientes las discusiones sobre lo positivo/negativo de las tecnologías. Se necesitan debates sobre los efectos en las subjetividades
Lo profano y la profanación como respuesta a los dispositivos
Bajo las experiencias citadas es claro que los dispositivos especialmente los tecnológicos son literalmente “cualquier cosa que de algún modo tenga la capacidad de capturar, orientar, determinar, interceptar, modelar, controlar y asegurar, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes”(8). Agamben opone los dispositivos a los seres vivientes (o sustancias) y de esta relación entre opuestos el resultado son los sujetos; así, todo vínculo entre seres vivientes con dispositivos es conducente a procesos de subjetivación que facilitan el control o el gobierno de los hombres ya que “los dispositivos se dirigen a la creación de cuerpos dóciles, pero libres que asumen su identidad y su libertad de sujetos en el proceso de su sometimiento”(9).
Una de las caracteristicas de la fase actual del desarrollo capitalista, en palabras de Agamben, es el aumento exponencial de dispositivos y, con estos, la proliferación de procesos de subjetivación y control. Como la relación del ser viviente con el dispositivo produce inevitablemente una subjetivación, la aparición de dispositivos cada vez más potentes, como la IA, ha implicado una subjetivación de la subjetivación que se define por la separación cada vez más amplia del ser viviente consigo mismo y con su ambiente: niños que no hacen deporte por jugar videojuegos, personas que copian y pegan respuestas de un Chatbot sin un proceso reflexivo, son ejemplos comunes.
La confrontación a este proceso, nos dice Agamben, no es simple porque “se trata de liberar lo que ha sido capturado y separado a través de los dispositivos”(10). La respuesta se encuentra en la profanación ya que si consagrar consiste en sacar las cosas del orden humano, normalmente mediante el sacrificio, profanar implica restituir dicha cosa al uso común de los hombres. La profanación se convierte en “contra-dispositivo que restituye a lo común”(11) lo que el dispositivo separó y dividió.
Si el sentido de lo profano es “la cosa restituida al uso común de los hombres”(12), profanar supone el compromiso individual y colectivo con la comprensión de los efectos separatistas que ejercen los dispositivos tecnológicos sobre nosotros; entender que estos dispositivos nos controlan con distracción, aislamiento y conducción. Profanar implica interpretar y deconstruir este efecto y restituir el lugar esencial de la vida: resistirse a las recomendaciones de los algoritmos y visibilizar sus efectos fetichistas a través de los mismos dispositivos y de nuestras discusiones; buscar más preguntas que respuestas de aplicaciones como ChatGPT; y ser y reflexionar en espacios desprovistos de la mediación tecnológica, entre otras prácticas.
Bajo lo expuesto, es claro que la historia nos ha mostrado que el debate sobre las implicaciones de los dispositivos tecnológicos no puede ubicarse solamente en la dicotomía uso correcto/incorrecto o creación/destrucción como ha ocurrido en las experiencias pro y anti-tecnológicas. En su lugar, se hace necesario reconocer sus efectos más profundos en la subjetividad y, a partir de allí, deconstruir la capacidad que tienen de separarnos de nosotros mismos y de nuestro medio social y natural. Es momento de apagar el dispositivo e iniciar la conversación entre nosotros, los seres humanos.
8. Giorgio Agamben, ¿Qué es un Dispositivo?, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2016, p.18.
9. Ibid, p.23.
10. Ibid, p.21
11. Ibid, p.22
12. Giorgio Agamben, Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2005, p.97.
Anyelo Cagua Loaiza
Estudiante de Doctorado en Ciencia Política