La economía de mercado pasa del monopolio a impulsar la libre circulación de mercancías entre las colonias y los diferentes imperios.
Estos diseños configuran y están fundados en procesos históricos violentos, siendo uno de sus rasgos más importantes la imposición a diferentes civilizaciones de un único modelo que se presenta como universal y necesario. Concretamente, mientras que lo global hace referencia a un proceso geo-histórico que hunde sus raíces en el proceso de la conquista europea, que comenzó a finales del siglo XV, la globalización constituye una de las etapas de ese proyecto global de larga data y puede ubicarse en las últimas décadas del siglo XX.
Podemos identificar 4 momentos importantes en la historia de lo global. El primer momento tiene lugar a partir de 1492, con la “Conquista” de América y el surgimiento del Imperio español. En esta primera etapa, el diseño local que empieza a expandirse a nivel mundial está basado en la idea según la cual la producción debe estar encaminada a la acumulación de capital, es decir que el objetivo es la producción creciente de valor de cambio en lugar de la satisfacción de necesidades concretas. Es el momento del surgimiento del mercantilismo, primer momento del colonialismo-capitalista, en donde la riqueza empieza a identificarse con la acumulación de metales preciosos, se configuran los Estados modernos con su aparato burocrático y su sistema tributario centralizado. Esta primera etapa también está marcada por la idea según la cual la verdadera humanidad es la cristiana, y va a dar lugar a la justificación de la conquista a través de la misión de cristianizar. Ahora bien, lo que nos recuerdan los decoloniales es que para que este diseño que se va estableciendo desde la Península Ibérica pueda tener lugar, es necesaria la invención de un dispositivo de poder muy específico que es la raza. Este dispositivo de poder es necesario para justificar la explotación de poblaciones enteras, la explotación de su trabajo y la explotación de sus territorios. Cristianismo y mercantilismo son mecanismos que permiten la imposición y la expansión de este dispositivo de poder que es la raza, un dispositivo de poder que va a fundamentar el surgimiento de lo que Wallerstein llama el “sistema mundo moderno” y que permanece operante hasta nuestros días.
Esto no quiere decir que antes del proyecto colonial-moderno y durante sus primeros siglos no existieran mercados conectados entre diferentes regiones. Tanto Pomeranz, en sus estudios sobre el comercio entre el mundo persa, el Imperio Chino, la India y Europa, como Rivera Cusicanqui en sus estudios sobre el comercio en el Tawatinsuyo, nos recuerdan las múltiples relaciones que existían en estas regiones y ponen de presente la existencia de una pluralidad de centros comerciales y productivos. Lo que sucede a partir de la Conquista es que la conexión entre los mercados empieza a establecerse a partir de la acumulación de capital y se gestan las bases para que esa acumulación se concentre en una geografía muy específica: la europea.
El segundo momento se ubica entre los siglos XVIII y XIX. En el siglo XVIII asistimos a una transformación: aún cuando el diseño de lo global se mantiene en Europa, su centro ya no se ubica en la península Ibérica, sino que pasa a Francia, Holanda e Inglaterra. Europa consolida su economía en el ámbito mundial y, a partir del siglo XIX con la Conferencia de Berlín, las geografías imperiales se reconfiguran con la colonización de África y Asia por parte de Europa. El proyecto histórico de acumulación de capital se mantiene, pero ya no se da en la forma del mercantilismo (que es proteccionista), sino de una economía de mercado que empieza a salir del monopolio, para, en su lugar, impulsar la libre circulación de mercancías entre las colonias y los diferentes imperios. En este punto, las plantaciones como monocultivos (ubicadas en el Caribe, aunque también en Brasil y, posteriormente, en el sur de lo que actualmente es Estados Unidos) juegan un papel central y ya no sólo la explotación de los metales preciosos. En este periodo predomina una misión civilizadora de tipo secular, derivada de la idea de la Ilustración.
Una universidad comprometida y crítica está llamada a propiciar procesos de aprendizaje que incentiven el pensamiento crítico y autónomo.
El tercer momento surge hacia mediados del siglo XX con los procesos de descolonización en África y Asia. El epicentro del diseño global pasa de estar ubicado en Europa para localizarse en Estados Unidos. La expansión del proyecto de acumulación de capital se da ahora bajo el discurso del desarrollo y la modernización y el mundo se divide en “Primer y Tercer mundo” (al respecto recomiendo ver La invención del Tercer mundo de Arturo Escobar). Creo que un elemento interesante de esta etapa de lo global es que el Estado con su aparato burocrático-colonial pierde su centralidad como actor político y se crean las organizaciones internacionales. El capitalismo financiero, basado en la deuda y cuyos orígenes remontan al siglo XVIII, es impulsado mediante nuevos organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional.
El cuarto momento en la historia de lo global es la globalización. Acá, el mercado se configura como un mercado total a través de las políticas neoliberales. Rita Segato llama a este momento “la fase apocalíptica del capital”, una fase que produce un “mundo de dueños”, pues las riquezas producidas colectivamente se concentran en muy pocas manos en proporciones nunca antes vistas. Siguiendo a Segato, podemos decir que con la globalización la manera de ejercer y concebir la soberanía se transforma porque el ejercicio de poder ya no está concentrado en los Estado (aparato político que mediatiza el control socio-político de grupos privados de interés), sino que otros actores políticos empiezan a ejercer ellos mismos la soberanía. Esto puede verificarse claramente en las regiones del sur, en donde actores armados (en relación con empresas multinacionales y grupos de la economía ilegal) reclaman y ejercen soberanía. Segato muestra cómo este cambio en el ejercicio el poder soberano implica igualmente una transformación de la noción misma de territorio. En efecto, mientras que el territorio en el derecho decimonónico se concibe como el espacio delimitado por fronteras sobre el cual un Estado ejerce soberanía en la fase apocalíptica de capital, la soberanía se ejerce sobre los cuerpos de las poblaciones a través de una espectacularización de la violencia. Hay un discurso acá muy importante que es la guerra contra el terrorismo y la defensa de la democracia.
En este sentido, lo global no ha sido siempre lo mismo. Sin embargo, hay una lógica que lo atraviesa. Los elementos que constituyen esta lógica son, primero, la abstracción o el proceso de borramiento de la localidad de donde surge, lo que permite justificar la imposición de un diseño local o modelo de humanidad a nivel planetario (ya sea la cristiandad, la civilización o el desarrollo); segundo, el proceso y la voluntad de homogeneización a partir de esos modelos de humanidad y, tercero, el proyecto histórico de acumulación de capital. El borramiento del lugar de donde surgen los diseños globales hace que la construcción de lugar desde lo local sea percibido como aquello que es atrasado y que tenga que conectarse a los flujos globales.
La pregunta que nos podemos hacer y que se están haciendo muchos colectivos, movimientos sociales e intelectuales críticos es: ¿podríamos transformar esa lógica violenta de lo global y construir conexiones entre las diferentes regiones del planeta a partir de un proyecto histórico de vínculos que reconozca el valor de los lugares y de la diversidad? Actualmente, el Tejido Global de Alternativas, un proceso del que hago parte, le está apostando a la posibilidad de hacerlo y lo estamos haciendo propiciando encuentros de co-aprendizaje entre procesos críticos que se están llevando a cabo en la India, México y Colombia.
NChH: ¿Cómo abordar la IA desde los análisis críticos?
LAV: Creo que cuando adoptamos una perspectiva crítica no es posible pensar las tecnologías como un puro soporte de la información que nos permite comunicar algo y sobre la cual bastaría tener una reflexión en términos de ética para asegurar su uso adecuado. Lo que yo quiero decir es que no basta reflexionar en términos éticos, ni hacer un «buen uso» de las tecnologías. Mi argumento es que hay que cambiar la forma misma de formular el problema. La perspectiva crítica implica un análisis materialista que nos invita a examinar qué tipo de subjetividades se producen a través de la IA e integrar la dimensión político-económica en nuestras reflexiones.
Concretamente, en relación con ChatGPT, creo que hoy más que nunca es pertinente recordar la pregunta que planteó Etienne de la Boétie (y que ha estado en el centro de las reflexiones políticas desde Spinoza hasta Fanon, pasando por Deleuze y Guattari): “¿por qué luchamos por nuestra servidumbre como si se tratara de nuestra propia salvación?” Retomo la pregunta porque encuentro que la acogida masiva de ChatGPT revela un profundo deseo porque nos digan qué pensar, qué respuestas dar, cómo producir y cómo crear, es decir, un deseo por obedecer en lugar de un deseo por decidir, pensar y crear autónomamente. ¿Qué podemos hacer? Considero que es poco útil hacer un discurso moralizador sobre estas prácticas, lo que creo que puede ser más productivo es reflexionar críticamente sobre las formas como estamos organizando nuestras sociedades y la manera como concebimos el saber para que estemos produciendo este deseo de obediencia y de ser gobernados. Creo que la reflexión debe estar guiada por la pregunta por la respons-habilidad (para retomar un término de Donna Haraway y una perspectiva planteada por Raquel Gutiérrez), lo que me lleva a hacer esa pregunta desde mi propia situacionalidad. En mi caso, que es el de la educación, me pregunto: ¿cómo está organizada la institución pedagógica para que no inspire este deseo de pensar autónomo y crítico? Es importante que nos pensemos unas pedagogías que despierten el deseo de hacer el trabajo por nosotrxs mismxs y alcanzar una emancipación a través de la educación.
En cuanto a la dimensión político económica del análisis, creo que es importante preguntarnos por la manera como se programa, cómo y quién genera los algoritmos, quién controla los medios a través de los cuales circula la información, qué tipo de información circula, hacia qué tipo de información e interpretaciones de la información se direcciona nuestra atención, y a qué grupo poblacional llega y en qué momento. Podríamos, entonces, preguntarnos si realmente la IA contribuye a la generación de diálogos democráticos. Creo que, en la manera como actualmente se está produciendo, no, porque su construcción y su control está concentrada en muy pocas manos, las mismas manos que detentan la mayor cantidad de capital en la actualidad. De allí surge la pregunta: ¿bajo qué intereses se produce la IA? Esta es la pregunta por la intención que debemos poner en el centro de las reflexiones sobre ciencia y tecnología en general: ¿para qué, en última instancia, se están produciendo ciertos avances tecnológicos?
NChH: ¿Cómo percibes la construcción de un código de ética que medie el uso de la IA por parte de estudiantes en la Universidad?
LAV: Más que el código en sí mismo, creo que es fundamental abrir un espacio para la reflexión colectiva sobre lo que significa la IA para nuestras sociedades y concretamente para la Universidad. La Universidad, un espacio que debe ser crítico, no puede limitarse a acoger prácticas sociales de manera automática. Es por eso que en esta conversación deben estar presentes todas las voces que hacen parte de la comunidad académica: docentes, estudiantes y administrativos. Considero que la discusión debe estar guiada por una pregunta: ¿IA, para qué?, ¿cuál es nuestra intención o nuestra finalidad cuando la incluimos en nuestras prácticas educativas? Este proceso de diálogo colectivo es fundamental porque nos permitirá comprender diferentes perspectivas acerca de un dispositivo que atraviesa nuestras prácticas y nuestras formas de pensar. Por eso considero que no puede convertirse en un proceso puramente administrativo ni burocrático. En estas reflexiones colectivas es fundamental integrar la reflexión ética con la política y la económica, pues, finalmente, lo que está en juego es el tipo de sociedad y de comunidad que queremos.
NChH: ¿Qué invitación le harías frente al uso de la IA a un estudiante que acaba de ingresar a la Universidad?
LAV: Les haría dos invitaciones. Primero, una invitación a reconocer las autorías. No considero que haya propiedad sobre el pensamiento, pero sí creo en el reconocimiento de la maternidad o de la paternidad de las ideas. Y es que el reconocimiento nos guía a entender cómo colectivamente hemos ido construyendo lo que nos constituye como sociedad. Por lo que invitaría a ser muy conscientes de la importancia del reconocimiento de la autoría de las ideas.
Segundo, les hago una invitación a ser desobedientes y a no caer en el automatismo de usar la IA para hacer sus actividades. La desobediencia dirigida hacia la autonomía les permitirá crecer muchísimo más porque abre la posibilidad de explorar caminos diferentes para responder a las preguntas que se les plantea en el ámbito académico.
NChH: ¿Qué recomendación le harías a la Universidad de los Andes en la generación de espacios de pensamiento crítico en el uso de la IA?
LAV: Considero que una función de una universidad comprometida y crítica es crear espacios de diálogo donde se puedan generar procesos de aprendizaje que incentiven el pensamiento crítico y autónomo. Otro punto importante es reforzar los espacios con la presencia corporal. Sé que hay una tendencia hacia la virtualidad en la educación. Esto lo planteo no solo por temas de pedagogía, sino por lo que sucede y deja de suceder cuando hay un encuentro entre los cuerpos, pues el encuentro entre los cuerpos lo considero irremplazable. Tenemos una enseñanza muy cercana con la pandemia que no deberíamos dejar atrás porque puede informarnos sobre los efectos de la desmaterialización del aprendizaje y los efectos que se han producido a corto y mediano plazo. Creo que es algo sobre lo que hay que volver para ver hacia dónde queremos ir de manera crítica. Podemos aprender del pasado porque ahí está nuestro futuro.
Lina Álvarez Villareal
Profesora del Departamento de Ciencia Política y Estudios Globales