la pertinencia de unas Ciencias Sociales es justamente la de permitirnos dar cuenta de las posibilidades incluso en los momentos de mayor desazón, cansancio y pesimismo.
Con Raymond Williams y Arturo Escobar y con tantas otras reflexiones, conversaciones y dudas que trajo la pandemia hasta lo más íntimo de nuestros hogares, quiero entonces dejar una idea clave sobre el tapete alrededor de la relevancia de las Ciencias Sociales en el mundo contemporáneo: justamente la de alumbrar estas posibilidades y ofrecernos esperanzas en un mundo que en distintos momentos de la historia ha decretado el fin de la Historia. En el espíritu de Gramsci, de la relevancia de investigaciones, clases y discusiones en los corredores que nos recuerden del peso de la historia y las posibles determinaciones del presente (el pesimismo del intelecto), pero también, que nos permitan entender que, desde otros lugares, saberes, cuerpos y deseos insospechados, se encarnan y se ponen en juego esas posibilidades siempre sin garantías y contingentes (optimismo de la voluntad). Quizás, la pregunta es una exigencia para tomarnos en serio el presente y discurrir por unas cartografías que nos permitan entender cómo individuos y colectivos, envueltos en una inminente relacionalidad, hacen y hacemos mundo desde la cotidianidad, el cuidado y lo íntimo, como también nos los recuerdan Laura Quintana y Catalina Cortés Severino (2022) en su reciente y bello libro: Esos afectos voraces. Una correspondencia; pero por supuesto, también desde nuestro encuentro con la otredad y desde nuevas plataformas y arquitecturas de lo común. También, necesitamos de archivos que nos ayuden a entender cómo fue que llegamos a este momento, y, además, que iluminen lo que otro pensador muy importante en mi trayectoria intelectual y personal recordó. Hablo de Jesús Martín-Barbero (2000), quien en sus diálogos con la obra de Walter Benjamin, siempre afirmaba sobre el futuro que habita la memoria, sobre un archivo que nos indique cuáles fueron los caminos tomados y los que se dejaron de andar, que ilumine cómo desde siempre la historia también es una historia de creatividad y de posibilidad. ¡¡Necesitamos un archivo de la posibilidad!!
Tomarnos en serio nuestra labor también implica alejarnos de dogmatismos, predicciones basadas en modelos muchas veces cargados de a prioris y de las mismas certezas; implica abrazar la complejidad desde la humildad que supone a veces decir: no sé, pero quiero aprender. O incluso, del creo que entiendo, pero también puedo estar equivocado. Tomar en serio la labor adicionalmente implica a veces detener la velocidad del pensamiento como también lo decía Isabelle Stengers (2005). Y eso es un reto frente a las máquinas de indexación y de rankings, las exigencias de las consultorías del aquí y de ahora, y la consecución de recursos que a todxs nos agobia y que muchas veces termina por concebir la producción de conocimiento de manera estandarizada, como una producción en serie, con formulitas y modelos mágicos que esconden al observador y su historicidad. Detener la velocidad del pensamiento parece ser un lujo y un privilegio hoy en día. Y no olvidemos, un lujo que alguien tiene que financiar como también lo recuerdan los avisos pegados en la Facultad de Ciencias Sociales por el alza de matrículas.
Han sido revoltosos los últimos años. Hemos visto a nuestrxs estudiantes y colegas en las calles protestando, en las aulas, en las redes sociales y en los corredores. Desde el asesinato de Dilan Cruz, las protestas por la reforma tributaria y las esperanzas que se ciernen sobre el nuevo gobierno, los encierros de la pandemia y lo que emergió allí, los últimos años han sido años que mi generación (círculo urbano y privilegiado), que creció entre la apatía y el miedo por las bombas en centros comerciales, nunca se hubiera imaginado. Recuerdo la desazón por los resultados del plebiscito por la paz. Pero recuerdo también la inundación de manifestantes en la Plaza de Bolívar a los pocos días para intentar cambiar el curso de la historia y de lo que era imprevisible e impensable. Aunque no únicamente, gran parte de ese giro y de esa exigencia por la continuación del proceso de paz fueron lxs estudiantes quienes se atrevieron a imaginar una posibilidad diferente para este país. Fueron en parte las calles las que nos cachetearon en la cara para tomar en serio estas posibilidades. Contrario a muchos diagnósticos y también agotamientos que caracterizan nuestra labor cotidiana, hoy la Facultad se piensa bajo la premisa de la pertinencia. Palabra que puede ser vacía pero que hoy quiero subrayar y agregarle: la pertinencia de unas Ciencias Sociales es justamente la de permitirnos dar cuenta de las posibilidades incluso en los momentos de mayor desazón, cansancio y pesimismo.
Pensar en estas posibilidades de manera trágica implica alejarnos de dos tentaciones. La primera, por supuesto, es pensar que todo está perdido y que las máquinas de expulsión, necropolítica y mantenimiento de la desigualdad siguen firmes y durarán de esta manera. Por supuesto, difícil mantener esta esperanza en medio de la aceleración de vectores de sufrimiento, de crueldad y de odio por doquier. Estoy pensando en un optimismo al cual llegamos por un trabajo crítico intelectual, complejo, necesariamente transdisciplinario, en conversaciones con otrxs y apegado a la materialidad y la cotidianidad. Y la segunda es la de pensar que hay caminos libres de contradicciones, espacios puros y prístinos donde reposa una pureza y una diferencia ontológica muchas veces identitaria o culturalista. Y eso implica también pensar y poner en práctica un quehacer institucional e imaginar en sí misma la institución Ciencias Sociales (¡porque es una institución!) de otra manera. Implica pensar en un quehacer sobre todo dialógico y cartográfico que insista en la complejidad frente a las certezas de un mundo que muchas veces pensamos de forma binaria, reduccionista, en blanco y negro y con la seguridad de que tenemos las certezas. Que se tome en serio el trabajo crítico intelectual y la modestia para justamente seguir esas posibilidades y contradecir el mandato del Fin de la Historia. En definitiva, podemos seguir haciendo nuestros diagnósticos del presente, tanto los más pesimistas como los más románticos. Pero creo que estaremos faltando a la oportunidad de honrar la complejidad y la rigurosidad si en medio de las ruinas del presente las Ciencias Sociales no nos permiten hallar los espacios y participar de los diálogos necesarios para seguir adelante frente a un futuro donde la palabra dignidad se vuelva costumbre como tantas veces nos recordaron las marchas estudiantiles. •
Referencias
Flórez-Flórez, J., & Aparicio, J. R. (2009). Arturo Escobar y la política de la diferencia: Recorridos culturales por los debates contemporáneos de las Ciencias Sociales. Revista Nómadas, 30, 222–241.
Martín-Barbero, J. (2000). El futuro que habita la memoria. En G. Sánchez Gómez & M. E. Wills Obregón (Eds.), Museo, Memoria y Nación: Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro (pp. 33–63). Ministerio de Cultura, IEPRI, PNUD.
Stengers, I. (2005). The Cosmopolitan Proposal. En B. Latour & P. Weibel (Eds.), Making Things Public (pp. 994-10002). MIT Press.
Williams, R. (2022). Cultura y política: Clase, escritura y socialismo. Lengua de Trapo.
Quintana, L. & Cortés Severino, C. (2022). Esos afectos voraces (en cursivas). Tusquets Editores
Juan Ricardo Aparicio
Profesor. Departamento de Lenguas y Cultura