Harían bien los críticos en estudiar algunos idiomas indígenas colombianos para observar que en ellos están codificadas la evidencialidad y la modalidad epistémica, las justificaciones y explicaciones de las fuentes mismas de conocimiento.
Más extraño es que algunas personas dedicadas a las ciencias sociales y humanas, cuyas preocupaciones estarían en aprender las múltiples formas en las que la humanidad produce y justifica sus conocimientos, les cause cierto escozor que personas de ciencia dialoguen con quienes han optado por vivir contemplando, disfrutando, resistiendo, discutiendo y averiguando sobre el misterio de la existencia en la selva, el río o la montaña. Es como si la mera posibilidad de una conversación intercultural en Colombia sobre el conocimiento humano fuese ignominiosa para la ciencia. Antes de explicar algunas ventajas de una necesaria conversación intercultural entre ciencia y saberes ancestrales para la investigación en Colombia, conviene evaluar algunos argumentos de quienes se oponen abierta o soterradamente a esta conversación.
Uno de los argumentos de los críticos del diálogo entre ciencia y saberes ancestrales descansa en la tesis de una pretendida pureza del saber científico. Aunque así expuesta ya ha sido una tesis ampliamente debatida, en aras de la argumentación supongamos su veracidad. Supongamos que la grandeza del saber científico, sea que busque la verdad o la solución de problemas específicos, está tanto en su método como en su ausencia de intereses ideológicos. Según esta idea, la ciencia investiga de manera tan clara, analítica, crítica y transparente que no permite que el carácter o interés subjetivo de la persona que investiga afecte el fenómeno en cuestión o sus resultados. Obsérvese que así expuesta, esa tesis no imposibilita diálogos interculturales. A lo sumo implica que las conversaciones interculturales son inocuas para la ciencia y que, si se trata de hacer de ella una actividad loable, los diálogos interculturales podrían beneficiarla, haciéndola paulatinamente más transparente, menos ideológica, y más crítica. Así las cosas, el crítico de los diálogos interculturales necesita una premisa adicional para mantener su recelo. Necesita negar que existe conocimiento en los saberes ancestrales. Necesita comprometerse no sólo con que los saberes ancestrales (aunque la ciencia también es ancestral) están profundamente afectados por los intereses ideológicos, sino con la tesis más fuerte de que en el conocimiento científico hay cánones previamente establecidos que los pueblos indígenas no cumplen. Harían bien los críticos en estudiar algunos idiomas indígenas colombianos para observar que en ellos están codificadas la evidencialidad y la modalidad epistémica, las justificaciones y explicaciones de las fuentes mismas de conocimiento.
Por otra parte, es falso suponer que la existencia de un método implique automáticamente la ausencia de ideologías.2 Afirmar que la ciencia no está exenta de ideologías no es lo mismo que decir que la persona que hace ciencia es un capitalista despiadado, un socialista cuestionable, un comunista insensible, o un indígena traidor del saber ancestral. Quien se dedique a investigar en un laboratorio la posibilidad de concebir átomos y moléculas para saber por qué hay más materia que antimateria en el universo puede ser vegana, poeta indígena, y capitalista. La discusión no es que esa persona tenga o no determinada ideología, sino que este tipo de saberes son posibles en un mundo creado por intereses políticos excluyentes, y que, en este sentido, los saberes aprobados no están exentos de tales intereses. En otras palabras, conversar sobre la política en la ciencia no es equivalente a afirmar que la ciencia y la política sean lo mismo. Implica reconocer que la ciencia es una actividad humana no exenta de intereses hegemónicos y que las investigaciones que se aprueban o rechazan responden en buena parte a tales intereses que benefician a unos, casi a los mismos de siempre, mientras que perjudican sistemáticamente a otros.
Un segundo argumento para negar los beneficios de los diálogos interculturales descansa en el temor a las consecuencias nefastas del relativismo. Según este argumento, si se incluyen los saberes ancestrales como parte de los saberes científicos, se estaría abriendo una caja de pandora de consecuencias tan indeseables como la debacle de la civilización. Aunque bastante persuasivo, este razonamiento descansa en el error argumental comúnmente conocido como la pendiente resbaladiza. En este tipo de argumentos se nos pide imaginar las peores consecuencias que provendrían de una tesis para mostrar que la tesis en sí misma no debería aceptarse. Es como sugerirle a una persona interesada en bioquímica molecular que no siga investigando porque sus investigaciones conllevarían a más guerras nucleares que a su vez causarían la extinción de la especie humana. Además de ser profundamente reaccionarios, los argumentos de la pendiente resbaladiza aprovechan o exageran la incertidumbre para obstaculizar conversaciones. Nótese que en sentido estricto la incertidumbre nunca ha sido un obstáculo para la ciencia, ¿por qué la incertidumbre de lo que pueda ocurrir con abrir la supuesta caja de pandora al hablar con las comunidades marginadas sería contraria al espíritu científico?
La pretendida imposibilidad de un diálogo intercultural que se apoya en la tesis de que una cultura es como un ente cerrado en sí mismo es infundada. Con o sin intervención de otras culturas, incluso en las aquellas representadas como cerradas, se han encontrado personas que con su imaginación crítica las cuestionan, gradualmente las modifican, y a veces las transforman radicalmente.
Habiendo examinado brevemente los temores infundados, quiero señalar tres ventajas de un diálogo intercultural entre ciencia y saberes ancestrales. En primer lugar, un diálogo intercultural nos previene del dogmatismo. Tanto para la ciencia como para los saberes ancestrales, un diálogo horizontal acerca de cómo se justifica y para qué sirven los conocimientos resulta mutuamente enriquecedor. En segundo lugar, es bien sabido que como especie humana enfrentamos múltiples desafíos que exigen variadas respuestas. Los diálogos interculturales estimulan la creación de nuevas formas de pensamiento y de conocimiento. Por otra parte, un diálogo intercultural es una forma de reparar injusticias epistémicas sistemáticas. Abrir el diálogo y la conversación, por desafiante que parezca, permite que los seres humanos aprendamos a escuchar a quienes activa o pasivamente hemos silenciado históricamente. Permítaseme dos ejemplos cortos.
Sería un avance significativo para la humanidad si se realizara una inversión en ciencia para tener una conversación multidisciplinaria en torno a qué pasa, por ejemplo, con la conciencia humana cuando realizamos un ritual como el yajé. La neurociencia y la neuroquímica se beneficiarían enormemente si crearan un sofisticado laboratorio de investigación médica en el Putumayo, apoyando a médicas y médicos indígenas y no indígenas. Por lo que sé, mis abuelos no tuvieron problema alguno en enseñarles a científicos como Richard Evans Schultes o Wade Davis sobre plantas tóxicas y alucinógenas, algunas de las cuales sólo crecen allí, en Sibundoy, en esa cuna de flora y fauna andino amazónica que en el siglo XX se convirtió en el sórdido escenario de expoliación territorial por la misión capuchina y la llegada de personas que se creían blancas. También sería ventajoso para la investigación que se reconozca que las conclusiones científicas de la ecología son las mismas que las de algunas comunidades indígenas amazónicas, sólo que están codificadas en idiomas distintos.
Lejos de librarnos del yugo de la ignorancia, la ausencia de diálogos de saberes nos condena a ella. Exacerbando el dogmatismo, nos convierte en receptores pasivos de conocimiento. Al rehusarnos a escuchar la polifonía de voces con las que las comunidades humanas expresan sus formas de conocer, se limitan las formas de saber provenientes de la Amazonía, la Guajira, el Chocó, el Vichada y el Putumayo, y nos centramos sólo en los más sofisticados laboratorios de investigación de las prestigiosas universidades y centros de pensamiento. El diálogo de saberes, en lugar de ser motivo de preocupación para la ciencia y el conocimiento en general, debería ser una celebración del saber. Los temores al diálogo de saberes parecen más residuos del miedo a perder los incuestionados privilegios sociales concomitantes al calificativo de ser una persona de ciencia que serias preocupaciones por el conocimiento como tal. •
Juan Alejandro Chindoy
Asistente posdoctoral. Departamento de Filosofía