Los tecnócratas han ganado ascendencia (y no solamente en las democracias) por cuenta de la modernidad. Con la creciente complejidad de las sociedades modernas, ha quedado en claro que la toma de ciertas decisiones (especialmente de política económica) requiere de altos niveles de experticia. El nombramiento de tecnócratas parte del supuesto de que, aunque haya democracia, no cualquier persona (con cualquier tipo de formación y trayectoria) puede ocupar cualquier cargo. Permitir que ciertos puestos se definan por las preferencias de la mayoría, o por amiguismos, o por cuotas burocráticas, llevaría a políticas irresponsables, con consecuencias desastrosas para un país.
Dicho esto, el rol de los tecnócratas ha sido cuestionado desde hace mucho tiempo y desde distintos ángulos. Max Weber, por ejemplo, asimiló la experticia a la burocracia (su referente era Alemania, no países como el nuestro), y a partir de ahí alertó que los políticos podían ser controlados por los expertos. Los burócratas conocían a profundidad el funcionamiento del Estado y podían manipular la información, de modo que los políticos electos se plegaran a sus deseos. Ese era sería justamente el problema: si el pueblo elige a los políticos, pero estos últimos son inducidos a tomar ciertas decisiones (y no otras) por los tecnócratas, ¿quién decide? y ¿dónde queda la democracia?
Otras perspectivas mencionadas por Dargent (2015), en cambio, dan a entender todo lo contrario. Los tecnócratas carecerían de autonomía al depender bien sea de los políticos, de instituciones financieras internacionales (IFIs), o del sector empresarial.
Algunos autores argumentan que los políticos nombran a tecnócratas en cargos de responsabilidad principalmente en tiempos de crisis, al darse cuenta de su propia falta de experticia para brindar soluciones técnicas a problemas urgentes. Sólo en situaciones excepcionales que implican altos costos electorales para los políticos, los tecnócratas serían empoderados para emprender reformas y revertir una crisis. Una vez pasados los tiempos difíciles, los políticos destituirían a los tecnócratas para regresar a sus prácticas habituales de patronazgo (Dargent, 2015).
Otros autores atribuyen a IFIs poderosas (como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional), la capacidad de presionar a distintos gobiernos para que nombren a tecnócratas en puestos claves -usualmente en tiempos de crisis. Los tecnócratas se mantendrían en sus cargos debido a las presiones internacionales, e impulsarían reformas hechas a la medida de las preferencias de las IFIs (Dargent, 2015).
Finalmente, un tercer grupo de autores argumenta que el nombramiento de tecnócratas sería impulsado por el sector empresarial doméstico (grupos económicos y gremios poderosos) para defender sus intereses. El nombramiento de tecnócratas sería una estrategia del sector privado para mantener o aumentar los beneficios que recibe del Estado (Dargent, 2015).
Estas tres perspectivas coinciden en presentar una versión puramente instrumental de los tecnócratas, dado que tan solo defenderían los intereses de otros. Los tecnócratas serían nombrados y destituidos (casi) a voluntad por esos actores poderosos, al tener una relación dependiente y subordinada. En efecto, los tecnócratas no tendrían los votos de los políticos, ni el dinero y la influencia del sector empresarial, ni el poder de presionar con préstamos condicionados de las IFIs.
A partir de la perspectiva instrumental, el mismo carácter técnico de las decisiones de los expertos sería una quimera: muchas veces los tecnócratas tan solo pondrían un “disfraz científico” a sus decisiones para ocultar que, en realidad, favorecen intereses políticos particularistas. Lo anterior, sumado al hecho de que, en más de una ocasión, los tecnócratas han fallado en sus diagnósticos y prescripciones, bastaría para descalificar a los expertos.
¿Tan mal parados quedan los tecnócratas? No necesariamente. De hecho, los argumentos a favor de la tecnocracia superan a los que la descalifican. Para empezar, es importante aclarar que no se trata de remplazar a la democracia por la tecnocracia. Si se delegaran todas las decisiones a los tecnócratas, terminaríamos en una dictadura de los expertos.
Los tecnócratas son un complemento indispensable a los políticos, y suelen introducir correctivos importantes para que la toma de decisiones se traduzca en políticas benéficas y sostenibles (y que no se cometan tantos errores). Los políticos muchas veces son ignorantes sobre las estrategias adecuadas (y sus consecuencias) para abordar distintos problemas. Incluso cuando son honestos y quieren impulsar genuinamente los intereses del “pueblo,” eso no significa que tengan la competencia para formular políticas acertadas. Sin experticia se puede causar mucho daño, así las intenciones sean las mejores.
Por otro lado, es importante no caer en dos falacias opuestas. La primera es la de las perspectivas instrumentalistas, de creer que los tecnócratas siempre son actores subordinados (y malintencionados) al servicio de sectores poderosos. Dargent (2015) en su libro ilustra una variedad de instancias de autonomía de los expertos y choques frecuentes con los sectores poderosos que supuestamente representaban. La experticia es un recurso de poder, y los tecnócratas con cierta frecuencia lo han utilizado en contra de los intereses de los políticos, de las IFIs y del sector privado. ¿Por qué lo han hecho? A veces por nacionalismo y vocación democrática, otras por ética profesional, y también por autoestima. Cuando alguien invierte muchos años de estudio para obtener calificaciones al más alto nivel educativo, usualmente aspira a expresar su voz y demostrar lo que vale. Eso riñe con la idea misma de ser considerado un simple “mandadero” de algún sector poderoso.
Eso no quiere decir que los tecnócratas se encuentren “por encima” de la política, y/o que carezcan de valores e intereses propios. Y esta es la segunda falacia que induce al error. Todas las decisiones de los tecnócratas parten de algún marco normativo y tienen impactos distributivos diferenciados en la sociedad. ¿Basta eso para descalificar el carácter “técnico” de sus decisiones? ¿son los técnicos simples políticos con un ropaje científico?
No diría. En Colombia se ha impulsado la tecnocracia desde los años sesenta del siglo veinte. Existe la tradición de nombrar a la cabeza del Ministerio de Hacienda a economistas con doctorado de prestigiosas universidades extranjeras, y hay feudos tecnocráticos en el Departamento Nacional de Planeación y unos cuantos lugares más. Parte importante de la política económica ha estado en manos de los expertos y se ha mantenido relativamente aislada de la política.
Gracias a eso, y a diferencia de la gran mayoría de los países de América Latina, no hemos tenido hiperinflación en Colombia, por no mencionar los efectos benéficos de varias políticas sociales en las últimas décadas. Sin pretender idealizar -ni mucho menos- a la tecnocracia nacional, ¿qué hubiese implicado dejar en manos de los políticos las decisiones económicas y quitar a los tecnócratas de la ecuación? Seguramente que, además de padecer un conflicto sangriento por tanto tiempo, habríamos ido de tumbo en tumbo en materia económica. O, para parafrasear a Joseph Conrad, “el horror… el horror…”
Referencias
Dargent, Eduardo. 2015. Technocracy and Democracy in Latin America: The Experts Running Government. Cambridge y Nueva York: Cambridge University Press.