Por: Dann Melo y Juan Alejandro Pérez
Esto reavivo demonios y reabrió heridas de la (oscura y violenta) historia de nuestro país, retumbó en las más altas esferas de poder, en la comunidad internacional y claramente en las víctimas de estos crímenes tan atroces. Luego de que la JEP publicara dicho documento, de manera casi automática e inmediata, el ex presidente Uribe empezó su recorrido por todos los medios de comunicación posibles, siendo la revista decadente su mayor fortín, para poder “defender” su “buen nombre” y mostrar que “nunca le dio un mal ejemplo a la Fuerza Pública”. Seguido de eso, como marca el libreto, él y sus seguidores prosiguieron a atacar al organismo de justicia transicional, con el argumento, que ya está rayado, pero en su interpretación nunca falla, que es: “La JEP presenta una clara politización”.
Luego, como era de esperarse, personas del gobierno dieron su “veredicto irrefutable” sobre este tema. Dos de estos funcionarios son el Alto Comisionado para la Guerra, o bueno, como su nombre oficial dice, el Alto Comisionado para la Paz, Miguel Ceballos y el otro, el negacionista de nuestro conflicto armado interno y director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Darío Acevedo. El primer personaje “exigió en términos irrestrictos” a la JEP que verifique cada uno de los casos de estos crímenes, ya que, en palabras de Ceballos:
“No se trata solo de estadísticas. Estamos hablando de personas, no de números. Puede haber bases de datos con cifras posiblemente diferentes, pero no basta. Deben verificarse desde el origen, identificar a cada uno, decir si fueron desaparecidos o afectados por otro delito”
Con esto el Alto Comisionado también le muestra al país su sentido de “humanidad” y a su vez, demuestra que es “defensor de la dignidad humana”.
Paralelamente, nuestro “gran historiador” y “sabio” de la historia política reciente del país, Darío Acevedo, en conversación con una “reputada” periodista, dijo que posiblemente no todas las tumbas o fosas comunes fueran de asesinatos extrajudiciales, sino que se podían encontrar personas que hayan sido asesinadas en combate. Pero hay que informarle a Ceballos y a Acevedo, por si no sabían, que la lamentable cifra de 6402 personas que muestra la JEP es resultado de cruzar varias bases de datos de la Fiscalía, del Centro Nacional de Memoria Histórica y de varias ONG´s. Además, los casos ya están individualizados, como lo hizo saber en un artículo la Silla Vacía, no hay ningún N.N, aunque, es verdad que no hay una identificación total por el documento de identidad de todas las víctimas.
Todas esas declaraciones oficiales de algunos integrantes del gobierno y del partido del gobierno no solo demuestran la innegable desesperación e incredibilidad de querer negar la alarmante y penosa cifra, sino que también nos evidencia cuatro cosas: el privilegio de desconocer, invisibilizar y olvidar a las 6,402 víctimas asesinadas durante el periodo presidencial de Uribe gracias a la política de Seguridad Democrática que puso en marcha; la clara inmunidad de la clase política de poder minimizar, reviolentar e ignorar la violencia, angustia y sufrimiento de los familiares generada por el asesinato masivo provocado por el Ejército Nacional ; la ausencia de responsabilidad política al negar la violación de derechos que hubo y de quien dio la orden; y negarle el perdón y reparación a los familiares de las víctimas.
El centro de la discusión deberían ser las víctimas que fueron olvidadas, negadas e invisibilizadas y no sobre la veracidad y politización de los datos. La sociedad colombiana y la clase política no debería exigirles demostrar nada a quienes ya sufrieron pérdidas de sus seres queridos asesinados por los militares en consecuencia de los incentivos perversos de un gobierno de turno. Los familiares de las victimas ya padecieron alguna vez ese proceso tortuoso, violento y revictimizante que le permitió a la JEP obtener su base de datos, de la cual resulta tan alarmante cifra. Después de la publicación del AUTO 033 los medios se centraron en ignorar e invisibilizar a las víctimas. El debate se centró en evadir la importancia de las víctimas y corroborar si era una cifra verídica, o si había politización dentro de la JEP o demás temas. Fueron muy pocas los medios y organismos nacionales que hablaron de las afectaciones y engaños ocasionados a las familias de las víctimas durante años y los agravios que esto les ocasiona. La publicación de esta cifra evocó un instante en el cual las víctimas, como las Madres de Soacha, revivieron la violencia que padecieron en la búsqueda desesperadas de sus hijos cuando se enteraban por las autoridades que habían sido asesinados en Ocaña porque “no estaban recogiendo café”. Es reanimar años en los que las familiares de las víctimas se vieron perseguidas, ignoradas y silenciadas por la violencia y perdidas que sufrieron en manos de aquellos que tenía que defenderlos. Sobre las cifras ofrecidas por el AUTO 033, fueron pocos los que se negaron a re-olvidar y re-invizibilizar a las víctimas.
Rebrotaron los fantasmas y violencia de un país que, en un pasado, y lo sigue haciendo, asesinó por interés político y económico a quienes no eran culpables o responsables de un enfrentamiento. En palabras de José Miguel Vivanco, el director de la División de las Américas de Human Rights Watch “estos hechos no se habían visto en ningún otro país del mundo”. Dicha declaración le costó ataques y señalamientos estigmatizantes a Vivanco. Las familias de las víctimas no solo cargan día a día la cruz de la violencia en sus espaldas, sino que tienen que revivir toda el dolor y tortura provocado por los presentan debates y pujas políticas en torno a la verdad o no del asesinato de sus hijos. Muchas de ellas solo quieren verdad, reparación y no repetición, que el Estado acepte su culpa y reconozca que asesinaron hijos, hijas, hermanos, hermanas, esposos, esposas, amigos y amigas. Que esto fue resultado de incentivos perversos que generaron miles de víctimas, y que aún hoy se siguen presentando. No olvidemos a Dimar Torres, a Alejandro Carvajal o don Emérito Buendía, asesinados a manos del Ejército en Norte de Santander y que sus asesinatos han sido cubiertos sobre un manto de duda y de mentiras sobre el porqué de sus muertes.
La sociedad civil debe unirse en torno a las víctimas y exigirles a los máximos responsables de estos actos que digan la verdad, que vayan a la JEP y comparezcan sobre esto. También que se reúnan con la Comisión de la Verdad y que miren a las víctimas a los ojos. Se le debe exigir a los ministros y ministra de defensa de la época (Martha Lucía, también diga qué pasó con la Operación Orión; Jorge Alberto Uribe Echavarría; Camilo Ospina Bernal; Juan Manuel Santos Calderón) que digan la verdad sobre estos hechos y que dejen de negar a quienes fueron víctimas de la violencia generada en sus manos. El país tiene una deuda histórica con las víctimas de estos hechos, en ese sentido, desde Sin Corbata también exigimos la verdad y nos unimos a los llamados de las víctimas.
En ese contexto, Zygmunt Bauman definió dos tipos de consumidores en este mundo globalizado, el turista y el vagabundo, el primero hacia referencia a aquellos que tenia los medios económicos para cumplir sus deseos e ir al ritmo acelerado de los avances que se presentan, los segundos, por el contrario, son aquellos que se limitan a observar con anhelo los deseos y la vida de los turistas, dado que sus medios no son suficientes para llevar el ritmo de este mundo consumista. En este orden de ideas, las vacunas son un gran ejemplo de como la globalización ha dilatado las desigualdades entre países, que a su vez nutren las figuras de turistas y vagabundos que construye Bauman.
Desde inicios de la pandemia diferentes expertos concordaban en que el mundo sería dividido entre aquellos que tenia la capacidad de hacer frente a la crisis y aquellos que no, empero otros concordaban en que todos estaban bajo el mismo panorama incierto. No obstante, solo fue cuestión de tiempo para que fuera mucho más evidente la magnitud de las consecuencias, en especial cuando las diferentes vacunas salieron al mercado. Frente a esto, distintos países y organizaciones han unido fuerzas para cooperar. Por ejemplo, desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se han adelantado alianzas con actores públicos y privados con el fin de que se tenga un acceso más equitativo de las vacunas. Para eso, buscan garantizar dosis de vacunas para al menos 20% de la población de los países con menos capacidad de adquisición, lo más diversificado y pronto posible, de tal manera que se pueda poner fin a la fase aguda de la pandemia y se logre reactivar y reconstruir las economías. Pese a su intención esta ayuda ha tenido sus fallas y retrasos al inicio, debido a que la demanda de las vacunas era demasiado alta y las grandes potencias acapararon altas cantidades de dosis. Esto último, por un lado, permitió que estas potencias, como la figura de Bauman, fueran turistas con privilegios, que lograron tener una reactivación pronta y más segura de su economía. Por otro lado, países que no contaban con las suficientes dosis y que sufrían las consecuencias del retraso y las fallas del mecanismo que pretende ayudarlos, como la figura de Bauman, son vagabundos que se enfrentan a una reactivación con un alto nivel de mortandad y sí es que pueden hablar de reactivación. Aunque, muchos países ya han logrado obtener sus vacunas y recibir la ayuda de Covax, la diferencia de tiempos y de vacunas aplicadas con las grandes potencias es notable y por tal razón se hace urgente fortalecer la cooperación.
Otro ejemplo de cooperación son las donaciones que ha entregado Estados Unidos a diferentes países, especialmente latinoamericanos. Estados Unidos fue uno de los países en los que el impacto del Covid-19 fue realmente alto, ocupando por un gran periodo el primer puesto en muertes y contagios. Aún así, logro acaparar altas cantidades de dosis que cubrió a su población y que le ayudo a tener una reactivación más segura. Tal fue la cantidad, que se permitió vacunar a los turistas y donar a diferentes países. La distribución de las donaciones inicialmente es de 25 millones de vacunas, pero se espera que se pueda llegar a un aproximado de 80 millones, entre los cuales se pretende, paulatinamente, que 19 millones de dosis se entregue por medio del mecanismo Covax; unos 6 millones de dosis irán destinadas a América Latina y el Caribe; cerca de 7 millones al sur y este de Asia; y alrededor de 5 millones a África. Asimismo, el presidente estadounidense a puntualizado que estas donaciones no tienen como objetivo un intercambio de favores, sino que se pretende contribuir a salvar vidas en medio de las latentes disparidades. Si bien este parece ser el objetivo, la distribución muestra que hay intereses políticos de por medio de una forma más simbólica, de lo contrario países africanos, sin tantos recursos y con grandes afectaciones, tendrían más a diferencia de otros países. Pese a esto, es de resaltar que es una iniciativa que hace un llamado a que otros países se unan a cooperar por aquellos menos privilegiados. Un llamado que es necesario que otros reciban, puesto que seguir poniendo limitantes -como estratificación de vacunas- solo continuara dilatando la brecha social.
Finalmente, la pandemia ha sido un fenómeno que ha cambiado muchas dinámicas sociales, que ha hecho llamados a reinventarse para hacerle frente a todas las adversidades que ha conllevado. Sin embargo, lo que no ha cambiado es los efectos de la desigualdad, por el contrario, se ha dilatado mucho más, y las vacunas es evidencia de esto. Unos desde su privilegio lograron acaparar y posicionarse con las vacunas, otros viven aún en la incertidumbre y con la esperanza de lograr las vacunas suficientes. Ante esto, la cooperación puede marcar la diferencia, y aunque no extinguirá la desigualdad si puede contribuir a no ampliarla más. Por tanto, el objetivo de este artículo, más allá de mostrar como las vacunas evidencian la desigualdad, es hacer un llamado a que nos pensemos no solo como funciona el mundo, sino en pensar de qué manera las figuras de turista y vagabundo, de países privilegiados y no privilegiados, se replica en nuestro contexto, ¿hasta qué punto se está pensando en las necesidades de aquellos que no gozan los privilegios en nuestro país? ¿Realmente se está ayudando? Estas preguntas se las dejo al lector en aras de no permitir que la indiferencia continué infiltrándose en una sociedad con muchas necesidades. Recordando que lo internacional es importante en nuestro panorama, pero que nuestro entorno también lo es y que aquello que se cree ajeno en otros países puede pasar con el vecino.
Por: Juan Manuel Abello y Ricardo Serrano.
Durante los últimos dos meses y medio estas últimas fueron la constante en los medios de comunicación, los diálogos cotidianos y los enfrentamientos políticos. Sin embargo, existen escenarios que muchos entienden como un tacho silenciosamente establecido por todos: el fútbol. Para nadie es un secreto que este deporte, como cualquier otra actividad pública, es un fenómeno político que juega un rol en nuestra sociedad, o cómo olvidar casos como los de la transmisión de un partido en medio de la toma del Palacio de Justicia. Lo que llama la atención del fútbol en este momento, es su utilidad como fenómeno que funciona para cohesionar una sociedad fragmentada y desigual, donde parece que cuando juega la selección Colombia los símbolos patrios pasan de ser héroes independentistas a delanteros, porteros, mediocampistas y defensores. Cuando la selección juega, todo el mundo lo sabe y nadie lo cuestiona. Las calles pintadas de amarillo, los carros pintando a ritmos de celebración, y las personas usando una camiseta que representa la esperanza de un nuevo éxito (o fracaso) del equipo de nuestros amores. Y lo alarmante o bastante peculiar, es que parece que nos emociona a todos que esto pase.
En las marchas, por ejemplo, sucede que la camiseta de Colombia se convierte en un símbolo de orgullo por el país, más que cualquier escudo o bandera, tanto así, que políticos que aparentan estar diametralmente opuestos visten orgullosamente los trapos que representan el apoyo a la ´tricolor´. La Selección Colombia no solo juega un partido, sino que juega un rol cohesionante para una sociedad tan diversa en la que la búsqueda de similitudes es cada vez más complicada. Los partidos de nuestro combinado nacional permiten que un trabajador común y corriente del norte de Bogotá comparta con un completo desconocido al sur del país mientras ambos sintonizan la transmisión del partido, festejando así un momento de comunión y solidaridad a través del festejo de un gol sin siquiera tener que compartir una palabra; un gol de Colombia lo celebra todo el país, inclusive quienes no le hacen fuerza a la selección o a quienes poco les importa este deporte. Pero el por qué ocurre este fenómeno nos lleva a desarrollar algunos análisis sociales y políticos, los cuales quizás no sean correctos, pero parecen tener bastante sentido.
Pensando en la selección Colombia que acaba de disputar el torneo continental, es posible afirmar que en ella hay mayor diversidad étnica que en el congreso. Al mirar los jugadores que jugaron en el equipo titular frente a Perú en el último partido y algunos otros referentes, aparecen jugadores de distintas partes del país: Camilo Vargas (Bogotá), Stefan Medina (Envigado), Yerry Mina (Guachené, Cauca), Oscar Murillo (Armenia), William Tesillo (Barranquilla), Juan Guillermo Cuadrado (Necoclí, Antioquia), Gustavo Cuellar (Barranquilla), Luis Diaz (Barrancas, La Guajira), Edwin Cardona (Medellín), Duván Zapata (Padilla, Cauca), David Ospina (Envigado), Davinson Sánchez (Caloto, Cauca), James Rodríguez (Cúcuta) y Radamel Falcao (Santa Marta). La nomina de jugadores, según sus orígenes, está lejos de ser una fiel representación de toda la diversidad colombiana. Pero consideramos que, la clave del sentido de pertenencia hacia ella a lo largo de gran parte del territorio nacional se debe a que las regiones o departamentos que siempre han tenido distintos conflictos con Bogotá se sienten abismalmente representadas, mientras que los bogotanos al creer que Colombia es suya también defienden a capa y espada al equipo de fútbol.
En el listado de jugadores anteriormente mencionado es indudable que la mayor cantidad de ellos provienen de tres zonas del país: la costa del Caribe colombiana, los antioqueños y los caucanos. A ellos se les añaden algunos jugadores de otros territorios u orígenes que, pese a no contar con un número enorme de jugadores, despiertan un gran sentido de pertenencia en distintas regiones del país. Luis Diaz, el jugador que deslumbro al país y quizás al continente entero con su magia dentro del campo de juego tiene raíces en la etnia wayú, permitiendo que las comunidades o poblaciones indígenas del país se sientan identificadas. James Rodríguez, indudablemente uno de los mejores jugadores de la historia colombiana, acerca el equipo a la parte oriental del país por su origen nortesantandereano. Quizás estas son las dos excepciones más notorias en la nómina del equipo, pero el resto de los jugadores provienen de regiones que ha lo largo de la historia han tenido suma importancia en el desarrollo económico y político del país y que, a su vez, han tenido grandes conflictos históricos por el centralismo capitalino. Recordemos por un momento lo que ha significado el conflicto entre centralismo y federalismo; la indecisión respecto a esta temática fue uno de los mayores impedimentos para la organización del Estado en la “Patria Boba”, los Santandereanos y Bolivarianos no fueron capaces de llegar a un acuerdo y distintas provincias formaron su propia constitución, entre las cuales aparecía Antioquia y Cartagena, mientras que otras como Santa Fe, se negaban a participar. Posteriormente una de las grandes diferencias entre el partido conservador y el liberal corresponde a la organización que debía tomar el país. Todas estas disputas se fueron matizando con el pasar del tiempo, pero el resentimiento hacia los capitalinos sigue y hoy en día siguen siendo mal vistos o estigmatizados por personas de distintas partes de Colombia.
La clave del sentido de pertenencia por la selección absoluta de fútbol resulta ser entonces su capacidad de generar cercanía y orgullo a personas que pertenecen a una gran parte del país, personas de distintas etnias, culturas o territorios. La campaña publicitaria del patrocinador, Adidas, se vuelve realidad en este contexto y realmente nos encontramos todos unidos por un país. Pero el equipo nacional de fútbol no sólo nos permite hacer este análisis, sino que representa otra problemática de nuestro país. Muchos jugadores pertenecen a territorios donde la presencia estatal ha sido nula a lo largo de la historia, pero su talento futbolístico si ha sido explotado por los equipos de las grandes ciudades y exportado al resto del mundo. Resulta bastante curioso ver como humanos alabados por todo el país son tratados igual que los recursos naturales de las regiones a las cuales pertenecen. Pero más allá, resulta interesante ver como el futbol pareciera llegar a comunidades marginalizadas antes que el Estado. Por ejemplo, el caso de Necoclí, un municipio en el golfo de Urabá al norte de Antioquia, el cual fue punto focal del paramilitarismo por allá en los 90´s, resulta ser el hogar de Juan Guillermo Cuadrado, segundo capitán de la Selección Colombia. Y lo anterior no es solo un caso, el guajiro Lucho Diaz es fiel representante de una comunidad vulnerada y olvidada. Lo curioso de todo esto es que estas zonas, que nunca han visto presencia de un Estado, ni para protegerlos ni para garantizarles sus derechos, se visibilizan a nivel nacional y mundial más por el fútbol (no por las crisis por las que atraviesan) que por el aparato se supone debe velar por ellos. He aquí el encanto del Fútbol.
Usted puede decir que no le gusta, que son 23 pendejos corriendo detrás de una pelota, pero lo que sí es innegable es que la selección es mucho más que fútbol, ese sentimiento que permite hacer visibles comunidades que, de no ser por sus estrellas, ni entrarían en el pensamiento del colombiano promedio. Este deporte permite que estas comunidades marginalizadas se unan en un acto sagrado de comunión con el resto del país, sin política, sin mermelada; todos unidos cantando un mismo himno sin necesariamente tener que creer en el, porque ya no se creen en los “héroes” patrios, se cree en un combo de jugadores de todas partes de la nación, que unen a un país en un inmenso coro de gol que retumba por todas las calles y veredas, desdibujando las fronteras de los estratos, del centro y la periferia, de la opinión política. La selección cohesiona a un país profundamente dividido, y sí, no es perfecto ni es la solución a todos los problemas del país, pero, por lo menos, así sea por 90 minutos, muchos podemos disfrutar de un momento de unión fraternal para olvidar las quiebras que representa ser colombiano. Todo por estar corriendo detrás de una pelota.
El pasado miércoles 24 de noviembre de 2021 tuvo lugar la premiación del concurso de ensayos cuyo objetivo era explorar las perspectivas de estudiantes universitarios colombianos en torno a la iniciativa de adhesión de la República de Corea a la Alianza del Pacífico en condición de Estado asociado. S.E. Choo, Jong-Youn, Embajador de la República de Corea en la República de Colombia, destacó la gran acogida que tuvo esta iniciativa a nivel nacional, en la que se recibieron 79 ensayos provenientes de 13 departamentos del país: Amazonas, Antioquia, Atlántico, Bolívar, Boyacá, Caldas, Córdoba, Cundinamarca, Magdalena, Nariño, Santander, Sucre, Valle del Cauca y Bogotá D.C.
Explorar en profundidad los lazos históricos de la cooperación económica y comercial, así como las visiones, interpretaciones y análisis de audiencias latinoamericanas en relación con la agenda coreana en la región ha sido fundamental dado el fortalecimiento de las relaciones bilaterales entre la República de Corea y la Alianza del Pacífico (AP) con el establecimiento de Tratados de Libre Comercio (TLC).
En el concurso, en el que se seleccionaron ocho ensayos, se premiaron tres con el primero, segundo y tercer puesto, y los otros cinco fueron reconocidos e incluidos en una compilación. Se conocieron las visiones de estudiantes de todos los semestres académicos que cursan programas como Administración, Artes Visuales, Biología, Ciencia Política, Contaduría Pública, Derecho, Diseño Gráfico, Economía, Historia, Ingenierías, Ciencias Sociales, Pedagogía, Negocios y Relaciones Internacionales, Química, Turismo, entre otros. Como lo estipulaban las bases del concurso, cinco profesores investigadores y expertos en las relaciones entre Colombia y Asia Pacífico de la Universidad de los Andes, la Universidad del Rosario, la Universidad Nacional, la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad de la Salle, evaluaron los ensayos en dos rondas hasta definir los ganadores.
Embajador de la República de Corea en Colombia
Universidad de los Andes
Universidad del Rosario
Universidad del Rosario
Pontificia Universidad Javeriana
Universidad Nacional de Colombia
De Robert Cox, y en el contexto disciplinar de las relaciones internacionales, proviene la distinción entre dos tipos de teoría: problem-solving y critical. Mientras la primera da por sentado cierto marco institucional y, en ese marco, procura resolver las disfunciones al interior de esas mismas condiciones, la segunda apunta, ante todo, a problematizar el marco mismo. La teoría crítica, como un subtipo de teoría posible en cualquier dominio del trabajo científico social, desplaza las preguntas en un marco institucional, o en una ‘estructura’, por preguntas sobre ambos orientadas a la posibilidad de su sustitución. Por ello, en lugar de ofrecer recomendaciones de política pública, como lo hace el primer tipo de teoría, el segundo problematiza las condiciones bajo las cuales esas recomendaciones pueden surgir. Un ejemplo lo aclara: un economista puede preguntarse cómo incrementar los niveles de crecimiento en tal o cual país y hacer una serie de recomendaciones sobre la política monetaria o fiscal; otro economista puede preguntarse si la economía debe pensarse o no en torno al crecimiento. El segundo se alinea con la teoría crítica.
La distinción resulta problemática en al menos dos sentidos. Por un lado, aunque algunos pasajes de Cox no van en esa dirección, parece suponer que la teoría crítica no resuelve problemas. Por otro lado, supone que la teoría es crítica porque incluye de manera reflexiva aquello que el teórico de primer orden solo presupone, a saber, duraderos y estables marcos institucionales. Ante ello podrían hacerse dos objeciones. Comienzo con aquella a la segunda objeción.
Parece asumirse la existencia de esos marcos institucionales duraderos y estables como contrapunto de una serie de acontecimientos efímeros que ocurren en su interior pero no los alteran. La teoría es ‘crítica’ justamente porque no se fija en estos últimos sino en sus condiciones de posibilidad. La cuestión es si esa dicotomía ontológico-social entre estructuras y eventos (inmanentes a ella) es una descripción plausible de la realidad social. Y tal vez no lo sea. Lo que llamamos ‘estructura’, desde cierto punto de vista, no son sino patrones de acción que, por la vía de las disposiciones de los agentes, de la sedimentación de ciertas reglas o de la acumulación de ciertos capitales (simbólicos, sociales, monetarios), aparecen repetidamente como puntos de partida de ciertas interacciones sociales. Las ‘estructuras’, sin embargo, no operan al margen de las interacciones de los agentes y los agentes, además, siempre operan al interior de interacciones. Aquellas son condiciones del desenvolvimiento – siempre expuesto a interpretaciones diversas y a los imprevistos de la acción social – de estas últimas, pero no son, de ningún modo, sus determinantes. Desde una ontología social que privilegie las interacciones, la ‘estructura’ es uno de sus componentes pero no es una premisa de la cual se derivan sus resultados.
El capitalismo, que reúne las condiciones para ser denominado una estructura, no es así un marco omniabarcante del cual se infiere el comportamiento de los agentes sino es el proceso, siempre inestable y amenazado en su supervivencia, de producción de un orden social fundado en la producción ilimitada de lucro sobre la base de la propiedad privada y de la interpretación de todo lo existente como valor de cambio. Desde un punto de vista interaccionista, no es posible pensarlo sino como el resultado emergente de las tensiones entre estrategias de commodification y de-commodification, entre la naturalización de los derechos de agentes privados y los derechos sociales, entre el consumismo desmadrado y el consumo responsable, entre las ideologías que lo legitiman y aquellas que lo deslegitiman, entre los efectos desterritorializantes de la globalización y los procesos de reterritorialización. La transversalidad del capitalismo no debe llevar a pensarlo como un sistema que todo lo absorbe sino como un patrón de acción, presente en organizaciones y agentes, pero, a la vez, expuesto permanentes a desafíos y resistencias y, en consecuencia, obligado una y otra vez a reinventarse.
Esta parece ser, dicho sea de paso, una lectura mucho más políticamente prolífica del capitalismo que la de ciertas versiones estructuralistas de su comprensión – incluyendo algunas dimensiones del pensamiento de Marx. Una lectura que, sin embargo, supone independizar las luchas políticas anticapitalistas del momento orgásmico asociado a la idea de ‘revolución’. La idea de revolución no solo parte de la ficción de ordenes sociales monoestructurales sino que no da cuenta, o al menos no suficientemente, de la relación entre inercia y resistencias implicada constantemente en la reproducción del capitalismo. Toda acción queda en ella hipotecada respecto a un momento dramático de cambio estructural.
La idea de que la teoría crítica no resuelve problemas, se puede objetar, por su parte, señalando que la definición de qué vale como problema no se agota, en absoluto, en atacar las disfunciones de marcos institucionales dados por sentado. Los problemas, en primer lugar, no son homogéneos, pues qué vale como problema y qué no, es parte, justamente, de la conflictividad social y política. Los problemas políticos suponen, ciertamente, un grado mínimo de transversalidad, en relación a los intereses, demandas e ideologías de distintos grupos, pero pueden coexistir múltiples definiciones de problemas. Estos, en segundo lugar, resultan de quiebres en el funcionamiento o en las expectativas normativas de distintos grupos, de modo que puede haber tanto problemas como normatividades y estrategias en curso. Un problema es aquí una interrupción de una cierta forma de acción o un desafío a ella que se resuelve, también, a través de la acción.
En ese contexto, una fuente frecuente de surgimiento de problemas son las tradiciones. No entendidas, de ningún modo, como parámetros de sentido compartido estables e inerciales sino como matrices de acción, diálogo y subjetivación que suponen la transmisión de un sentido autoritativo heredado, una conflictividad interna y externa y un horizonte de futuro. En oposición a la distinción moderna entre tradición y razón, puede decirse, más bien, que aquello que llamamos ‘razones’ solo es posible al interior de una tradición. Las tradiciones, que en todo caso no son totalidades cerradas, pues se intersectan y se alejan a lo largo del tiempo, pueden ser estéticas, religiosas, científicas o ideológicas. El marxismo, el liberalismo y cristianismo pueden así contar como tradiciones. Una tradición que puede cubrir varias subtradiciones, incluyendo, al menos parcialmente, cierto marxismo, cierto liberalismo y cierto cristianismo, es la tradición democrática.
Las tradiciones democráticas integran hábitos, prácticas, dimensiones del sentido común, ideologías y teorías cuyo sentido, en términos negativos, es antijerárquico. Por democracia no hay que entender, en primera instancia, un tipo de Estado sino una cultura de la interacción caracterizada normativamente por su horizontalidad. Que haya Estados democráticos, sea cual sea su significado, es una secuela parcial de su institucionalización. Una tradición democrática privilegia procesos de decisión sobre asuntos colectivos que implican la participación igualitaria de todos los participantes, pero el Estado no es, de ningún modo, el escenario exclusivo de estos procesos. Las familias, las iglesias, las universidades, los movimientos sociales, pueden ser escenarios de su manifestación. Las transformaciones del capitalismo no son, por eso, la única prueba de su existencia. Las luchas anticapitalistas son un segmento de las luchas democráticas.
Desde una perspectiva interaccionista no puede hablarse de instituciones necesariamente democráticas – así conserven, a lo largo del tiempo, su nombre y su forma. Qué sea efectivamente una institución no lo define ni su origen ni las justificaciones formales de su sentido. Las interacciones entre agentes reconstituyen una y otra vez su sentido y propósitos. Esto vale al hablar de instituciones como la familia o el Estado. Debido a esto, aquello que se suele asociar con “democracia” – la existencia de un Estado que incluya división de poderes, la competencia entre partidos políticos, las elecciones periódicas, etc.-, puede convertirse perfectamente, a través de estrategias cínicas y retorcidas, en el bastión de procesos de des-democratización. Esto puede llamarse, recogiendo aquí usos del término provenientes de diversos autores, ‘post-democracia’. La dialéctica sin teleología entre democratización y des-democratización, que incluye procesos asincrónicos de des(democratización) de diversas instituciones, no es, sin embargo, nada externo a las tradiciones democráticas. Como toda forma de sentido, estas se producen, renuevan y transforman en el uso que hacen de ellas los agentes. Es en las interacciones concretas de los partícipes en una tradición democrática, tanto entre sí como con sus adversarios, que se reproduce una tradición democrática. Los desafíos a su subsistencia son parte de su propia producción de sentido.
Si las tradiciones son fuentes de generación de problemas susceptibles de contar con cierta transversalidad, y las teorías críticas también pueden plantearse preguntas en torno a la resolución de problemas, las teorías críticas pueden ayudar a pensar los problemas asociados a la democratización. Una teoría crítica, en el terreno de la economía o de la ciencia política, puede problematizar, por ejemplo, las dimensiones estables de ordenes sociales en los cuales el clientelismo, la violencia o el poder de una clase social sean componentes importantes de su reproducción y, a la vez, poniéndose en la perspectiva de los agentes, pensar los dilemas y los obstáculos de la democratización. Esto supone desmarcarse de un saber desarraigado de cualquier base socio-política y sin una perspectiva particular – tal como si pudiera haber una visión-desde-ningún-lugar – e indagar, con la ayuda de los métodos y las ontologías de ciertas tradiciones investigativas, en los problemas en los cuales están involucrados ciertos grupos y en los escenarios y alternativas para su acción. Problem-solving no significa aquí dictar la solución correcta, sino orientar, para un contexto concreto, las siempre contingentes posibilidades de acción. Postular escenarios y arenas, identificar cuellos de botella, evaluar el impacto de determinados elementos estructurales sobre ciertas estrategias en marcha, criticar autopercepciones erradas o mapear las relaciones de fuerzas son, entre otras alternativas, formas de llevar a cabo esta tarea.
Los productos del conocimiento científico, sea cual el rango de su dimensión propiamente teórica, tienen una relación indirecta con la acción, pues responden, también, a las reglas de las comunidades académicas, con sus propios tiempos, ritmos, paradigmas y criterios. Criterios que, en el terreno de la acción política, pueden resultar irrelevantes. Sin la participación en este conjunto de reglas, y en las formas de interacción atadas a ella, un saber no vale como ciencia. Hecha esta salvedad, el trabajo científico puede, sin embargo, insertarse en la perspectiva de grupos pequeños y grandes, organizados o espontáneos, parlamentarios o extraparlamentarios, ocasionalmente violentos o pacíficos, que promuevan procesos de democratización. Aquí, sin duda, se mantiene el elemento contestatario del concepto de teoría crítica.
Al respecto de la producción, en general, de teoría, bien dice Cox: “la teoría es siempre para alguien y para algún propósito”. En un país en el cual la “democracia”, en su acepción estatal, pero en un sentido que incluye a muchos actores involucrados en su funcionamiento aparte de los miembros del Estado, ha alcanzado unos niveles escandalosos de corrupción y deslegitimación, parece viable pensar en una ciencia política alineada con una epistemología y una axiología orientadas a la resolución de problemas de grupos con una perspectiva crítica. En ese marco la ciencia política puede identificar su propósito y destinatario.
OpenEdition, iniciativa pública en favor del acceso abierto a los resultados de la investigación científica, es un portal de publicación en ciencias humanas y sociales creado por el Centro para la edición electrónica abierta (Cléo). Recientemente, después de un proceso de selección riguroso que responde a criterios de calidad académica y editorial, incluyó en su plataforma todos los contenidos de las revistas colombianas Historia Crítica, del departamento de Historia y Geografía, y Colombia Internacional, del departamento de Ciencia Política, ambas revistas académicas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes. De esta forma, son tres las revistas colombianas -la primera fue la Revista de Estudios Sociales de la misma Facultad- en formar parte de este portal al servicio de la comunicación científica en humanidades y ciencias sociales.
OpenEdition representa un espacio interesante de visibilidad para las revistas académicas, puesto que el espectro de entornos en los que serán leídas y discutidas se ampliará internacionalmente, a la vez que entrarán en diálogo con otras publicaciones.
El profesor Víctor Mijares fue designado como parte del Consejo Científico Internacional de la nueva Revista Ecuatoriana de Ciencia Política. Asimismo, fue nombrado miembro honorario de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip). El profesor Mijares es el actual vicepresidente de la Asociación Colombiana de Ciencia Política (Accpol).
El curso “Pedagogías y políticas de la reconciliación: límites y posibilidades de un concepto en debate,” realizado durante la Escuela de Cursos Virtuales (ECV) del Instituto CAPAZ, fue una iniciativa que surgió como parte de la investigación «Transformar injusticias sociales y crear nuevos acuerdos sociales: Pedagogías y políticas de la reconciliación», encabezada por el profesor Fernando Serrano. El objetivo principal del espacio fue discutir los diversos planteamientos y debates inter- y transdisciplinarios sobre la reconciliación en el contexto actual de la construcción de paz. Para esto, contó con un claustro académico conformado por representantes de distintos sectores (academia, activismos, sector público, cooperación internacional, etc.) quienes han abordado el tema de la reconciliación en su quehacer.
En retrospectiva, como explicaremos a continuación, así como el curso se nutrió de los desarrollos teóricos y resultados parciales de la investigación, también esbozó un panorama general del estado actual de la reconciliación en Colombia desde las narrativas propias de los participantes.
Más allá de proveer herramientas para enriquecer sus iniciativas, las discusiones y reflexiones propiciadas por el curso fueron materia prima para confirmar intuiciones, identificar vetas investigativas y seguir pistas sobre el interrogante central del proyecto: ¿qué se hace en nombre de la reconciliación?
Una de las motivaciones de esta investigación es el reto de materializar e implementar categorías tan ambiguas, ubicuas y a la vez altamente disputadas como la reconciliación. Para afrontarlo, se ha adoptado un enfoque en las prácticas con el fin de darle contenido al concepto a partir de los repertorios de acción de las organizaciones de la sociedad civil y el sector público. La relevancia de esta aproximación de corte inductivo fue confirmada en el desarrollo del curso, pues en el sondeo inicial de los sentidos dados por los estudiantes a sus prácticas en reconciliación, los supuestos de cambio no necesariamente eran evidentes, y los nexos entre las actividades que promovían y la reconciliación generalmente parecían tenues. Sin embargo, hacia el final del curso, quienes tomaron el curso construyeron definiciones propias a partir de una reflexión sobre las actividades que, según ellos, ponen en marcha la reconciliación. Si bien se nutrieron de las teorías y claves conceptuales expuestas al comienzo del curso, puede decirse que estas reflexiones son, en palabras de Luis Emil Sanabria, director de Redepaz y conferencista del curso, “cosechas colombianas,” es decir, definiciones ancladas en las particularidades del desarrollo y la trayectoria del concepto en nuestro país.
En su intervención, Rosa Inés Floriano, invitada de la Pastoral Social, puso sobre la mesa una noción semejante a la de Sanabria: el mecanismo “levadura,” que consiste en la gestión del cambio desde las redes y relaciones sociales que existen en un espacio particular, en lugar de la imposición de diagnósticos e intervenciones desde afuera. Este fue el caso del Barrio Comuneros en Garzón, Huila, en donde la desconfianza frente a la institucionalidad había obstaculizado los procesos de reconciliación entre excombatientes y desplazados vecinos. Cabe detenernos en este punto, ya que las relaciones tensionadas con las instituciones (tanto estatales como de organizaciones civiles[1]) fue uno de los temas transversales en los textos finales de los estudiantes, quienes identificaron las barreras burocráticas y la falta de voluntad política, entre otros, como obstáculos sustanciales para el éxito de sus iniciativas. Similarmente, las conversaciones del curso llamaron la atención sobre la persistencia del reto de coordinar iniciativas estatales y de la sociedad civil, pues frecuentemente terminan diluyéndose y perdiendo fuerza cuando no son sostenibles en el tiempo o cuando no encuentran réplicas a lo largo del territorio nacional.
Otro hilo conductor en las conversaciones y escrituras que resultaron del curso se refiere a las dimensiones espaciales y temporales de la reconciliación. Las reflexiones finales coinciden en que se trata de un proceso en marcha—algunas incluso la identifican más bien como una metodología—que no puede abstraerse de las condiciones materiales del lugar y el momento histórico en que se lleva a cabo. Las charlas de Edwin Murillo-Amarís y Luis Emil Sanabria apuntaron a esto mismo: mientras que el primero enfatizó la importancia de la procesualidad, es decir, los tiempos que toman los procedimientos institucionales y cambios culturales para implementar la reconciliación, el segundo esbozó una cronología de los términos que, desde los años setenta, han emergido de las coyunturas políticas y sociales colombianas para darle contenido.
[1] Si bien es una discusión que excede el alcance de este texto, llama la atención que en su charla Floriano haya destacado el alto grado de confianza y legitimidad de la que goza la iglesia y los sectores religiosos, lo que le permite intervenir y negociar en espacios que generalmente son cerrados. Sin embargo, también existen relaciones de desconfianza entre la iglesia y los sectores LGBTI, mediadas por las políticas sexuales y de género que no siempre están explícitamente relacionadas con el conflicto; es de notar que en este caso también ha habido llamados a la reconciliación, como este evento de la Fundación Sergio Urrego.
Esto sustenta nuestra hipótesis de que la reconciliación es un dispositivo temporal para lidiar con un pasado conflictivo, tramitar injusticias sociales presentes y proyectar nuevos pactos sociales.
Otra de nuestras hipótesis es que las pedagogías que se expresan a través de prácticas transformadoras, emancipadoras y desestabilizadoras tienden puentes entre la reconciliación y el cambio social. Con esto en mente, dedicamos un módulo del curso a explorar preguntas como: ¿es posible enseñar y aprender la reconciliación? ¿Cuál es la relación entre la reconciliación y la educación para la paz?
Dado que entre los participantes había varias personas que trabajan desde el sector educativo, los alcances y limitaciones de los espacios formales de educación fueron tema de conversación. No obstante, tanto en la investigación como en el curso quisimos volcar la mirada hacia las pedagogías presentes en prácticas que desbordan y escapan los registros de la educación formal. Aunque a primera vista parecen radicalmente distintas, iniciativas como el Programa de Alianzas para la Reconciliación de ACDI/VOCA y las Escuelas de Perdón y Reconciliación (ESPERE) comparten elementos pedagógicos. Por un lado, como explicó Jimena Niño (directora del PAR) en su conferencia durante el curso, desde ACDI/VOCA se realizan talleres para motivar a los individuos menos cercanos al conflicto a verse a sí mismos como agentes de cambio, desde una comprensión más corporativa de la reconciliación como parte de la responsabilidad social empresarial. Por su parte, los invitados de la Fundación para la Reconciliación, Ana Sofía Marmor y Gerardo Rey, explicaron que las ESPERE ponen en práctica las metodologías de la pedagogía crítica para propiciar lo que denominan “giros narrativos” entre los participantes. En ambos casos, parece haber un objetivo común de desestabilizar las etiquetas y subjetividades impuestas por la violencia política y hacer de todos sujetos de las pedagogías de la reconciliación, en oposición a una perspectiva psicologizada—y patologizante, de paso—de la educación para la paz que pretende “arreglar” las actitudes y comportamientos de quienes han sido tocados por la violencia (Bekerman y Zembylas, 2011).
Por esta misma línea, desarrollos recientes en la literatura sobre pedagogía crítica y educación para la paz han dejado atrás el enfoque en los conceptos y contenidos curriculares, mientras que las actividades y prácticas educativas en las que se concretizan los conocimientos han cobrado mayor importancia (Bekerman & Zembylas, 2011). Esto no solo es consistente con la mirada que ha adoptado este proyecto de investigación, sino que también fue confirmado por las discusiones en el curso, especialmente desde el proyecto «Remendar lo nuevo» de Eliana Sánchez-Aldana, quien lideró la sesión de cierre, que fue abierta al público. Ella explicó que la entrada a la reconciliación desde la materialidad del quehacer textil no se agota en la metáfora ya un tanto gastada del “tejido social”; más bien, pone la lupa sobre la socialidad del tejido en tanto práctica de reconciliación. El título de su proyecto alude a que, como el rehacer y deshacer del tejido, las líneas temporales de la reconciliación describen caminos intricados y ensortijados, que en otras escalas pueden manifestarse como la procesualidad de la que habló Murillo-Amarís.
Estas temporalidades sugeridas por el remiendo y la novedad se entretejen, se fijan (permanentemente, con aguja e hilo, o temporalmente, con un alfiler), se deshacen y se vuelven a entretejer en el quehacer textil, de modo que para Sánchez-Aldana la reconciliación se trata más de una intensificación que de un retorno o reproducción de un estado original de las cosas. Esta idea recuerda las palabras de Brian Massumi sobre su comprensión del afecto, otra de las complejidades del concepto de reconciliación:
Utilizo el concepto de ‘afecto’ como una forma de hablar de ese margen de maniobra, el ‘dónde podríamos ir y qué podríamos hacer’ en cada situación presente… explica por qué centrarse en el próximo paso experimental en lugar de en la gran imagen utópica no es realmente conformarse con menos. Tampoco es exactamente ir a por más. Es más bien estar justo donde estás: más intensamente. (Massumi, 2015, p. 2, énfasis añadido)
Se trata de una discusión sugestiva para, a futuro, considerar las relaciones entre las pedagogías de la reconciliación, sus cargas afectivas, y el carácter “experimental” de las acciones que la ponen en marcha.
Finalmente, el curso invita a una reflexión sobre el papel de la academia como soporte en la experimentación y diversificación de las formas de construir y distribuir el conocimiento, rumbo hacia el cual se dirige actualmente la Universidad de los Andes, como se consagra en el nuevo Programa de Desarrollo Integral de 2021-2025. De hecho, la apuesta pedagógica del curso se inspiró en la metodología de la sistematización de experiencias, que busca propiciar la construcción de conocimiento tomando la experiencia como punto de partida para una reflexión viva “que va más allá de la aplicación mecánica de marcos conceptuales predefinidos, y que además tiene, como componente, la vitalidad de la fuerza emocional” (Jara, 2020, p. 63). Por un lado, esta aproximación fomentó sinergias entre los saberes adquiridos en iniciativas que variaban desde labores de verificación y monitoreo del Acuerdo Final hasta la promoción de actividades culturales. Por otro, como se discutió con otros coordinadores de la ECV, enfatizó los cruces entre la investigación académica y los espacios de educación continuada, un paso necesario para garantizar la relevancia de la producción académica en construcción de paz. En efecto, se trató de un escenario que dio vida a los antecedentes teóricos y la información que se ha recogido hasta ahora en el proyecto y, a la luz de los relatos propios de quienes llevan tiempo poniéndola en práctica, arrojó luz sobre los caminos de la reconciliación que quedan por recorrer.
Referencias:
Bekerman, Z., & Zembylas, M. (2011). Teaching contested narratives: Identity, memory and reconciliation in peace education and beyond. Cambridge University Press.
Jara, O. (2020). Systematisation of Experiences: New paths to academic work in universities. IJAR–International Journal of Action Research, 16(1), 11-12.
Massumi, B. (2015). Navigating movements: An interview with Brian Massumi. En Politics of Affect. John Wiley & Sons.
Plan Nacional de Rehabilitación. (1994). Memorias del Plan Nacional de Rehabilitación (1982-1994).
[1] Si bien es una discusión que excede el alcance de este texto, llama la atención que en su charla Floriano haya destacado el alto grado de confianza y legitimidad de la que goza la iglesia y los sectores religiosos, lo que le permite intervenir y negociar en espacios que generalmente son cerrados. Sin embargo, también existen relaciones de desconfianza entre la iglesia y los sectores LGBTI, mediadas por las políticas sexuales y de género que no siempre están explícitamente relacionadas con el conflicto; es de notar que en este caso también ha habido llamados a la reconciliación, como este evento de la Fundación Sergio Urrego.
Durante la emergencia producida por el Covid 19, muchas personas comenzaron sus estudios de posgrado de forma virtual. Algunos estudiantes de maestría están a punto de culminar sus programas y no habían tenido la oportunidad de visitar el campus y conocer los espacios de nuestra Universidad. Por este motivo, la Escuela de Posgrados de la Facultad de Ciencias Sociales organizó este encuentro que sirvió para la integración y el reconocimiento de todos los beneficios y servicios que ya se encuentran habilitados en la Universidad.
Desde el Equipo de Comunicaciones, acompañamos a los estudiantes durante el recorrido y les preguntamos: ¿Por qué decidieron hacer un posgrado en este momento? La virtualidad tiene sus puntos positivos y negativos; al realizar sus estudios durante este periodo tuvieron mucha más flexibilidad con sus horarios, ahorraron tiempo en transporte y pudieron tomar sus clases desde cualquier lugar del mundo, lo que también les permitió compartir virtualmente con personas de otras culturas y facilitó la participación de invitados especiales en sus clases. Sin embargo, las largas jornadas frente a un computador, la falta de interacción real con sus compañeros y profesores, la imposibilidad de llevar a cabo dinámicas diferentes durante las clases y la ausencia de la vida universitaria, fueron los puntos negativos de estudiar en la pandemia.
¿Cuál fue el factor que determinó su decisión? Más allá de las ventajas o desventajas de la virtualidad, los programas de Ciencias Sociales les dan herramientas para entender el momento que estamos viviendo:
"Escogí este momento para estudiar la Maestría en
Estudios Internacionales ya que la Universidad nos brinda herramientas muy
importantes para entender a través de la globalización estos fenómenos que nos están
impactando actualmente."
Laura Miranda, estudiante de la Maestría en Estudios Internacionales.
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En 1951 Colombia fue el único país latinoamericano que envío tropas a la Guerra de Corea (1950-1953). El Batallón Colombia conformado por 5,062 hombres de las Fuerzas Armadas luchó bajo el mando de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y junto a los Estados Unidos de América para detener el avance del comunismo representado por las tropas de República Popular Democrática de Corea (o Corea del Norte), apoyadas por China y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Luego del Armisticio de Panmunjom firmado el 27 de julio de 1953, la Península de Corea quedo divida a la altura del paralelo 38 donde se estableció la línea fronteriza entre Corea del Norte, comunista, y la República de Corea (o Corea del Sur), capitalista.
En 2010 vio la luz el libro How Enemies Become Friends: The Sources of Stable Peace, de Charles Kupchan. En él, el autor explica por qué y cómo largas, dolorosas y violentas enemistades históricas entre naciones pueden y se han transformado. El trabajo de Kupchan no es sino un recordatorio sobre el dinamismo de la política internacional y sobre el carácter mutable de las relaciones humanas. Sobre eso tuvimos una lección magistral en nuestro campus, al mediodía del jueves 16 de septiembre, cuando se encontraron los embajadores de la República de Polonia, el excelentísimo señor Paweł Woźny, y de la República Federal Alemana, el excelentísimo señor Peter Ptassek, en el auditorio Lleras. En el conversatorio titulado “Una firma histórica: a 30 años del tratado polaco-alemán de buena vecindad y cooperación”, moderado por el profesor Víctor Mijares, ambos diplomáticos expusieron y respondieron preguntas sobre el proceso que llevó a dos viejos enemigos a convertirse en socios, aliados y amigos.
En este evento, cuyas palabras de apertura fueron dadas por el profesor Mauricio Nieto, decano de la Facultad de Ciencias Sociales, se puso de relieve la amarga historia de las relaciones polaco-alemanas. Desde la invasión de la Alemania nazi en 1939, el cruel episodio de Gueto de Varsovia, pasando por la difícil relación entre la Alemania del oeste, la de Este, Polonia y la URSS, hasta el colapso del bloque socialista y la nueva realidad estratégica que llevó al tratado del 17 de junio de 1991, los eventos fueron abordados con franqueza por los expositores. El tratado, firmado por canciller Helmut Kohl y el primer ministro Krzysztof Bielecki, logró lo que se llamó “el milagro de la normalidad”.
Si bien los jefes de las misiones europeas se apegaron al respeto que impone sus investiduras en el marco del derecho diplomático, no perdieron la oportunidad para advertir los problemas son diferentes y que, asimismo, las soluciones también lo pueden ser, pero que sus países están dispuestos a cooperar por la concordia y el desarrollo de Colombia y Latinoamérica.
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Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964.
Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 MinJusticia.
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