Más que palabras de despedida, quisiera ofrecer palabras de gratitud con una larga lista de personas que de manera más o menos cercana trabajaron con la decanatura estos 4 años. Las palabras de agradecimiento para cada uno de ustedes siempre serán torpes e insuficientes. Directivos, directoras y directores de los departamentos, de manera muy espacial la secretaría general de la Facultad y el maravilloso equipo administrativo, los estudiantes y sus representantes, profesores y profesoras. La Facultad es un lugar maravilloso porque la compone un equipo humano extraordinario.
Les comparto a manera de despedida algunas reflexiones sobre nuestro oficio y sobre la Facultad, nada realmente nuevo, algunas ideas que he defendido siempre y en las cuales sigo creyendo y que trataré de organizar refiriéndome a tres palabras: Comunidad, Diversidad y Pertinencia.
Cuando Alejandro Gaviria asumió la rectoría, en su primer Consejo, del cual yo hacía parte como profesor invitado, le preguntó a los decanos y otros miembros del Consejo cual era según nuestro punto de vista el gran reto que enfrentaba la Universidad. En ese momento dije algo en lo que sigo creyendo, en la importancia de cuidar el sentido de comunidad y pertenencia, en la consolidación de un proyecto colectivo del cual todos o la mayoría de la comunidad uniandina se sintiera parte. Directivos, administrativos, estudiantes, pero de manera muy fundamental los profesores y profesoras.
No he tenido tantas experiencias laborales en empresas distintas a la universidad, pero creo que una institución como la nuestra no puede transformarse, crecer o incluso sobrevivir si la gran mayoría de sus miembros no tienen objetivos comunes. Hace poco me encontraba con esta frase del sociólogo Philip Blom, “sin una historia común, sin voluntad común, no hay transformación posible”. Es verdad, pero no es tan obvio ni tan sencillo construir un proyecto común de una colectividad que entre sus principios está el respeto e incluso la promoción de la diversidad. Peter Sloterdijk, un filósofo que no se si me atrae o me exaspera, no sé por qué lo sigo leyendo. En una de sus conferencias sobre la fragilidad del planeta y la imperativa necesidad de crear una comunidad global que actúe de manera decisiva con un mismo fin. Claro se refiere al reto filosófico y político que supone ser parte de una comunidad cohesionada, alineada con ciertos fines que logra respetar la diversidad de formas de vida, de culturas, de intereses particulares. El reto político global me hizo pensar en la Facultad.
Una de las riquezas evidentes de esta Facultad es su diversidad, también uno de los retos para su gobierno. Muy distinto es ser decano de Derecho o Economía, con todo respeto, menos enredado, menos divertido.
Diversidad y Comunidad podrían parecer términos excluyentes, pero también es cierto que una comunidad homogénea y uniforme sería más un rebaño sin gracia. En el último cumpleaños de la Universidad desde la Facultad quisimos celebrar la diversidad que de hecho tenemos. De forma deliberada era nuestro mensaje de celebrar y propiciar la diversidad. Una de las grandes lecciones de la biología moderna, después de la emergencia del Darwinismo, es que la diversidad es esencial para la conservación de la vida, es una condición de supervivencia a la hora de enfrentar cambios del medio ambiente. Algo similar podemos decir de la diversidad en dimensiones sociales y culturales, disciplinares, científicas y políticas. Sobrevivir a los cambios y retos sociales requiere de capacidad de adaptación a condiciones impredecibles, diálogo, tolerancia, y de nuevo: pluralidad.
La diversidad es maravillosa, es supervivencia, respeto a la diferencia, es vida, lo contrario homogeneidad, indiferencia, irrespeto, intolerancia. La diversidad es encuentro, diálogo, inclusión, su contrario es el silencio, el dogma y la exclusión.
La variedad propicia inicios, es creativa, lo opuesto es el fin, la monotonía. Diversidad en el mundo académico, además, supone retos epistemológicos dónde las reglas de juego de la producción científica y los productos de conocimiento no pueden ser uniformes.
Claro, la pregunta, el reto, sigue siendo como hacer compatibles los ideales de un proyecto académico común, que tolere y promueva la diversidad.
Un intento de respuesta está en una idea que me han oído más de una vez: Pertinencia. Me temo que en el fondo es un tema que se repite en muchas de mis clases sobre ciencia y sociedad.
La motivación, la voluntad de saber, producir y compartir conocimiento tiene una estrecha relación con nuestro lugar en el mundo, con nuestros intereses y preocupaciones, con la noción de pertinencia. Algo es pertinente cuando se adecua a una situación; el término de hecho comparte sus raíces con el verbo pertenecer, pertenecer a un lugar, a un tiempo, a un género, a un grupo social.
Un serio error y un lugar común, es la creencia de que para que el conocimiento sea legítimo no debe pertenecer a un lugar. Una contundente lección de la historia es que el conocimiento es inseparable de los contextos culturales en que se producen. El conocimiento en todos los campos del saber, sin importar si se trata de ciencias “duras” o “blandas”, “básicas” o “aplicadas”, sobre la sociedad o sobre la naturaleza; ya sea producido en grandes centros o en las periferias del orden mundial, siempre se origina en un contexto y en un momento histórico específicos. Este simple hecho, difícil de refutar, nos permite afirmar que el lugar donde se produce y en el cual circula el conocimiento es relevante. A menos que creamos en algún tipo de conocimiento eterno o divino, la afirmación es obvia: el conocimiento es un producto humano que se origina y circula en momentos y espacios concretos. La negación de esta realidad perpetúa una concepción idealizada e irreal del mundo académico y facilita su permanencia en círculos aislados, vacíos e inocuos.
El aislamiento académico, tanto de colectivos globales como locales, no es, como algunos pueden defender, garante de neutralidad, y tampoco, una fortaleza epistemológica; es más bien una debilidad tanto científica como política. La reclusión en torres de marfil es una situación indeseable e insostenible. No creo en absoluto que la Universidad de los Andes esté de espaldas al país, mucho menos nuestra facultad, hacemos parte de su historia y de su futuro, pero claro uno de nuestros mayores retos está en cultivar conexiones cada vez más robustas y efectivas con las necesidades de la sociedad, en pocas y simples palabras: ser mejores científicos.
El aislamiento académico también tiene lugar dentro de la universidad, entre sus disciplinas, sus facultades y departamentos. Las disciplinas son reales y necesarias, la educación y el conocimiento en general supone reglas de juego, paradigmas, lenguajes específicos. El creciente número de disciplinas y especializaciones es la consecuencia inevitable del crecimiento de lo que sabemos. Sin embargo tiene consecuencias negativas a la hora de fomentar la innovación. Por eso nuestro empeño, trillado en la teoría pero nada fácil en la práctica, por crear espacios de encuentro entre distintos campos del conocimiento. La Facultad de Ciencias Sociales, como la Universidad, es un espacio privilegiado precisamente para lograr esos encuentros y las apremiantes necesidades de innovación a la que estamos abocados no creo que tengan mucho éxito dentro de marcos disciplinares aislados.
Me despido hoy de la decanatura, pero no de la Facultad, de cierta manera es un retorno al lugar al que le debo todo. Gracias esta Facultad he tenido una vida privilegiada, básicamente llevo 25 años haciendo lo que me gusta y lo que me importa, como profesor he enseñado lo que me apasiona, igual como investigador nunca se me ha dicho sobre qué trabajar, he asumido varios encargos administrativos y directivos, siempre por interés y con retos interesantes. Siempre me he sentido parte de un proyecto en el que he creído y muchas veces he repetido que el único proyecto político de transformación social en el que creo incondicionalmente ha sido la educación. No he exagerado cuando he dicho que, si me ganara la lotería y no tuviera que trabajar más, me gustaría seguir haciendo lo mismo, enseñar y escribir. Si en algún tema está en juego el futuro de un país y del mundo en general, si existe un frente de relevancia social incuestionable, que está relacionado con todos los posibles proyectos políticos, es la educación. Los verdaderos ingenieros y arquitectos del futuro son los maestros, y por lo mismo tengo el más profundo respeto por personas como ustedes que dedican sus vidas a la producción de conocimiento y a educación de otros.
Sonaría poco creíble si dijera que voy a extrañar el oficio de decano, no puedo ocultar la alegría que me produce volver a dedicar mi tiempo a enseñar y a escribir, será mi manera de contribuir con ese proyecto común de transformar vidas para transformar la sociedad.