A más de cien años de su nacimiento y casi treinta de su muerte, Paul Grice sigue siendo uno de los filósofos más citados, discutidos e incomprendidos del siglo XX. Innovador, desafiante e inconforme intelectualmente, parece haber llevado a cabo uno de los anhelos más profundos de la filosofía oxoniense del lenguaje ordinario: transformar la reflexión sobre el lenguaje en una reflexión sobre la acción humana. El libro argumenta a favor de esta tesis señalando cómo algunos problemas específicos de la filosofía del lenguaje de Grice sólo pueden ser tratados en el contexto de sus reflexiones más maduras sobre acción, racionalidad y valor. Defiende también la posición de que muchas explicaciones de significado son lógicamente análogas a las explicaciones de la acción. Pero la evaluación de la acción en términos de las razones involucra al menos dos tipos de restricciones racionales: aquellas internas al hablante (lo que resulta racional para él) y otras externas (lo que el hablante debe hacer desde el punto de vista de los demás). Con su celebrado análisis del significado del hablante, Grice enfatiza rasgos del primer tipo; con su famosa teoría de la conversación, identifica rasgos del segundo. Y ambos tipos de restricciones solo tienen sentido si se reconoce que el significado de una palabra o de una conducta no es una cosa ni una entidad mental sino la conformidad del símbolo o la acción con un criterio normativo. La conclusión general de Grice resuena más allá de sus contribuciones precursoras en filosofía del lenguaje y permite articular una posición metafísica. En un mundo sin seres capaces de evaluar, de dar y reconocer valor, la pregunta por el significado carecería de objeto