La mayoría de ustedes están por iniciar una nueva etapa de su vida que supone enfrentar nuevos retos, pero espero que este momento no se entienda como una despedida. Obtener un titulo profesional más que el fin de un proceso, es el comienzo de un nuevo ciclo, algo así como un ritual de iniciación.
No se trata entonces de dejar atrás una etapa superada; por el contrario, espero que su paso por la Facultad de Ciencias Sociales los acompañe siempre y que en un sentido más profundo sigan siendo estudiantes, investigadores, exploradores del fascinante mundo de la cultura, de la política, de los sentimientos, del pasado, del presente y del futuro de la sociedad.
Muchos de ustedes dejarán las aulas y las tareas académicas, pero confío que su paso por la facultad les haya permitido cambiar, crecer y pensar de manera distinta, más rica y rigurosa. Cada clase o seminario al que asistimos, cada lectura que hacemos, cada ensayo que escribimos nos cambia un poco. Aprender o comprender, nos enseña la filosofía hermenéutica, es una forma de auto-comprensión, una forma de auto-transformación.
Hoy, posiblemente ven con cierta extrañeza las personas que eran hace unos 4 años cuando ingresaron a la universidad. Me gustaría preguntarles que los motivó a estudiar psicología, ciencia política, filosofía o historia… sospecho que no tuvo mucho que ver con presiones familiares ni tenían en mente ser millonarios; tal vez creyeron que podrían ayudar a construir un mundo mejor. Una muy buena razón.
Las ciencias sociales, por su naturaleza, por ocuparse de las dimensiones humanas de la realidad, son siempre reflexivas, no importa la disciplina, siempre estamos obligados a pensar con cuidado como llegamos a ser lo que somos, cómo podemos cambiar, y de cierta manera nos ocupamos de nosotros mismos. Tal vez por eso, por nuestra particular vocación critica y reflexiva, el país y el mundo, más que nunca, necesitan de científicos sociales como ustedes. Y no necesariamente porque tengamos las respuestas y mucho menos porque seamos la voz de una unica verdad, más bien porque estamos entrenados para reconocer la complejidad de los problemas y tenemos mayor cautela antes de emitir juicios o tomar decisiones, porque no tragamos entero.
En un famoso y muy citado texto, Immanuel Kant, se refiere a la Ilustración como la mayoría de edad de la cultura Occidental, el momento en que nos liberamos de cualquier forma de autoridad dogmática. En este texto Kant hace uso de la expresión latina “SAPERE AUDE” (atrévete a saber, a pensar por ti mismo, a tener puntos de vista propios).
En este sentido, la universidad, nos guste o no, es una institución irremediablemente Ilustrada y esta invitación de Kant sigue vigente en todos los salones de clase, en todos los proyectos de investigación, y mi esperanza es que este lema de pensar con rigor y libertad sea el más importante legado de su paso por la Facultad. Dejar los salones de clase y la obtención de un titulo académico, podría interpretarse como una invitación a aceptar la mayoría de edad, ya no hay maestros a quien preguntar por la respuesta correcta, ya no hay quien apruebe o repruebe nuestros argumentos. De alguna manera el diploma es un voto de confianza en sus propias capacidades, en su propio juicio.
La única convicción política en la que creo sin posibilidad de dudas es en la importancia de la Educación. Si en algún tema está en juego el futuro de un país y del mundo en general, si existe un frente de relevancia social incuestionable, que está relacionado con todos los posibles proyectos políticos; indispensable para cualquier sueño de equidad y democracia, es la educación. Pero no simplemente como un medio para la instrucción, más bien quisiera entender la educación como un espacio para el diálogo, de respetuosa confrontación de diversas formas de pensar.
El gran reto de la docencia no es la instrucción o la trasmisión de conocimientos, para eso hay manuales, textos, enciclopedias, y sitios en la web atiborrados de datos y de información. Mucho más difícil, interesante e importante, es inculcar y celebrar el derecho de hacerse preguntas y buscar respuestas, de controvertir, de escuchar, de aprender de otros, de compartir sus conocimientos y experiencias.
El desarrollo de un pensamiento crítico y autónomo es justamente lo contrario al dogma y está estrechamente relacionado con el reconocimiento y el respeto tanto de sí mismo como de los demás.
Un punto de vista propio es inseparable de cierta claridad sobre quienes somos, del lugar y el momento histórico que vivimos, de lo que nos importa, de nuestros intereses y preocupaciones. De lo que odiamos y lo que amamos, del lugar y el cuerpo desde el cual hablamos.
La universidad de los Andes ha defendido la excelencia como una de sus mayores virtudes. No obstante, el ideal de la excelencia solo tiene sentido en un contexto específico, claro un contexto necesariamente global, pero irremediablemente local. En otras palabras, no existe excelencia sin pertinencia. Algo o alguien es pertinente cuando hace parte de algo mayor. El término de hecho comparte sus raíces con el verbo pertenecer, pertenecer a un lugar, a un tiempo, a un género, a un grupo social. Un serio error y un lugar común, es la creencia de que para que el conocimiento sea legítimo y de alta calidad, no debe pertenecer a ningún lugar.
El aislamiento académico no es, como algunos pueden defender, garante de neutralidad, y tampoco, una fortaleza epistemológica; es más bien una debilidad tanto científica como política. La reclusión en torres de marfil es una situación indeseable e insostenible.
No creo en absoluto que la Facultad de Ciencias Sociales esté de espaldas al país, hacemos parte de su historia y de su futuro; pero también creo que uno de nuestros mayores desafíos, dentro y fuera de la Universidad, está en cultivar conexiones cada vez más robustas y efectivas con los retos del lugar y el momento del que hacemos parte. Ustedes son parte de ese gran proyecto de construír un mundo mejor. El lugar y el momento en que ustedes están recibiendo su diploma como profesionales en algún programa de la ciencia social no es el más comodo ni el más fácil. Estamos viviendo momentos difíciles, en mi opinión estamos siendo testigos de un cambio histórico de gran envergadura. Testigos no es la palabra, la elegí mal, testigo podría entenderse como un observador pasivo, pero no es el caso, no puede ser. Lo que nos depare el futuro está en nuestras manos, más que testigos debemos ser actores, protagonistas si se quiere de la construcción del futuro que queremos para nosotros, para nuestros hijos, para el planeta.
Sus conocimientos y su capacidad crítica es un privilegio y también una responsabilidad. Lo que podemos o dejemos de hacer como individuos podría parecer insignificante. El rector hace un rato nos decía que “El hombre planea y dios se rie” (tal vez hay algo de cierto, pero nuestro rector se refería de manera anecdótica a la fallida planeación de esta ceremonia, no al papel de la universidad y del mundo académico. De hecho, un mensaje central de nuestro plan de desarrollo institucional supone un reto mayor: “transformas vidas para transformar la sociedad”.
La historia de las ciencias sociales son un ejemplo obvio de la importancia en la historia de nuestras disciplinas, una y otra vez han sido un motor de cambio y renovación y no pueden dejar de serlo, su naturaleza crítica hace de nuestro oficio un poderoso instrumento de cambio.
Nicolás de Macchiavello, o mejor el mundo moderno en general, nos dejó una herencia que no ha sido fácil de asumir y la cual no podemos declinar: el destino de la humanidad es un asunto humano. Hoy el destino del planeta es un asunto humano. Sin ir tan lejos, el destino del país es un asunto nuestro.
Esa mayoría de edad a la que se refería Kant, nuestro derecho y capacidad de pensar, de discernir, de crear, de actuar, es nuestra mayor riqueza a la cual, me atrevo a pedirles, no renuncien nunca.
Su futuro les pertenece.
Decano, Profesor Titular
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