La tortuga hicotea: entre la tradición y la extinción
¿Debe primar la preservación de la tradición o de la especie? ¿La tradición y la biodiversidad son irreconciliables o es posible preservar ambas? Este reportaje busca ampliar la perspectiva más allá de la ilegalidad de su consumo y la amenaza a la conservación de la hicotea.
En lo que va del 2022 se han incautado más de 1000 tortugas hicoteas en el departamento de Córdoba y 68 personas han sido capturadas por traficar ilegalmente con esta especie, según Gabriel Bonilla, comandante de la Policía de Córdoba.
Al acercarse la Semana Santa estas cifras aumentan: en la Costa Atlántica y particularmente en el departamento de Córdoba, el consumo de Hicotea durante la “semana mayor” es una tradición que viene desde muchos años atrás, hace parte de su patrimonio y de lo que los identifica como comunidad. Sin embargo, de acuerdo con estudios del Instituto Humboldt, desde hace más de 20 años esta especie se encuentra en peligro de extinción y tanto el tráfico como su consumo es ilegal. A pesar de esto, este tipo de tortuga es la más decomisada del país con un promedio de casi 6000 animales incautados al año.
Elizabeth Ramos es profesora del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes y durante más de 25 años ha venido realizando investigaciones arqueológicas alrededor de toda la Región Caribe, estudiando la relación de los humanos con la fauna. La tortuga hicotea ha sido una de las especies que más ha investigado en su trabajo de campo, tanto en la parte arqueológica, como en el componente etnográfico que ha llevado a cabo con varias comunidades actuales del Bajo Magdalena:
Elizabeth Ramos, profesora asociada del Departamento de Antropología de la Universidad de los Andes.
Según la profesora Elizabeth, hay un problema de doble moral respecto a la prohibición y el consumo de la hicotea. Al llegar a hacer trabajo de campo durante la Semana Santa, se sorprendió de encontrar tantas personas de diferentes estratos económicos y de poblaciones urbanas y rurales que abiertamente le contaban que esperaban ansiosos esta época para poder degustar este manjar. La hicotea no sólo es deseada por su sabor, que para los cordobeses es exquisito, sino también por el ritual alrededor de la preparación del plato; comer hicotea durante la Semana Santa es momento de unión y celebración familiar.
A partir del trabajo de campo que ha realizado, la profesora ha podido observar cómo desde el miembro más pequeño de la familia, hasta los mayores, se involucran en la preparación de la tortuga y cumplen con roles específicos. Los hombres son los encargados de conseguir los animales, mientras que las mujeres se encargan de estos de la cocina para adentro. Además, comer hicotea durante la Semana Santa es para ellos un augurio de buena suerte durante el resto del año, si la comen significa que tendrán prosperidad y bienestar en sus vidas. Por todas estas razones, el consumo de hicotea está naturalizado y esto puede explicar porqué aunque haya vallas inmensas que prohíben su consumo, la tradición siga tan arraigada, incluso para las mismas autoridades que sabiendo esta situación no la penalizan directamente en las plazas de mercado y restaurantes.
Una tradición de muchos años atrás
Desde las excavaciones arqueológicas que ha realizado en el departamento de Córdoba, la profesora Elizabeth ha podido comprobar que la tradición de comer tortuga hicotea viene desde tiempos prehispánicos cuando las comunidades podían sobrevivir y alimentarse muy bien con las especies que encontraban en los ríos y sus riberas. Al llegar los españoles, esta tradición se justificó a través de la religión católica, que sólo permitía comer “carne blanca” durante la Semana Santa; las comunidades acogieron este mandamiento cristiano e interpretaron que la tortuga, al ser un reptil, clasificaba como carne blanca. El agüero de que trae buena suerte consumirla durante esta época no se sabe muy bien desde cuándo está presente, pero también viene de largo tiempo atrás. Cuando la profesora preguntaba a las personas porqué creían eso, le respondían que sus abuelos y abuelas se los habían dicho.
Sin embargo, que la tradición venga desde tiempos prehispánicos no quiere decir que se conserve intacta desde esa época, tanto la especie, como las poblaciones humanas han tenido cambios significativos.
Como lo explica la profesora, “antes las comunidades de humanos eran pequeñas, se podían dar el lujo de volver a echar al agua las tortugas chiquitas. Y definitivamente, los humanos del pasado en líneas generales eran mucho más conscientes. Nosotros entre más crecemos en población y, paradójicamente, entre más conocimiento tenemos, menos nos importa el ecosistema que habitamos. Hoy en día importa mucho más el “yo” que lo colectivo. En las comunidades del pasado el tema de lo colectivo era más fundamental. Y eso es algo que si no volvemos a eso, vamos a estar en la olla.”
Actualmente la caza para el consumo familiar no se encuentra penalizada, en cambio la caza para comercializar con los animales sí está prohibida. Sin embargo, las fronteras entre un tipo y el otro se vuelven muy difusas en la práctica, porque los cazadores, que suelen ser personas de bajos recursos económicos, ven en las tortugas una posibilidad para producir dinero y encuentran una gran demanda en las redes de comercio ilegal establecidas en las zonas urbanas como Montería o Cartagena.
Por otra parte, la profesora Elizabeth cuenta que los animales que son incautados por la policía muchas veces no corren mejor suerte que los que son utilizados para la alimentación humana. Entre la comunidad se rumorea que muchas veces los mismos policías, después de decomisar las tortugas, comercian con ellas en el mercado negro, y las tortugas que efectivamente sí son llevadas a los centros de protección animal terminan en su gran mayoría muertas, ya sea por las terribles vulneraciones y maltratos a los que fueron sometidas desde antes de su llegada o por las condiciones del lugar a donde son llevadas, que no cuentan con la infraestructura para mantenerlas sanas y a salvo.
La investigadora explica que: “todas esas son las falencias de las políticas estatales, las autoridades de protección animal hacen su mejor esfuerzo, no estoy diciendo que todos los funcionarios actúen con mala voluntad. Todo es un engranaje que no se corresponde con el discurso. Si todos los decomisos llegan allá, al cabo del tiempo la mayoría de los animales se mueren y no tienen las condiciones para mantenerlos.”
¿Hay alguna solución?
Para Elizabeth Ramos la solución está en la antropología, desde su experiencia ha conocido trabajos de biólogos muy acertados y rigurosos al describir la especie y el estado de conservación de esta. No obstante, a estas investigaciones les hace falta el conocimiento construido desde y para las comunidades donde habita la tortuga hicotea. Las políticas estatales actuales se crearon desde el desconocimiento del territorio y por eso, a pesar de que el consumo y la caza de la tortuga lleva más de 20 años prohibida legalmente, la amenaza de su extinción sigue más vigente que nunca y cada año su población baja considerablemente. La antropología podría aportar desde el estudio de la cultura y costumbres de las comunidades, para crear políticas centradas en contextos específicos, que respondan tanto a las necesidades de conservación de la especie, como a la de la preservación del patrimonio alimenticio:
Es necesario entonces un trabajo en conjunto entre biólogos, antropólogos y la comunidad para que la tortuga hicotea tenga esperanzas de sobrevivir en el futuro, porque además de las grandes amenazas a la conservación de esta especie por el consumo, también está la destrucción de ciénagas y pantanos, en la cual también intervienen como actores principales las comunidades y el Estado.
Representación de Tortuga. En Bernardino de Sahagún, Historia General de las cosas de Nueva España ó Códice Florentino. Libros Raros y Manuscritos, Biblioteca Luis Ángel Arango, Colección del Banco de la República.