Animales, bosques y aguas:
Hice un doctorado en geografía porque quería entender realidades sociales sin dejar de lado lo que catalogamos como natural. Llevaba unos años trabajando en el Pacífico colombiano en un proyecto de conservación de la biodiversidad. El objeto del proyecto, mi interacción cotidiana con biólogos y la poderosa presencia de la naturaleza me convencieron de que era imposible entender la región sin involucrar la humedad y las selvas.
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MIS ESTUDIOS DE ECONOMÍA ME AYUDARON A CONVENCERME DE QUE LA CONTINUA EXTRACCIÓN DE RECURSOS NATURALES —como oro, platino, caucho, tagua, corteza de mangle y madera— para vender fuera de la región era fundamental para explicar el devenir del litoral. Lo que llamé economía extractiva me permitía incluir plantas y ríos, así como comerciantes y campesinos en una investigación que pretendía abordar fenómenos de gran envergadura como la esclavitud y la pobreza. Mi escogencia no se debía solo a las influencias del proyecto en que trabajaba, la realidad que me envolvía y mi formación académica; era cuestión de gusto o, si se quiere, de pasiones. Aunque me hallaba bien en el área socioeconómica del proyecto, me encantaba meterme al monte cada vez que podía, así fuera para espantar la “jejeniza” mientras trataba de no resbalarme en las raíces del manglar. Cuando chiquita quería ser veterinaria primero y luego bióloga; pero terminé graduándome de una carrera que nunca me acabó de convencer. Con mis estudios de posgrado en geografía enderecé el rumbo.
Esos estudios me abrieron las puertas a la historia ambiental. La geografía tiene una tradición de largo aliento de combinar lo natural y lo social esas dos grandes esferas en las que hemos dividido el conocimiento y que, aunque algunos tratamos de escapar, moldean la forma en la que pensamos. En la geografía no solo eran bienvenidas esas confluencias consideradas anacrónicas y poco especializadas por otras disciplinas, sino que también era común en ciertas ramas incluir una perspectiva histórica en la mezcla. Este lente me ha permitido abordar desde un ángulo novedoso cuestiones que han preocupado a los historiadores y científicos sociales de tiempo atrás y también proponer temas innovadores de investigación.
Hace ya varios años avanzo en otro proyecto sobre parques nacionales, tema sobre el cual estoy terminando un libro. En este caso el objeto de estudio sí es claramente ambiental y en esa medida novedoso para la historia, al menos la colombiana y latinoamericana. Pero también busco hacer un aporte a cuestiones que han ocupado a muchos estudiosos: la construcción del estado y la ciudadanía. Los parques nacionales, que son unidades que se pueden pintar en un mapa y construir en terreno, me permiten tener un enfoque territorial, que ha estado poco presente en los estudios sobre la formación del Estado. Y, claro, me permiten también hablar sobre los paisajes, los páramos y, nuevamente, las selvas.
Paisajes de libertad:
El Pacífico colombiano
después de la esclavitud
(2020)
Mi libro Paisajes de libertad: El Pacífico colombiano después de la esclavitud (2020), por ejemplo, busca explicar el proceso de transición de la esclavitud a la libertad en la que fue la principal región esclavista en el siglo XVIII. No es un tema que podamos considerar ambiental; sin embargo, muestro que el acceso a los recursos de los bosques y el subsuelo fueron cruciales para permitir a los descendientes de esclavos lograr altos niveles de autonomía, es decir, ampliar el significado de la libertad en sus prácticas cotidianas. Para más información sobre el libro ingresa a: bit.ly/paisajes-libertad
Sueño con escribir un libro sobre el lugar de los animales en la historia. Crecí con Pepa, Monchie y Paco, por mencionar algunos de nuestros perros, y también con la burra Carmela, que se me acercaba cuando iba a visitarla al potrero. También veía encantada los documentales de Naturalia (un programa de televisión). Ante el peso creciente del puesto-estudiante, y preocupada por que mis clases eran relativamente pequeñas, se me ocurrió montar un CBU sobre este tema. Así que no hay mal que por bien no venga: he aprendido mucho leyendo libros y artículos fabulosos, y procesado todo ese material para compartirlo con los estudiantes. Este curso generó un cambio revelador en mi manera de concebir el tiempo histórico. Dado que comienza hace varios miles de años con las pinturas rupestres, la extinción de la megafauna y la domesticación de algunas especies me ha hecho caer en la cuenta de que el tiempo humano se cruza con los tiempos de la naturaleza, que se miden en miles e incluso millones de años. Mi vida diaria, en la que la Atenea (nuestra perra) tiene un lugar primordial, no sería posible sin los largos tiempos necesarios para la especiación y la domesticación. El curso, además, me abrió un nuevo camino de investigación. Como prácticamente no hay publicaciones sobre Colombia, que me sirvieran para preparar la clase, empecé a hacer pequeñas indagaciones para decir cositas más cercanas a nuestra realidad. De allí resultó un artículo sobre la historia de los zoológicos colombianos*. Quisiera escribir otros sobre perros, mulas, zancudos… El impulso también dio para crear un semillero que ha resultado bastante divertido.
La crisis exige una forma de pensar que parta de entender que el mundo es solo uno; lo dividimos en dos esferas, pero si las estudiamos de manera conjunta, podemos transformar la división en una herramienta para aprehender una realidad compleja.
Este es tal vez el mejor ejemplo de la combinación entre mis clases y mis investigaciones. Hay otros. En 2006, poco después de que entré a trabajar en la Universidad, creamos la maestría en Geografía, con el tema “naturaleza y sociedad” como uno de sus ejes. Por eso uno de los seminarios base de este programa lleva ese nombre. Lo ofrecemos anualmente y lo dictamos de manera intercalada el profesor Shawn Van Ausdal y yo. Este seminario cuestiona la separación entre lo que llamamos social o cultural, por un lado, y natural, por el otro, y explora diferentes formas de analizar los entrecruzamientos entre estas dos esferas. Hace énfasis en los aportes de la geografía –y de dos campos: la ecología política y la historia ambiental–, pero también incluye perspectivas de otros saberes. Hace un año empecé a dictar el curso Naturaleza y cultura del año básico de ciencias sociales, que sigue la misma línea del anterior, pero es mucho más amplio.
Ahora ofrezco también un CBU sobre Historia ambiental de América Latina, del que espero que salga, algún día, un libro. Este sería una suerte de continuación del trabajo previo de edición de los libros Un pasado vivo. Dos siglos de historia ambiental latinoamericana (con John Soluri y José Augusto Pádua, 2019) y Fragmentos de historia ambiental colombiana (2020).
Esta trayectoria ha avanzado al tiempo que la sociedad en general ha tomado mayor conciencia sobre la crisis ambiental, gracias al reconocimiento del cambio climático. La crisis exige una forma de pensar que parta de entender que el mundo es solo uno; lo dividimos en dos esferas, pero si las estudiamos de manera conjunta, podemos transformar la división en una herramienta para aprehender una realidad compleja , teniendo siempre presente que los animales, los bosques y los ríos no solo hacen parte de nuestra historia y de nuestro presente, sino que pueden ser actores de primer orden.
La geografía tiene una tradición de largo aliento de combinar lo natural y lo social, esas dos grandes esferas en las que hemos dividido el conocimiento y que, aunque algunos tratamos de escapar, moldean la forma en la que pensamos.