Pero para Rubén la filosofía analítica tampoco era suficiente. Él quería, como me dijo alguna vez, “que los filósofos colombianos se enteraran de en qué país viven”. En otras palabras, él quería que nos ocupáramos del pensamiento colombiano con la misma distancia crítica y respeto intelectual con la que normalmente nos ocupamos de pensadores foráneos. Rubén escribió mucho y bien sobre la relación sobre filosofía y cultura; tal vez de manera más importante, supo congregar personas interesadas en la cultura, el arte, la historia, la política y la economía colombianas. Ese trabajo está reflejado en por lo menos 7 volúmenes editados para la Universidad Nacional (La filosofía y la crisis colombiana (2002), Miguel Antonio Caro y la cultura de su época (2002), El radicalismo colombiano del siglo XIX (2006), La crisis colombiana: reflexiones filosóficas (2008), República liberal: sociedad y cultura (2009), La restauración conservadora 1946-1957 (2012), La hegemonía conservadora (2018)) y uno sobre el Frente Nacional, su último trabajo, que dejó listo para entregar a la imprenta. No quiero dejar por fuera su introducción y edición de la obra de Carlos Arturo Torres para el Instituto Caro y Cuervo (C. A. Torres, Obras completas, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, (2001)). En esta faceta suya de la historia cultural lo conocí yo y colaboré con él. Me enseñó, entre otras cosas, a leer con interés y rigor a Caro, López Pumarejo y a Laureano, a Carlos E Restrepo y Alberto Lleras, a Alzate Avendaño y Silvio Villegas y, por supuesto, a Gaitán. Si alguna deuda de cariño tengo con Rubén es no haber escrito un ensayo sistemático sobre Gaitán, sobre su metáfora política de la vida y las contradicciones inherentes a todo liberalismo político clásico. Que un filósofo analítico pueda escribir sobre Gaitán es una gesta que solamente alguien como Rubén pudo haber conseguido. Por eso le agradezco y siento su partida también como una pérdida cultural. Rubén fue un intelectual colombiano tal vez único y va a ser difícil estar a su altura sin su presencia y estímulo.
Rubén tuvo, en general, un juicio editorial excelente como puede comprobarse en su edición en una colaboración de las Universidades de los Andes, Nacional y de Caldas, las Obras Completas de Danilo Cruz Vélez en 6 volúmenes (Bogotá, 2015). Su relación con Cruz Vélez fue muy importante a nivel intelectual como puede comprobarse en un volumen que recoge sus conversaciones (La época de la crisis (Conversaciones con Danilo Cruz Vélez) Cali, 1996); y tanto más a nivel personal como lo ilustra la anécdota con la que quiero cerrar esta tal vez ya innecesariamente extensa nota.
Siempre es difícil despedirse de alguien a quien uno quiere y admira. Eso me lo dejó claro Rubén cuando en uno de los últimos ciclos de trabajo del Seminario de pensamiento colombiano leyó su bellísima introducción a la obra de su maestro y amigo Danilo Cruz. Esa vez nos narró su dramática despedida: Cruz Vélez, incapaz ya de reconocerlo, me parece recordar que fueron las palabras de Rubén, “se despidió como quien se despide de un desconocido”. Muchos de los que quisimos y admiramos a Rubén, dada esta peste que no parece terminar, ni siquiera pudimos hacer eso. Pero su nombre, su persona y su obra serán recordados como es debido por todos los amantes de la cultura y el pensamiento colombianos. Bravo Rubén. Hasta siempre.