Gracias Ana T

Según Bloch, el nazismo logró canalizar la cólera colectiva a través de una triple impostura que es también una táctica triple (retomo acá la lectura realizada por Aníbal Pineda). En primer lugar, el nazismo usurpó un contenido simbólico que no le pertenecía, movilizando en su favor los mitos e imaginarios que se encontraban en lo profundo del inconsciente colectivo alemán. En segundo lugar, desdibujó la consciencia de clase a través de un discurso que individualizaba y racializaba la pobreza, volviendo sospechosa toda crítica al capitalismo. Finalmente, se presentó como la real alternativa de cambio, secuestrando consignas propias del proyecto revolucionario de izquierda como la contestación, la libertad o la indignación frente al poder opresor. El proyecto fascista logró así hacerse pasar por revolucionario, llegar a las masas y canalizar su cólera. ¿Se encuentran estos elementos en el programa de Milei?

Lo primero que hay que decir es que, en el caso argentino, nos encontramos ante “un voto bronca”, bronca contra las promesas incumplidas de la democracia y de la modernidad (Segato). Esta cólera la supo canalizar la extrema derecha y hacer sentir a la gente que estaba siendo escuchada. Y la manera como lo hizo fue a través de una impresionante y claramente efectiva estrategia de comunicación en donde pueden identificarse las tres imposturas identificadas por Bloch. En efecto, la imagen de Milei fue construida como la de un súper héroe (Wolverine) y la de un hombre “loco” de ira con el poder de hacer cambiar las cosas. De esta forma, sus asesores lograron conectar con el alma argentina al acudir a figuras de la cultura popular presentando a Milei como un personaje cercano, al tiempo que movilizaron la figura del patriarca que pone orden mediante el uso de la autoridad violenta, una figura que apela al deseo inconsciente de autoridad. Pero Milei también supo conectar con las masas argentinas al evocar un pasado grandioso a través de la “Argentina superpotencia” y del “París de Suramérica”, movilizando el deseo colonizado de blanqueamiento; y al apelar al pasado revolucionario de los “padres de la independencia”, evocando de esta forma la posibilidad de un re-inicio de la historia.

En cuanto a la individualización de la pobreza y de la crisis, la campaña de Milei realizó algo interesante: en lugar de retomar la idea liberal que culpa a la pereza del individuo de la pobreza vivida, Milei constituyó como chivo expiatorio al peronismo y a la “casta de los políticos”. Confundió así a las masas, recurriendo a los síntomas de la crisis sin ir a sus causas. En efecto, aun cuando Argentina empieza a decaer en su lugar como país desarrollado hacia la década de los 40 (coincidiendo con la llegada de Perón al poder, pero ante todo con la pérdida para Argentina de los mercados europeos debido la II Guerra Mundial y a su posterior exclusión del Plan Marshall), el verdadero declive inicia en 1976 con las políticas neoliberales introducidas durante la dictadura de Videla.

Finalmente, Milei canalizó la cólera y el deseo de destruirlo todo, al vincular este deseo a la crítica revolucionaria de la forma-Estado y al secuestrar el término (más no el significado) “anarquismo”. Es así como se llegó incluso a acusar a feministas críticas como Segato de abonarle el camino a la extrema derecha por sus críticas al Estado. A pesar de que se trate de una clara incomprensión de la crítica que los feminismos han realizado al Estado, lo interesante acá es la manera como Milei apela a sueños populares de cambio (como la libertad o el fin de la burocracia y la corrupción) para reintroducir, profundizando, la estructura que espolia, empobrece y monopoliza la decisión: el mercado, en realidad gobernado por una élite banquera.

El pensamiento crítico tendrá que aprender de esto que está sucediendo (y cuya estructua no ha dejado de repetirse como lo muestran las figuras de Trump, Bolsonaro, Wilders o Le Pen). A pesar de que la extrema-derecha se funda en una impostura, su éxito radica en que ha logrado comunicar. Es urgente que el pensamiento crítico reconozca que no es suficiente contar con los argumentos racionales para convencer, que no basta con tener los principios de justicia, que es necesario aprender a llegar a la gente, hacer que la gente sea protagonista de la historia y trabajar desde y con los afectos. Esto permitiría pasar de una política que moviliza el odio para dominarnos a una política que – retomando a los zapatistas y a Laura Quintana – activaría la digna rabia en favor de la emancipación. Pero también implicaría comprender, como dice Segato, que la transformación no vendrá de la toma del aparato estatal, sino de la transformación de la sociedad para desde allí re-estructurar al Estado bajo un principio de vincularidad.