Editorial

¡Yujuuuuu, lo logramos! Tal y como lo anuncia el portal de Uniandes, somos la única universidad colombiana entre las 450 mejores del mundo, según la clasificación de 2011 del QS World University Rankings. ¿Razón suficiente para celebrar?

Antes de descorchar la botella de champaña, aprovechemos el momento de introspección que ofrece la semana de receso para poner este asunto en perspectiva. Cuando aparecen los rankings anuales de las universidades del mundo, nuestra actitud suele reflejar una mezcla entre serena resignación y autoconfianza. En efecto, si de compararnos se trata, nadie pretende competir con las estrellas de las ligas mayores. Nuestro razonamiento típico es: ‘Claro, quedamos lejos de Princeton, pero eso no le hace: de todos modos somos de lo mejorcito del vecindario.’ Hacemos lo mismo cuando nos comparamos con universidades como Harvard, Oxford, Cambridge y similares, lo que mantiene nuestro orgullo intacto.

Pero el trecho entre el puesto de los Andes y los de las universidades de las grandes ligas es largo. De hecho, al estar ubicada entre los puestos 400 y 450, nuestra universidad quedó muy por debajo de varias instituciones prácticamente desconocidas. ¿O acaso alguien tiene un referente académico la universidad de Wollongong en Australia? ¿Y qué decir de la Universidad Charles de la República Checa? ¿Alguno de nuestros egresados ha considerado hacer un posgrado en Estados Unidos en la Universidad de Wake Forest, o en el Rensselaer Politechnic Institute? Pues bien, todas esas universidades y otras por el estilo nos superan de lejos, según el QS World University Rankings.Vayan guardando las serpentinas, pitos y voladores..

No quiero sonar irrespetuoso, petulante o parroquial, pero confieso que me empezó como un tembleque en las piernas cuando vi en el ranking que nos dio sopa y seco la Universidad de Tasmania. Leyeron bien. El lugar natal de Taz, ¡el «demonio de Tasmania» de Bugs Bunny! Resulta que nos aventaja en antigüedad y tiene más de mil estudiantes de doctorado, para que se enteren los que –igual que yo– solo tenían el referente de los dibujos animados (escondan la champaña, ¡pero ya!).

En cualquier caso las clasificaciones no dejan de ser un tanto banales y arbitrarias, y no se puede evaluar un proyecto educativo e investigativo a partir de ahí. Aunque los rankings cumplen una función, si nos obsesionamos con las tablas de clasificaciones terminaremos confundiendo el tema universitario con un torneo de fútbol. Lo clave es analizar nuestro aporte al conocimiento y a la sociedad colombiana. ¿Cómo se ha reflejado nuestra relativa excelencia académica en ésos ámbitos? ¿Hemos tenido un impacto proporcional a nuestro liderazgo en el país, más allá de formar adecuadamente y graduar estudiantes?

Son preguntas complejas, y apenas se pueden esbozar algunas impresiones en este escrito. En el entorno académico nacional somos un referente obligado: con cierta frecuencia uno escucha comentarios de colegas de otras universidades manifestando que sus instituciones «buscan parecerse a los Andes.» Si somos dignos de imitación, todo parece indicar que no lo hacemos mal frente a los pares colombianos.

En el ámbito académico global, en cambio, estamos a la zaga: un poco en todo, pero principalmente en las carreras relacionadas con las ciencias básicas y la tecnología. Consumimos más conocimiento del que producimos, y nuestro rezago con las universidades de punta es grande. El atraso se explica –al menos en parte– por la poca generosidad del Estado y del sector privado en aportar fondos sustanciales para la investigación a lo largo de nuestra historia. Miren los rubros de las universidades del primer mundo y entenderán.

Y en el terreno político y social la evaluación de impacto es más compleja. Nuestra incidencia ha sido diferenciada por facultades y departamentos, y ha dependido de la presencia de circunstancias favorables que a veces (pero no siempre) se dan. La Facultad de Economía, por ejemplo, ha tenido durante décadas un gran impacto al existir una especie de puerta giratoria con Planeación Nacional y el Ministerio de Hacienda. Varios profesores y egresados de la Facultad de Economía han ocupado cargos clave de la tecnocracia económica del país, y por ello pueden reclamar crédito por los aciertos (y desaciertos) de las políticas públicas de varios gobiernos. Quizás uno pueda criticar a nuestros economistas su falta de audacia para –por ejemplo– impulsar políticas novedosas que contrarresten mejor la desigualdad y la pobreza, pero en general han demostrado profesionalismo.

Los politólogos, en cambio, hemos tenido un acceso más tenue e irregular a los procesos de toma de decisiones. Ocasionalmente unos cuantos politólogos han ocupado cargos en el alto gobierno. Otros han sido consultados para iniciativas políticas y proyectos específicos, mientras que otros más han preferido orientar la opinión pública con columnas en los periódicos. La mayoría simplemente han (o hemos) cruzado los dedos para que nuestras investigaciones sean leídas y tenidas en cuenta en la elaboración de políticas (cosa que pocas veces ocurre, y es frustrante). Por supuesto, a menor acceso a los procesos de toma de decisiones, menor la incidencia. Pero se puede plantear la hipótesis (por explorar) de que, cuando nos han tomado en cuenta, nuestro impacto ha sido positivo.

Algo que lamento es nuestro escaso impacto regional. Somos un departamento que forma estudiantes de distintas regiones. Nada más éste semestre ingresaron quince estudiantes de fuera de Bogotá, es decir casi un tercio de los 52 admitidos. No sé cual sea el acumulado histórico de gente de las regiones que se gradúa del Departamento, ni qué pasa con ellos después de que obtienen el título. ¿Se quedan en Bogotá? ¿Vuelven a sus regiones? ¿Salen del país? ¿Emigran a Tasmania? Pero a juzgar por la falta de desarrollo político de muchas regiones del país, donde campea la incompetencia, el patrimonialismo y la corrupción, nuestros egresados no han sido el vehículo para transformar el poder local. Tampoco se me ocurre qué podríamos o deberíamos hacer al respecto, pero ahí les dejo la inquietud.

* Profesor Asociado, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.

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