Editorial

Las demostraciones y protestas vividas en los últimos meses en varios países del Medio Oriente y Norte de África, conocidas como la «Primavera Árabe,» son probablemente los movimientos políticos mundiales más importantes desde el colapso de la Unión Soviética a principios de los noventa y la democratización de varios países Latino Americanos en la década de los ochenta. Protestas ciudadanas contra gobiernos autoritarios en Túnez, Argelia, Egipto, Libia, y Siria, entre otros, van provocado cambios domésticos radicales como la caída del régimen en Egipto, el inicio de una guerra civil en Libia, y la implementación de represión estatal generalizada en países como Siria, Bahréin, y Yemen. Cuál será la reacción de algunos de estos regímenes autoritarios y monárquicos ante demandas populares de representación y libertad política?

El éxito de estas demandas depende críticamente de la capacidad de organización de la sociedad civil y de los costos de reprimir dichos movimientos por medio de fuerza bruta. Un factor determinante tanto de esta capacidad, como de los costos asociados con cualquier represión política, es la estructura económica. Los recientes acontecimientos en Egipto parecen de cierta forma compatibles con la famosa teoría de la «modernización» expuesta inicialmente por Seymour M. Lipset en su artículo clásico de 1959. Según esta tesis, las instituciones democráticas de una sociedad se desarrollan en un proceso conjunto de modernización económica y política. Por lo tanto, a medida que el sector productivo se industrializa, la población se vuelve más urbana, educada y cívica, y al mismo tiempo esto conduce a un sistema político más democrático. La capacidad de organización de la sociedad en la revolución egipcia, especialmente de sectores juveniles, urbanos, y educados, dependió crucialmente de avances tecnológicos como las redes sociales y los sistema de telefonía celular. Estos avances tecnológicos son el resultado de varios años de crecimiento económico sostenido bajo un régimen no democrático. Al mismo tiempo, la urbanización de la economía egipcia en las últimas décadas incrementaron los costos económicos asociados con el uso de la fuerza militar en las ciudades, táctica la cual era más aceptada décadas atrás. Estos factores explican parcialmente la salida precipitada de Hosni Mubarak, el apoyo militar a esta salida, y la relativa calma en la cual ocurrió el cambio de mando en el régimen.

El nivel de diversificación de la economía también es un factor importante para entender la interacción entre una oposición organizada y un régimen autoritario. En particular, la gran dependencia de recursos naturales y la predominancia de sectores primarios podrían ser el principal factor en contra de estos movimientos de liberalización. El caso libio es un gran ejemplo de la «maldición de los recursos,» teoría muy influencial en el campo de política comparada, la cual predice que países con grandes recursos naturales son más propensos a sufrir gobiernos autocráticos y guerras civiles. El mecanismo principal por medio del cual una gran riqueza mineral puede influir negativamente el nivel de libertad política de un país es la capacidad de control económico que un gobierno despótico puede ejercer si logra controlar la producción y explotación de esta riqueza. En el caso libio, las protestas contra el régimen se transformaron rápidamente en un conflicto armado por el control de los principales centros de producción y refinación petrolera, especialmente en el este del país. Dada la gran dependencia de rentas minerales y la poca diversificación de la economía libia, el régimen de Muammar Gaddafi estuvo más dispuesto a pagar el costo político y económico de reprimir de forma generalizada a una naciente oposición organizada y esto desato el conflicto que Libia sufre en la actualidad. En la medida que el gobierno de transición en Benghazi logre controlar una parte importante de la producción de petróleo y gas el conflicto actual llegara a su fin, los partidarios de Gaddafi serán juzgados y tendremos un cambio de gobierno. Sin embargo, esto no garantiza que el nuevo gobierno vaya a ser necesariamente más democrático ya que los mismos incentivos que llevaron a la consolidación de Gaddafi estarán presentes y podrían ayudar a consolidar un nuevo gobierno personalista y autoritario.

Basado en estas ideas, la reacción estatal esperado de estas protestas ciudadanas es más positivo en países más desarrollados y menos dependientes de recursos naturales como Siria y Líbano, y menos esperanzador para países más agrícolas y subdesarrollados como Yemen, Túnez, y Libia. Por las mismas razones, regímenes monárquicos basados en el control de rentas petroleras como Arabia Saudita y Bahréin son los más renuentes a realizar concesiones políticas y los más dispuestos a implementar tácticas represivas.

Los acontecimientos actuales y el nuevo orden político en desarrollo en el mundo árabe son fascinantes e históricos. Estos movimientos, y el resultado final en términos de instituciones políticas y económicas, determinaran sin lugar a duda el desarrollo del mundo árabe en el mediano y largo plazo. Más aun, muy seguramente podremos deshacer o afirmar una de las tesis más controversiales del gran científico político norteamericano Samuel Huntington: la supuesta incompatibilidad del Islam con la democracia de masas.

* Profesor asistente de Ciencia Política, Universidad de Nueva York Abu Dabi.

¿Comentarios?
mc3801@nyu.edu