Editorial

Hace muy poco obtuve unas claves para entender una figura del mundo de las ciencias sociales que me había sido muy enigmática y escurridiza, al mismo tiempo que enormemente sugestiva para mis actuales reflexiones: el llamado “investigador independiente”. Es una especie de autodefinición, perteneciente al ámbito de las reglas y comportamientos informales y que expresaría un intento de distinción y visibilidad frente a los investigadores adscritos a instituciones académicas o políticas, es decir, al “investigador formal”. Me imagino que tiene mucho parecido con el también llamado “cine independiente”, quiero decir con su génesis y razón de ser. No sé bien todavía si este personaje que puebla los territorios de las ciencias sociales, cuya presencia se hace sentir en los congresos, constituye una identidad rebelde, si acaso representa una imposibilidad o frustración, o quizás una ingrata señal de los tiempos que corren por el mundo de la academia.

Cuando Merton perfeccionó el original concepto de anomia de Durkheim, tuvo el cuidado de estatuir este fenómeno como una condición del sistema social que se vuelca en la conducta de los individuos, y que se caracteriza por una “disociación entre las aspiraciones culturalmente prescritas y los caminos socialmente estructurales para llegar a ellas”. Hay anomia cuando en una sociedad se le da una “importancia excepcionalmente grande a objetivos específicos sin una importancia proporcional de los procedimientos institucionales” (Robert Merton, Teoría y estructura sociales, p. 212). Como respuesta a las discordantes señales del sistema, se producen las conductas anómalas características de la anomia: conseguir los fines con atajos, intercambiar medios por fines, desarrollar el fingimiento y la falsa innovación, desplegar estrategias subterráneas o vivir al margen desconociendo el orden establecido, entre otras muchas conductas que Merton y los funcionalistas llaman también conductas desviadas.

El 10 de octubre pasado, el nuevo director de Colciencias, Jaime Restrepo Cuartas, ofreció una reveladora entrevista a UN Periódico. La entrevista sorprende por la transparencia del entrevistado así como por su tácito cuestionamiento a la administración anterior y porque, al parecer, todo indicaría un importante cambio de rumbo en materia científica. Para mí era una joya engastada de signos y significados: reconoce sin tapujos que “Colombia no tiene la capacidad suficiente para darles respuesta económica a la gran mayoría de proyectos de investigación que se presentan”; que se necesita un proceso de regionalización del fomento de la ciencia, pues hay una “brecha” enorme entre regiones (de la que colijo una malsana e inequitativa competencia); vuelve al tema de la finalidad del conocimiento científico, es decir, al “aporte”, que tendría que ver con dar “solución” a los problemas del país y no solamente con publicar y, en el caso de las ciencias sociales, con ofrecer lo que él llama “modelos de aplicación en la sociedad”. Pero lo que más impacta son sus palabras sobre las exiguas probabilidades de éxito que tiene un proyecto de investigación en Colciencias: este año se presentaron 10 mil proyectos, de los cuales solo se aprobaron 6 mil y de estos apenas se financiaron 300 (0,03). Aclaró que esperan pasar, en los próximos 4 años, al 50% de proyectos financiados.

¿Qué es ser investigador y cómo se puede ser investigador en Colombia, entonces? ¿No apunta toda esta situación a una condición existencial líquida, fugaz como el viento, la de investigador? Si se decide por esta forma de vida, es decir si se quiere vivir como investigador, ¿cómo poder seguir siendo tal, cómo hablar de mi estado como el de una profesión en términos weberianos? ¿Cómo se explica que tantos, pero tantos quieran jugar un juego en que lo más probable es “perder”, o en que para competir no hay forma segura de éxito? ¿Cómo se hace para eliminar tantos proyectos, en una especie de macabro exterminio? ¿Qué mérito tiene ganar una financiación en un sistema como éste? ¿Qué conductas “anómalas” refuerza un mundo tan estrecho y penitente? ¿Podría sentirme orgulloso de estar entre los 300? ¿Qué nombre ponerle a los 300 favorecidos: investigadores, triunfadores, élite, genios? Creí entender al investigador independiente después de todo esto. Creo que es una forma de existir, que es una búsqueda en medio de la incertidumbre, un eufemismo claro está. Es una consecuencia de un arreglo societal que ha exacerbado, casi hasta la patología, la distancia entre el deseo y las posibilidades. La idea de anomia, cuando la asocié al sistema social de la investigación, se me hizo tremendamente sugerente, a mi pesar teórico.

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