“El patrimonio es tanto lo que sucede en los sitios, lugares, exposiciones y así sucesivamente como los propios lugares. Es un momento o un espectáculo social y cultural, en el que los valores y significados culturales y sociales son reconocidos y negociados, y luego aceptados, rechazados y/o impugnados” Laurajane Smith (2008).
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La definición del concepto patrimonio cultural ha experimentado cambios y rupturas a lo largo del tiempo, a partir de las formas tradicionales de herencia hasta el corpus internacionalista de la década de 1930, con la Carta de Atenas, donde el concepto de patrimonio cultural adquirió relevancia en la dimensión cultural a nivel internacional. Desde entonces se ha desarrollado un enfoque integral que reconoce que un monumento no debe considerarse de forma aislada, sino en el contexto que lo rodea. Esto ha llevado a la incorporación de nuevos criterios que permiten su valoración, alejándose de las prácticas restrictivas que limitaban el patrimonio a meras listas (Vecco 2010, 322). Este nuevo enfoque, que supera las viejas perspectivas patrimoniales, puede ser utilizado como una base sólida para la reinterpretación de antiguas formas de leer el patrimonio erigido en el espacio público.
Para el caso colombiano, las primeras acciones relacionadas con el patrimonio y su conceptualización surgieron cuando “el estado asumió formalmente la responsabilidad de construir y preservar edificios estatales […]” (Salge 2018, 39), antecedente que institucionalizó la valoración de los bienes a través de mecanismos legales.
Por ejemplo, la estatuaria producida como parte de la celebración del primer centenario de la independencia en 1910, periodo que se reconoce como el momento de mayor producción de obras conmemorativas de la historia (Vanegas 2019, 15), eran estrategias simbólicas usadas por el estado, principalmente durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, para la consolidación de sentimientos identitarios en la ciudadanía como herramientas visibles y tangibles que transmitieran mensajes, y que mostraran la grandilocuencia del estado. Obras que han sido analizadas desde diferentes lugares de enunciación¹.
En términos de representación, estos bienes definen una época, un contexto y un pensamiento. No obstante, representan también unos valores: “nada más peligroso que una estatua en su aparente inmovilidad. La estatuaria es modélica, y por regla general está al servicio de una historia oficial que invariablemente nace, crece y se reproduce para servir a las élites… Y en determinados casos muy puntuales, logran generar lo que denominamos ‘geografía sagrada’ (Lacarrieu y Laborde 2018, 14)”.
La ausencia de piezas escultóricas con enfoque de género desvincula a las mujeres del espacio artístico – histórico del territorio con las mujeres. Si bien este problema no es exclusivo de Bogotá, si puede ser entendido a partir de las dinámicas hegemónicas del patrimonio, así como la contradicción a la que está expuesto desde dos perspectivas: el aparato patrimonial regente y la activación por parte de las sujetas portadoras.
Esta ‘geografía sagrada’ ha definido espacios de sociabilidad y cumple unos objetivos que hacen parte de los discursos de ciudad, por lo tanto, ¿Cómo repensar estos bienes y analizarlos desde una perspectiva con enfoque de género?
Algunos autores² manifiestan que la reinterpretación de referentes escultóricos simbólicos permite apropiar la ciudad, mejora la percepción de seguridad para el caso de las mujeres, activa los espacios que rodean, promueven la resiliencia de la comunidad y reafirma a las mujeres como ciudadanas sujetas de derechos. Desde otra perspectiva es posible comprender el territorio a partir del reconocimiento de ciertas manifestaciones como parte integrante del patrimonio cultural de las comunidades portadoras. Por todo lo anterior, es pertinente contribuir al reconocimiento de estos referentes simbólicos, en este caso, los referentes que construyen una ciudad diversa y heterogénea y propiciar una activación de este patrimonio desde un marco de reivindicación de las mujeres. Surge la pregunta sobre cómo se han construido las visiones del patrimonio en la ciudad y si estas visiones permiten entender y reinterpretar los bienes en el espacio público a partir de una construcción teórica con perspectiva de género.
Desde y para las mujeres
Las mujeres que hemos habitado históricamente la ciudad de Bogotá nos hemos visto sometidas no solo a las actitudes machistas y abusivas de la cotidianidad de sus calles; también hemos vivido una violencia simbólica expresada en los lugares. La presencia escultórica femenina es por lo tanto problemática en los espacios públicos de la ciudad puesto que, al igual que la condición de mujer, la representación de la misma está sujeta al ejercicio de dinámicas que atentan contra su materialidad y su representación, situación que se identifica a simple vista: obras con decoloración por contacto como el caso de las mujeres de Fernando Botero; desmembración, como el conocido caso de la Rebeca; y pintas, rayones y marcas como en el caso de las figuras femeninas de Banderas, entre otros ejemplos.
Sin embargo, la situación de estos referentes de la ciudad, puede ser un problema del patrimonio cultural si es observado bajo la lupa de los estudios críticos del patrimonio. Laurajane Smith (2011) enfatiza que el discurso patrimonial autorizado no solo le atribuye valores inherentes al patrimonio, convirtiéndolo en la cosa patrimonial, desligando los significados culturales. Dentro de esa inherencia también argumenta que como parte de las dinámicas del patrimonio no solamente hay patrimonios buenos y gloriosos; existen además aquellos que no deben evitarse, los que cuentan con una “naturaleza oscura y controvertida del pasado” y deben entenderse no en una suerte de estatus “especial” o “patrimonio disonante” sino como parte de las complejidades del patrimonio mismo.
En consecuencia, “los diferentes conflictos en torno a la interpretación y preservación del patrimonio se vuelven aislados, en lugar de ser vistos como una rutina o como un aspecto fundamental de la naturaleza del patrimonio” (Smith 2011, 44), el patrimonio y su construcción teórica no son fenómenos aislados carentes de entramados, al contrario, es necesario traerlos a las discusiones contemporáneas puesto que el discurso autorizado es aquel que no cuestiona. Según Smith, es necesario ampliar las investigaciones sobre cómo se construye la identidad por medio del patrimonio suponiendo que este no es inherente al bien.
Al comprender la identidad como un proceso de construcción social, al igual que el patrimonio, es posible entablar nuevas relaciones con los viejos estereotipos del patrimonio. Este proceso es posible siempre y cuando existan las herramientas para reinterpretar estos sitios, “Si consideramos el patrimonio como un proceso cultural, y que lo que sucede en los lugares patrimoniales es parte integrante del patrimonio, entonces las nociones de patrimonio no solo se vuelven más complejas, pero permiten la posibilidad de la participación activa del público o del visitante con los sitios de patrimonio” (Smith 2008, 167).
Silvana Collela (2018) siguiendo a Smith (2008) sustenta que el patrimonio no es neutro y tiene género puesto que es definido, entendido, expresado, reproducido y legitimado bajo identidades masculinas y valores sociales de clases hegemónicas que los sustentan, es decir, la evidencia de la existencia de un discurso autorizado, un sesgo que ha contribuido a “validar una mirada desde la élite, perpetuado a través de una ingeniosa selección de sitios, monumentos, artefactos y lugares que comienzan a importar como patrimonio en la medida que lo confirma” (Colella 2018, 251). En Bogotá este sesgo se identifica con facilidad. Vemos la escasez de sitios y referentes identitarios en tanto construcción social para las mujeres, mientras los espacios de representación patrimonial siguen siendo mayormente ocupados por reflexiones masculinas, poco críticas, anacrónicas y monolíticas.
La condición invariable del patrimonio y su valoración hegemónica ha impedido que se reconozca una visión diferente a la tradicional sobre el patrimonio erigido en Bogotá. Las prácticas restrictivas, la inmutabilidad de los monumentos y la simple idea de valor revaluada ya en el documento de Nara, censura, criminaliza y, en consecuencia, devora el pasamiento crítico.
Para quebrar el sesgo en el caso de Bogotá se puede empezar por apropiar el espacio y el territorio a partir de valores feministas y diversos, de-construyendo patrimonios a partir del ensamble social de referentes re significantes, enraizando el significado de patrimonio como procesos de creación de sentidos, como representación subjetiva que nos ayuda a dar sentido al presente y finalmente, como negociador de significados y valores históricos (Smith 2008). En consecuencia, ¿Cómo se usan los asuntos patrimoniales para negociar ciertos problemas sociales y ciertos debates que se entrecruzan o se basan en él?
Negociar con los significados a través de procesos reivindicadores puede ser una alternativa: recorrer en bici la ciudad para la creación de nuevos sentidos para el patrimonio erigido con perspectiva de género. Para el año 2015, el plan de igualdad de oportunidades para las mujeres y la equidad de género planteaba el autorreconocimiento como sujetas de derechos, para tal fin se ejecutó un proyecto cuyo objetivo era generar afectos y vínculos con la ciudad, para crear espacios seguros para el transitar de las mujeres. Este ejercicio se planteó a partir de los referentes escultóricos de mujeres, identificando espacios en donde se pudieran “crear vínculos reconciliantes y atrayentes que estimulen la apropiación del espacio” (Sánchez Bernal y Triana Gallego 2017, 11) puesto que “el afecto por un lugar lo hará más vivo, habitado y seguro”. Algunas conclusiones de este ejercicio fueron enfocadas hacia la apropiación del espacio, el disfrute de la ciudad, la presencia en el espacio público como herramienta para el conocimiento integral del territorio, etc. No obstante, el proyecto no tuvo continuidad y los bicirrecorridos traen retos que dificultan su aplicación, tales como las condiciones ambientales de la ciudad, así como los desniveles, la falta de infraestructura y de cartografías sobre el patrimonio y, sin perder de vista, lo difícil que es andar en bici sí se es mujer, la sistematización de la información a través de la puesta en marcha de modelos cualitativos, será necesario para poder construir diagnósticos sólidos frente a la significación de espacios anclados a debates contemporáneos y el análisis de la intersección entre la interpretación del pasado y las exigencias de identidad, entre otros (Smith 2011, 44). Pueden ser herramientas útiles para medir la creación de nuevos sentidos para el patrimonio erigido con perspectiva de género, para poder afirmar que estos proyectos fomentan el reconocimiento del patrimonio como construcción social y la articulación de políticas públicas con espacios enunciativos del patrimonio, re-pensándolo y cuestionando su estatus en un ejercicio de re-significación.
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Otro punto de partida para entender el espacio escultórico con perspectiva de género es comprenderlo como un espacio de comunicación. La relación entre la escultura y el espacio público no es solo de carácter decorativo. La escultura tiene una carga política y de representación, así como una implicación didáctica y en este sentido, de mediación ya que “La mediación convierte al espacio en algo sociable, dándole forma y atrayendo la atención de sus usuarios hacia el contexto, más amplio, de la vida, de la gente, de la calle y de la ciudad” (Romero-Sánchez y Marfil-Carmona 2020, 199).
En consecuencia, el análisis del espacio escultórico que representa mujeres desde las facultades comunicativas del mismo, puede configurarse en una cartografía urbana con perspectiva de género, atrayendo público y generando nuevos espacios de discusión.
En efecto, ambos nichos contribuyen a ensamblar el esqueleto de las nuevas visiones del patrimonio con perspectiva de género, puesto que se reconocen como parte de la ciudad y se destaca la importancia del análisis de la estatuaria con perspectiva de género en Bogotá. En consecuencia, las alternativas para estructurar nuevos paradigmas del patrimonio erigido en Bogotá, ubica el foco de atención en aquel que representa mujeres, desde la reinterpretación y la construcción social de los discursos anclados a los sitios a partir del reconocimiento de los mismos.
Sin embargo, el cómo generar vínculos e identidades desde el patrimonio no es cualidad intrínseca del mismo, no es que, por el hecho de estar investido por una valoración que lo llevó a ser enlistado como patrimonio, se halla depositado en él una suerte de poder para que la gente se sienta identificada. Este ejercicio de pertenecía e identidad se debe construir, es un proceso social, como ya se expuso, y debe encausarse, no a través del discurso autorizado sino a través de la cualidad performativa que tiene la identidad, que permite cuestionarse y camuflarse entre múltiples sentimientos identitarios.
En síntesis, la articulación de lugares significativos con la elaboración e implementación de políticas públicas con perspectiva de género contribuirán a recorrer nuevas sendas sobre las reflexiones en torno al patrimonio erigido con dicha perspectiva. Como sabemos, las visiones con las que se ha ido entramando lo patrimonial han sido cimentadas en valores hegemónicos y heteropatriarcales; sin embargo, la búsqueda de nuevas sendas de análisis, de nuevos nichos para cuestionarlo, logrará ampliar las capacidades críticas de los individuos y colectivos soportando en el pasado los pasos para el futuro.
Finalmente, surgen los siguientes interrogantes que permitirán ampliar la discusión, ¿Cómo pensar el patrimonio en clave de mujer si ante cualquier uso o apropiación de sus referentes sean estos simbólicos o explícitos, es censurado y atacado calificándolo de vandalismo o delincuencia? ¿Es necesario aislarlo argumentando que está en riesgo su materialidad sin ni siquiera cuestionar su significado identitario, simbólico y cultural?