El desarrollo sostenible exalta la diversidad cultural como manifestación de la espiritualidad de la humanidad, con lo cual la diversidad cultural no crea mayores problemas en el orden del sistema capitalista. El Estado multicultural es incluyente y tolerante en tanto las organizaciones sociales se dirijan a través de sus normas, lo que produce una diversidad cosificada y fetichizada. Así, la recuperación de la ancestralidad de los pueblos originarios se orienta al fortalecimiento de una identidad nacional alienada, en donde la población indígena se sitúa como protectora del ambiente, del territorio rural, como integrante del folklor de los países multiculturales, pero no como sujeto histórico; es, si se quiere, la mejor opción del multiculturalismo para callar las demandas étnicas en cuestiones de equidad social. En dicho contexto surge el indio permitido, el indígena cooptado por el Estado multicultural, que al involucrarse enteramente a las políticas liberales “democráticas y participativas” garantiza su permanencia en un entorno en el que la diversidad cultural es celebrada como estrategia de reconocimiento y pluralidad.
El concepto de turismo creativo formulado por Greg Richards y Crispin Raymond (2000) alude al “Turismo que ofrece a los viajeros la posibilidad de desarrollar su potencial creativo participando activamente a cursos o experiencias características del lugar de su estancia”; en éste se anuncia una línea multicultural donde las poblaciones prestadoras de servicios turísticos actúan de manera acrítica. El reconocimiento ambiguo como patrimonio cultural de “toda manifestación cultural”, contiene implicaciones fuertes no sólo para los monumentos muebles e inmuebles, sino para las mismas poblaciones vivas vistas también como recursos administrables. De esta manera se objetiva a los sujetos e incluso puede llegar a concebirlos como patrimonio inmaterial en riesgo, tal y como ocurre con lenguas, comida, rituales y escenarios, donde pareciera que la vida es menos importante que la recuperación de las “expresiones o recursos culturales.
En este escenario, Sánchez (2004:4) considera que ahora se trata de lograr reconciliar el discurso patrimonial con la población cercana, pues antes se le atribuía una carga tiránica que, por su forma y argumentación, exponía el patrimonio cultural y a la población local como objeto de exhibición, lo que al final perjudicaba tanto a la población como al bien cultural. En algunos lugares estas formas se han oficializado, como sucede en México con el programa de Pueblos Mágicos, en donde el turismo creativo promueve que las poblaciones teatralicen su modo de vida, participando de la exhibición de su vida “cotidiana” como atrapados en el tiempo para ser visitados por el turismo cultural, visión con la que definitivamente no coincidimos porque, en tanto atribuye características de objetos a sujetos sociales, en otras ocasiones el daño puede ser mayor como el giro en las actividades económicas orientando las actividades comunitarias al sector turístico bajo condiciones desfavorables que no tienen tendencia real de cambio.
En la nueva modalidad como mercancía, el turismo se asocia a una imagen ligada a una marca (Klein, 2005: 33) donde se incluyen las empresas del turismo cultural y creativo. La mercancía entonces se presenta más elaborada, atribuyéndose la capacidad emocional de lograr la realización de experiencias de vida; el producto cultural se deshumaniza, entregándose al servicio de las marcas y las demandas comerciales. La producción en serie del arte y la cultura, propia de una industria, el estereotipo fijado por la técnica, la diversión acrítica, entre otras, son características llevadas a la práctica como una forma de fortalecer el mercantilismo del sistema capitalista. Es aquí donde el multiculturalismo, como política cultural global etnófaga (Díaz Polanco, 2006), se relaciona con la venta de experiencias en la lógica de la economía global fetichizada.
Pensemos en este hecho como una obra de teatro cuyo escenario tiene de fondo sitios patrimoniales. Los actores salen a escena: el indio permitido, portando hermosas ropas policromas, danza, hace flechas o canastitas; el político democrático celebra la diversidad cultural del indio permitido; el turista en busca de experiencias, luce radiante por palpar la otredad aunque no la entienda; y el antropólogo etnófago responsable de la labor de base, se presenta con bajo perfil pero es él el encargado de transmitir al indio permitido que lo mejor que puede hacer es “asumirse como indio permitido”. El garante del capital invertido —llámese Estado neoliberal o empresa privada— completa la escena. Se encarga de la publicidad, la gestión y la amabilidad de todos los anteriores; invierte sin mayores dificultades y con responsabilidad social en el teatro (zonas arqueológicas, por supuesto) y luego es quien cobra la entrada.
La teatralización de la vida consumada en la modernidad tardía se expresa en la cultura politizada y la economía despolitizada. En medio, la humanidad como producto. Así, el Estado exalta la ancestralidad de los pueblos originarios con el objetivo de restar fuerza a las demandas sociales de orden económico, exaltando las culturales como reflejo de la espiritualidad de los indígenas. El multiculturalismo se despliega con el prestigio de la “defensa” de la diversidad y de la promoción del “pluralismo” como “diferencia cultural”, dejando de lado los problemas económicos y sociopolíticos. Pretende ser una propuesta de validez universal, que busca evitar que quede al descubierto cómo la particularidad de su “universalidad” es la globalización del capital, mostrando con esto que su discurso de tolerancia en realidad resulta intolerante.
El programa de Pueblos Mágicos en México tiene esa modalidad. Para postular por la inscripción se requiere demostrar que el pueblo posee características históricas, culturales y arquitectónicas que trasladarán a los turistas a un espacio mágico, para dar la sensación de encapsulamiento histórico que permita a la vez las comodidades que ofrece un servicio turístico de altura, pero con el toque étnico necesario. Así, en la isla de Cozumel de la Rivera Maya encontramos a mujeres originarias con huipil blanco haciendo la corte a los turistas mientras toman su desayuno frente al mar, para luego cambiar el majestuoso huipil maya por indumentaria propia de las labores de limpieza del hotel. Pueblos con toneladas de basura cada fin de semana como en la Sierra Norte de Puebla en donde la población originaria mantiene una fuerte oposición contra los proyectos mineros en sus Pueblos Mágicos; así como desigualdad y dependencia económica de las comunidades aledañas al pueblo inscrito como resultado de los intermediarios en la venta de artesanías, entre otros.
En el Estado de Michoacán, el día de muertos es contundente. La práctica de culto a los difuntos en la meseta purépecha que encumbrara Lázaro Cárdenas durante su presidencia, sería años después impulsada por el nieto, Lázaro Cárdenas Batel en su periodo de gobierno La tradición se desbordó en un escenario ideal para vivir las costumbres del mexicano exótico que pone ofrenda y pasa en vela la noche del 1 de noviembre en el panteón porque piensa que sus difuntos vienen a degustar y “compartir de la vida”. Así lo sienten los purépechas, lo promueven los políticos y lo cobran los hoteleros; el atiborramiento de turistas en los panteones tomando fotos, pisando tumbas, tirando basura, circulando con música alta y alcoholizándose se vive en silencio. La adscripción de la cocina tradicional Purepecha y la Pirekua no se hizo esperar ante la UNESCO, como no lo hizo tampoco el acoso de los talamontes y el narcotráfico en Cherán y toda la meseta, pero claro es que la población purépecha organizada en policía comunitaria no es la requerida por el Estado para encapsular turistas en el tiempo y hacerles sentir el Cempasúchil1, las velas, el pan de muerto y el mole de la ofrenda sobre la tumba de tierra al son de Tsïtsïki Urápiti2.
Así entonces, con el turismo creativo se trata de “vivir el patrimonio”, en donde el indio permitido (Silvia Rivera, comunicación personal, 2012) es garante óptimo para que los turistas buscadores de experiencias de vida logren regresar a casa sumamente satisfechos por el consumo de su vida misma. La existencia de las comunidades es útil mientras sea exótica, colorida, comercializable; es esta la forma en que el capitalismo propugna que el desarrollo sustentable es un proceso de lucha por la diversidad en todas sus dimensiones. Es esto lo que implícitamente la antropología etnófaga promueve cuando reconoce al patrimonio cultural como “recurso cultural” y su “manejo” como “empresa” que genera “alternativas económicas en las condiciones actuales de ofertas culturales”. A lo anterior simplemente se le suma el discurso incluyente, tolerante y promotor de la diversidad cultural y el elixir multicultural queda completo.
En este contexto, asistimos cada vez en mayor medida, a encontrar proyectos interesados en lograr un vínculo con las comunidades cercanas a los sitios arqueológicos, y en general asociadas con el patrimonio cultural a través del actual modelo económico mundial de desarrollo sostenible. Se promueve la ayuda económica para dichas poblaciones pero en realidad resulta un ejercicio cosificado, acrítico y fetichizado por el exotismo y la buena moral del antropólogo etnófago, quien en su ejercicio académico reproduce la práctica de la antropología aplicada al servicio del Estado multicultural, sostenido en una dinámica perversa, engullidora de la diversidad cultural a favor del neoliberalismo. El propósito etnófago se lleva adelante mientras el poder “manifiesta respeto a la diversidad cultural”, o incluso mientras “exalta sus valores”. El Estado puede presentarse como el garante o el “defensor” de los valores étnicos, alentando la “participación” de los miembros de los pueblos originarios en proyectos de turismo creativo, procurando que se conviertan en promotores de la integración por propia voluntad a través de la venta de su ancestralidad fetichizada.
El Estado multicultural reconoce a los pueblos originarios como los protectores en su relación estrecha con la naturaleza, lo que recuerda la postura del desarrollo sustentable y reafirma la posición seguida en este contexto. En el plan de desarrollo sustentable se busca hacer que las comunidades se reconozcan como sociedades industriales, y a partir de allí buscar la homologación en su consumo. En la explotación del patrimonio cultural como industria cultural, muchas veces fomentado a través del desarrollo sustentable, lo peor viene implícito. Al verse a todas las sociedades del mundo como poseedoras de una industria, y con esto, establecer el diálogo entre pares, la libertad de industria se confina como el arma más letal de las comunidades, al momento en que otra sociedad industrial en esa libertad capitalista de producción de mercancías, puede tener acceso fácilmente a producir lo propio de la nueva comunidad industrial.
Por su parte, la producción en serie del arte y la cultura, propia de una industria, el estereotipo fijado por la técnica, la diversión acrítica, entre otras, son características llevadas a la práctica como una forma de fortalecer el mercantilismo en el sistema capitalista sin duda dirigido a cumplir los objetivos de una administración y explotación del patrimonio cultural entendido como recurso económico y que se pone en evidencia en el lenguaje de su gestión: empresa, alternativas socioeconómicas, competitividad y ofertas culturales, entre otros. ¿A dónde nos conduce esta reflexión? A entender que el desarrollismo del desarrollo sustentable es una total falacia.
Desarrollo y cultura van de la mano. El primero entendido por el valor económico como un derecho en el que debe fundarse el desarrollo humano mediante la cultura. Postura benefactora, humanitaria, de quienes dirigen el mundo a través de la sustentabilidad y de la creación de una nueva ética global. Postura que cubre con un fino velo de igualdad la perversidad que no se anuncia. La ancestralidad mercantilizada de los pueblos originarios es un riesgo y realidad en la cual se encuentran inmersos muchos pueblos originarios alrededor del mundo. El trazo del capitalismo tardío es perfecto sin duda, pero las desigualdades sociales y la conciencia de clase salen a la luz tarde o temprano. Los anteriores son algunas de las razones que sustentan nuestra separación y crítica de la antropología comunitaria multicultural y del turismo creativo, y a la vez son las que nos permiten plantear otras posibilidades de praxis donde no prime el discurso multicultural de desarrollo sustentable que entendemos como consumo de la vida misma.
Ante el escenario del turismo creativo una de las cuestiones prioritarias en la agenda de nuestra discusión debería ser la valoración crítica del turismo y la afectación que produce al patrimonio cultural y a las comunidades aledañas. En los espacios de discusión debe contemplarse la posición crítica de las comunidades que han sido afectadas por priorizar el turismo en sus actividades económicas. Lo anterior nos permitirá conocer ambas posturas para estructurar argumentos sustanciales en temas de turismo comunitario y creativo. Interesa estructurar un planteamiento que permita reconocer errores y aciertos de dicha práctica y nos permita formular propuestas no invasivas y cosificantes.
Apelamos a la responsabilidad de las ciencias sociales para hacer una pausa crítica ante la vorágine académica que nos lleva a reproducir esquemas económicos desfavorables para la población originaria, que conciben el turismo creativo y demás proyectos multiculturales como el camino para la democratización de la ciencia arqueológica y antropológica. Contamos con suficientes ejemplos que pueden servirnos de base para plantear indagatorias al turismo creativo y al multiculturalismo, está en nuestras manos lograr la tolerancia académica para lograr este diálogo necesario.
Notas
1. Zempoatlxóchitl o flor de los muertos.
2. “Flor de canela” es una pirékua o música tradicional del Pueblo Purepecha que alude a una despedida; su interpretación es común en la noche de muertos, ver AQUÍ