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El legado de las arquitectas
Habitual y espontáneamente, cuando pensamos en la idea de patrimonio, nos focalizamos en la figura de quien lo recibe: “lo que el hijo hereda del padre” (Covarrubias 1611). El hijo es el sujeto, no solo de esta oración, también de la atención que se presta a cómo gestionará la herencia recibida: si la conservará, acrecentará o dilapidará, estableciendo, en cada caso, un juicio que valora la relación del heredero con el pasado en función de lo que haga en el futuro. En la arquitectura, ese aprecio o menoscabo de la memoria marcan la actitud ante el patrimonio construido que se rehabilita, restaura, conserva, abandona o demuele.
Sin embargo, si nos fijamos en el padre, cuyo étimo adopta su heredad, lo importante no es el pasado sino el futuro: que la estirpe familiar continúe sostenida por los bienes, materiales e inmateriales, que pasan de generación en generación. El patrimonio es, pues, un medio para perpetuarse, y el matrimonio la institución social en cuyo seno se reconoce la legítima prole, que tendrá derecho a esa herencia, y el estatus de la mujer madre.
Afortunadamente, en la actualidad, la mujer tiene también el derecho a la propiedad y, por consiguiente, tanto a heredar como a legar. Esto nos plantea que nos preguntemos sobre cómo afrontan ellas esa perspectiva de futuro, que tiene que ver con la permanencia y el reconocimiento. En particular, este artículo se propone reflexionar sobre cómo se relacionan las arquitectas con los documentos de su archivo profesional (planos, fotos, etc.) que podría constituir, en su día, un auténtico legado para la posteridad, más allá del testimonio de sus obras construidas, y, durante su actividad, una ocasión de difundirlas y postularlas a diversos certámenes. Nos proponemos averiguar cuáles son sus intereses en esta materia (palabra que también viene de mater) y cuánto les ocupa y preocupa la construcción de un personaje y un currículo públicos y notorios en una disciplina cuyo olimpo está lleno de dioses varones (véase la colección ‘Retratos’ de la editorial Arquitectura Viva) (Fernández-Galiano 2021).
Navegando Arquitecturas de Mujer
Para intentar contestar a esta pregunta, disponemos de una herramienta que, si bien está en proceso, atesora ya una cantidad suficiente de muestras como para permitirnos extraer algunas conclusiones respecto a nuestro interrogante. Se trata de la aplicación para dispositivos móviles, de descarga libre y gratuita, Navegando Arquitecturas de Mujer (Gutiérrez-Mozo, Parra-Martínez y Gilsanz-Díaz 2022), NAM, la cual geolocaliza y documenta obras de autoría exclusivamente femenina, en solitario o en colaboración con otras arquitectas, en España y en el período que se extiende entre la restauración democrática (1978) y la crisis mundial de 2008, a partir de la cual las condiciones del ejercicio profesional, incluso del entendimiento de la disciplina, han mutado tanto que bien podemos hablar de un auténtico cambio de paradigma. NAM es el principal resultado de transferencia de conocimiento del proyecto de investigación “Miradas Situadas: Arquitectura de Mujer en España desde Perspectivas Periféricas, 1978-2008”, concedido por la Generalitat Valenciana a un grupo de investigación consolidado de la Universidad de Alicante y su Instituto Universitario de Investigación en Estudios de Género, para 2021-2023 (https://navegandoarquitecturasdemujer.ua.es/).
NAM ofrece una serie de datos objetivos sobre las obras, además de fotografías y planos, así como comentarios respecto a su relación con el entorno, uso y función, materia y técnica y composición, que se completan con las fuentes bibliográficas y los créditos. El nombre de la/s autora/s lleva a una pequeña biografía suya o a su web, si la hubiere. Y aquí saltaron las alarmas: esta última información es (a la vista de la app está), con mucho, la más difícil de conseguir. En la mayoría de los casos en los que ha sido posible, las propias arquitectas han tenido que confeccionar un pequeño currículo que no existía anteriormente, incluso cuando sus obras se hallaban publicadas.
Pues bien: más de trescientos edificios¹, de los innumerables edificados, proyectados y dirigidos por arquitectas en el ejercicio profesional, muestran y demuestran cómo el talento y el talante femeninos atienden a los hechos, fehacientes (es decir, dignos de crédito), pasando por alto sus imágenes, antes (proyecto) y después (obra), que los adornan y airean. En el artefacto construido, y a menudo desconocido, ignorado o silenciado por los medios, pendientes y dependientes del mercado efímero, está la clave de una arquitectura sin ínfulas, ajena a la fotogenia, cotidiana y duradera, que honra en secreto a sus autoras con nombre real, pero anónimas en la feria de las vanidades.
“Tuve un profesor, Jonathan Hill, que decía que la arquitectura era mucho más amplia que el trabajo de los arquitectos” dice Lesley Lokko (2023), comisaria de la XVIII Bienal de Arquitectura de Venecia. Reconocer esta verdad elemental constituye un principio que el arquitecto estrella se niega a asumir. Y ésta es la gran baza que las mujeres, dedicadas al oficio de edificar y puestos en él los cinco sentidos, sin alardes gráficos y sin veleidades fotogénicas, tramposas la mayoría de las veces, han jugado y juegan, con entera legitimidad y al margen de los emporios mediáticos y de los capitales puestos a contribución.
Proyecto versus obra
A Vitruvio (s. I a.C.) debe occidente la noción de arquitectura como arte de construir. El Renacimiento la rescata, pero poniendo el acento en el arte que conlleva el diseño, y los tratados insisten en ello (el de Alberti, De re aedificatoria, es elocuente al respecto) (1485). La idea de que la arquitectura encuentre gloría en el proyecto, es decir, en su imagen previa, corresponde al espíritu ilustrado del siglo XVIII. Los cenotafios de Boullée (1794) se irrogan el derecho de pasar a la historia como las arquitecturas que no han sido, ni son, ni se espera que sean. En ellos se inspira el sueño arquitectónico que Luis Moya (1940), epígono del pensamiento clásico, dibuja con esmero, sin ánimo alguno de verlo ejecutado. A ese sueño, por fortuna, han sido inmunes las arquitectas.
Las arquitecturas reunidas y por reunir en NAM invitan a considerar la obra edificada, realizada con el mayor esmero y dispuesta, si no para la inmortalidad, sí para una dulce y próspera longevidad. Sin descartar que toda obra de arquitectura está destinada a una perseverante, delicada y cuidada, restauración, actividad a la que las arquitectas se han aplicado y se aplican con denuedo, como asimismo puede constatarse en NAM. Lo que evidencia su sensibilidad para con el patrimonio en tanto memoria construida y colectiva.
Para una arquitecta, destemplada en los sueños, pero atemperada en el trato con la realidad, la arquitectura comienza cuando el proyecto se archiva y la obra empieza a ser habitada, deconstruida (Arnau y Gutiérrez 2017) y vivida. En virtud de esa restauración permanente, infatigable, que su compromiso vital requiere e impone. Lo que para el arquitecto mediático es el fin (un proyecto impecable y unas fotografías de la obra aún sin estrenar, suntuosas, tomadas desde el punto y en el punto justos), para la autora, anónima o apenas conocida, es solo el principio de una aventura de habitación y cohabitación, de encuentro y reconocimiento. Las pocas fotos que las arquitectas guardan de sus obras no lo son tanto del resultado final cuanto del proceso, del que dejan constancia en imágenes obviamente poco glamurosas. Así lo atestigua el archivo de Matilde Ucelay (Sánchez de Madariaga 2012), primera arquitecta española. En ocasiones, a estas fotos notariales se suman algunas afectuosas, con personas queridas para ellas.
Transitamos de la barrière al sanatorio, de Ledoux a Aalto, en ese punto en el cual los hitos, del obelisco a la cascada, palidecen en su sentido y la vida elemental, frágil pero digna, toma las riendas de un acontecer atento a lo que dura y perdura, a pesar de todos los pesares. Arquitecturas son aquéllas en las que, cada día, “amanece, que no es poco” (Cuerda 1989), con sus heridas que habrá que curar. Y es en esa perpetua restauración, vivida día a día, en la que la obra de arquitectura edificada desafía el paso del tiempo y se renueva, al compás de la naturaleza y sus estaciones. A ello hoy le llamamos sostenibilidad, pero siempre tuvo que ver con lo durable.
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Que la arquitectura se pervierta en un objeto mediático no deja de ser, si bien un acierto mercantil, un fracaso vital. Y una traición a su doble vocación, doméstica y cívica: de convivencia a todas las escalas, familiar y urbana. En cuya trayectoria el proyecto no pasa de ser partida de nacimiento y documento de archivo. El arquitecto tiende a ignorarlo. En la arquitecta no cabe esa confusión, que la sociedad de mercado cultiva, pues favorece sus intereses. En ellas, la arquitectura es lo que es: lugar en el que habitar y, sobre todo, cohabitar. De ahí que su historia se entienda como ejercicio de rehabilitación.
Utilidad y firmeza
Restaurar es honrar la memoria: hacer honor, a la vez que fraude, a la historia. Rehabilitar, en cambio, atiende al uso que puede, y debe, hacerse de lo edificado. Y ése es el principio de una arquitectura habitada, es decir, vivida: fiel a su origen y a tono con el presente. Por ello, de la famosa triada vitruviana (utilidad, firmeza y belleza), las arquitectas atienden con primor a resolver la función, a dar respuesta a las necesidades de las personas, tanto las de carácter práctico (no solo el uso, también el confort) como simbólico (el bienestar).
La arquitectura no es lo que llegó a ser en el imaginario de la historia, un relato sospechoso y triunfal que transita de hito en hito heroico, por mucho que los documentos lo avalen. Lo que cuenta es el uso, la utilidad, el servicio que presta a la comunidad. Lo que cuenta es la vida, no solitaria, que no es vida, sino compartida. Ni ensimismado (el eremita), ni enajenado (el místico), el habitante se reconoce en su entorno, al cual Ortega (2004,757) llama “circunstancia”: lo que está alrededor.
De esa circunstancia, construida con esmero y aparejada con amor (de su eficacia técnica depende su habitabilidad y su mantenimiento), la arquitecta ha hecho su oficio y en ella ha puesto sus cinco sentidos que, como dice Pallasmaa (2022), son más de cinco, pues abarcan la vida humana en su totalidad. El arquitecto se deja llevar de su visión, ocular e imaginaria (los ilustrados son el ejemplo) que culmina en el proyecto y las fotos. Un hito que ejemplifican las estampas de Ledoux para las barrières de París y en las que se consuma y consume el sueño arquitectónico.
Soñadoras como las que más, las arquitectas en el ejercicio actual de su profesión, se desvinculan (y por ende pasan desapercibidas en la mayoría de los casos) del futuro, y se centran y concentran en el presente de sus arquitecturas reales, felizmente habitadas, habilitadas y rehabilitadas. Son piezas ejemplares en muchos casos, que no han transitado por las páginas de las revistas de prestigio, que han sido olvidadas incluso por sus mismas autoras, que no circulan en las redes sociales, desapercibidas y, sin embargo, ejemplo de espacio habitacional, celoso de su secreto y abierto a los avatares de la vida impredecible de sus habitantes.
Hablamos de arquitecturas vividas, es decir, reales. Con sus historias insertas en la historia. Rehabilitadas y puestas al día una y otra vez. En las que el mueble cualifica el inmueble (Melgarejo 2011). La vida es, real o figurada, navegación. La movilidad no consiste en ir de un lugar a otro, sino en acomodar el lugar a cada tiempo, época y circunstancia, con elegancia, gracia y dignidad. El espíritu nómada que caracteriza este tiempo reclama una arquitectura sin pose, femenina.
El mercado se obstina en la sustitución: usar y tirar. Pero la arquitectura se empeña en permanecer, contra los vientos de los medios y las mareas del negocio y sus altibajos. La arquitecta sabe que la vida empieza cuando la arquitectura, en tanto que hecho construido, acaba. La aventura del espacio sucede a continuación. Al arquitecto le complace que su obra luzca en los medios y la fotografía nueva, a estrenar, sin un hálito de vida. La arquitecta desea que su obra haga felices a quienes la habitan. La vida, o mejor, la convivencia es la finalidad.
Notas
- La Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español consigna, en su artículo noveno, punto 4, que no podrá ser declarada Bien de Interés Cultural la obra de un autor vivo. Las arquitectas que forman parte de NAM lo están en su inmensa mayoría, por lo que sus obras no son aún susceptibles de esta protección. Para el Patrimonio Documental de las personas físicas (artículo cuarenta y nueve, punto 4) se requiere una antigüedad superior a los 100 años. Sin embargo, NAM recoge numerosas obras patrimoniales a cuya restauración y rehabilitación han aplicado históricamente las arquitectas y constituye, además, una fuente documental de primera magnitud sobre la que fundamentar, en el futuro, posibles expedientes para la incoación y tramitación de la declaración de un inmueble como Bien de Interés Cultural.