El fútbol, para entenderlo hoy en día, debe ser asumido desde las diversas complejidades que sus acepciones suscitan. Ya sea en el contexto deportivo o en el ámbito mediático, en sus ramificaciones a nivel macro social y en su funcionamiento como campo relativamente autónomo, puede encararse el fenómeno tanto desde una perspectiva que integre la totalidad de sus componentes o, puede enfocarse en aspectos que desde una mirada alternativa brinden nuevas luces al entendimiento de este fenómeno masivo. Es en esta última donde pretende situarse este escrito, elaborado en una primera fase de investigación, intentando imbuirse en canales poco transitados hasta el momento por la academia, en espacios donde los abanderados de la generación de memoria han sido instituciones ligadas a la industria cultural, produciendo representaciones de la realidad futbolera desde los dictámenes de un mercado “mass-mediático” que tiende a centrarse, dadas sus propias características y motivaciones, en aspectos de la superficialidad deportiva, eclipsando así la significación social de la práctica balonpédica para un gran número de personas.
Ahora bien, al intentar concebir el fútbol como problema de investigación, podemos decir que son varios los asideros desde donde este trabajo intenta aferrarse. En primer lugar, el tema del patrimonio cobra relevancia en la medida que se conecta con los conceptos de memoria y con un entendimiento del fútbol como fenómeno social. Conexión que permite adentrarse en el análisis de efectos como la generación de prestigio para aquellos que lo practican; en las distintas formas de capitales concebidos por Bourdieu, la cuestión de la generación de prestigio resultante de una actividad deportiva como el fútbol se encuentra íntimamente ligada en la medida que el capital no es solo económico, sino también simbólico y físico, lo que le permite al futbolista utilizar su talento deportivo de distintas formas (Bourdieu, 2000). Es decir, ese talento, entendido como su capital físico, también se vuelve un activo patrimonial en la medida que lo puede transformar en diversos beneficios: de tipo monetario, al recibir honorarios por su práctica deportiva, simbólico en la medida que goza de reconocimiento social – esto atravesado transversalmente por el rol de los medios de comunicación – o también porque puede llegar a conseguir empleos u otra clase de retribuciones por su talento. Asimismo, la cuestión simbólica en el marco de lo patrimonial se refuerza en tanto en cuanto esta práctica deportiva trasciende en el tiempo y se convierte en memoria. Son los recuerdos los que permiten generar puntos de fijación, de anclaje de significado y de sentido en el proceso de construcción de la subjetividad del sujeto (Turner, 1988), y es allí donde también se vuelven patrimonio las experiencias vividas por los futbolistas en una cancha de fútbol. Si aceptamos que estas experiencias cargan de significado la historia de vida de estas personas, estaremos entrando entonces en el terreno de lo ritual-simbólico, dada la capacidad que tienen estos torneos de generar memoria en los sujetos y, de la misma capacidad de los certámenes para repetirse año tras año en el mismo espacio y en el mismo momento, generando toda una costumbre. Dicen que involucrarse en el ritual es lograr una existencia histórico-cultural; si el ritual que dota de sentido las vidas de los futbolistas – cuyos testimonios presentaremos en este escrito – es el de participar en el Hexagonal del Olaya, o cualquiera de los otros torneos que aquí mencionamos, tendremos entonces las puertas abiertas para integrar en el marco del patrimonio estos torneos de fútbol.
Abordarlo de esta forma permite acceder a una serie de herramientas teóricas pensadas en pos del análisis de las incidencias y ocurrencias que se dan en el mundo del fútbol; violencia, crisis de sentido y barras bravas; el deporte profesional inmerso en el mundo espectacularizado de los “mass-media” y las diversas consecuencias que ello conlleva a nivel social; instrumentalización del deporte por la política y sus relaciones recíprocas; construcción de identidades y subjetividades en distintos espacios; realidad laboral de los futbolistas profesionales y relaciones de poder; y muchos otros fenómenos que emergen de lo que en apariencia es una mera práctica deportiva. Cuando los seguidores del fútbol se cuentan por millones a nivel global y cuando las transacciones monetarias asociadas a él se deben contar también en miles de millones2, nos configuramos como testigos de un acontecimiento de relevancia antropológica y sociológica que debe ser estudiado en aras de entender, entre otras, algunas de las maneras en las que los sujetos se relacionan hoy en día con el comportamiento del capital globalizado.
Es allí, frente a este fenómeno, donde se inserta la memoria y la importancia del testimonio. Los diversos usos del concepto de memoria e historia oral tampoco se hallan ligados a los estudios en el ámbito deportivo. Por una parte las investigaciones que se sustentan en la memoria, emergen con mayor fuerza en los países donde han aflorado distintos conflictos, violaciones a los derechos humanos y, extremas limitaciones a la libertad de expresión – contextos en los cuales hay una exacerbación de la memoria ligada a las distintas experiencias de la guerra (Sánchez, 2006), como en el caso colombiano, donde en años recientes hay un gran número de trabajos académicos relacionados con la memoria de la violencia y el trauma. Por otra parte, las experiencias de investigación en el campo de la historia oral han estado principalmente vinculadas a los estudios sobre pobreza, exclusión social y género. Lo que, a primera vista, le otorga una apariencia de doble dificultad a esta labor investigativa, ya que, por una parte, los campos para afrontar el objeto de estudio han tenido poca relación con el mismo, y por otra, la historia del deporte y, sobre todo, la del fútbol en nuestro país, se ha centrado en el proceso temporal del fútbol profesional, dejando de lado la existencia y, más aún, la gran importancia social que el fútbol aficionado posee en contextos urbanos como el de nuestra capital.
Doble dificultad en la medida que históricamente la academia ha volteado su mirada hacia otros lados distintos a los del fenómeno deportivo, no sin cierto desdén, excluyendo un poco al fútbol hacia los rincones de lo que Umberto Eco llama la estética de los parientes pobres. Géneros que le interesan a todo el mundo, menos a la academia (Eco, 1963). ¿Será por eso que nos encontramos hablando de distintos torneos de fútbol capitalino de fin de año en el marco de los patrimonios subvertidos? Si bien existe una Asociación Internacional de Sociología del Deporte desde la década del 60 del siglo pasado3, Latinoamérica4 y, más específicamente Colombia5, apenas hace poco tiempo han mostrado esfuerzos estructurados por cambiar esa situación, lo que no deja de ser alentador.
Ahora bien, cuando de fútbol aficionado se trata, podrá observarse que todas las miradas que se le dirigen al fútbol lo hacen hacia su primo profesional, condenando al primero prácticamente a una especie de desplazamiento o arrinconamiento dentro del contexto social en el que se halla inmerso. Fútbol profesional entendido como aquel que recibe el grueso de la atención mediática y periodística, aquel que todos los fines de semana retrata los resultados deportivos de Millonarios, Santa Fe y Equidad y que acoge en su seno las dinámicas de las hinchadas, de las barras y de los grandes patrocinios económicos. Y es que precisamente deben hacerse diferencias entre el fútbol que representan éstos equipos y aquel que es ejecutado en los escenarios barriales de los estadios y canchas como el Olaya Herrera, el barrio Centenario, Fontibón, el barrio Tabora, La Alquería, Servitá, el Estadio de Sur Oriente y, en un estado más liminal entre lo profesional y lo aficionado, los estadios de Techo y el Alfonso López de la Ciudad Universitaria.
El alcance de estos torneos ha sido tal, que mediante el Acuerdo 300 de Diciembre de 2007, el Concejo de Bogotá decidió declarar de “interés cultural las actividades deportivas del Torneo Amistad del Sur o Hexagonal del Olaya”6, esto enmarcado dentro de la regulación de la preservación y defensa del patrimonio cultural capitalino. Se trata entonces de indagar acerca de las pruebas que sustenten la importancia social del evento y que den cuenta del valor histórico, cultural, espacial y simbólico del torneo. Ya que pensar en el Hexagonal del Olaya como el único torneo de importancia para la ciudad, y no hablar de lo que sucede en otros espacios al mismo tiempo puede llegar a entenderse como la muestra de un torneo descontextualizado, sin relación alguna con su entorno social y cultural, deteniéndose en la superficialidad del hecho. Precisamente, la significación social radica en que el fenómeno no se circunscribe únicamente al Hexagonal del Olaya, sino que, desde hace muchos años torneos de características similares se han extendido por toda la capital, generando un verdadero ambiente futbolero que interrelaciona a la comunidad barrial como anfitriona del certamen con los equipos de fútbol, con integrantes de toda la capital y de todos los estratos socio-económicos. Familias enteras acuden al llamado de la pelota para alentar a sus representantes, inmersos todos en una época festiva por despedir un año que se va y recibir un nuevo año que llega. Más de medio siglo lleva Bogotá reproduciendo lo que en términos de Huizinga (1968) podríamos considerar como toda una forma cultural.
El fútbol aficionado como fenómeno social: El estadio como referente espacial y simbólico
Al adentrarnos en los aspectos teóricos, cabe señalar que nuestro punto de partida en la conceptualización de los torneos de fútbol de fin de año bogotanos se halla en los planteamientos de la sociología figuracional del deporte – la cual encuentra en el sociólogo alemán Norbert Elias y en su discípulo Eric Dunning a los exponentes más eficaces de la incorporación de los estudios sociológicos al análisis del fenómeno deportivo. Dicha teoría nos dice que el fútbol moderno perteneciente al contexto urbano debe ser entendido como un fenómeno social en sí mismo, pero que al mismo tiempo se encuentra interrelacionado con un contexto macro-social más amplio y complejo (Elias et al. 1986). La sociología figuracional combina dos conceptos al momento de analizar un fenómeno social: figuración social que hace referencia a los nexos de interdependencias entre personas, a las cadenas de funciones, y a los ejes de tensiones que se pueden identificar en cualquier contexto social. Las figuraciones pueden entenderse como procesos sociales que implican complejos y diversos vínculos de interdependencia entre las personas. No se deben considerar como estructuras externas o coercitivas que determinan el accionar de los individuos, sino más bien como una serie de nexos amplios y diferenciados entre éstos, los cuales se desarrollan a través del tiempo de manera inconsciente, imprevista e invisible. La observación más importante de la teoría figuracional radica en que cualquier tipo de explicación satisfactoria en el campo de la sociología y de la antropología, de un fenómeno como el deporte moderno, debe provenir del esmerado estudio histórico, sociológico y antropológico de las características específicas y generales de las figuraciones (Elías et al., 1986). Por otro lado, aparece el concepto de Proceso de la Civilización7, el cual al aplicarse a la antropología y sociología del deporte nos dice que figuraciones sociales específicas, como el deporte, deben ser vistas y entendidas bajo la óptica de las implicaciones ramificadas del proceso civilizatorio como el proceso figuracional más amplio y general (Elías, 1987). Por ende, debe entenderse que el deporte, ya sea en su ámbito profesional o aficionado, no puede concebirse como un fenómeno aislado o independiente, sino que forma parte de un entorno macro-social y que por tanto otros fenómenos como la política, la economía, la cultura, la religión y demás inciden en el funcionamiento interno del mismo. Eso sí, sin olvidar el concepto de la autonomía relativa y otras herramientas dadas por Pierre Bourdieu en su teoría de la práctica, tales como las nociones de campo y habitus. Es decir que, si bien se reconoce la articulación del fenómeno del fútbol aficionado a un contexto amplio, también deben reconocerse sus dinámicas de funcionamiento interno – para lo cual nos ayuda el concepto de campo – y la historicidad implícita en el concepto de habitus, junto con sus consecuencias e incidencias en la formación de subjetividades (Bourdieu, 1992).
Ahora bien, esta conceptualización del fenómeno deportivo debe ir de la mano de unas nociones específicas acerca de lo que entendemos por patrimonio. En primera instancia, como patrimonio material tomamos la siguiente definición del Ministerio de Cultura:
“Los bienes de interés cultural constituyen una categoría legal especial de bienes del patrimonio cultural de la Nación. De este grupo de expresiones, productos y objetos del patrimonio cultural, algunos conjuntos o bienes individuales, debido a sus especiales valores simbólicos, artísticos, estéticos o históricos, requieren un especial tratamiento.” (https://www.mincultura.gov.co/?idcategoria=1312).
A esto resulta pertinente añadirle la definición de patrimonio inmaterial dada por la UNESCO:
“El contenido de la expresión “patrimonio cultural” ha cambiado bastante en las últimas décadas, debido en parte a los instrumentos elaborados por la UNESCO. El patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional. Pese a su fragilidad, el patrimonio cultural inmaterial es un importante factor del mantenimiento de la diversidad cultural frente a la creciente globalización (…) La importancia del patrimonio cultural inmaterial no estriba en la manifestación cultural en sí, sino en el acervo de conocimientos y técnicas que se transmiten de generación en generación. El valor social y económico de esta transmisión de conocimientos es pertinente para los grupos sociales tanto minoritarios como mayoritarios de un Estado, y reviste la misma importancia para los países en desarrollo que para los países desarrollados” (Ver AQUÍ.).
Con estas dos definiciones de patrimonio podemos avanzar hacia la conjunción de ambas al servicio del análisis de la significación cultural que poseen estos torneos para las poblaciones que participan en sus diversas dinámicas de funcionamiento. Para ello, el concepto que sirve de bisagra en lo referente a la conjunción entre patrimonio material y patrimonio cultural inmaterial es el de la antropología del espacio, el cual ayuda a entender dichas escenificaciones de las expresiones culturales, más aún cuando intentamos abarcar el fenómeno de los torneos de fin de año enmarcados en épocas festivas y religiosas. Margarita Serje nos dice que las realidades son constituidas espacialmente (la aldea, la maloka, el área cultural, el estadio) y que la producción del conocimiento antropológico – etnográfico – se debe reconocer como una práctica espacial (Serje, 2008). Asimismo, encontramos que “El espacio es la extensión continua en la que se hallan todas las realidades materiales (…) los lugares, connotados por la historia y la tradición oral actúan de referentes simbólicos para los diferentes miembros de una comunidad, que encabalgan en una suerte de “geografía imaginaria” lo real histórico y lo imaginario” (González Alcantud, 1993: 225, 231). En resumidas cuentas, la importancia en el análisis de lo planteado por la antropología del espacio radica en que sus propuestas teóricas permiten juntar en un mismo estudio al espacio, al tiempo y a la cultura: el estadio (entendido como recinto sagrado futbolero) escenifica la re-creación año tras año no de un simple certamen competitivo, sino de toda una forma cultural (Huizinga, 1968) posibilitando la convergencia del lugar, la memoria y la cultura en un mismo momento. Es allí donde empieza a enmarcarse la importancia para la ciudad de escenarios como los del Olaya, Tabora, Fontibón y demás. En la medida en que con el correr del tiempo, por más de cinco décadas, se les ha ido dotando de significado, donde un sinnúmero de recuerdos, anécdotas y prácticas culturales se reproducen y complejizan año tras año.
Cerrando esta parte del texto, emerge el tema de la identidad local – observada desde lo barrial – y su estrecha relación con el tema del fútbol. Cuando pensamos en el concierto del fútbol aficionado en Bogotá, encontramos que tanto sus memorias como su desarrollo en muchos ámbitos y espacios se han dado de la mano de lo barrial. En ese sentido, el antropólogo Pablo Alabarces, manifiesta que el fútbol mostró desde sus comienzos una capacidad y eficacia interpeladora para instalarse en esferas culturales y políticas dominantes, donde el argumento de la criollización gira en torno a la apropiación por parte de las clases populares de la práctica futbolera, no solo en Latinoamérica sino en el resto del mundo, arrebatándolo de las élites y resignificando la experiencia de la actividad futbolística en el marco de la lucha de clases, el posicionamiento dentro de la estructura social y la generación de identidades individuales, grupales, locales, barriales y nacionales (Alabarces, 1998).
“(…) el fútbol fue un eje eficaz de identidades locales que encontraron en él – en sus prácticas y en sus repertorios culturales, en la invención de una cultura futbolística, de una tradición, de un estilo nacional y a la vez de variados estilos locales – un punto de articulación.”
(Alabarces, 2002:27). Asimismo, otro punto útil para los objetivos de esta investigación lo brinda Eduardo Archetti, quien nos dice que “la práctica de la antropología en los contextos de pequeñas tradiciones implica un énfasis en el estudio de prácticas orales: hablar, cantar, rezar” (Archetti en Alabarces 2002: 31), lo que ayuda a reforzar también la justificación de la escogencia de lo testimonial como fuente primaria de recolección de información.
Memoria y testimonio
Las experiencias emocionales tienen la capacidad de guardar recuerdos que parecen ser permanentes y sorprendentemente precisos pese al paso del tiempo (Ruiz-Vargas, 2006). Los sujetos conservan de manera más o menos nítidas imágenes sobre acontecimientos pasados que brindan sentido a comportamientos presentes y sirven de guía para actitudes futuras, confluyendo de esta manera, distintas temporalidades en la memoria, ya que “El pasado se vuelve memoria cuando podemos actuar sobre él en perspectiva de futuro” (Sánchez, 2006: 23). Claro está, que pese a la elaboración subjetiva de las memorias colectivas8 y la importancia de las “emociones en la construcción de los sujetos sociales, el estudio de estas en las ciencias sociales ha estado replegado a un segundo plano, al considerar a los sentimientos un asunto menor, frente al prioritario estudio de la razón” (Jimeno, 2004: 233). Ahora bien, no sólo la academia se ha alejado de su estudio, sino que la sociedad ha reprimido su expresión pública, confinando los sentimientos, sobre todo de tristeza, “a los rincones más ocultos del vivir… nos negamos el derecho de sentirlos, condenándolos a un destierro injusto como si no formaran parte importante de esa interioridad profunda del ser humano, del reino de los sentimientos y de la vida” (Restrepo, 2006: 89). Sin duda, una de las complejidades más grandes para abordar los sentimientos se encuentra en la necesidad de racionalizarlos que imponen ciertos espacios académicos, como lo reconoce Ofelia Restrepo: “Tal vez por su intangibilidad o por su singularidad sea tan difícil registrar o hablar de los sentimientos y de los afectos y, más difícil aún, cuando el afán del investigador sigue siendo medir y generalizar, práctica heredada de la lógica racional” (Restrepo, 2006: 92).
Pese a la importancia y relación de las memorias privadas con las colectivas, las primeras suelen transitar, de forma casi exclusiva, por espacios familiares y sociales con los cuales se tiene estrecha relación afectiva, siendo la anécdota la forma privilegiada de su transmisión. La historia de los sujetos del común y su vida cotidiana carecen de sentido para la academia y las instituciones estatales, a pesar que el abordaje de sus historias de vida permite percibir la relación entre lo individual y lo colectivo en el engranaje espacio-temporal propio de su estructura (Zamudio, 1998: 13). Sin embargo, es pertinente mencionar, que las ciencias sociales, se inclinan con mayor asiduidad, en años recientes, hacia la voz y el testimonio de los sujetos, “dotando así de cuerpo al actor social. Los métodos biográficos, los relatos de vida, las entrevistas en profundidad delinean un territorio bien reconocible, una cartografía de la trayectoria individual siempre en búsqueda de sus acentos colectivos” (Arfuch, 2007: 17).
Ahora bien, la falta de interés en las memorias privadas unido al silencio “de los dominados a quienes nada autoriza o incita a relatar una vida en la cual la cualidad de su propia persona no parece bastar para conferir un interés de un orden más general” (Pollak, 2006: 72) restringe la transmisión de saberes y experiencias en espacios sociales amplios. En este sentido, es importante señalar que los testimonios ponen en juego no solamente la memoria, sino una reflexión sobre sí mismo, siendo potenciales instrumentos de reconstrucción de identidad los cuales, por ende, traspasan su función informativa (Pollak, 2006). Dichos testimonios están unidos a contextos sociales que los hagan comunicables, siendo muchas veces relegados a esferas privadas por carecer de interés general, como se mencionó anteriormente. Por tal motivo, y al no contar con un gran número de registros públicos sobre historias de vida ligadas al fútbol aficionado en Bogotá, se entiende que la presente labor investigativa se enmarca en un tipo de contexto donde el testimonio surge a partir de la demanda del investigador (Blair, 2008).
En este aspecto se evidencia una relación asimétrica entre los espacios de comunicación y la disposición del contar experiencias de vida por parte de jugadores de futbol profesional y aficionado. Los primeros recibiendo el interés de los medios de comunicación por la demanda de amplias audiencias y, los segundos compartiendo recuerdos entre familiares y amigos, que a veces incluso, no se transmiten sino se guardan de manera casi intima9. Cómo se conserva esa memoria, cómo se transmite, qué saben de ella las nuevas generaciones, son preguntas que más que guiar nuestra investigación como académicos, dirigen nuestra curiosidad como aficionados y futbolistas. Una viva curiosidad muchas veces silenciada o negada en los espacios académicos, oculta bajo la frivolidad de una pretendida objetividad, que en este caso nos permite inmiscuirnos con placer en lo auscultado, en lo narrado.
Torneos barriales de fin de año en Bogotá: Fútbol Profesional vs. Fútbol Barrial
La historia del fútbol profesional bogotano inicia a mediados del siglo XX al margen de la agitada época de la violencia y poco después del bogotazo, viendo coronarse a Santa Fe como el primer campeón de nuestro fútbol profesional en 1948, siguiendo luego varios títulos de Millonarios, otro equipo emblemático de la ciudad donde participaban grandes jugadores, como los argentinos Di Stefano, Cossi, Rossi, y Pedernera. En esta medida la sociedad bogotana de mediados del siglo XX se acercaba los fines de semana al estadio Alfonso López de la Universidad Nacional de Colombia10 y al estadio El Campin, para disfrutar de buenos partidos de fútbol como una nueva opción de entretenimiento.
El nivel de juego desarrollado, la majestuosidad de los estadios y las grandes figuras mundiales que participaron en el torneo colombiano, permitieron que esta primera etapa fuera reconocida como la época de El Dorado en el fútbol profesional colombiano. Abundantes fueron los registros periodísticos realizados en la época y diversos los trabajos de investigación sobre la historia de este torneo como de los clubes profesionales que en él participaban. Sin embargo, el fútbol de la capital no se detuvo en el Campin y el estadio de la Universidad Nacional. En medio de los contornos del fútbol profesional se dio inicio a diversos torneos de fútbol aficionado, instalados en distintos rincones de la ciudad.
Junto a los acelerados procesos de urbanización, emergieron torneos de fútbol en distintos barrios como Timiza, Tabora, el Tunal, Bosa, Fontibón, entre otros, que fueron epicentro de buen juego y referentes de identidad barrial. Varios torneos obtuvieron gran fama, como el torneo del sur oriente o la copa Brali en Fontibón. Sin embargo, el torneo del barrio Olaya Herrera, conocido como el hexagonal del Olaya, ha sido el que mayor éxito ha tenido dentro del fútbol aficionado de la ciudad.
En una cancha polvorienta, recuerda Germán González líder comunitario del Olaya Herrera, construida por integrantes de la comunidad se jugaron intensos partidos entre el Club Deportivo Olaya Herrera y el equipo Centenario del barrio vecino del mismo nombre (Acción Comunal Distrital, 1998). La creación de este torneo data de 1959, cuando algunos equipos del barrio y sus alrededores decidieron jugar un cuadrangular hacia finales del año11, dando inicio a toda una tradición, no solo deportiva, sino festiva por su estrecha relación con las celebraciones decembrinas y, no solo barrial o local, por la trascendencia que con el correr de los años dicho certamen ha adquirido en toda la capital. Tanto así que en el 2009 se celebró la versión número 50 de este torneo. De la misma manera, torneos se han replicado en distintas zonas de Bogotá, resaltando el campeonato del Tabora, organizado por los Hermanos López, el cual cuenta con más de 39 ediciones12 y, los distintos certámenes realizados en Fontibón. En este último se han realizado distintos torneos: de 1968 a 1980 se llevó a cabo el torneo organizado por Codefón (Corporación Deportiva de Fútbol de Fontibón). En los ochenta, se organizó el campeonato de Los 13 Dorados convocado por la Asociación de Maleteros del Aeropuerto El Dorado. A finales de la década del 90, se jugó la Copa Cacique Hyntiva. Torneos de características semejantes se organizan en la misma época del año en casi todos los estadios de la capital.
Entrenadores, árbitros, futbolistas, organizadores, periodistas, entre otros, fueron protagonistas de concurridos torneos aficionados de la ciudad. Futbolistas cuyas jugadas emocionaron al público asistente, generando orgullo por el barrio representado en el equipo campeón, o periodistas que tras comentarios se hicieron merecedores de ascensos en sus carreras. “los mejores comentaristas deportivos han pasado por el Olaya, todos! Yo los he visto pasar, no solo es una cantera de futbolistas, ese torneo los es también de periodistas deportivos” dice Jorge Álvaro Peña, un bogotano especializado en futbol aficionado, que con orgullo menciona que lo reconocen como “el fiscal del futbol aficionado”. “Una vez mi mamá fue a buscarme a un estadio, yo estaba cubriendo un torneo, me necesitaba con urgencia, preguntaba si alguien conocía a su hijo: a Jorge Álvaro, pero nadie le daba respuesta, hasta que alguien le dijo: señora usted es la mamá del fiscal, pregunte por el fiscal del futbol a él todos lo conocen a Álvaro Peña casi nadie”13.
El fiscal saca una foto, es un “collage” de fotos (Figura 1), en ella están algunas personalidades del torneo, y todos los periodistas deportivos que pasaron por el Olaya, Paché Andrade, Eduardo Carvajal, Mike Forero Nougues, Hernán Peláez, Iván Mejía, Carlos Antonio Vélez, Adolfo Pérez, Javier Hernández Bonnet, etc. Todas en una pared bajo el título “El Olaya, templo sagrado del Balompié aficionado”. En medio de las fotos, se resalta un espacio en blanco, un mensaje, que dice: ¿falta usted? Si, falta el fiscal. “A mí no me gusta figurar, nunca he querido hacer fútbol profesional, lo mío es el aficionado, me gusta apoyar a los pelados que inician, y esos torneos, he sido jefe de prensa de varios de ellos”14.
El Fútbol en Fontibón: memoria de dos futbolistas
“Jugábamos en el Olaya, yo estaba de centro delantero, el defensa central del otro equipo era un exjugador profesional, el man me llevaba casi la cabeza. ¡Ese es un partido histórico, esa vaina me la acuerdo pues!… Yo me sabía despegar de la marca, y en un saque de banda, me tiro diez metros atrás, el man no me persigue, la mato con el pecho a 35 metros y de una vez le pego, sale ese balón como una bomba y pega en el palo el de arriba, rebota, pega en el palo y entra, un golazo! el arquero voló, después de eso yo era el dios, eso la gente se venía y me abrazaba… ganamos 4 a 3, al final del partido me dieron 2000 pesos, cuando el salario mínimo creo era 1300 pesos”15 dice con emoción Ramiro Alfaro, un hombre alto, de pelo largo y voz recia, sin dudas. Ramiro fue futbolista, entrenador y organizador de eventos deportivos, varios de ellos desarrollados en Fontibón, barrio donde creció y al cual sigue vinculado. Sus últimos pasos en el fútbol del barrio los ha dado como entrenador, en la Escuela de Fútbol Vida, de la cual era director y como organizador de torneos de fútbol, como la copa Cacique Hyntiva, de la cual se realizaron tan solo dos versiones entre 1997 y 1998, pese a tener “el toque de gran torneo. Lo hicimos en el Estadio Atahualpa a finales de enero, la idea era no competir ni con Olaya ni con Tabora, llevamos televisión, radio, premios para incentivar la participación de la gente, shows, eso fue una verraquera”16.
Los torneos de dicha magnitud, han dejado de realizarse en el barrio, la esencia y vistosidad del juego también han dejado de verse, “el fútbol en Fontibón era una vaina increíble, eso no lo volví a ver nunca, un partido era la vida o la muerte, allá se jugaba así, era una vaina con una pasión tal, que era fácil ver una batalla campal, de una fortaleza, de una mala intensión si se quiere, de unos brillantes, es decir, había que ser muy bueno para poder sobresalir. Allí se destacaban grandes cracks y hubo una época, entre el 60 y el 65 que en Fontibón se jugaba el mejor futbol de Bogotá, incluso Santafe y Millonarios se inscribían. Imagínense que los jugadores de la reserva iban a jugar a Fontibón”17.
La posibilidad de tener grandes jugadores en el barrio estaba relacionada con los múltiples espacios en los cuales se podía practicar el deporte; Fontibón era un barrio de canchas, grandes calles y potreros, sobre todo de calles y potreros que servían de cancha. “jugábamos en cualquier parte, detrás de la casa, en el colegio, al frente del colegio o en las calles que eran grandes y en esa época, pasaba un carro por ahí cada media hora” nos cuenta Mariano Acevedo, de 61 años, un técnico en seguros que todavía juega, “aunque por la rodilla casi no puedo, estuve jugando un torneo para mayores de 55 que le llamábamos copa pre-infarto, y me mandaron pa’ la banca, y la verdad yo para la banca no sirvo, nunca serví, siempre fui titular”18.
Los inicios de Mariano en el fútbol los debe a Marcela Mutis, una señora que vivía en su casa, y a Felipe Acevedo su padre: “Empecé a jugar desde pequeño, había un campo que se llamaba campo de Mareya, allí se jugaba un torneo de alto nivel, me llevaba una señora que se llamaba Marcela Mutis, aficionada de Millonarios, enamorada de Rossi y de Perdernera, tenía fotos de ellos en el cuarto y la bandera de Millonarios más bonita que he visto, era bordada, azul, hermosa. Ella me inculcó ser hincha de Millonarios, porque todos en la casa eran de Santa Fe. Me llevaba allá y yo iba con una pelota de caucho con números, la pateaba todo el tiempo… Luego mi papá, que era bombero, me llevaba a verlo jugar en los campos de Bavaria que quedaban en la calle 68 con 30 donde queda el crematorio. A mi papá le dio por patrocinar equipos y me llevaba desde chinche, yo jugaba y veía jugar.”
Mariano al Igual que Ramiro también recuerda con emoción las proezas conseguidas a través del fútbol y el reconocimiento que este les ha dejado, por lo menos entre la gente del barrio y por parte de quienes estuvieron ligados al futbol aficionado. “hace poco me subí a un bus y alguien me dijo: uyy usted es Mariano, usted es un duro, eso lo llena a uno de orgullo, no crea”19.
El paso por diversos equipos de fútbol aficionado, el apego a Fontibón, la nostalgia por el fútbol practicado en el barrio y la posibilidad de haber sido profesionales, son características que también comparten Ramiro y Mariano (Figura 3). Ser padres a temprana edad, junto al riesgo de una carrera incierta y mal remunerada les hizo a los dos tomar la decisión de realizar otros oficios. Como lo señala Ramiro Alfaro:
“Tuve la fortuna de pertenecer a un equipo donde me pagaban como si fuera profesional, y mis compañeros todos habían sido profesionales. El estar al lado de jugadores profesionales, y ver sus dificultades para poder subsistir y vivir la vida tranquilos, habiendo tenido una vida como profesional, me hizo tomar la decisión de no ir. Verlos por ejemplo, rogando para que les ayudaran a pagar el recibo de la luz, me puso a pensar en que yo no puedo ir a pasar 8, 10 o 12 años de entrega para terminar así y eso hizo que yo me quedara estudiando en la universidad”20.
Sin embargo, además de la generación de prestigio, la práctica del fútbol aficionado puede convertirse en un capital que deje réditos a quien la ejerce, como lo menciona Mariano Acevedo:
“Yo siempre me he considerado, así pueda sonar odioso, como un conocedor de futbol, sé de futbol, yo fui como un profesional, a mí me pagaban por jugar, gané platica, conseguí puestos, a mí no me decían: ¿va a trabajar con nosotros? sino ¿va a jugar con nosotros? Sino que llegué como a los 25 años, y me dije – sabe qué marianito póngase a aprender algo, porque el fútbol se le acaba ya. Y por eso soy técnico en seguros”21.
La carrera de beneficios personales que tuvo Mariano jugando fútbol va desde una libreta militar hasta una visa para ingresar a Estados Unidos, lugar donde reconoció mayores ventajas para la práctica deportiva, frente a las que en la misma época se encontraban en Bogotá:
“Estaba trabajando en Areocondor y llegó alguien y me dijo: tiene su pasaporte, y le dije si, entonces me dijo: préstemelo y le saco la visa, y le dije de una, se lo pase ahí mismo. Y en la tarde me dio la visa. Entonces llamé a unos primos que estaban allá (Estados Unidos) y me dijeron vengase, y allá estuve casi dos años, me fui solo, allá llegué con la idea de trabajar… Estuve en Estados Unidos como en el 73-75, vivía en una unidad residencial de Harvard, en Boston, porque había conocido a un colombiano que estudiaba allí. Allá jugué con Italica Futbol Club, un equipo de italianos, ellos me pagaban 35 dólares por partido y jugábamos dos partidos por semana, en una copa que se llamaba Massachusetts… con los italianos, nos fue bien, ellos nos daban una tarjetica, me iba a los restaurantes italianos, la mostraba y me daban comida, esos italianos son organizados”22.
Ahora bien, el fútbol de Fontibón que en algún momento mostró un juego vistoso, con un gran número de practicantes de alto nivel y competencia decayó en su rendimiento, por una parte debido a las dinámicas de crecimiento del barrio “El fútbol de Fontibón se diluye en la falta de capacidad de CODEFON para mantener los escenarios, no podía, eran de particulares que los utilizaron para hacer construcciones”23. Y por otra, por la organización de torneos donde proliferaban equipos que no tenía identidad barrial. “Bogotá, me la conozco jugando fútbol, pero una de las cosas que me pregunto es por qué no llega mucho jugador a la profesional, y creo que no hay la motivación, antes uno se motivaba por jugar por el barrio, se jugaba todo en ese partido”24.
Reflexiones finales
En una primera aproximación al fenómeno del fútbol capitalino son varias cosas las que se pueden esbozar. Por un lado, emerge lo referente a la significación e importancia social que el fútbol, en su aspecto barrial, posee para sus habitantes y practicantes, enmarcando el análisis dentro de lo patrimonial. Al pensar en las incidencias que estos fenómenos tienen en los sujetos que en ellos participan, podemos hablar entonces de la significación simbólica que adquieren los recuerdos en la estructura subjetiva de las personas. Simbólica en la medida que cada uno de esos recuerdos se imprime en la memoria de los sujetos, recordando sus detalles como si hubiesen ocurrido apenas horas atrás. Asimismo, la carga de significado para la persona es muy alta ya que se vuelven referentes de momentos específicos de su vida, activando así procesos identitarios. Es decir, que su vida la contextualizan a través de lo que evoca dicho suceso – como el marcar un gol en un partido importante – y a partir de allí se ubican en una relación temporal con su ámbito social. En este sentido, narrar las experiencias de vida refuerza el proceso identitario en la medida que estructura los significados existentes. Y si de significado y sentido se trata, comprenderemos entonces que estas experiencias, cuando se elevan a un nivel colectivo o social, adquieren el carácter de patrimonio ya que son muchas las personas que forman parte de lo que se puede llamar campo futbolero (Montoya, 2009)25.
Por otro lado, en estos primeros acercamientos al fenómeno y a los sujetos en él inmersos, se observa lo que podría llamarse una zona gris entre las nociones de fútbol profesional y fútbol aficionado. Si como profesional podemos entender un oficio que genera unos réditos económicos y como aficionado entendemos lo contrario, debemos señalar entonces que muchos de los personajes que han participado en torneos como los del Olaya, Fontibón y Tabora han recibido honorarios en dinero por su participación. Ya lo corrobora el testimonio del señor Mariano cuando nos dice que se sentía futbolista profesional pues le pagaban por jugar al fútbol. Es decir, además de las acumulaciones de capitales de tipo simbólico o físico que eran intercambiados por otras cosas como puestos de trabajo, visas, etc. también había una posibilidad real de recibir beneficio económico directo por dicha práctica, si bien no se dedicaban de tiempo completo a ella. Una zona liminal similar al llamado período de profesionalismo gris en la historia del fútbol colombiano; un período en el cual ya participaban en un torneo nacional equipos como el América de Cali, Millonarios, Junior y demás, los cuales no eran considerados profesionales, pues no existía un reconocimiento oficial por parte de las instituciones encargadas del fútbol, pero que tampoco podría considerarse como un certamen de mero esparcimiento y espíritu deportivo.
Notas
1. El presente escrito se basa en el proyecto “Fútbol aficionado en Bogotá: de las memorias privadas a las memorias colectivas”, ganador de la Convocatoria Becas de Investigación en Patrimonio Cultural 2010 del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Alcaldía Mayor de Bogotá D.C.
2. La FIFA, ente rector del fútbol profesional a nivel global, como organismo federado cuenta con más países asociados que la ONU, observándose cómo algunos países encuentran más atractivo a nivel político formar parte de la primera, antes que de la segunda. Como ejemplo sirve el caso de Montenegro, donde uno de sus primeros actos como nación independiente luego de separarse de Serbia fue el de asociarse a la UEFA (Unión Europea de Fútbol Asociado) y luego a la FIFA, iniciando inmediatamente a competir en ámbitos internacionales, generando así un impacto mediático a nivel local e internacional y en los ámbitos social y cultural.
3. Asociación Internacional de Sociología del Deporte (ISSA por sus siglas en inglés) existe desde 1965. Ver AQUÍ.
4. ALESDE: Asociación Latinoamericana de Estudios Sociales del Deporte desde 2008. Ver AQUÍ.
5. ASCIENDE: Asociación Colombiana de Investigación y Estudios Sociales del Deporte creada en 201.(Ver AQUÍ). 8 AQUÍ.
6. Ver AQUÍ
7. La teoría del “proceso de la civilización” identifica procesos sociales a nivel macro y de larga duración (como la formación de los Estados nacionales) como poseedores de dinámicas internas propias, cuya caracterización es la de una situación de crecimiento constante (no-lineal, no teleológico), sino más bien teleogónica o no poseedora de un fin concreto o definido de antemano
8. Maurice Hallbwach subraya que la memoria a parte de su característica individual, debe ser entendida como un fenómeno social, construido colectivamente y de múltiples transformaciones.
9. Muchos de los familiares de los entrevistados, sobre todo de segunda generación como hijos e hijas, sobrinos y sobrinas, etc. dicen desconocer aspectos esenciales de la práctica deportiva de sus padres. Lo cual plantea una inquietud sobre la transmisión generacional de esas memorias.
10.Junto con Millonarios y Santa Fe, la Universidad Nacional de Colombia aportó su propio equipo profesional al rentado nacional. Universidad era su nombre y el estadio de la Ciudad Blanca fue su sede entre 1948 y 1952. Es por ello que se le dota de ese sentido liminal a este escenario en la medida que ha sido anfitrión a través de los años de equipos no solo estudiantiles o de profesores, sino también de escuadras comandadas por grandes jugadores que desfilaron en nuestro fútbol en la época de El Dorado. En los últimos años, este estadio ha sido testigo de las visitas del Chicó FC antes de su partida a Tunja, de La Equidad y de otros equipos bogotanos
11. Ver AQUÍ.
12. Ver AQUÍ.
13. Entrevista Jorge Álvaro Peña “el fiscal del fútbol aficionado” realizada el 20/08/2010.
14. Entrevista Jorge Álvaro Peña “el fiscal del fútbol aficionado” realizada el 20/08/2010.
15. Entrevista Ramiro Alfaro realizada el 19/08/2010
16. Entrevista Ramiro Alfaro realizada el 19/08/2010
17. Entrevista Ramiro Alfaro realizada el 19/08/2010
18. Entrevista Mariano Acevedo realizada el 21/08/2010.
19. Entrevista a Mariano Acevedo realizada el 21/08/2010.
20. Entrevista a Ramiro Alfaro realizada el 19/08/2010.
21. Entrevista a Mariano Acevedo realizada el 21/08/2010.
22. Entrevista a Mariano Acevedo realizada el 21/08/2010.
23. Entrevista a Ramiro Alfaro realizada el 19/08/2010.
24. Entrevista a Mariano Acevedo realizada el 21/08/2010.
25. El concepto de campo futbolero es acuñado en la tesis de maestría de uno de los autores de este texto, titulada “vive fútbol, come fútbol, sueña fútbol ¡pero no hagas más!: la formación futbolística como un proceso de subjetivación deshumanizante”, el cuál intenta dar cuenta, basado en los planteamientos teóricos de Pierre Bourdieu, del funcionamiento y los componentes que hacen posible la reproducción en el espacio y en el tiempo del fútbol tanto profesional como aficionado. En ese sentido, se entiende como parte de ese campo futbolero aquellos sujetos que se insertan en dinámicas como las de los torneos barriales de fin de año, ya que lo expuesto en este artículo se relaciona directamente con lo expuesto en dicha tesis.