Foto de Jill Burrow en pexels
Aspiré aromas prófugos –esa hora crucial era más ínfima, más
instantánea que el rebrillo ardiente de los húmedos prados- olí
aromas de acendrado crepúsculo, dehiscencia de prolíficas
nubes. Vi un crepúsculo fugitivo, definitivamente me fui con él.
No he vuelto.
(Espinosa, 1974, p. 85)
Figura 1: Registro fotográfico de la autora durante el taller de escritura sensible realizado con EnCuentos en el marco de la escritura de crónicas con la Editorial Benkos. (2018).
Existe una idea esencial acerca de los olores que se aborda en este fragmento y sobre la cual quisiera iniciar esta reflexión: su naturaleza volátil, fugaz y dinámica. Efímeros, desafiantes de la ley de gravedad, los olores bailan con el viento, circulan por las calles de ciudades, campos y a través de valles, sabanas y montañas.
Pensemos en un río invisible en el que nadamos a diario, que, de hecho, respiramos. Este río entra y sale de nosotros en un continuo ir y venir en una actividad que no cesa, pues está presente en cada inhalación y exhalación, y por lo mismo, estamos tentados a olvidarlo. Circula por cada persona, animal, planta y cosa porosa como si a intervalos nos habitara. Y nos conecta a todas las especies en un nivel básico, biológico y molecular, si lo pensamos, son otra forma de sabernos juntos, aunque distantes.
Quizás fueron estas las razones por las que estas sustancias volátiles se convirtieron en mi obsesión; buscándolas en las flores, los frascos de perfumes, las cáscaras de las frutas y las hierbas aromáticas, deseaba comprenderlas en su nivel molecular, biológico, cómo era su funcionamiento íntimo con la materia, cuáles eran las interacciones que establecía con ella y cómo se transformaban, además de que me interesaba aprender a controlarlos, a guardarlos y condensarlos. Así que, siguiendo mi olfato, ingresé a estudiar licenciatura en química, aun sin saber que era hacia la perfumería a donde apuntaba este recorrido, una perfumería inicialmente orientada a la práctica cosmética y de belleza y tradicionalmente centrada en el ocultamiento de los olores del cuerpo.
Los olores son producto del encuentro de muchas especies que coexisten juntas y están presentes en todo lo que nos rodea. Así que, luego de graduarme del pregrado, tuve que abrirme a la experiencia olfativa en su amplitud para pasar a entenderlos en su naturaleza miasmática, nauseabunda y orgánica, alejados de toda idea de nobleza.
Figura 2: Respuestas a la pregunta ¿a qué huele viernes 14 de mayo? Hecha en una sesión del taller: Olores que narran, en el marco del proyecto “Crea – lo, otros mundos posibles en la UN” del programa Generación E la Universidad Nacional de Colombia. (2021).
Y fue al ingresar a la Maestría en Estudios Artísticos y específicamente a la Línea de Investigación en Estudios Críticos de las Corporeidades, las Sensibilidades y las Performatividades, y a su Escuela de performance Pasarela en el 2016, en donde a través del estudio de las intersensibilidades propuesto por su directora Sonia Castillo, que comprendí que más que los perfumes y los olores, el foco debía estar en la experiencia olfativa y en lo que producía en las personas. Pues, volviendo al fragmento del poema con el que inicia este escrito, además de la fugacidad de los olores con la que logran atravesar las aberturas de las nubes, los olores provocan suspiros en quien los huele e invitan a recordar el pasado; a través de ellos, el poeta nos habla de sus emociones, sabemos de su nostalgia. Inferimos que extraña un lugar, o tal vez un estado o una persona del cual siente que ha partido demasiado pronto. Porque los olores son también memorias, historias, vivencias y recuerdos.
De esta manera, entendí que la experiencia olfativa podía ser un elemento de análisis de la realidad y del tiempo que vivimos; además de darnos información fidedigna del entorno, de la geografía de un lugar y de quienes allí conviven, constituyen parte de nuestro patrimonio cultural e inmaterial, hablan de nuestra sociedad, de cómo es nuestro territorio y de las relaciones que allí se establecen, un patrimonio sensible que, no obstante, hemos aprendido a ignorar en nuestra ceguera olfativa, como lo nombró Castillo (2015) para referirse a nuestro pobre conocimiento en cuanto a la sensibilidad olfativa. Si bien, ha sido un asunto que le ha interesado a la estética en el estudio tradicional de lo bello y lo noble, los olores son acontecimientos, reflejo de nuestro tiempo y de cómo hemos aprendido a vivir juntos. Los olores son una radiografía de nuestras emociones.
Así, comprendí que mi intención con la perfumería debía ser la de condensar ese río que se nos escapa, que circula por nuestras narices y que nos envuelve y nos habla de una manera muda pero contundente. Pasé entonces de preparar perfumes para el embellecimiento y el decoro, a preparar perfumes como memorias, como lugares a los que volver para recordar, memorias líquidas, como las nombró Ackerman (1992) en su hermoso libro Historia natural de los sentidos. Lugares a los que volver en el instante en que se abre el frasco de un perfume y también una radiografía de nuestras emociones, como se aprecia en la figura 2 al preguntar a qué huele 14 de mayo de 2021, cuando el país atravesaba un momento álgido con el estallido social.
Inicié esta actividad autobiográfica conmigo, removiendo mis memorias olfativas, los olores de mi infancia, del campo, de las frutas, los olores de mi mamá y de mi papá, para entender su lugar en mi vida y cómo habían configurado mi ánimo, mi personalidad, mis intereses y mi estar en el mundo, además de permitirme entender las relaciones que había establecido con mis parientes y sobre todo con las mujeres de mi entorno; pero con el tiempo abrí el estudio a otras personas, a sus historias.
Figura 3: “Hago perfumes de mis recuerdos porque le temo al olvido que seremos” Frase escrita por la autora a partir de un taller de perfumería y escritura. Archivo fotográfico de la autora (2020).
Figura 4: Elaboración de un perfume en el Laboratorio de escrituras corporales de la Maestría en Estudios Artísticos de la Universidad Distrital (2018).
Figura 5: Escrito elaborado por un participante al taller de escritura y perfumería herbal en la Galería Santa Fe en el marco del IX Encuentro de investigaciones Emergentes en Artes Plásticas y Visuales. (2019) https://galeriasantafe. gov.co/eventos/laboratorio-de-escritura-herbal/
En la actualidad, desarrollo el oficio de la perfumería como un espacio para la investigación y la creación olfativa, un espacio donde las personas pueden narrar sus historias a través de la elaboración de sus propios perfumes, perfumes que comparten con otros y otras, para oleer² otras historias, las nuestras, porque las historias se conectan, se cruzan, los olores se repiten. El café, la hierbabuena, la naranja y el mango. Y así creamos un archivo sensible en nuestra memoria, historias olfativas que guardamos a través de un perfume, bibliotecas olfativas como se aprecia en la figura 3, escribimos perfumes para no olvidar.
Ahora bien, ¿cuáles son los criterios para recolectar estos olores? Están ante todo las historias de las personas, sus experiencias de vida; historias que se despiertan en las experiencias que propongo a través de talleres, o de encuentros a través de asesorías olfativas, en los que indago por los olores que hacen parte de la vida de las personas y sobre los cuales se elaboran los perfumes, extractos y aceites perfumados, que adoptan otro significado, ya no son un vestido con el que ocultamos nuestros malos olores, sino una manera de también hablarle al mundo, de decir quiénes somos y cuál es el tiempo que vivimos, nuestros temores y nuestros desafíos (Figura 4).
Dada su naturaleza efímera e instantánea, este ejercicio de almacenamiento, de preservación de historias olfativas, va acompañado por la escritura, pues me interesa entender cómo se relaciona la experiencia olfativa con el lenguaje, con las palabras a veces insuficientes para dar cuenta de lo que provoca un olor; los olores son una provocación, una oportunidad para la creación de nuevas palabras, la pauta para dar inicio a un juego con el alfabeto para crear nuevos adjetivos olfativos sobre sensaciones casi imposibles de nombrar, nuevos términos que medien entre la naturaleza efímera de los olores y su perenne recuerdo, como un registro para la posteridad, para hacer memoria en un país sin memoria (Figura 5).
Con todo esto, concluyo que mi contribución al tema del patrimonio olfativo pretende centrarse en la realización de la práctica de la perfumería como un oficio de recolección de memoria que ya vengo ejerciendo desde hace más de ocho años, como un ejercicio de archivo que se hace sobre una sensibilidad efímera, que, no obstante, deja marcas indelebles en nuestra memoria, en lugares profundos de nuestros recuerdos.