La condición digital
La condición humana es ya condición digital. Los elementos principales de la vida humana, todo aquello que marca nuestra existencia como seres humanos, se nos presentan y se viven de manera digital. No totalmente y no de la misma manera en todos los lugares, pero sí de una forma cada vez más extendida y, sobre todo, difícil de evitar.
La digitalización, tan acelerada en los meses de la pandemia según algunos, y única vía de salida de la crisis multifactorial en la que hemos entrado según otros, no es una ideología. La digitalización es una obra de ingeniería. Con toda probabilidad, la digitalización es la obra de ingeniería que mayor impacto vaya a tener en la historia de la cultura humana. Su objetivo inmediato es construir un segundo piso de la existencia humana en el que se pueda hacer todo (todo lo que se pueda hacer) lo que los seres humanos hacían hasta ahora por medio de intercambios biológicos, físicos y analógicos. El primer intento de construir este segundo piso digital de la vida humana se ha basado en la imitación y duplicación de lo que existía en el primer piso, pero por el camino este objetivo ha ido evolucionando conforme evolucionaban los comportamientos de los seres humanos al subir y bajar entre los dos pisos. Esta evolución se ha acelerado gracias a la omnipresencia de algoritmos de inteligencia artificial que escuchan, copian y cambian lo que hacen los humanos.
En cualquier aspecto, aún más en lo que se refiere a la cultura y el patrimonio, hay que tener en cuenta que la digitalización de la existencia humana cubre cuatro aspectos: las redes (ahora ya 5G), los espacios, las cosas (incluidos los objetos culturales y patrimoniales) y los seres humanos. Todo se digitalizará.
El momento pandémico
Dicen que la digitalización se ha acelerado de manera exponencial durante la pandemia y que, gracias a los confinamientos, ciertos procesos económicos y productivos se parecen mucho más a lo que debería ser la utopía digitalizadora del capitalismo de la innovación. Desde luego, también hay mucha más oferta virtual de experiencias culturales y patrimoniales en línea, aunque muchas de ellas quedan limitadas por la falta de preparación previa o por la necesidad de echarse en brazos de las plataformas y servicios digitales ya disponibles e instalados en los procesos sociales y comunicativos de la gente.
Creo que lo más importante de la pandemia es que ha puesto los focos en las cosas transcendentales, las que estábamos haciendo bien y queremos que sigan así, y también en las que no estábamos haciendo bien o simplemente estábamos rehusando pensar.
El patrimonio no va a escapar de la digitalización de la vida –si lo hace sería para desaparecer de la misma–, pero eso no quiere decir que su destino esté ya escrito. Este momento pandémico nos ha dado un toque de atención patrimonial y cultural que se puede resumir mediante dos preguntas: ¿qué es auténtico y quién lo decide?, y ¿cuánta externalización patrimonial queremos hacer en la digitalización?
La auténtica pizza
A partir del trabajo de campo identificamos problemáticas sociales presentes en el territorio, ligadas a condiciones marginales y de violencia, resultante de los efectos acumulativos de desventajas económicas históricas con respecto al resto de la ciudad, que complejizan los procesos colectivos. La baja participación de los habitantes del barrio en los talleres propuestos, develó tensiones internas en la comunidad con el Comité Organizador de la fiesta. A medida que fuimos desarrollando el trabajo etnográfico, también pudimos observar molestias en torno a lo que es percibido como una excesiva regulación de la fiesta por parte de la Alcaldía Local. La comunidad se encuentra dividida entre quienes ven en la relación con los representantes del Estado una alianza que puede beneficiar intereses comunes, y aquellos que la rechazan tildando estas acciones de oportunistas y convenientes por parte de distintos actores políticos que han buscando su beneficio particular, usando al barrio a manera de bastión político durante décadas.
Entre las personas con quienes trabajamos, la Fiesta de Reyes Magos no es enunciada en términos de patrimonio. El conjunto de prácticas sociales y culturales que componen la celebración es referido en términos de tradición, basándose en que ésta ha sido transmitida de generación en generación, está arraigada en el territorio, y además, vincula a los habitantes del barrio Egipto y la parroquia como sus principales organizadores.
Externalizar el patrimonio
Cuando visité la sede del Google Arts and Culture Project en París me rondaba por la cabeza una pregunta muy concreta: ¿por qué cedían las instituciones culturales más importantes del mundo algunas de sus obras más destacadas, –no solo auténticas sino en muchos casos únicas e irrepetibles– al brazo publicitario-artístico de una plataforma de datos para su digitalización?
Durante la visita aprendí varias cosas acerca de la digitalización de pinturas y esculturas con fotografía súper precisa y detallada, que luego serviría para su proyección en una súper pantalla digital hecha de muchas otras pantallas en la que todo se veía con un nivel de detalle que ni los propios artistas podrían haber percibido. También supe de las cosas que se pueden hacer con una base de datos de obras de arte para probar la optimización de algoritmos, crear juegos espectaculares que deleitan a los niños y hacerse preguntas de investigación muy interesantes, por ejemplo, acerca de las similitudes de los rostros que aparecen en la historia del arte.
También aprendí que con suficiente contenido de valor, un plan claro y ciertas tecnologías que están ya al alcance de casi todo el mundo, se podían preparar colecciones, galerías, selecciones, historias y dispositivos que hablaban “digitalmente” a las personas interesadas en patrimonio y arte. Por supuesto, esto constituiría solo una de las posibilidades de virtualización de cualquier patrimonio, y a ella se podrían añadir tantas formas de realidad extendida o híbrida como se quisiera. Crear un espacio en el segundo piso parecía estar al alcance de cualquiera. Asegurarse de que ese espacio es propio y autónomo es crucial.
Cuando terminé la visita al Google Arts and Culture Project la misma pregunta me seguía rondando por la cabeza, si cabe, con más intensidad.
Ética de los límites digitales
La digitalización de la vida humana nos ha puesto enfrente de múltiples dilemas éticos cuya discusión y resolución no pueden retrasarse de nuevo. Esa digitalización que arrastra tras de sí la transformación digital de la condición humana nos cuestiona sobre todo acerca de cómo queremos que sea la vida digital. ¿Vamos a seguir viviendo en la inercia digital marcada por las grandes plataformas sin preguntarnos nada más? ¿Vamos a esperar a que nos digitalicen o virtualicen nuestro patrimonio, quizás cuando en la próxima crisis sea imprescindible ofrecer todavía más servicios, más exposiciones, más objetos en la red y no nos hayamos preparado para ello?
La digitalización no se va a ir. De hecho, se va a intensificar por un imperativo económico que tiene grandes repercusiones sociales: las generaciones más jóvenes nacen digitalizadas. Sin embargo, la digitalización de todos los elementos de la vida, todo el tiempo, todos los espacios y todas las relaciones, ha mostrado ya también múltiples efectos negativos. Por eso ha llegado el momento de desarrollar una ética de los límites digitales que nos ayude a determinar qué queremos que sea digital y qué queremos que sea analógico, físico y biológico en nuestra existencia personal y en la de nuestras instituciones de convivencia.
Imaginar esos límites es la tarea más urgente que tenemos. Si no lo hacemos el resultado más probable es que perdamos el control sobre la determinación de la autenticidad y el valor del patrimonio. Esto ocurrirá porque el ecosistema digital imperante ha cedido una gran parte de su autonomía a una serie de algoritmos que, de manera ya habitual en nuestras interacciones con las pantallas, nos escuchan para ofrecernos el contenido digital más apropiado en cada momento. De esta forma, el control sobre el contenido patrimonial que una institución ofrece de manera digital se diluye en el momento en que ese contenido entra a formar parte de la red de contenidos digitales a las que cualquier usuario está expuesto de manera ininterrumpida a lo largo del día. En este contexto, ese contenido no es más que otro punto de enganche para que el usuario reaccione a la digitalidad que se le presenta y siga conectado al segundo piso mientras produce y consume datos para que las plataformas anticipen su comportamiento. Solo un dibujo preciso de los límites digitales que a nivel individual e institucional no queremos traspasar nos dará las claves para encontrar el valor auténtico que nuestro patrimonio tendrá en esta época digital.
Al fin y al cabo, la cuestión central acerca de la virtualización del patrimonio no es una cuestión sobre digitalización. Es más bien una cuestión acerca de cómo queremos vivir como seres humanos en la época de la digitalización. Es decir, ¿qué hay que hacer para que la condición digital siga siendo, más que nada, humana? La respuesta siempre pasa por la cultura, el patrimonio y la autonomía.