Conscientes, no obstante, de la capacidad “creadora” que los medios masivos de comunicación tienen para generar y movilizar ideas que se desplazan entre “derechas” e “izquierdas” —probablemente con tanto éxito como en las bolsas de valores los indicadores económicos diarios llevan “arriba” o “abajo” los anhelos de individuos, grupos y países enteros—, creemos que hoy resulta cuando menos necesario preguntar: ¿está de verdad servida la prosperidad?
Responder a esta pregunta no es una tarea fácil en un contexto en el que los mismos medios de comunicación —¡con gran despliegue! — advierten e ilustran sobre las “crisis” presentes y venideras en el corto plazo para las principales economías mundiales. China ha reducido sus metas de crecimiento; España, Grecia e Italia buscan refinanciarse; Francia, Italia y otros miembros de la comunidad europea pierden puntos en las calificaciones de riesgo internacional; y Estados Unidos apenas está tratando de recobrar puntos positivos de crecimiento económico. ¿Cómo pueden entonces ser ciertas esas voces que vaticinan el camino de la prosperidad generalizada jalonada por las “locomotoras del progreso” como un hecho inminente?
Sería muy sesgada esta introducción a nuestra sección Diálogos si no dejáramos constancia de que casi en las mismas páginas o espacios noticiosos también están las otras voces —diversas por sus orígenes—, que abiertamente, si no desmienten las buenas nuevas, sí plantean la urgencia de ponderar las virtudes del anunciado progreso (Samper 2011) o incluso frenar (Ruiz 2011), redireccionar o detener por completo “las locomotoras” que para muchos ya ruedan “fuera de control”, como la minería (El Espectador 2012).
Por supuesto estas discusiones no atañen solo a Colombia. Así lo señala la reciente nota “Proyectos de impacto ambiental en Suramérica” (El Espectador 2011a), al registrar seis casos emblemáticos de Brasil, Uruguay, Ecuador, Chile, Bolivia y Colombia, lista a la que sería posible sumarle muchos otros países de esta geografía suramericana, así como también de otras latitudes1. En general, estos casos cuestionan desde el diseño y trámite de las iniciativas en las esferas gubernamentales hasta el “quehacer” de las compañías en los sectores de la economía que mueven las locomotoras; en particular, se denuncia que estas compañías no son las más interesadas en impulsar el “progreso armónico” en sectores como los de la energía y la minería —hidroeléctricas, hidrocarburos—, entre otros. Tal lista no puede dejar de lado otros contextos, como las situaciones que se viven en el interior o en el marco de las “áreas protegidas” y que tienen que ver con una compleja agenda temática que incluye el desarrollo de infraestructura hotelera en parques naturales, la explotación minera en parques y santuarios de fauna y flora, la explotación petrolera y minera en zonas de resguardos indígenas y la apropiación fraudulenta por particulares de áreas de reserva natural, entre las más notables.
Este número de OPCA decidió consolidar una serie de textos a través de los cuales se puedan analizar estos delicados temas, pero ante todo favoreciendo una perspectiva consecuente con la naturaleza del Observatorio: la del “patrimonio cultural”. Esta categoría, en sus múltiples aristas, proporciona un punto de partida para reflexionar sobre temas que no se pueden reducir o resolver en términos de macroeconomía. En efecto, consideraciones de orden cultural, claramente fundamentales y constitucionales, deben ser sopesadas, escuchadas y tenidas en cuenta a la hora de hacer los balances o de identificar en qué estamos; a la hora de responder qué “desarrollo” y bienestar social es el que se anuncia y cuál el que, como colectivo plural —multiétnico y pluricultural—, podemos concertar. Los artículos que nutren este número de OPCA se entremezclan para mostrar, desde diferentes puntos cardinales de esta nación diversa, las tensiones, posibilidades e implicaciones de conceptos como “desarrollo”, “bienestar”, “identidad”, “soberanía”, “necesidades primarias” o “básicas” y, por supuesto, “patrimonio cultural”.
Conflictos culturales en áreas protegidas
En Colombia el tema de las “áreas protegidas” se ha visto vulnerado en época reciente —en particular durante y después del gobierno de Álvaro Uribe, cuando se pretendía abolir la Ley 99 de 1993—2. El debilitamiento tanto del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP)3 como del Ministerio del Medio Ambiente —e incluso de la misma Ley 99— es cada vez más evidente, y en conjunto esto permitió la reducción del número de áreas naturales.
Según el SINAP, las áreas protegidas se dividen en dos categorías: las de carácter público y las de carácter privado. Las Áreas Protegidas Públicas se clasifican en: Sistema de Parques Nacionales Naturales, Reservas Forestales Protectoras, Parques Naturales Regionales, Distritos de Manejo Integrado, Distritos de Conservación de Suelos, y Áreas de Recreación. Cabe mencionar que el Sistema de Parques Nacionales Naturales está conformado por cuarenta Parques Nacionales Naturales, doce Santuarios de Fauna y Flora y dos Reservas Naturales —una Vía Parque y un Área Natural Única—. Por su parte, las Áreas Protegidas Privadas están conformadas por las Reservas Naturales de la Sociedad Civil.4
Los Resguardos Indígenas, reconocidos en Colombia a partir de los artículos 63 y 329 —entre otros— de la Constitución Política de 1991, caben a su vez dentro del marco de “áreas protegidas”. De acuerdo con el INCODER (2012), un total de 31.652.710 hectáreas han sido tituladas a los 702 resguardos indígenas constituidos en todo el territorio nacional.
OPCA y la mirada caleidoscópica
En “Blowing in the wind: Jepirachi y las disputas sobre el viento wayúu”, Pablo Jaramillo nos acerca de manera concisa y quizás emblemática a la dimensión “cultural” del conflicto desarrollista. Este autor plantea una reflexión sobre la paradoja que expresa bien el proceso en el que nos encontramos: de una parte, el Estado enciende las locomotoras económicas —minería, hidrocarburos, etc.—, y de otra, se ve obligado a administrar política y jurídicamente territorios explotables, generalmente ocupados, a los que les dio estatus de protegidos o patrimoniales, o en los que aún —más allá de los títulos de propiedad actuales— viven algunas comunidades ancestrales. En concreto, Pablo nos confronta con la realidad de una tensión vigente en la que los wayúu se oponen al funcionamiento de un parque eólico que fue “sembrado” en tierras guajiras dentro del proyecto de desarrollo de energía limpia llamado Jepirachi. ¿Por qué una comunidad indígena que tanto se preocupa por la naturaleza se opone a un proyecto que pretende ahorrar el uso de energía contaminante?5 El punto es que para los wayúu el viento está hecho de sus antepasados, y nada más catastrófico que los muelan entre molinos, ¡y esto para que algunos se lucren mientras se salva a la humanidad! La complejidad de este asunto es apreciable tanto en el texto como al explorar los videos promocionales de este proyecto eólico —ver vínculos—: el del Banco Mundial, recomendado por el autor (2008) y su contraparte, expresada en el video del proyecto por la protección de Wounmainkat (Notiwayuu 2009) ampliado en la nota periodística “¿Qué tan limpia es la ‘energía verde’?” (Reyes 2012), en la que se cuestionan el alcance de estos proyectos o programas de energía “limpia”.
Otra arista de las tensiones y conflictos que se suscitan entre patrimonio cultural y áreas protegidas es el que Natalia Lozada nos invita a considerar con su texto “De cóndores e indígenas: especies amenazadas en El Cocuy”. La autora plantea que la visión conservacionista de Parques Naturales Nacionales —enfocada en el cuidado y protección de especies endémicas— ha relegado a un segundo plano a la comunidad u’wa del Cocuy, un tema en el que la subsistencia identitaria —tradicional—, simbólica y física de estos grupos —ya reconocidos propietarios de territorios protegidos— se debaten frente a los temas del progreso. Tensiones como esta de los u’wa se extienden a otros escenarios del país, como en el caso de los embera, los sikuani o los nukak.
En efecto, en las notas sobre los nukak y los embera podemos ver de qué manera el tema de la supervivencia cultural adquiere dimensiones épicas y diferentes. De una parte, Paola Adarve argumenta que los nukak han pasado de ser en la década de los ochenta “los últimos nómadas verdes” a ser “desplazados” en su propio territorio, movidos por los cultivos ilícitos, la tala y la guerrilla, entre otros. Esta situación contrasta con la de los embera, ya que allí la construcción de la represa Urrá I ha generado división interna y otros problemas concomitantes, bien documentados en el texto de Christian Ramírez.
En el caso de los sikuani, Julián Peláez, Eliana Hernández y María Angélica García plantean de qué manera el conflicto tiene una dimensión adicional: la de la autonomía educativa —ligada precisamente con las nociones vitales de conservación y con prácticas culturales y rituales—, un tema que nos entronca con la posibilidad de endoculturación con los métodos y lenguas tradicionales en los propios lugares. Esta es una historia que, como en la de los ahora mundialmente célebres “guardianes del Yurupari” (El Espectador 2011b), confronta nociones de esencialidad —quiénes somos— y de direccionalidad —qué es futuro—, además de los modelos educativos —la escuela versus las formas propias y autóctonas—.
Esta situación puede ser contrastada con el conflicto aún no resuelto entre los yanaconas de San Agustín y el ICANH y las autoridades locales, en donde una franja de territorio habilitada como carretera dispara las tensiones sobre propiedad, territorialidad y uso colectivos. Pero hay más. En “El camino prohibido de San Agustín”, Lorena Garay Guevara ilustra una situación cuyo tema, transversal en el Boletín — además de la propiedad—, es el de la “autenticidad”, la tensión entre la esencialización de su identidad y su construcción por parte de los mismos indígenas. En efecto, en San Agustín muchos pobladores consideran que las personas que son parte de este grupo étnico no son realmente indígenas, pues solo se conformaron legalmente como grupo a finales del siglo pasado, lo que para muchos significaría que no son auténticos y por tanto sencillamente se aprovechan de los beneficios que se le dan a las minorías étnicas. Por otra parte, hay quienes sí los consideran indígenas, pero los juzgan perezosos y se refieren a ellos de manera despectiva.
Finalmente, los textos de Catalina Serrano Pérez y Jónathann Pardo Orozco nos muestran una amplia perspectiva de las tensiones en diferentes comunidades frente al manejo de los territorios protegidos. Por un lado, las encrucijadas administrativas producto de los traslapes entre resguardos indígenas y los parques naturales, y por otro, las paradojas presentes en la globalización de lo indígena y la inclusión pragmática de sus territorios como destinos turísticos, lo que podría asegurar su permanencia, sostenibilidad y protección en el largo plazo.
Epílogo
¿Qué es lo que hay en el fondo de estos conflictos?: seguramente más que economía, como hemos ya tratado de mostrar con los textos aquí publicados y como de manera compacta y poética ha puesto recientemente un destacado miembro de la comunidad wayúu, el gestor cultural y poeta Vito Apüshana (Miguelángel López-Hernández), cuyo testimonio —con su autorización— transcribimos aquí:
Señores, «Extractores de la Naturaleza», reciban esta palabra, una vez más bajo las barbas de los árboles sombríos, ya han pasado numerosas asambleas entre nosotros; ya han sido más de cien las charlas abiertas con ustedes, las nombradas «consultas previas» y, sin embargo, el entendimiento no llega; continúa tío conejo sin atender los consejos del abuelo búho. Seguimos recorriendo los «territorios matrices» cercados… justamente son los territorios que sostienen los latidos de la pureza natural del país. Desde estas matrices les enviamos nuestro puente de voces para acercarnos a otro tipo de entendimiento: el de la sobrevivencia.
Estamos de regreso del cuerpo dialogante de las Mesas de Concertación Indígenas, de las Consultivas de Alto Nivel Afrodescendiente… y nuevamente las palabras prudentes no encuentran sonoridad en los oídos ejecutivos. Ahora, de regreso a la profundidad de los lares, al conjunto orgánico del territorio, tejemos esta palabra cerca, muy cerca del grito de la sangre, del sonido de la linfa y el roce de los huesos columnares del subsuelo. ¿Los han escuchado alguna vez?
Sabemos que la espiritualidad, que ustedes llaman romanticismo, es el peor enemigo de los negocios; por ello no esperamos que ustedes nos den la razón, sólo queremos evidenciar la proporción entre su sed de ganancias y el tamaño de sus desastres… y la desproporción final de sus responsabilidades.
Igualamos el peso de sus nombres lustrosos con los efectos de los predios que desolarán: «Greystar Gold = polvo de piedra de Santurbán; Cerrejón = vapor del río Ranchería; MPX (Brasil) = socavón del verde Perijá (La Guajira); Anglo Gold Ashanti = laderas estériles de La Colosa (Tolima); Muriel Mining Corporation = aguas envenenadas del Cerro Cara Perro o Ellausakirandarra (Chocó); Grupo Brisa = herida del cerro de Julkuwa de Dibulla; Endesa (Emgesa) = hambre del río Magdalena en El Quimbo (Huila)»… entre otras más.
La Gran Minería, es la criatura que ustedes han creado para sostener el movimiento del mundo que, debido a su crecimiento sin fin, terminará por devorarse a sí misma y, con ello, generar el colapso del planeta; terrible criatura que enfrentamos y enfrentaremos con las rogativas de la pertenencia y los cantos de la permanencia colectiva de los habitantes rurales… cantos entrelazados desde el hielo de los Inuits del Canadá hasta los glaciales de Perito Moreno en la Tierra del Fuego… a ella le diremos No, le diremos ¡ya basta!… y nuestra sangre derramada, tal vez, sea la última frontera.
Señores Multinacionales, no insistan en violar nuestras autonomías que compartimos con el águila y la hormiga, no insistan en contaminar nuestra verde matriz madre de niños y lagartos, regresen a los espacios de la prudencia en donde el castor detiene su tala; vuelvan a los terrenos de la serena inteligencia en donde cada elemento encuentra el equilibrio de la utilidad necesaria; desistan del delirio de la acumulación y regresen a los viajes a pie frente a las lentitudes de las puestas del sol; prolonguemos los años en la tierra del tejedordealientos: el ser Humano.
No insistan en estropear la celebración de lo simple. Aún no es tarde para el Hombre. Los estaremos esperando en el círculo de la palabra templada… allí le ofreceremos las narraciones que nos hablan de aquel amanecer luminoso que se revela en las cercanías del suicidio… en donde el uso de los dones es dosificado y no altera el mecanismo del entorno… en donde el poder del dinero es dominado por el poder genésico del ecosistema. Todo ello todavía es posible, a pesar de los nubarrones en el horizonte.
En cualquier caso, la Gran Minería no es una opción para nosotros: los hijos de la Gran Madre Fértil… extensa entre serranías, llanuras y selvas.
(Reflexión originada de las innumerables reuniones fallidas entre las autoridades tradicionales indígenas, afrodescendientes y campesinas de Colombia con los altos ejecutivos de las multinacionales y representantes de los gobiernos nacionales).
Este testimonio, junto con las movilizaciones recientes en lugares como El Quimbo y Bucaramanga —esta última el pasado 16 de marzo—, al igual que los escenarios que se indican en la nota de María Camila Marín, muestran que las críticas y las tensiones que estamos enfrentando no se pueden descalificar como la lucha romántica de unas “minorías” ahistóricas —como muchos perciben a los grupos indígenas, incluso en los ámbitos académicos— ni como “quejas” de grupúsculos de “sesenteros/hippies trasnochados”. Por el contrario, las voces que se agrupan en estas manifestaciones constituyen “mayorías” calificadas de ciudadanos que, por medio de estas expresiones, están logrando lo que quizás de manera destacable ha sido mandato de la nueva Constitución de Colombia: la corresponsabilidad social y la acción proactiva, frutos de una lectura actual de las relaciones entre el Estado y la sociedad. Y esta es precisamente la intersección en la que OPCA, con este número, quiere aportar su grano de arena a la nada fácil tarea de transformar la sociedad colombiana. El objetivo es ofrecer un espacio de reunión, estudio y debate a partir del cual se pueda construir una sociedad civil cada vez más activa y proactiva, sobre la base del acceso a una información amplia. En OPCA no tenemos la respuesta, pero buscamos contribuir a ella.
Notas
1. Véase “El Proyecto Conga sigue paralizado en el Perú” (El Espectador 2011c: 20); “New Dams on the Nile and Atbara and their effects on human rights, environment, and heritage” (University of Chicago Mailing List 2012); o el caso de la “Represa de las Tres Gargantas” en China (Clarin.com 2006).
2. Para mayor información sobre la legislación en torno a las áreas protegidas ver PNN (s.f.b).
3. Las funciones de Parques Nacionales en relación con el SINAP son: administrar las áreas protegidas del Sistema de Parques Nacionales Naturales en las categorías de Parque Nacional Natural (PNN) Santuario de Fauna y Flora (SFF), Área Natural Única (ANU), Reserva Nacional Natural (RNN) y Vía Parque.
4. Para mayor información consultar: PNN (s.f.b); Benjumea y Vanegas (2003); INCODER (2012); Jardín Botánico Medellín (s.f.); y el Compendio de Normatividad de los Resguardos Indígenas en Colombia (s. f.).
5. Esta idealización del indígena como el buen salvaje se ha visto reducida a la vez a la idea del indígena como el humano más ecológico, perteneciente a grupos donde la preservación de la naturaleza es un pilar básico. La realidad no es completamente opuesta a este concepto, pero las cosas no son tan simples.