Un poco de historia: el escenario
Para comenzar, el Parque de los Periodistas está ubicado en el centro de Bogotá, entre la calle diecisiete con carrera tercera y cuarta. En sus alrededores se encuentra el Eje Ambiental, las instalaciones del ICFES, la estación de trasmilenio de Las Aguas, el Hotel Continental y la Academia Colombiana de la Lengua. Este parque es un lugar o cial que está rodeado de instituciones, entre ellas varias o ciales, que son bastante concurridas como espacio de tránsito: su ubicación central es indispensable para la circulación. En este lugar se encuentra el Templete del Libertador, un monumento al libertador Simón Bolívar que, como su nombre lo indica, tiene forma de templo cuya función es hospedar la escultura que simboliza su cuerpo. El templete es obra del arquitecto italiano Pietro Cantini, quien vivió en Colombia por más de 40 años y muchas de sus obras son consideradas en la actualidad como monumentos nacionales, entre ellas el Capitolio Nacional y el Teatro Colón
El monumento simboliza la celebración del natalicio número cien de Simón Bolívar, llamado « libertador » por parte del discurso oficial, construido según los hechos de la conquista española que han permeado la forma en que vemos la historia. Así, el discurso oficial es el principal enunciador y destinatario de esta simbología. La disposición de imágenes para documentar el pasado, mantenerlo vivo en el presente y proyectarlo hacia el futuro trae consigo la intención de modelar sujetos, necesarios para la perspectiva del poder oficial. Es por esto que, en un país como Colombia, la gran mayoría de los monumentos tienen una herencia colonial que se evidencia, incluso, desde el diseño y la elaboración de los monumentos, debido a que es la in¬fluencia intrínseca y dominante de la arquitectura europea la que le otorga el carácter de legítimo, de oficial y, finalmente su valor como objeto histórico. Además, la herencia colonial también es expresada, por supuesto, desde lo que Ángel Rama (1984) llama “la ciudad letrada”. En ella, el deseo de imponer en la memoria la imágenes de ciertos «próceres de la historia», destacando el heroísmo, resulta fundamental porque alude a innumerables discursos implícitos en la construcción de nación. Entre ellos, la independencia de Colombia y, por ende Simón Bolívar como un personaje clave.
En ese orden de ideas, la ciudad letrada hace tangible la planificación de los espacios, por ejemplo, al inscribir monumentos en él, debido a que el espacio – además de producir cuerpos, prácticas de hacer y pensar – produce memoria, la cual aparece como anclaje fundamental para lograr la homogeneidad necesaria en el discurso de la nación; diseñando – desde la enunciación de la historia por parte de la ciudad letrada –, los hechos que deben ser recordados. Los monumentos son imágenes que modelan el espacio y, a la vez, pretenden mostrar los modelos que la ciudad letrada establece para que sus habitantes tengan conductas planeadas para fortalecer los cimientos de la construcción de memoria
Por otra parte, el Parque de los Periodistas fue planeado de forma triangular con dos secciones distintas: la plaza, con el templete en el centro, y dos pequeñas zonas verdes. La línea que divide las dos secciones, en realidad es un pequeño muro en el cual la mayor parte de la apropiación por parte de la ciudad real ocurre: este es el espacio común de los jóvenes debido a que éstos se sientan allí a compartir y a construir un espacio propio en el Parque. En este punto se enfrentan la ciudad letrada y la ciudad real, esta última entendida como aquella que se escapa del control de la ciudad letrada, porque traduce sus signos y los usa según dinámicas colectivas que se escapan muchas veces del discurso oficial.
El muro
En el Parque de los Periodistas se presenta este intercambio de discursos, principalmente por las noches. En general, el Parque funciona como una plaza: hay algunos vendedores ambulantes y mucho espacio para transitar. Pero este parque es, principalmente, un lugar de encuentro para jóvenes del sector que realizan varias actividades como tocar instrumentos musicales, cantar o hacer danza aérea con telas gracias a los árboles que están en las zonas verdes del Parque. Al interior de este espacio es evidente la cercanía entre los jóvenes y una cierta complicidad dada, quizás, por el hecho de compartir juntos este lugar. Sin embargo, es en el muro que marca el límite entre la zona verde y la plazoleta donde la dinámica cambia y se enfrenta con el discurso oficial: el muro es un espacio en el que los jóvenes se reúnen para hablar, tomar y consumir drogas.
En esta plaza cohabitan múltiples discursos: el «oficial», el «público», el de los jóvenes en tanto que «ilícito». Primeramente, se encuentra el discurso oficial, es decir, el discurso Estatal del Parque como un lugar de conmemoración y memoria. También se encuentra el discurso público, entendido como el uso por parte de los comerciantes, tanto de ventas ambulantes como de locales de negocio, y la cantidad considerable de bogotanos (trabajadores, estudiantes, visitantes, etc.) que perciben este lugar principalmente como un espacio de tránsito.
En contraste a estos dos discursos está el del los jóvenes que toman alcohol y se drogan allí. Este último es completamente opuesto al oficial debido a que promueve estrictamente lo ilegal y lo prohibido. Considero que este discurso es el más interesante debido al juego que esta dicotomía produce y la apropiación de los signos controlados e impuestos por la ciudad letrada, en este caso, el Estado y la transformación y apropiación por parte de los jóvenes. En palabras de Marc Augé (1998:57 – 58):
Este recorrido [del espacio a lo social] es “cultural” esencialmente puesto que, pasando por los signos más visibles, más establecidos y más reconocidos del orden social, delinea simultáneamente el lugar, por eso mismo de nido como lugar común. Reservaremos el término “lugar antropológico” para esta construcción concreta y simbólica del espacio (…) El lugar antropológico es, al mismo tiempo principio de inteligibilidad para aquel que lo observa (…) Estos lugares tienen por lo menos tres rasgos comunes. Se consideran (o los consideran) identificatorios, relacionales e históricos.
Se construye una identidad espacial gracias a una determinada configuración social y se presenta como “inteligible” a aquello que se encuentra en una relación de exterioridad con respecto a este discurso.
Es por esto que el discurso de los jóvenes se enfrenta a aquél del público. Como Augé 1998:51) afirma:
“Los orígenes del grupo son a menudo diversos, pero es la identidad del lugar la que lo funda, lo reúne y lo une y es lo que el grupo debe defender contra las amenazas externas e internas para que el lenguaje de la identidad conserve su sentido”.
Lo anterior es demostrado por medio de la separación impuesta por el muro: el discurso público silencia eso que ocurre «al interior» de las zonas verdes debido a que no desconoce las dinámicas internas de la apropiación de los jóvenes. Para nadie es un secreto que el concepto de drogas está plenamente ligado al discurso sobre el peligro. Así, el discurso público por parte de los ciudadanos que atraviesan la plaza evita, a toda costa, involucrarse con lo que pasa del muro hacia adentro, acelerando el tránsito por la plazoleta para evadirlo. Para el discurso público esta zona se torna peligrosa, ajena. Del muro (incluido, por supuesto) a la zona verde es el territorio de los jóvenes, ilícito y perjudicial; y, del muro (como barrera que fija una exterioridad) hacia la plaza es territorio público. En el discurso de los jóvenes existe un adentro muy marcado que rechaza en cierta medida lo externo.
Personalmente, me ubico en el discurso público. Pasar por la plaza del Parque – que queda justo en el centro de las dos zonas verdes – produce una exterioridad completa ante el lugar. El sentimiento de querer “acelerar del paso” como consecuencia del peligro que propone pasar por un lugar que maneja esta situación, en conjunto con la marcada exterioridad al lugar, forman un intento inevitable de evitar ver lo que está pasando allá adentro como respuesta a la imposibilidad (impuesta por ellos) y al rechazo (propio) de entrar. Es demasiado llamativa la manera en que las zonas verdes, o mejor, las zonas «de adentro» son lugares abiertos a todas las mi radas pero el público que transita pasa omitiendo e ignorando esas dinámicas.
No obstante, he estado «al interior» del muro y es la manifestación más clara del intersticio. El simple hecho de sentarse allí, acompañada de un pequeño grupo de gente, equivale a apropiarse, equivale a estar adentro. Se está adentro de un lugar que pareciera estar cerrado en sí mismo y exento de toda responsabilidad política (con respecto a las leyes oficiales), debido a la presencia de actividades ilícitas. Es similar a ingresar a un hogar cuando uno ha sido invitado a almorzar: lo hacen sentir dueño del lugar y le ofrecen toda la comida que tienen. El paralelo con este ejemplo puede ser un poco irrisorio, pero sí funciona. Sin embargo, aquí la “comida” que ofrecen son drogas: un catálogo completo que muestran gritando, sin la más mínima inhibición y terminan diciendo “cuando quiera viene y pregunta por mí, yo le tengo de todo y, si no, se lo consigo”. Este es un ejemplo de lo que pasa todos los días allí y que, de cierta manera, los ciudadanos conocemos pero preferimos no involucrarnos. Sentarse equivale a hacer parte de. Pero también pasar por ahí hace parte de una circulación que debe ser inmediata y ajena porque está dominada principalmente por el acceso restringido para los transeúntes: el discurso público, diferente al de los jóvenes.
¿Dónde queda entonces el monumento? El lugar, en tanto que lugar de memoria, no dice absolutamente nada. Lo único que podría destacar es que la disposición del lugar abre paso a la apropiación por parte de la ciudad real, a modo de resistencia, con respecto a la ciudad letrada. Percibo que, tanto en el discurso de los jóvenes como en el público, el Templete del Libertador no juega más que un papel «decorativo» al interior de un espacio basto, amplio y determinante en la vida cotidiana de muchos bogotanos.
Para concluir, según el Artículo Segundo del Acuerdo 556 del 18 de Junio de 2014, emitido por la Alcaldía de Bogotá, esta plaza cambió de nombre de “Parque de los periodistas” a “Parque de los periodistas Gabriel García Márquez” en honor al premio nobel de literatura colombiano. Además, está prevista la instalación de una escultura alegórica a García Márquez y a su obra. Respecto a esto, valdría la pena pensar las nuevas resistencias en la transición de un sistema de signos a otro (en este caso, la inclusión del nobel de literatura al Parque de los Periodistas); para leer a futuro las nuevas prácticas que se producirían en ese espacio y las transformaciones semióticas de los lugares de memoria: existentes e ignorados, de apropiación nueva e impredecible.
Notas
- Estudiante de séptimo semestre interesada en temas relacionados con los estudios culturales
y estudios sobre desarrollo, especialmente en latinoamérica.