Foto: Tolga Deniz en Pexels
El presente número del Boletín OPCA interpela directamente al mundo contemporáneo en el que la virtualidad nos promete un profundo desplazamiento de las cosas a la información, de la posesión a la experiencia, de la materialidad a la nube digital.
Tal vez como un acto de resistencia ante los enormes sistemas de acumulación de información y su evanescencia, quisimos explorar la galaxia de objetos cotidianos y excepcionales que cargan valores, recuerdos y experiencias. Y que más allá del dictado de su función original, y gracias incluso a su obsolescencia, tras el paso del tiempo, se enriquecen en usos y relaciones.
Nos referimos, entre otros, a casetes, fotografías, postales, estampillas y publicaciones efímeras, que permanecen y que de lejos nos trascienden. Como queda claro en los aportes recibidos, estos más allá de ser objetos de colección o curiosidades de archivo, son bienes que circulan, que tiene una biografía y que apoyan el relato compartido de un grupo de personas, son el rastro y la huella de un arco de tiempo y de sus transformaciones.
Así, por lo que son, contienen y significan, resultan un eje de convergencia entre lo tangible y lo intangible. De las cosas y sus relatos, o, en otras palabras, son el testimonio de los patrimonios emocionales de muchas personas. Es más, resulta imposible pensarnos desligados de ellos. Todos y cada uno atesora uno o varios objetos, en un cajón refundido, debajo del vidrio de la mesa de noche, en una caja al final del armario.
Curiosamente, la etimología de la palabra objeto procede del latín y resulta de la combinación del prefijo ob y del verbo iacere, para designar aquello que se podía lanzar o descartar, es decir, hace referencia a algo de poco valor. Hoy por hoy, esos objetos a los cuales hacemos referencia en la presente edición están muy lejos de ese designio. Antes bien, son el testimonio de la resistencia que se ejerce sobre su desaparición. O en palabras de Santiago Jara -en este número-, de su carácter como “sobrevivientes”.
Claro está que la industrialización, aceleró la producción en masa de los objetos y el capitalismo les imprimió su carácter de mercancías. Hoy por hoy, estamos rodeados de objetos que no necesitamos y que no proponen más que una relación utilitaria y pasajera en nuestras vidas con costos muy altos para el planeta. Pero a pesar de sí mismos, o en algunos casos gracias a su singularidad, esos objetos también actúan como un disparador de la memoria que nos transporta o como un apéndice que nos construye.
El patrimonio, más allá del aparato que lo regula, está constituido por esas relaciones. El patrimonio, más allá de las burocracias que sostiene, está atado a las pertenencias que nos despierta. El patrimonio antes de ser conceptuado es algo que sentimos. El patrimonio es ante todo un dominio emocional. Las historias alrededor de los objetos que presentamos a continuación lo expresan claramente.
Haciendo eco de esta invitación, nos complace la respuesta positiva que varios autores recogieron. En primer lugar, Enrique Uribe-Jongbloed quien en su texto “Los rezagos del pasado cargados al presente en cassettes de video” nos invita rememorar sobre la nostalgia de los recuerdos, en especial cuando estos “requieren de algún sistema técnico para su acceso” como “los cassettes de audio y de video, las tirillas de cine de 8mm y los negativos de fotografías convencionales, requieren de aparatos que, al ir haciéndose obsoletos, tienden a llevarse consigo la posibilidad de acceder a los detalles que valoramos con nostalgia”.
En contraste, Ximena Bernal en “El álbum familiar de Bogotá: Trascender el horror vacui al conformar una colección digital de imagen y memoria” nos lleva a explorar las tensiones que se producen cuando la empresa ya no es la memoria individual, sino precisamente una memoria ciudadana, plural y colectiva. Bernal afirma que “Al generar un diálogo entre la memoria (los recuerdos) y la historia (la mirada de los especialistas) logramos tejer puentes para reconstruir los cambios urbanos, la identificación de edificios desaparecidos, de monumentos y de prácticas que han ido cambiando en el tiempo. El ejercicio que se da a través de Álbum Familiar nos permite construir y entender de forma colectiva la historia de la ciudad”.
Y entre estos mundos de lo privado y lo público, Juan Francisco Hernández Roa y Sebastián Mejía Ramírez en “El impreso efímero como registro de costumbres en las antiguas Provincias de la Nueva Granada” nos convocan a pensar en un tipo de documento poco usual, que “como tipología documental comprende los vestigios culturales relacionados con publicaciones destinadas a usarse una o quizás muy pocas veces y que por su naturaleza precaria tradicionalmente han sido dejadas de lado por las instituciones dedicadas a la preservación y difusión de los medios impresos”. Pero aquí vemos como este acervo se alza en una clara “… Fuente para la elaboración de relatos históricos relacionados con la documentación de la vida cotidiana y las costumbres sociales de las antiguas provincias de la Nueva Granada”.
Danilo Parra Ariza en “Los patriotas y el “papel” como medio de pago”, nos invita a un viaje al centro de la epopeya libertadora, seguida desde otro documento poco común, el del papel como moneda en la forma de vales, que se “utilizó como medio de pago o de estafa, durante los albores del continente americano, soportado en documentos originales que representan de suyo, un importante acervo del patrimonio cultural de Colombia”.
Esta línea historiográfica la continua Manuel Cueto V. quien en su texto “Postales ilustradas, historias por contar”, nos convoca alrededor de otro documento igualmente pintoresco y singular para la memoria colectiva como son las postales. Compartiéndonos imágenes únicas del pasado que sirven para reconstruir sus lugares y prácticas cotidianas.
Esta exploración de dispositivos de memoria, la cerramos con el texto de Alejandro Sánchez Botero “Las estampillas y el reconocimiento a los mandatarios desde las Provincias Unidas de Colombia”, donde el autor además de presentar un detallado informe de los presidentes que han quedado consignados en las estampillas nacionales, nos invita a seguir el desarrollo de las comunicaciones -en particular el telégrafo y el correo-, a través del tiempo.
En la sección Caleidoscopio, contamos con las contribuciones de Ángela Pérez, Subgerente de la Subgerencia Cultural del Banco de la República, y de Santiago Jara Ramírez, Coordinador Nacional de Museos, quienes nos responden sobre el valor de los objetos y la gestión institucional que realizan.
Nuestra sección de Caleidoscopio concluye con un aporte muy especial, un cuento corto de Juliana Isabella Pardo titulado “Bajo el vidrio, en la caja”. En el que nos sumerge en una narración sobre las fotografías, el paso del tiempo y la forma en la que archivamos nuestras memorias familiares.
Por último,como siempre, la sección de Caja de Herramientas,compilada por Ana María Pinilla Meza, Luis Gonzalo Jaramillo E. y Manuel Salge, lista una serie de recursos como libros, artículos y bases de datos que complementan los temas desarrollados en este número.
No podemos cerrar esta sección sin dejar constancia de nuestro reconocimiento de gratitud para las profesoras del Departamento de Antropología, Ana María Forero y Alhena Caicedo, quienes nos acompañaron durante un largo periodo como parte del equipo editorial del Boletín. Damos con este número también nuestra cordial bienvenida a la profesora Ana María Ulloa del Departamento de Antropología y al profesor Eduardo Mazuera del Departamento de Arquitectura como nuevos integrantes del Comité Editorial. A ellos gracias por la dedicación y el compromiso con el Observatorio.