El 2020 pasará a la historia como un año singular en el que la fragilidad de los fundamentos de lo cotidiano quedó expuesta sin ambages, pero al mismo tiempo este año se recordará por nuestra infinita capacidad de adaptación. Este número del Boletín OPCA, es una invitación a reflexionar sobre el patrimonio cultural en un mundo post-Covid19, conscientes de que el fin de la emergencia sanitaria y la transformación de las condiciones sociales que precipitó hasta ahora comienzan a tomar forma.
Los lugares, objetos y prácticas que han sido catalogados como parte de nuestros patrimonios culturales se han visto afectados de diferentes maneras por la coyuntura, pero sobre todo por causa del impacto en la forma en la que nos relacionamos con ellos. Sin embargo, resulta evidente que los elementos que les dan fundamento siguen allí.
Para tratar de organizar la reflexión podemos hacer una distinción entre elementos de reproducción y elementos de exhibición. En el primer grupo entrarían todas aquellas prácticas que por su naturaleza requieren de espacios de interacción directa. En el segundo grupo entrarían los elementos y las prácticas que por su ubicación o sus condiciones están pensados para ser vistos o puestos en escena.
Las limitaciones en los elementos de reproducción están anclados a prácticas culturales que implican la transmisión y el intercambio de ideas. Y aquellas manifestaciones que entran en la categoría del patrimonio inmaterial son ejemplos de ello. En esa medida la relación intergeneracional y la congregación de grupos rompen la reproducción cotidiana y ponen en riesgo el sentido de comunidad que les da coherencia.
En la otra orilla, los elementos de exhibición pierden en la medida que su razón de ser se trunca por las restricciones que tratan de mitigar los impactos de la pandemia. Bienes inmuebles y muebles dejan de ser visitados o contemplados y su mensaje queda incompleto al perder su audiencia. Al tiempo que prácticas que manifiestan formas de ser, sentir y apropiar se interrumpen por la dificultad de su presentación colectiva frente a propios y extraños.
Estos elementos nos dejan una conclusión fuerte y es que el patrimonio por encima de la clasificación desde la que se organice es siempre relacional. Y en buena medida su potencia deriva de la capacidad de conectar y poner en diálogo las ideas que le subyacen. Así mismo, es claro que el patrimonio tiene sentido como una expresión viva de una comunidad. Su existencia en clave de recuerdo, añoranza o nostalgia lo transforma rápidamente en otra cosa, que si bien representa un conocimiento pierde su centro al alejarse de la experiencia.
Por otra parte, una serie de debates en torno al patrimonio quedan expuestos en esta situación de crisis. La primera y más fuerte es que las comunidades dependen de sus repertorios patrimoniales como una forma de sustento económico. Claramente hay escalas diversas de aplicación de este enunciado, pero en mayor o menor grado el patrimonio hoy representa un elemento más para sortear condiciones de vida adversas.
La segunda, en relación directa tiene que ver con el turismo y en general con los circuitos de intercambio globales en los que se inscriben lugares, objetos y prácticas. En esa medida cabe preguntar si después de la pandemia los beneficios y las responsabilidades se seguirán repartiendo de la misma forma. O si las comunidades serán conscientes de su poder en esta puja
La tercera es la relación entre fragilidad, resiliencia y adaptación del patrimonio, en la medida que en esta situación atípica los mecanismos de equilibrio en los sistemas sociales se transforman y obligan a incluir cambios en los modos tradicionales de acción y reproducción. Esto nuevamente nos pone frente a la potencia del cambio y el dinamismo como una clave de la cual el patrimonio no puede estar exenta
La cuarta, en sintonía con la anterior, nos pone de presente el problema de la autenticidad y de sus límites. Hasta qué punto lugares, objetos y prácticas admiten cambios antes de alejarse de sus principios constitutivos. Incluso, preguntarse si existen tales principios es una buena forma de desacralizar esa larga herencia de lo real y lo artificial.
Incluso, preguntarse si existen tales principios es una buena forma de desacralizar esa larga herencia de lo real y lo artificial. Y finalmente, un quinto debate es si teniendo en cuenta la posibilidad de cambio y la búsqueda nuevas estrategias de reproducción, las plataformas virtuales y los modos de interacción mediados por interfaces electrónicas pueden llegar a suplir o a transformar los dominios del aparato patrimonial. Cabe preguntarse si más allá de ser archivos y reservorios, los espacios digitales pueden hacer las veces de puntos de confluencia que activan los repertorios sociales de un grupo.
Ahora bien, en últimas, todas estas ideas caen bajo un gran paraguas que toca tanto los elementos de reproducción como los de exhibición, y es hasta qué punto se puede pensar siquiera en clave de patrimonios en medio de situaciones donde la simple reproducción de la vida se ve amenazada, no sólo por el virus, sino por la precarización material de las condiciones de existencia que acarrea.
Como muestra un botón: Con gran acierto, Facundo de Almeida, director del MAPI (Museo de Arte Precolombino e Indígena – Uruguay) iniciaba su presentación del Informe de Gestión 2020 precisando que: “Poco original es comenzar diciendo que 2020 fue un año atípico. La emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19 transformó las vidas de las personas y las instituciones en todo el mundo. Pero sin temor a exagerar, podemos decir que el sector cultural estuvo entre los más afectados porque nos alejó de uno de nuestros principales objetivos: reunir a las personas en torno a bienes culturales para su disfrute, comprensión, apreciación o investigación. Un museo sin personas no es tal y eso es lo que nos pasó durante 5 meses en el MAPI. Sin embargo, un museo es -o puede ser- mucho más que unos objetos y un edificio y frente a lo inesperado, en eso nos enfocamos durante el casi medio año en el que nos vimos imposibilitados de abrir nuestras puertas. Experiencias anteriores en las que hicimos un “museo fuera del museo”, como El MAPI va a la Playa, el MAPI va a la Plaza, el MAPI va a la Feria del Libro, el MAPI va al Campo, el MAPI va a la Escuela, el MAPI va a la Cárcel, entre otras, nos permitieron, en horas, rediseñar e implementar el modo de seguir “abiertos” y poder continuar cumpliendo nuestra misión a pesar de las difíciles e imprevistas circunstancias que atravesaba el mundo”.
Esto aplica para casi todas las instituciones y lo interesante es ver la diversidad de experiencias y lo recursivos que son quienes al frente de estas situaciones responden, pero también de las discusiones esenciales que subyacen a estas apuestas múltiples. Iniciamos nuestro boletín precisamente con una reflexión de María Elena Bedoya y Jimena Perry titulada “Puntos de (des)encuentro: memoria, patrimonio y COVID: Una reflexión desde la pandemia”, en la que las autoras, tras sintetizar una panorámica sobre la actual situación, nos plantean , entre otras cuestiones la de “qué utopías son posibles en un mundo que parece cada vez menos presto a escuchar a la experiencia de lo vivido como posibilidad y que se vuelca a regalarnos imágenes e imaginarios de globalidades digitales”.
Muy a tono, Andrés Duprat, Director del Museo Nacional de Bellas Artes de la Argentina, en su texto “Museos y pandemia”, luego de enmarcar la situación nos advierte que “No sabemos cómo quedará configurada la realidad luego de esta crisis, aunque intuimos que la pandemia dejará secuelas importantes. Y si bien esta encrucijada es nueva, no lo es la necesidad de reinvención en el campo del arte, que es finalmente un universo dinámico y en eterna expansión. La revisión de sus parámetros es una constante en la historia. O, podemos decir, es su historia. La historia del arte es la historia de sus múltiples mutaciones”.
Carmen Gaitán Rojo, Directora del Museo Nacional de Arte de México, ante la pregunta sobre cómo la inédita situación creada por las medidas restrictivas de presencialidad y circulación de públicos para contener el Covid 19 han sido un reto excepcional para instituciones como los museos, nos dice que “Las innovaciones tecnológicas llegaron para quedarse. Es realmente conmovedor pensar que personas de distintas generaciones apostaron por sumarse a las plataformas digitales y hoy es una realidad fehaciente que estos recursos, más allá de la pandemia, se han vuelto herramientas de primer orden para la divulgación de los discursos museológicos”.
En sintonía con esta perspectiva, Eduardo Londoño L., Jefe de Divulgación Cultural del Museo del Oro del Banco de la República de Colombia, en su texto de repuesta a la pregunta sobre cuáles son los aprendizajes más importantes de la experiencia del Covid 19, no duda en plantear que si bien la pandemia representa oportunidades también deja al descubierto diferentes tipos de falencias entre las que se debe destacar una muy importante: “La virtualidad deja rezagados a los públicos desconectados, y ante todo a los de inclusión social, tercera edad y discapacidad. Estamos acumulando una deuda con ellos”.
En contraste con las opiniones y realidades de estos escenarios de la cultura y el patrimonio ubicados en posiciones geo y políticamente centrales, como los museos que hemos visto, contamos como contraparte con las voces de varios actores locales. Así como con los audios sobre la tradición silletera gracias a la gestión de Juan Romero -Comunicador del Programa de la Manifestación cultural silletera- podemos escuchar de viva voz la opinión de Oscar Zapata, investigador social del territorio, Diana Hincapié, delegada de Red de Turismo de Santa Elena y de Alexander Nieto, gestor silletero y de Carlos Orozco, historiador y profesional del Programa de Memoria, Patrimonio y Archivo Histórico de Medellín.
Silvio Burgos y Alejandro Almanza, gestores culturales de la Semana Santa en Ciénaga de Oro, nos cuentan cómo la pandemia se ha convertido para ellos y para la manifestación en una oportunidad para explorar nuevos escenarios y para garantizar la conexión con la ciudadanía.
En este mismo sentido, Olga Beatriz Trejos García –quien se define por encima de todo como Cuadrillera- al responder la pregunta ¿Cómo el Covid-19 ha afectado la salvaguarda del Carnaval de Riosucio?, lamenta la falta de prespecialidad, enfatizando que lo virtual “no es para todo”. Esta perspectiva contrasta con la de Richard Valderrama, portador de la Tradición de Barniz de Pasto Mopa-Mopa, quien reporta como gracias a la virtualidad ha logrado seguir difundiendo los conocimientos relativos a su manifestación de una manera metódica.
Este número, es entonces una amplia y coherente puesta en escena de experiencias, de revelar encrucijadas y, sobre todo, de vislumbrar futuros posibles para que esos conocimientos y formas de hacer sigan construyendo relaciones sociales que carguen de valor el mundo. El ejercicio de crear escenarios posibles nos reta a pensar en el fondo de la trama, dónde no se puede dar por sentado el significado ni las funciones de conceptos, comunidades, instituciones o acciones, sino que nos hace arriesgar definiciones y apuestas creativas sobre esos territorios mil veces recorridos. Estas contribuciones nos plantean nuevas posibilidades de acción en lo real dónde cada vez con más fuerza se mezclan utopías y distopías.