Luego de la celebración del Bicentenario de la Independencia de Colombia, y a pocos años de que la Constitución Política cumpla su tercera década de regir a los colombianos, queda claro que al menos en el papel somos un país que reconoce, acepta e incluye la diversidad desde la configuración pluriétnica y multicultural, y que reconoce de forma explícita los derechos culturales y la autonomía de la comunidades indígenas, negras, raizales y del pueblo Rrom. Por extensión, se puede también decir que queda claro que en Colombia se exalta la riqueza cultural que deviene de contar con múltiples formas de “ser y de hacer” manifiestas en las expresiones que reúne la idea del patrimonio, y que se materializan en el territorio nacional.
Ahora bien, la cruda y sórdida realidad es que existe una enorme distancia entre las palabras y los hechos, pues los postulados de la Constitución chocan con una realidad en la que el Estado no alcanza a brindar las garantías básicas para que los ciudadanos hagan parte de su proyecto nacional. Lo anterior, enmarcado en la avidez de gobiernos que persiguen la satisfacción de sus agendas a expensas del bienestar colectivo, propiciando un clima de exclusión, falta de oportunidades, indiferencia y desarraigo a lo largo y ancho del territorio nacional.
En este contexto y sumado a la implementación del acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC-EP, el clima político y social del país se ve agitado por movimientos como las “mingas indígenas”, las manifestaciones de las “dignidades campesinas”, y en general de múltiples sectores y colectivos de la población que reclaman el cumplimiento de los acuerdos suscritos para garantizar la restitución de tierras, el acceso al crédito como una herramienta de transformación de sus condiciones socioeconómicas, el derecho a la vida, a la educación, a la diversidad sexual, a “ser” y a “hacer” parte del proyecto nacional de un país al que le ha costado 200 años reconocer su diversidad. En estasmovilizaciones no solo hay una crítica a los modelos establecidos sino propuestas concretas para avanzar en el logro de los ideales constitucionales.
Al enmarcar la reflexión en un escenario mayor, lo que encontramos es que a nivel mundial hay un reclamo general por hacer del mundo un lugar más justo, más humano y más solidario. Y en este sentido, la protesta social como una expresión de rechazo frente a modelos, lógicas y mecanismos que fragmentan, excluyen, hacen invisible y desposeen grupos y actores sociales se han dado con fuerza este año en lugares tan disímiles como Hong Kong, Irán, Líbano o Chile. Y esto nos lleva a pensar qué es lo que propicia los procesos de articulación comunitaria, qué necesidades, luchas y contingencias se vuelven compartidas y se hacen materiales mediante la protesta, qué relación tienen esos procesos articulatorios y esas luchas con la identidad y la memoria de las comunidades, y, por ende, con sus expresiones patrimoniales.
Las voces que nos acompañan en esta ocasión como reflexiones sobre esta coyuntura, en efecto destacan cómo movimientos sociales y formas de resistencia están vinculados, se organizan y se manifiestan desde una perspectiva patrimonial, esto bajo el entendido que los fundamentos culturales determinan y dan sentido a las formas organizativas, a la construcción de símbolos compartidos y a los modos de plantear, disentir y resolver conflictos. En estas voces es claro también como es necesario celebrar el derecho a desobedecer y a manifestar esa protesta. Y de paso, por supuesto, destacan cuán importante es la responsabilidad de encontrar y proponer espacios de diálogo entre culturas, y a delimitar acuerdos sociales que nos acerquen cada vez más al país de derechos que ya hemos logrado plasmar en el papel.
Lo anterior sin desconocer que el patrimonio como construcción social, como forma de abstracción comunitaria y como proceso de selección, es una herramienta política. Por lo tanto, el patrimonio siempre nos habla desde un lugar, tiene un sentido y una dirección. En esa medida, el patrimonio como expresión de una intención contiene un deber ser imaginado que lo orienta, una propuesta de futuro. En este sentido, el patrimonio, como gran relato, debe pensarse en función de lo que abarca, cuestionarse si realmente está incluyendo una polifonía de voces o si más bien fosiliza las de unos pocos. Si está visibilizando y empoderando más que uniformando y perpetuando los relatos y las representaciones de unos por encima de otros.
Por eso, por el derecho a desobedecer, consideramos que el patrimonio no puede entenderse sólo desde la identidad monolítica y la continuidad que se arrastra en el tiempo como un pesado lastre: lo que debemos ser. Sino que debe acercarse más a la creatividad, la posibilidad y a la diversidad: lo que quisiéramos ser. Y ese ejercicio de desobediencia creativa, plural y múltiple se basa en un diálogo compartido que construya, dude y problematice y vaya más allá de posturas, idearios y certezas individuales que pujan leoninas por violentarse unas a otras.
Las voces que reunimos hoy en este Boletín OPCA 16 comienzan con un texto y ensayo fotográfico preparado por María Angelica Ospina (Observatorio sobre Religión, Cultura y Territorio (Icanh)) titulado “Mi tumba no anden buscando, porque no la encontrarán”: altares efímeros del 21N al 28N, seguido del texto “Sobre el derecho a la protesta y los peligros de su estigmatización: Algunas breves reflexiones desde el paro nacional de noviembre 2019”, escrito por Laura Quintana (Departamento de Filosofía, Universidad de los Andes). Luego vienen las respuestas a tres preguntas planteadas por OPCA a cuatro científicos sociales, las cuales cabe señalar, fueron planteadas y respondidas mucho antes de que los eventos de la semana del 21 al 28 de noviembre tuvieran lugar: Luisa Fernanda Sánchez (Directora, Departamento de Antropología, Universidad Javeriana), Victoria E. González Mantilla (Facultad de Comunicación Social-Periodismo, Universidad Externado de Colombia), Alhena Caicedo (Departamento de Antropología, Universidad de los Andes) y Mauricio Caviedes (Departamento de Antropología, Universidad Javeriana). A continuación, presentamos el texto y ensayo fotográfico preparado por Andrea Mächler Bedoya, titulado “El Paro Nacional, ¿qué es?”. Adicionalmente, como materiales de soporte, hemos incluido tres comunicados producidos por diversos colectivos de investigadores. El boletín concluye con nuestra sección de Caja de Herramientas donde hemos consolidado el acceso a una base de datos con más de 50 referencias de interés sobre esta temática.
Como siempre, es nuestro deseo que los materiales aquí compilados contribuyan a cimentar una mirada plural y esperanzadora para el futuro, más allá de la inmediatez de las celebraciones centenarias o de las agendas cortoplacistas de los movimientos políticos.