Introducción
El patrimonio cultural hospitalario en Colombia constituye, quizás, el testimonio más reconocido y evidente de la historia de la medicina. Sin embargo, conforma una porción menor del patrimonio cultural de la salud, el cual ha sido escasamente valorado en el país. Las ciencias de la salud comprenden las disciplinas que se ocupan de la protección, promoción, restablecimiento de la salud y los servicios relacionados para un buen vivir individual y colectivo. Se trata de ciencias aplicadas que utilizan conocimientos, tecnologías e ingeniería, entre otros, para brindar atención a los seres humanos. No se clasifican como ciencias naturales ni ciencias sociales, aunque se nutren de ellas junto con las matemáticas y la filosofía. Su principal objetivo es mejorar la calidad de vida, prolongarla y mantenerla en buenas condiciones mediante la prevención, el tratamiento y la comprensión de los procesos vitales y las alteraciones relacionadas con la salud.
En este sentido, las ciencias de la salud son interdisciplinarias, combinando varias ramas del conocimiento para abordar casos clínicos y profundizar en estudios especializados, incluyendo áreas como enfermería, farmacia, medicina, odontología, psicología, fisioterapia y muchas más (López 2008). Desde perspectivas más amplias, las ciencias de la salud incluso han abordado las ramas de la medicina veterinaria en su relación estrecha con la salud humana y la biotecnología.
Desde esta perspectiva, la medicina representa solo una parte de las ciencias de la salud, que se distingue de otras disciplinas relacionadas, como la odontología, la psicología clínica o la medicina veterinaria, aunque comparten ciertas características comunes, como el uso del método clínico. La medicina se concentra en la prevención, diagnóstico, pronóstico y tratamiento de enfermedades, lesiones y problemas de salud en los seres humanos, desarrollando acciones en el cuerpo mediante el uso de elementos, dispositivos, equipos e instrumentos, detrás de los cuales subyace mentalidades sociales concretas sobre la muerte, el dolor y la enfermedad. Así, la medicina se ha configurado como una práctica respaldada por un conjunto de disciplinas fundamentales y por diversas instituciones, entre ellas las clínicas y hospitales.
En realidad, resulta imposible separar la historia de la medicina de su aspecto material, pues al considerar el desarrollo de las instituciones, la infraestructura o equipamientos, los objetos médicos y sus transformaciones, también se está reflexionando sobre el patrimonio científico e industrial de un país, ya que estos bienes representan un legado testimonial y evidencian la mentalidad detrás de conceptos como la salud.
Adicionalmente, la dimensión inmaterial es de igual importancia, puesto que incorpora visiones del mundo, sistemas de representaciones, ideas, creencias y prácticas que han sido mantenidas y moldeadas a lo largo del tiempo y el espacio, en términos de la comprensión del cuerpo humano y la conceptualización de la enfermedad y de los enfoques terapéuticos.
En otras palabras, puede decirse que el patrimonio cultural de la salud es diverso, complejo y multidimensional, lo que probablemente ha dificultado el trabajo de reconocimiento, identificación y valoración en el contexto colombiano.
Complejos Médicos Arquitectónicos
Desde un punto de vista patrimonial, Colombia ha prestado poca atención a su legado médico y mucho menos a los testimonios de ciencias de la salud, dejando de lado en los marcos de protección del patrimonio cultural a los elementos científicos e industriales.
La aproximación prevalente para este tipo de patrimonio ha sido principalmente arquitectónica, siguiendo la lógica en la que se ha ido consolidando el campo del patrimonio cultural en Colombia. Desde este ángulo, se han declarado bienes de interés cultural, estructuras hospitalarias en diferentes ciudades del país, como es el caso del Hospital San Vicente de Paúl en Medellín en 1996 (Figura 1) o el Hospital de San José en Bogotá en 1984 (Figura 2).
Los elementos relevantes en estas declaratorias han girado en torno a las características arquitectónicas de estos equipamientos en términos de su diseño, por ejemplo; más no pertenecen a una mirada integral del desarrollo de la medicina en Colombia. De ahí que correspondan a declaratorias puntuales, dispersas y aisladas en el territorio nacional. Pese a ello, hay que resaltar que, de no ser por dichas protecciones, los hospitales seguramente se hubieran modificado radicalmente, dado que corresponden a un campo de creciente desarrollo, demanda y de rápida innovación tecnológica que requiere constantemente de renovaciones en infraestructura.
No se podría decir que el reconocimiento patrimonial de los hospitales declarados como bienes de interés cultural corresponde a una conciencia sobre la relevancia dentro de la historia médica del país, como tampoco se puede afirmar que se valora una mirada integral ni la multidimensionalidad del patrimonio médico. Para citar un ejemplo de ello, el caso del Hospital San Carlos en Bogotá es ilustrativo (Figura 3). El hospital fue inaugurado en 1948 a las afueras de Bogotá debido a la concepción de contagio que dominaba para la época y fue un modelo extraordinario de avance técnico.
Figura 1: Edificación del Hospital San Vicente de Paúl – Medellín, fotografía de Yimicorrea (1 de enero de 2001) con licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0
Figura 2: Hospital de San José en la plaza España de Bogotá, localidad de Los Mártires. Fotografía de Felipe Restrepo Acosta (15 de enero de 2012) con licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0
“El hospital contaba con laboratorio clínico bien dotado, salas y aparatos portátiles de rayos X, esterilizador de colchones, ascensores alemanes de gran capacidad, sala de juegos, dentistería, teatro, capilla y biblioteca. La cocina central tenía cuartos fríos gigantescos para diferentes tipos de alimentos, hornos “a gas” para el pan y máquina para hacer helados. Para evitar la contaminación a poblaciones vecinas, tenía una planta de purificación de aguas y hornos para la cremación de desechos. El viento que avanzaba de la colina posterior hacia la sabana sería “purificado” por un bosque de cipreses australianos que en pocos años constituiría una verdadera barrera natural frente al eventual contagio. Las especificaciones técnicas fueron diseñadas con la asesoría del doctor Esmond Long, importante neumólogo investigador estadounidense, quien vino con el apoyo de la Oficina Sanitaria Internacional. […] Los pacientes tuberculosos no podían encontrar mejores condiciones para sus largas estancias de, por lo menos, un año. Cuartos amplios, aireados e impecables, con esquinas redondeadas para evitar la acumulación de residuos favorables al depósito de bacilos. Ventanales de piso a techo, balcones y “solarios”, como parte de la dispendiosa cura. La disposición del edificio estaba pensada para recibir sol todo el día. La ropería era importada de Nueva York, especialmente marcada en la fábrica. La alimentación era abundante y variada, servida en diferentes tipos de vajillas y de cristalería, y cubiertos de electroplata importados de la casa inglesa Walker & Hall, dado que el novedoso material indestructible denominado “plástico” resultaba demasiado costoso” (Hernández Álvarez 1999).
En 1994, el Hospital entró en crisis económica y el gobierno nacional ordenó su cierre. Aunque el edificio fue declarado patrimonio cultural, los objetos fabricados e importados exclusivamente para el funcionamiento del hospital fueron subastados a privados por la firma de liquidación. Algunos pocos objetos fueron resguardados por la Fundación San Carlos, y menos de 50 objetos fueron donados al Museo Nacional, en especial cristalería, algunos pocos platos de la vajilla y elementos del laboratorio clínico. Grandes lotes de objetos de farmacia, cuya estética los hace muy apetecibles en los anticuarios, fueron en su mayoría sacados del país. Este caso no solo ilustra el predominio de la concepción estética sobre los objetos, sino también la invisibilidad ante las instituciones a la hora de reconocer, valorar y proteger el patrimonio científico, tecnológico e industrial.
Ahora bien, entre las declaratorias de carácter arquitectónico se destacan algunos complejos médicos como el sanatorio de Agua de Dios en Cundinamarca (Figura 4) y el de Contratación en Santander. Pese a fundarse por medio de las disposiciones sanitarias de aislamiento de enfermos de Hansen¹, la declaratoria como patrimonio cultural de la nación, producida a través de un acto de ley directamente por el Congreso, reconoció un listado de estructuras arquitectónicas, más no la estructura del complejo en sí mismo. Los Listados de sitios, bienes y construcciones médico-hospitalarias considerados como patrimonio médico y de interés cultural, muestran la complejidad del tema de las declaratorias y el volumen de estructuras incluido en estos complejos hospitalarios2.
Listados de sitios, bienes y construcciones médico-hospitalarias considerados como patrimonio médico y de interés cultural
Haga clic en los siguientes enlaces para ver el detalle:
Bienes identificados como patrimonio cultural médico- hospitalario Colombia
Listado de casas de personajes relevantes en el campo del patrimonio médico declaradas como bien de interés cultural
Listado de conjuntos hospitalarios declarados como Bien de Interés Cultural
Listado de edificios hospitalarios declarados como bien de interés cultural
Listado de edificios pertenecientes a universidades declarados como bien de interés cultural
Sitios de interés patrimonial médico hospitalario en las ciudades de Cartagena, Popayán y Tunja
Agua de Dios fue fundado en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia como un lazareto o leprosorio. Siguiendo todas las regulaciones sanitarias, esta población se estableció en las inmediaciones de Tocaima, cruzando el río Bogotá, con el objetivo de mantener alejada cualquier posibilidad de contagio para la población sana. En ese momento, la política de salud pública ordenaba trasladar a cualquier enfermo de Hansen a Agua de Dios y prohibía a los pacientes tener cualquier contacto fuera del pueblo, incluyendo a sus familias. El cruce del río se convirtió en la frontera donde tenía lugar la despedida, construyéndose un puente al que se denominó El Puente de los Suspiros (Matiz 2013). Al igual que el de Venecia, este nombre provenía de la idea de que las familias y los enfermos suspiraban al partir. La construcción del puente comenzó en 1872 y fue encargada a Timoteo Gutiérrez, uno de los primeros ingenieros del país. Finalmente, el puente se inauguró en 1875 (Martínez Morales 2001). Aunque paradójico, el Puente de los Suspiros reflejaba la frontera entre la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, lo conocido y lo desconocido, y lo más importante, entre la memoria y el olvido (Figura 5).
Figura 3: Hospital San Carlos en Bogotá. Fotografía de Juan Diego Tello Coley (10 de Septiembre de 2013), con licencia Creative Commons Genérica de Atribución/Compartir-Igual 3.0
Figura 4: Hospital Herrera Restrepo. Sanatorio de Agua de Dios en Cundinamarca. Fotografía de Paula Matiz- López (11 de marzo de 2010).
Una dinámica similar se presentó en Contratación y en el leprosorio de Caño de Loro en Tierrabomba, Cartagena. De este último, solo quedan las ruinas de la fachada de la antigua iglesia de San Lázaro, también declarada patrimonio arquitectónico, debido al bombardeo aéreo a la isla en 1950 (Figura 6) y las ruinas de la Casa Médica (Figura 7).
“Siendo jefe de la División de Lepra el doctor Darío Maldonado Romero, Ministro de Higiene el doctor Jorge Cavelier Gaviria y Presidente de la República Mariano Ospina Pérez, fueron trasladados por vía aérea alrededor de 500 enfermos de Caño de Loro a Flandes, Tolima, y desde allí en tren hasta Tocaima, desde donde fueron llevados a Agua de Dios. Como medida de profilaxis, las instalaciones del leprocomio de Caño de Loro fueron bombardeadas desde aviones los días entre el 20 y el 24 de septiembre de 1950 […] El bombardeo a Caño de Loro se hizo con el antecedente del bombardeo al leprocomio que funcionó en la isla de Penikese en Estados Unidos en 1921. El Estado de Massachusetts, cerca del año 1900, utilizó la isla de Penikese para los pacientes con viruela y a partir de 1905 para los pacientes leprosos a pesar de la protesta de los habitantes de las islas vecinas. El leprocomio en la isla continuó hasta 1921 cuando los últimos seis pacientes que albergaba fueron trasladados al leprosorio federal de Carville en Luisiana. Después, los edificios del leprocomio de la isla fueron quemados y dinamitados con la expectativa de que esto mataría a todos los gérmenes” (Sotomayor-Tribín 2011, 346).
Figura 5: El Puente de los Suspiros, Sanatorio de Agua de Dios, Cundinamarca. Fotografía de Eduardo Mazuera (2010).
Por último, el Hospital San Juan de Dios e Instituto Materno Infantil (Figura 8) es quizás el único bien que, debido a sus vicisitudes, ha sido declarado de manera un poco más integral, comprendiendo algunas de sus colecciones. Sin embargo, tal consideración solo se detuvo en la mirada tradicional con una fuerte tendencia artística, dejando de lado, nuevamente, los objetos de ciencia médica. La invisibilidad y la poca obviedad estética de las colecciones médicas repercuten en su escasa valoración. Pese a que las colecciones médicas comparten, junto con otro tipo de patrimonio industrial, su carácter funcional, testimonial y documental, en el sentido de que aportan información cualitativa sobre la sociedad moderna e industrializada que las produce, la dificultad de valoración y reconocimiento de dichas colecciones como bienes patrimoniales aún persiste.
Figura 6: Ruinas de la Iglesia de Caño de Loro, Tierrabomba, Bolívar. Fotografía de Angie Milena Espinel Meneses (28 de septiembre de 2014).
Figura 7: Ruinas de la Casa Medica, leprosorio de Caño de Loro, Tierrabomba, Bolívar. Fotografía: Jaide Luis Pérez Monsalvo (9 de agosto de 2022).
Colecciones médicas
Cabe aclarar que, si bien los objetos médicos se pueden asociar a las formas más tempranas de organización social, el pensamiento moderno y la industrialización marcan un hito en la historia de la medicina, pues logran escindir a la medicina como disciplina de otros campos como la religión, convirtiéndola en una práctica de base fundamentalmente científica.
Como lo menciona Néstor Miranda en su texto sobre la Medicina Colombiana de 1867 a 1946, la historia de la medicina supera estrictamente el campo de la historia de las ciencias y se ubica también en la historia de las técnicas (Miranda, Quevedo y Hernández 1993). Desde este ángulo, las series de fuentes materiales incluso llevarían a la historia de la medicina al campo de la historia cultural. Sin embargo, si bien la historia cultural puede tener claridad sobre el papel del objeto o la imagen como fuente documental, una revisión sobre las escasas referencias historiográficas relacionadas con la historia de la medicina en Colombia evidencia que el objeto, cuando ha sido considerado, no ha sobrepasado su uso como ilustración de un texto.
Figura 8: Hospital San Juan de Dios. Fotografía de Paula Matiz-López (10 de diciembre 2014).
La práctica médica hace uso de los instrumentos o equipos en cada una de sus etapas: la exploración, la anamnesis, el diagnóstico, el pronóstico y la terapéutica. Así pues, considerar, particularmente, el desarrollo de los objetos médicos, sus transformaciones a lo largo del tiempo, es, al mismo tiempo, pensar la historia de la medicina. Los estudios escasamente mencionan, por ejemplo, la importancia y el uso de un equipo. ¿Cómo se usó?,¿Quiénes tuvieron acceso a él?, ¿Quiénes lo operaban?, ¿Quién lo importó?, ¿En qué épocas se produjo?, ¿Hubo acaso un cambio tecnológico o científico que repercutió en su producción? Son preguntas sin respuesta para la mayoría de los equipos e instrumentos médicos que componen colecciones de este tipo. Los objetos médicos han pasado inadvertidos en la escritura de la historia, o lo que es peor, su importancia ha sido invisible para casi toda la sociedad colombiana.
Hace un poco más de veinte años, la iniciativa de Colciencias por hacer el primer gran compilado de la historia social de la ciencia en Colombia generó una diversidad de aproximaciones que hasta ese momento no se habían generado. En ese marco y como una generalidad para todas las ciencias que aquella obra abarcó, el objeto, los instrumentos y los equipos no fueron considerados como una fuente documental, ni para la medicina ni para la ingeniería o matemáticas, para citar algunos ejemplos. Muy acertadamente, para aquel momento, Néstor Miranda hace referencia a los objetos de ciencia médica y mencionaba:
“La historia de las manipulaciones, pero sobre todo la de los instrumentos, requiere, para poder hacerse, de un buen museo que no existe en el país. Mientras no se desarrolle la museología médica nuestra historia en este terreno deberá contentarse con el recurso de la bibliografía secundaria y con la realización de extrapolaciones no siempre bien fundamentadas” (Miranda, Quevedo y Hernández 1993, 48).
Treinta años después, se puede decir que ya existe el capital material para abordar esta empresa. Si bien la museología médica en Colombia apenas está en ciernes, ya se cuenta en el país con un buen número de colecciones para empezar a construir una nueva perspectiva en la historia de la medicina en Colombia. Aunque aún no se puede hablar de museos médicos en el estricto sentido profesional de la palabra, sí se cuenta con más de cinco mil objetos ubicados en más de diez colecciones en todo el país, y cada una con un énfasis particular.
La colección del Museo de Historia de la Medicina de la Academia Nacional de Medicina (Figura 9), una de las instituciones médicas más antiguas de Colombia, siendo creada en 1873 como Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales, se concentra en un recorrido histórico de la práctica médica. Hoy por hoy, el museo cuenta con un poco más de dos mil objetos entre los que se encuentran equipos, instrumentos (Figura 10), muestras y objetos relacionados con la práctica (Figura 11), el desarrollo y la historia de la medicina y otras áreas de las ciencias de la salud.
De otro lado, la colección del Museo de Historia de la Medicina Andrés Soriano Lleras de la Universidad Nacional de Colombia se enfoca en la enseñanza y formación médica del país. Por ende, su colección de modelos de cera o ceroplástica, creada por un artista local llamado Lisandro Moreno Parra en Bogotá durante la década de 1930, constituye una colección única y excepcional en el país. La fabricación inicial de 1000 piezas, de las cuales actualmente solo se conservan 325, se basó en ejemplos de colecciones europeas publicadas en revistas médicas con el fin de enseñar dermatología. Los cambios en la educación médica y la introducción de nuevos recursos para la enseñanza produjeron que los modelos se fueran olvidando hasta caer en el desuso. Sin embargo, la recuperación de la colección de cera resalta su importancia para la historia de la medicina colombiana y de la educación médica en el país.
Figura 9: Museo de Historia de la Medicina de la Academia Nacional de Medicina «Ricardo Rueda González» Bogotá. Fotografía de Paula Matiz-López (10 de marzo 2015).
Figura 10: Estuche Instrumental para Necropsias. Museo de Historia de la Medicina de la Academia Nacional de Medicina «Ricardo Rueda González», Bogotá. Fotografía de Paula Matiz-López (2 de abril de 2009).
Figura 11: Farmacia Homeopática. Historia de la Medicina de la Academia Nacional de Medicina «Ricardo Rueda González» Bogotá. Fotografía de Paula Matiz (26 de febrero 2015).
También se pueden resaltar las colecciones del Museo de la Sociedad de Cirugía de Bogotá orientada a la historia de la Cirugía; la colección del Instituto Nacional de Salud que ilustra la fabricación de vacunas y, por tanto, las políticas de salud pública del país; el museo de Anatomía de la Universidad del Bosque; la colección de la Fundación San Carlos con énfasis en el tratamiento de la tuberculosis; el museo de medicina de la UPTC en Tunja y el Museo de la Lepra en Agua de Dios, entre otros. Con una conexión transversal con el Derecho, también existen las colecciones de ciencias forenses de la Universidad Nacional y de Medicina Legal en Bogotá. Esto sin contar con colecciones de odontología, psicología o medicina veterinaria, que poco se han trabajado y que como se mencionó componen el campo de las ciencias de la salud.
Reflexiones Finales
El patrimonio cultural de la salud conlleva a un enfrentamiento inmediato de los miedos sobre el dolor y la muerte. Los hospitales y las colecciones médicas conforman un tipo de patrimonio que Logan y Reeves denominaron como “difícil” en el sentido de ser “sitios de dolor o confinamiento benevolente”, bajo la premisa de que la reclusión ocurre “por su propio bien” (Logan y Reeves 2009).
La conexión entre el patrimonio cultural de la salud y el enfrentamiento a la enfermedad dificulta su valoración y reconocimiento. Los hospitales y las colecciones médicas, considerados como parte de este patrimonio, son caracterizados con una percepción negativa que puede obstaculizar la apreciación del valor histórico, científico y social del patrimonio de este tipo, ya que se asocia con experiencias angustiantes y temas sensibles como el dolor y la mortalidad.
Justamente, la dificultad de valorar este patrimonio radica, en parte, en que, en el pensamiento occidental, la aproximación inicial a una colección o un museo es, en primera instancia, estética, y el patrimonio médico no son espacios para la complacencia de los sentidos. Su altísima complejidad técnica los convierte en indescifrables para el común del público. Así, las colecciones médicas y, en general, el patrimonio científico e industrial, quedan reducidos al campo de los especialistas de las disciplinas.
De otro lado, el problema de valoración de las colecciones médicas también se presenta por la convergencia de saberes desde la misma concepción del objeto, lo cual exige una constante y permanente interdisciplinaridad. Desde el diseño mismo, el objeto médico combina la necesidad de una cura y la posibilidad técnica. La primera requiere del conocimiento del cuerpo, las causas y los síntomas de la enfermedad, las opciones de tratamiento y el procedimiento para la misma. En ello, se incluirán todas las disciplinas que son soporte de la medicina, como la biología o la química, por ejemplo. La segunda involucra los conocimientos técnicos para la fabricación del objeto, por tanto, exige una mirada hacia las ingenierías, metalurgia, diseño, etc.
De otro lado, no solo la fuerte concepción estética se convierte en un obstáculo para la valoración del patrimonio científico e industrial, sino también la fundamentación del valor en el carácter único de un objeto. Aunque en las artes y en las artes aplicadas, la idea de un objeto único y producido manualmente está ya revaluada, el patrimonio cultural sigue fuertemente basado en ello. El hecho de conservar un objeto irrepetible convierte al patrimonio en un fetiche sacralizado. El patrimonio científico e industrial, por el contrario, está compuesto en gran medida por objetos producidos en serie. Su singularidad no radica en su fabricación, sino en el sentido y significado del contexto en el cual se produce, se desarrolla o se introduce.
Para concluir, es importante referirse a algunas estrategias necesarias para sobrellevar este tipo de obstáculos. En primera instancia, la forma de abordar y entender los procesos de valoración y declaratoria deben partir de la convergencia de saberes que un patrimonio de este tipo obliga, y, por tanto, su estudio debe ser igualmente interdisciplinario.
Si se habla de un reconocimiento de colecciones con las particularidades del patrimonio científico e industrial, se debe extender su comunicación y accesibilidad a la comunidad en general. En otras palabras, se debe romper el nicho reducido de la especialización. Para ello, las colecciones médicas requieren elementos expositivos que vayan más allá del recurso comunicativo. La accesibilidad de un público más amplio requiere de estrategias que permitan descifrar el objeto. Las colecciones médicas exigen un esfuerzo extra en la explicación de su proceso.
Una de las grandes potencialidades del patrimonio industrial y científico es su carácter didáctico y pedagógico. Sin embargo, la efectividad de este recurso depende de las posibilidades para hacer entender el proceso de concepción, utilización e impacto de un objeto en el contexto en el que se inserta. Se podría concluir que las colecciones médicas necesitan de una retórica constante y permanente que permita decodificar el objeto mismo y colocarlo al alcance de la comprensión de audiencias más amplias.
Por último, es importante destacar que el patrimonio médico puede cumplir una función educativa importante en términos de la medicina preventiva. Siendo espacios de conocimiento, aprendizaje e información, su papel podría llegar a ser más activo a la hora de convertirse en agentes adicionales de los programas en educación para la salud. Si bien es cierto que el patrimonio médico no es el espacio para la contemplación de lo “bello” y los estándares estéticos, también es cierto que dicho patrimonio, más que ningún otro, reitera edificio tras edificio, objeto tras objeto la lucha constante de la humanidad por la vida.
Notas
- La enfermedad de Hansen es la manera técnica para referirse a la lepra. Debe su nombre al microbiólogo Gerhard Armauer Hansen (1841-1912) quien halló que la lepra era producida por el bacilo Mycobacterium leprae y que no se trataba de una enfermedad hereditaria como se pensó por siglos. Su descubrimiento redirigió los esfuerzos médicos para tratar la enfermedad. Hoy por hoy, tanto pacientes como el campo médico prefiere usar el término de “enfermedad de Hansen”. para luchar en contra de la discriminación y estigmatización que aún se tiene con esta enfermedad.
- Estas listas fueron compiladas por María Alejandra Patiño con la guía de Paula Matiz-López.