Figura 1: “Viendo el noticiero desde las Torres del Parque”. Miguel Ángel Rojas, óleo sobre tela. 1985. Colección particular.
“Viendo el noticiero desde las torres del Parque” es una pintura de 1985 del artista colombiano Miguel Ángel Rojas que ha trabajado temas de género y derechos humanos las últimas cinco décadas (Figura 1). El artista en una conversación preparatoria para una exposición en la Galería Casas Riegner Bogotá en 2019 señaló una reflexión que quiero compartirles ante mi inquietud por dos figuras diminutas, dos sombras negras humanoides, que aterrizaban en la grupa de un caballo de carrusel rojo vibrante que sobresale en la pintura. Un corcel que acompaña a un cuerpo humano sobre el fondo oscuro y brumoso de los rascacielos del centro histórico de la ciudad de Bogotá visto desde el Parque Bicentenario, uno de los parques patrimonio histórico y natural, desde donde se levantan los destellos de las luces amarillas de la noche. Estas figuras son las siluetas de dos cuerpos humanos: una se encuentra de pie con un arma apuntando a la otra que está arrodillada, de frente con un gesto de resignación en la ejecución. La imagen recuerda una ejecución como las representadas en el cine de guerra, el documental de territorios en disputa o las películas de gánsteres.
Rojas me comentó que en décadas anteriores se hacía común enterarse que, en parques, que son bienes de interés cultural o patrimonio cultural de la nación, hay asesinatos de personas con sexualidades y expresiones de identidad diversas. Y que para las personas que se enuncian desde la distancia de la norma social establecida (heteropatriarcal), salir a la calle puede ser una cuestión de vida o muerte, inclusive habitando el patrimonio de la nación. Así que espacios como el Parque Bicentenario o el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera no solo albergan las imágenes escultóricas o los especímenes naturales que celebramos como patrimonio, y dan lugar a los eventos que celebran las historias, pertenencias y patrimonios de la nación y las ciudadanías, sino que ha servido de escenario de silenciamiento, asesinato, persecución, desaparición y tortura de mujeres y personas LGBTIQ+.
Quiero comenzar esta nota del Boletín OPCA No. 23, que titula “Adiós a la herencia del padre: Descomponiendo la relación género y patrimonio”, con este relato pues considero que abordar el universo de lo patrimonial desde la relación del patrimonio y el género tiene muchas aristas. Algunas de ellas centrales en cuanto “patrimonio” proviene de “patriarca”, del legado del padre, pater, patris, y que en algunas otras lenguas hace alusión a la herencia dada por lazos filiares. Ha sido también la herramienta con la que, fundados en la naturalización de ideas poco flexibles sobre la tradición, se han verificado, sancionado y construido las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales que involucran y segregan personas, ciudadanías, corporalidades y subjetividades, así como los territorios que ocupan.
Construir una relación que se sitúe entre los sistemas de género y patrimonio debe llevarnos a entender que estos son formas de analizar el mundo y las relaciones multiconectadas que establecemos. En donde relaciones humanas, capitalismo, identidades, ideología, segregación, subordinación y patrimonio van juntas en un sistema de creencias (Valencia Triana 2010; Weber 2011). Al sumar esfuerzos veremos que hay posibilidades para desentrañar nuestra estructura social contemporánea situada entre los capitalismos de los cuerpos y de la producción del afluente de ideas y obsolescencias exacerbadas que rodean las culturas, las sociedades y en donde están involucrados los procesos de patrimonialización (Díaz 2019). Así que, al acercarnos a los universos de la compilación de pensamientos y autoras de este boletín permeamos el género, en lo patrimonial, como una serie de dinámicas de subordinación que produce un nosotras, un otros y disputa mediante procesos de cualificación y valoración de patrimonios, cuerpos y ciudadanías. Indagaciones que direccionan a posibles maneras de pensar un cómo no colapsamos frente a la existencia de una diferencia alejada de nuestro marco conceptual de pensamientos, acciones y elementos de identificación. Y especialmente ¿Cómo vivir juntos sin poner nuestras vidas en riesgo en la cotidianidad?
En el patrimonio recae una generalizada imposición de los comportamientos deseables asociados al género que deben cumplir tanto hombres como mujeres, colectividades y grupos sociales. Es decir, que es una categoría que apunta a la verificación, intervención, persecución y regularización de subjetividades y cuerpos de personas que no coinciden con la ciudadanía que se afirma gracias a la apropiación del patrimonio cultural material e inmaterial (Benavente y Valdés 2014). Así que, una ciudadanía con aparente desviación a la norma (heteropatriarcal y sexista) en el contexto que vivimos se ve en riesgo por la carga de la segregación, precarización, violencia y muerte en el ejercicio del cumplimiento de conductas y acciones regladas por el sistema de valores anclado a una sociedad heteropatriarcal (Rostagnol 2015). Y es en este lugar donde el patrimonio se entiende como un proyecto cultural-político que implica dinámicas económicas, sociales, políticas y de transformación física de escenarios que tienen intereses materiales más que discursivos.
Con lo anterior, debemos volcarnos sobre las maneras en las que se construyen las narrativas establecidas en la cualificación del patrimonio, pero también una ampliación de estas claves que organizan y jerarquizan las interpretaciones, políticas y elementos que constituyen el patrimonio y que se relacionan con los cuerpos, prácticas y producciones culturales de personas de sectores sociales LGBTIQ+ y mujeres como la infancia, la vejez el activismo, el exilio, correspondencia, lugares de encuentro, vida cotidiana, muerte, sexualidad, representación, violencia y memoria, tensiones frente a la tradición, o producción de corporalidades y prácticas culturales.
Sobre el patrimonio podemos profundizar en las exclusiones a ideas de pertenencia nacional o de origen colectivo, que es el exilio del territorio frente a políticas que se anclan en discursos sexistas, pero también relacionados a políticas neoliberales de desarrollo, el involucramiento del discurso de progreso y comunidad imaginada (Anderson 1993) en la producción patrimonial y subjetiva (Díaz 2019; Herrera 2022; Ortega Gasset 1959). Se hace necesario detenerse sobre la incidencia de las relaciones de género en el reconocimiento de una técnica, usos o conocimientos como patrimonio. Esto es, en las políticas del patrimonio, la representación y la herencia que son sensibles o refuerzan relaciones de segregación establecidas. Con esto situarse en las discusiones sobre políticas de desarrollo nacional o internacional que competen a las dinámicas sociales, económicas y culturales del patrimonio inmaterial y material, y sobre acciones afirmativas en la producción de relaciones equitativas y participativas de la producción y apropiación de patrimonio y ciudadanía (Rostagnol 2015).
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Tal vez el trabajo a desarrollar también tiene que ver con buscar el relato, el fragmento de este, que se hace ausente, que es también buscar lo que no se está diciendo. Y esto es entender que las conversaciones devienen duelos dialécticos (Guattari y Rolnik 2006), en donde por más que tengamos la intención de comunicar, esa intención se hace incomunicable, anclada a los sesgos ideológicos y socioculturales que establecen los parámetros de lo que llamamos real, las formas como nos relacionamos y lo que señalamos importante de ser preservado del mismo. Esto es algo que aprendí en la lectura de “La mano izquierda de la oscuridad” de Úrsula K. Le Guin (1969) y es también la manera en la que las producciones culturales, algunas de ellas que llamamos patrimonio, nos enseñan sobre el mundo y nos plantean formas de relación holística con este en la contemporaneidad (Tabone 2021).
Creo que hay unos elementos importantes que se sumarían, que son comunes cuando se habla en términos de género, y tendrán que ver con el tema de la identidad, que es necesario situar para articularnos y que se hace útil contextualmente. Pero también es necesario pensar en la delgada línea que limita la identidad como refugio o cárcel. Creo que la relación con el patrimonio se encuentra en que no solo este establece la legitimidad de las identidades, mediante el consenso colectivo y la verificación de la tradición y el legado, sino que apunta a las formas de nombramiento, las violencias y los egos de las políticas de la identidad (Butler 2004; García 2020). Una apuesta significativa podría pensar este lugar como un espacio estratégico para definirse temporalmente, sirviendo de articulador social, entendiendo que esto se lleva a un espacio del capital social donde produce una versión que se verifica y estabiliza en una estructura jerarquizada de exclusiones, oposiciones y opresión (Rengel Morales 2005). Para autoras como Spivak (Spivak 1998; Spivak et al. 1996) la apuesta podría estar en ver las identidades tanto mutables como estratégicas y no como esenciales. Al no engancharse en la afirmación identitaria, cargada de coacciones y construida por exclusiones, podríamos llegar a cuestionar el principio identitario del patrimonio, la factibilidad del discurso y el nombramiento en la práctica (cultural/patrimonial) (Asher 2017), en la construcción del relato de nación, que es también la legitimación del estado (el cómo y quién define la autodeterminación), la identidad nacional, la gobernabilidad del pueblo y, además, la forma en la que se define quién es el pueblo, o la ciudadanía.
Entonces si el patrimonio es un proyecto cultural y político, que construye un grupo, debemos pensar en establecer dinámicas no confrontativas en la construcción de un nosotros, que permitan responder a lugares y contextos históricos, sabernos en el pliegue urbanizante contemporáneo del capital global, desde posibilidades con múltiples respuestas a dinámicas donde la opresión y subordinación del género y la sexualidad, como sistemas constituidos de lo social y creencias, no determinen toda una dinámica de existencia (Butler 1993; Richard 2013). Dinámicas que cuestionen con el reto de permitir la captación del capital simbólico, económico y jurídico (Bourdieu 2007; Bourdieu y Wacquant 2008) en el que muchos grupos encuentran un espacio para la dignificación de sus experiencias de vida, especialmente en contextos no urbanos; o la posibilidad de pensarse en otro statu quo, o en una respuesta al cambio que no sea el estado en sus mismos términos, operaciones y sistema de valores dominante.
Como verán, las preguntas son amplias a la vez que complejas, rutas de trabajo tan diversas que hacen disímil una única manera de abordar la cuestión sobre lo patrimonial. En todo caso, lo permanente es la necesidad de espacios que como estos puedan profundizar en acciones, reflexiones y propuestas que aborden el tema desde experiencias múltiples y que nos permitan entender el género, la interseccionalidad y la relación colonialidad/género/poder (Espinoza Miñoso et. al 2021; Lugones 2008) como parte constitutiva de los abordajes en el desarrollo de análisis, investigación, apuestas, políticas, apropiaciones, afirmaciones y gestiones de patrimonios materiales e inmateriales.
Me emociona pensar que este espacio puede abrir preguntas que puedan interesar a múltiples personas. Quisiera dejar algunas propias para ustedes: ¿Cómo ver al patrimonio accionado por una perspectiva de género? ¿Cuál es el papel de las ciudadanías en la construcción de patrimonio frente a las brechas de la representación? ¿Cómo abordar las exclusiones, apariciones y silencios en la construcción de patrimonios y legados que posibiliten un marco de existencia más vivible? ¿Cómo pensarnos en una ruta hacia una modernidad de identidades estratégicas, roles cambiantes y transversales, de operación en la salvaguarda y producción de patrimonios donde las dinámicas sociales determinadas por roles de género, y ciudadanías verificadas por orientaciones sexuales sean superadas? ¿Cómo abordar cuestiones sobre a incorporación a prácticas culturales que generan conflictos, donde la tradición no sea contraria a la igualdad al no establecerse como inmutable? ¿Cómo construir escenarios que nos permitan definir acciones afirmativas de cambio en contextos económicos, sociales, políticos, educativos, de reapropiación cultural en los que el patrimonio tiene incidencia? ¿De qué maneras la inoculación discursiva naturalizada en nuestras experiencias sobre el patrimonio puede llevarnos a diversificar, visibilizar e incluir nuevos protagonistas en la agencia, nombramiento, apropiación, construcción y gestión del patrimonio cultural? ¿Quién habla o tiene derecho a trabajar un tema? ¿Cómo podemos hablar del tema patrimonial desde un enfoque de género que vaya más allá de la exacerbación que precariza la condición de la existencia propia? ¿Cómo pensarnos contemporáneamente frente a instituciones, patrimonios y colectividades formadas esencialmente por masculinizaciones con una estructura profundamente sexista y violenta que sustenta el canon androgénico en la determinación y gestión del patrimonio?
En definitiva, como en todo proceso anclado a la cultura, la modificación y reflexión con cambios profundos no va a ser ni inmediata ni sencilla, pero en un sistema de producción de conocimiento, permeado por la cultura, es clave detenerse en qué se hace visible y a la vez en qué silencia las voces y perspectivas subalternas.