1. La noción de paisaje cultural es un desarrollo relativamente reciente en el campo del patrimonio. En esta medida, ¿qué beneficios y qué falencias identifica para la gestión y la protección del patrimonio?
En un estudio desarrollado por Luis Álvarez Muñárriz se realiza un recorrido a través de las distintas formas en que puede ser comprendida la categoría de “paisaje”. Mientras leía su trabajo me preguntaba si, efectivamente, el paisaje sigue siendo considerado una especie de “escenario”, fondo, telón o empapelado espacial que acompaña y contiene las interacciones sociales. Avanzando en la lectura del artículo me encuentro con un pasaje que dice lo siguiente: “Desde un punto de vista subjetivo un paisaje no solamente se ve y se contempla, sino que se siente, se asimila con todos los sentidos y penetra en nuestro cuerpo y nuestra mente produciendo ricos y variados sentimientos” (Muñarriz 2011,59), pasaje que enriquece algunas reflexiones a las que empecé a dar forma cuando llegué a la noción de “paisaje cultural”.
En los estudios sobre memoria el espacio es un elemento de suma importancia al momento de pensar los procesos y dinámicas por medio de los cuales, a través del tiempo, se transforman los recuerdos y los imaginarios sociales. Las calles de una ciudad, sus edificaciones, los trazados urbanos, los colores, las paredes, los puentes son testimonios de una historia -de múltiples historias- que resignifican y re-crean narrativas al compás de generaciones que re-escriben una herencia íntima, social y cultural.
Un pensador llamado Marc Augé hace una distinción entre lugares y “no-lugares” siendo, estos últimos, espacios en los que “no pueden leerse” identidades, relaciones, historia(s). Los espacios de circulación -aeropuertos, autopistas, calles-, de comunicación -teléfonos, computadoras, televisores-, de consumo
-supermercados, tiendas- pueden ser entendidos como no-lugares frecuentados por individuos “solitarios y silenciosos”, al tiempo que lugares y no-lugares se mezclan los unos y los otros -radios y televisores funcionan en aeropuertos, aviones,cadenas hoteleras-. Los no-lugares son la expresión de tres fenómenos: la aceleración de la historia -ligada a la rapidez de la información-,el “estrechamiento” del planeta -ligado a la circulación acelerada de individuos, imágenes, ideas-, la “individualización” de los destinos -ligado a fenómenos de desterritorialización- (Augé 1998, 212). Al mismo tiempo, Augé hace mención de la “memoria” que tienen las ciudades y que dialoga con la nuestra, “la provoca y la despierta”; habla de una memoria histórica -construida a través de monumentos, nombres de calles y plazas, inscripciones en edificios, carteles, la propia historia de cada individuo cuyos itinerarios y paseos lo llevan a cruzar recuerdos y reminiscencias de una época diferente-. Así, la “ciudad-historia”, la “ciudad-memoria” acerca las historias individuales en espacios en donde, al mismo tiempo, se tejen historias colectivas que se “escriben” en zonas de transición, de flujo,espacios intermedios que se asocian a “retóricas peatonales” -concepto recuperado por Marc Augé-; recorridos que reconducen hacia “presencias aun palpables” y “testimonios en vías de desaparición” (Augé 1998, 213) y que abren la posibilidad de construir intersubjetivamente la memoria de la ciudad.
¿Es posible pensar al paisaje como una construcción, como un tejido vivo que se (des)hace continuamente en función de los movimientos inter y transculturales? Me gustaría ampliar esta inquietud a través de un artículo que escribí recientemente, el cual traza una analogía entre el acto de caminar y la producción discursiva.
De Certeau habla de “texto urbano” en el que “cada cuerpo es un elemento firmado por muchos otros”,“practicantes ordinarios de la ciudad” que “manejan espacios que no se ven”; texto sensible, afectivo, por el que voces caminantes dan pasos cuyas sinuosidades remiten “como palabras, a la ausencia de lo que ha pasado”. El autor asocia el acto de caminar a la enunciación y explica que hay tres funciones enunciativas que se pueden pensar como acciones desarrolladas, también, por el peatón: la apropiación del sistema topográfico -que encuentra un gesto semejante en la apropiación que hace el locutor de la lengua-, la “realización” espacial del lugar -así como el acto de habla “es una realización sonora de la lengua”-y el despliegue de relaciones entre posiciones diferenciadas “bajo la forma de movimientos”-De Certeau habla de “contratos pragmáticos”, de modo semejante al juego discursivo que abre la enunciación verbal entre locutores al implicar, el yo, la presencia de un tú-.
El caminante se vale de significantes espaciales, en tanto el hablante se vale de significantes lingüísticos, micro instancias de pasaje a través de las cuales se toman decisiones; así, el andar, por un lado “solo hace efectivas algunas posibilidades fijadas por el orden construido” mientras, por otro, “aumenta el número de posibilidades”.
Estos planteos pretenden oficiar de disparadores, con miras a que el paisaje cultural pueda ser vivido, sentido, como un entretejido de sensibilidades íntimas y colectivas que intercambian pieles en un tiempo “reversible en su continuidad” (Langer 1991); reinvención constante del paisaje como “testimonio de la acción humana” y como un montaje de numerosas y plurales identidades que traman vínculos “emocionales y simbólicos con el mundo” (Muñarriz 2011).
¿Cómo proteger aquello que se escapa entre remolinos de tiempo?
2. ¿Qué articulaciones y qué nuevas dinámicas derivan de la interacción de la noción de paisaje, el patrimonio vivo y la diversidad biocultural?
En línea con la respuesta anterior, creo que la noción de paisaje cultural es un aporte muy rico ya que, no solamente implica un acercamiento interactivo y sensible con el mundo, sino que, al mismo tiempo, permite revisar conceptos como “paisaje” y “patrimonio” a la luz de procesos diversos; procesos en los que lo “cultural” deviene en micro universos culturales atravesados por el tiempo, la transmisión y la afectividad. ¿Podrían los objetos ser pensados como “patrimonio vivo”? ¿Podrían serlo los recuerdos? La diversidad biocultural, ¿podría abrazar la re-narración de historias de manera transgeneracional?
Como escribí hace un tiempo en un trabajo sobre la novela de María Teresa Andruetto, Lengua Madre, “¿En qué tiempo viven los sentimientos? ¿Estarán pas(e)ando entre los pies del «Caminante»?” ¿Será el deambular de las voces una forma de “mirar” distinto el paisaje?
Cuando era chica, pasaba todas las mañanas frente a la casa de sus abuelos […] un hombre que caminaba sin cesar desde el borde del pueblo hasta el cementerio viejo que está frente al Asilo y desde ahí otra vez hasta su casa. Aquel hombre se llamaba Martinato, pero la gente le decía el Caminante. No sabe por qué el Caminante viene ahora a su memoria, acompañando a otro recuerdo más antiguo, que también tiene que ver con el caminar. Apenas si sabía decir su nombre, cuando su abuela la mandó con un papelito en la mano a hacer unas compras. Tenía tanto miedo de perderse, que fue mirándose los zapatos, en la creencia de que uno está donde están sus pies, y de tanto mirarlos se distrajo y se perdió. La encontró el cartero, la cargó en el canasto de las cartas que estaba adosado a su bicicleta y la llevó de regreso a su casa. Ahora no sabe si el recuerdo es tan vívido porque llevaba en la mano un papel escrito por su abuela, porque aquel hombre que la rescató de su extravío era quien llevaba hasta su casa las cartas de su madre, o porque tuvo por primera vez conciencia de haberse perdido (Andruetto 2022).
La voz juega entre múltiples presentes. Los efectos de sentido de las rememoraciones, aceleraciones, pausas, circularidades -con el cuerpo y la palabra- hacen que las relaciones temporales atraviesen las “pieles de la memoria” (Langer 1991). Cada materialidad es un fractal que “hace ver” a los ojos (de) distintos personajes; personajes de la ciudad, de sus sueños, de sus recuerdos.
Hace un tiempo, en un trabajo en el que reflexioné acerca de la narración que un abuelo había compartido con su nieta a partir de una consigna propuesta en clase, apareció el agua como elemento que conectaba afectiva, familiar, identitaria y transgeneracionalmente a las historias. El tiempo se plegaba y acercaba las almas, en esa “dimensión que habitan las almas […] Si existiera el tiempo” (Pérez Rojas 2022, 74). De alguna manera el mar era y no era, abría ese no-lugar en tanto transición, pasaje, búsqueda hacia nuevas formas de vivir, sentir y percibir el mundo. La imaginación “sale de visita”-como dice Sarlo (2005)- y permite “identificarse en el distanciamiento”, en esa zona irreconocible que “pierde” su significación ante la ausencia: las gotas de ternura, calidez, emoción que salpicaban los momentos en los que el entrevistado compartía los paseos en barco con su padre se “evaporaron”, y en ese vidrio empañado aparecieron los trazos que la nieta dibujó con sus preguntas. A través de ellas, el abuelo sintió que alguien aparecía “detrás” de él “para tratar de sacarlo”.
¿Qué es un río? ¿Qué encauza, a qué da cauce el agua, el lenguaje? ¿En qué tiempo(s) corre(n)?
Las voces son arrastradas, unas hacia otras. Se acercan, se arremolinan, se alejan. Se abrazan y se expulsan. De sí, de los otros, de las otras, del mundo. Río que ahoga y reflota. Cautiva y ahuyenta.Aguas cuyos cristales se pierden en el fondo bajo el peso de las miradas que empujan al abismo.Agua(s) fuera del mundo,que espejan miradas turbulentas que se sumergen en otras. Voces que dan vuelta(s), que giran y, que cada vez que vuelven, suenan distinto. Como un telón metaficcional (se) corre un espejo a través del cual mirar mundos que viven dentro, fuera de sí; lejos, un habitante se acerca desde otro tiempo, hacia un lugar que no ha podido ser “fotografiado”. Un espacio que re-dobla la ilusión, una ilusión que remoja -como las aguas del río- las vidas que quedan por vivir.
Las voces -cada una en su singularidad-, esa “voz social” que nace de una entonación común juegan sobre tierra(s) heredada(s), tierra(s) de muchos, tierra(s) de nadie. Juegan en la vereda, debajo de la mesa, debajo de la cama, sobre cartas, entre pisadas.
3. ¿Cuál podría o debería sería ser el papel de las comunidades locales desde el lente de la noción de paisaje cultural?
Como mencioné anteriormente, durante el año 2023 desarrollé un trabajo acerca de una experiencia que llevé adelante en un colegio secundario de la ciudad de Puerto Madryn, Chubut, Argentina. Allí, donde me desempeño como profesora de Lengua y Literatura, realicé un proyecto a través del cual se abordaron distintas materialidades y soportes narrativos relativos al abordaje de memorias de personas afectadas por la Shoah. No solamente recorrimos experiencias vinculadas a violencias y genocidios del siglo XX sino, también, vivencias que han tenido un impacto significativo en personas allegadas a los y las estudiantes.
Aquellos/as realizaron entrevistas, hicieron un trabajo de desgrabación y transcripción y, luego, transformaron esas historias “reales” en ficciones por medio del uso de distintos recursos literarios. Como resultado de esta experiencia los chicos y chicas se encontraron con algunos elementos que, a través de estímulos sensitivos y amorosos,despertaron en ellos/as y en los entrevistados/as imágenes que permanecían en silencio. La(s) memoria(s) narrativa(s) se despiertan allí -o aquí- donde las voces íntimas y sociales se (des)encuentran, se (des)andan, nombrando(se) en zonas donde múltiples y plurales presentes afectivos nos ondulan hacia (a)brazos. La imaginación “sale de visita”, “salta”, “desnuda la intimidad” para compartir soledades en una multitud de historias mínimas. Tiempo(s) en que la imaginación circula, peregrina, vagabundea entre voces que se pasean en textos ambulantes; gira, gira y vuelve a girar, descubriendo lugares en los lugares. La imaginación (nos) regresa siendo otros/as, queriendo crear mundos, ponerles voz. Esos personajes mudan su piel en nosotros/as y las soledades se vuelven espacio(s) común(es). Nuestros abuelos/as vuelven a cantarnos, arroparnos, nadar y disfrutar del mar; nuestras madres nos leen una vez más, plantan una flor, caminan por la playa; un amigo/a vuelve a bailar, a tener un sueño, a contarnos un secreto. Y queremos contar lo que sentimos, lo que (re)vivimos junto a ellos/as; queremos saber si a los/as otros/as les pasó, cómo les pasó, cuándo, dónde.
Los/as volvimos a traer al corazón, los/as recordamos, trenzados/as entre generaciones que se mueven permanentemente: más rápido, más lento, hacia arriba, hacia abajo, hacia los costados, en línea recta, en círculos, en espiral, con adelantos, retrocesos, pérdidas.
Las estructuras sociales, las pautas culturales, la reescritura de las herencias del pasado, las convenciones lingüísticas anudan las temporalidades en una continuidad que permite “orientar” las acciones humanas “hacia atrás” o “hacia adelante”; simultáneamente, la(s) subjetividad(es) vive(n) en un tiempo que se escapa hacia lo que no tiene tiempo, la literatura. Soledades y silencios viven entre generaciones anudadas entre vaivenes que (des)ordenan, (des)hacen, (des)territorializan, aglutinan las experiencias y afectan las voces en un lenguaje que pluraliza y mixtura memorias que (se) recuerdan colectivamente. Tiempos que se traducen en historias que quieren ser contadas, vivir en las voces de un presente que viaja a tierras lejanas y murmura esas palabras que, tiempo atrás, no se pudieron decir.
“Las redes de estas escrituras que avanzan y se cruzan componen una historia múltiple, sin autor ni espectador, formada por fragmentos de trayectorias y alteraciones de espacios: […] esta historia sigue siendo diferente, cada día, sin fin” (De Certeau 2008, 3).
Paisaje(s) cultural(es) en imágenes que se re-imprimen unos sobre otros y van creando sucesivas capas de memorias; capas que yuxtaponen y calcan momentos más vívidos sobre fantasías y los cuales redefinen los límites entre la dimensión más íntima y la dimensión pública de la(s) palabra(s), la(s) memoria(s) y la(s) herencia(s). Dimensiones que guardan relación con los modos en que las sensibilidades se cruzan en un paisaje vivo de mutuo reconocimiento, que re-enlaza dimensiones sociales y generaciones de modos plurales y donde, lo cultural, se cruza con otros aspectos que vuelven al paisaje una construcción dinámica, creativa y abierta a un tiempo que se arremolina:
Andar es no tener lugar. Se trata del proceso indefinido de estar ausente y en pos de algo propio. El vagabundeo que multiplica y reúne la ciudad hace de ella una inmensa experiencia social de la privación de lugar; una experiencia, es cierto, pulverizada en desviaciones innumerables e ínfimas (desplazamientos y andares),compensada por las relaciones y los cruzamientos de estos éxodos que forman entrelazamientos, al crear un tejido urbano, y colocada bajo el signo de lo que debería ser, en fin, el lugar, pero que apenas es un nombre, la Ciudad. La identidad provista por este lugar es simbólica (nombrada) más aun cuando […] hay allí una pululación de transeúntes, una red de estadías adoptadas por una circulación, un pisoteo a través de las apariencias de lo propio, un universo de sitios obsesionados por un no lugar o por los lugares soñados.²
Imagen de Glauco de Souza Santos en Pexels
Notas
2 · De Certeau, 2008: 11.