Introducción
Existen distintas ideas y perspectivas para definir y elucidar la forma en que pueden entenderse el paisaje cultural y el patrimonio vivo, en tanto que la idea es cambiante conforme el tiempo y las necesidades de cada generación. Los paisajes culturales son el resultado del accionar del ser humano sobre el medio natural, constituyendo el territorio en sus márgenes sociales y prácticas productivas, que escenifican y agrupan los postulados simbólicos de identidad y reconocimiento. La siguiente reflexión pretende dar a conocer algunas conclusiones de una investigación (Vega 2021) de carácter cualitativo, histórico y etnográfico de la red de caminos antiguos del oriente de Colombia.
Dicha reflexión está orientada en función de tres componentes transversales que fueron abordados en la investigación:
- El histórico-patrimonial, relacionado con las evidencias tangibles e intangibles asociadas a tres caminos antiguos,Camino de Piegallo,Camino de Cravo Sur, Camino de la Campaña Libertadora de 1819.
- Lo económico y productivo, los caminos y las vías de comunicación son considerados ejes de integración regional, en este caso, entre el Altiplano Cundiboyacense y los Llanos Orientales.
- Lo educativo y ambiental como escenario vivo de aprendizaje.
Imagen 1. Caminos y rutas 1880-1940. Fuente: Fernando Vega, 2021
Imagen 2: Gruta que guarda a la Virgen de la Candelaria, en honor a los caballeros del chorote. Camino de la Campaña Libertadora de 1819 a la altura del Páramo de Pisba. Fuente: Diego Salomón y Fernando Vega, noviembre 2018.
Caminos antiguos y paisaje cultural
Hablar de los caminos antiguos como objeto de estudio es abordar el curso de la evolución humana, de las formas en que la humanidad interactúa con su entorno y con los de su especie, de las modificaciones del espacio a través del tiempo. Los caminos son ejes físicos a través de los cuales se concretan los procesos de poblamiento y se articulan las relaciones sociales y económicas que, finalmente, consolidan la región y la sociedad (Botero 1994).
Los caminos no son solo obras de una época específica, sino agregaciones materiales que se desarrollan a lo largo de diferentes periodos. Permiten mirar retrospectivamente, a través de la observación etnográfica los elementos que los constituyen, cómo fueron creados, con qué fines, y quiénes los construyeron, destacando al “actor patrimonial” como autor de ese conocimiento, que reflexiona y expone las condiciones de su realidad, las prácticas y percepciones que escenifican los significados actuales (Ospina, Garzón y Carrizo 2021).
Estos elementos que definen los caminos estructuran una línea histórica entre el tiempo y el espacio, que responde a los propósitos que quisieron alcanzar sus constructores. Los usos de la red vial han sido variados e incluso en la actualidad los caminos siguen siendo recorridos por comunidades campesinas. La pervivencia de las prácticas productivas y de manejo del territorio ha permitido a los distintos pobladores reconocer los caminos y asumirlos como suyos, manteniendo vigentes algunas prácticas comunales tanto en la refacción, en los intercambios comerciales, en el arreo de animales y en la continuidad de usos rituales y sincréticos relacionados a las rutas como espacios sacralizados y emerge como un testimonio vivo de la interacción histórica entre las comunidades y su entorno natural (Imagen 2).
El macroescenario está trazado por una interconectada red de caminos e integra varios puntos de determinada importancia económica y social (Imagen 1). En este caso nos referimos a la red caminera interregional constituida de la siguiente manera: Camino de Pie de Gallo (Sogamoso, Páramo de Toquilla, Peña de Gallo, Pajarito, Zapatosa-Aguazul (Santiago de las Atalayas),Camino del Cravo Sur (Sogamoso, Sasa -Mongua-, Páramo de San Ignacio, Sismosá y Sirguazá, Labranzagrande, Guayaque -Yopal-), Camino por el Páramo de Pisba también del Perro o Matarredonda (Vereda La Romaza-Socotá-, Peña Negra, Boquerón de la Laja, Vereda Tobacá, Pueblo Viejo, Pisba, Paya, Morcote, Nunchía) (Vega 2021; Brisson 1896).
Estos caminos y rutas son el resultado de la superposición de franjas camineras que conformaban la red vial prehispánica entre el Altiplano Cundiboyacense y los Llanos Orientales, así como de un intrincado sistema de intercambios que consolidaron economías complementarias y de relevo, basado en productos provenientes de diversos microclimas de altitud, y que han alimentado los distintos mercados desde el periodo prehispánico, colonial, virreinal y republicano hasta la actualidad.
De acuerdo con José Eduardo Rueda (2018) estas franjas camineras fueron el medio para llevar a cabo los procesos de colonización, las dinámicas habían comenzado años atrás con la evangelización y por las órdenes religiosas de los jesuitas, dominicos, agustinos. El complejo económico jesuita, generó una sólida y moderna organización e integración entre sus haciendas, ubicadas en diferentes espacios geográficos; las rutas ganaderas poco a poco se posicionaron junto con los itinerarios y el circuito económico, al organizar de forma gradual la logística para el arreo de los lotes de ganado; los caminos diseñados para caminar en tiempos prehispánicos estaban organizados a través de distintos hitos destacados en el paisaje, los cuales eran identificables a través de una visual directa y despejada hacia los otros hitos, por ejemplo las montañas que eran los lugares más expuestos a las fuerzas de la naturaleza.
Este espacio caminero que conserva una fuerte relación con el paisaje fue readecuado para permitir el transporte de animales cuadrúpedos y el transporte de animales con carga, haciendo un manejo de las pendientes. Lo anterior responde al fortalecimiento de una estructura vial y del circuito y los hatos según su procedencia, al comunicar todo el sistema de hacienda con los polos de crecimiento poblacional y económico (Sempat 1983).
La población fue testigo de los distintos procesos históricos que se forjaron en estas trochas, como parte de este acontecimiento, ponemos en análisis los caminos que conectaron los llanos con las sierras andinas y que fueron utilizados en la campaña libertadora de 1819 con distintos fines. Estos caminos de origen prehispánico fueron utilizados por evangelizadores, colonizadores y arrieros de ganados, mulas y caballos, repisados con las constantes marchas de los combatientes patriotas y realistas y de los animales que los acompañaban (Imagen 3).
Desde un análisis de la arqueología del paisaje y del estudio arqueológico vial (Botero 2008; Cardale 2000; Cardona 2023; Criado 1999; Langebaek 2021; Mora 1985) fue posible reconocer la herencia que expone el paisaje cultural arriero, con distintas evidencias tangibles e intangibles asociadas a los caminos: palimpsestos de caminos, campos de cultivo y pastoreo, posadas y corrales, saleros en piedra para el ganado, acequias, bateas, puentes, muros acompañantes o de contención, mojones, nichos para resguardar santos, talleres para fraccionar la roca, terrazas de vivienda y restos cerámicos, estatuaria prehispánica, fuentes salinas, cuentos, leyendas, cantos de trabajo de llano, todos indicios claros de una intensa ocupación humana que está por reconocerse y estudiarse.
Imagen 3: Campesinos transitando el camino por el Páramo de Pisba. Fuente: Diego Salomón y Fernando Vega, noviembre 2018
Estos periodos de ocupación sujetos a los distintos momentos en que se dieron las migraciones regionales son promulgadores de hitos geográficos en espacios naturales asociados a la cultura y de posibles trazos que quedan al devenir del tiempo, que hoy se presentan también como líneas imaginadas en la memoria colectiva.
Pese a las diferencias regionales, estos paisajes culturales aparentemente separados, están ceñidos en una malla continua y conectados por una antigua ruta que integra históricamente los pueblos de la cordillera con los de los llanos y las selvas del oriente; esto concentra gran cantidad de testimonios patrimoniales y arqueológicos, materiales e inmateriales, directamente generados por el tránsito de viajeros, el tráfico de las recuas (Núñez y Nielsen 2011) y las puntas de ganado, articulándose entre sí, aspectos característicos de un lado y del otro, estos componentes hacen parte de lo que podemos denominar Paisaje Cultural Caminero y Patrimonio Vivo.
Esquemas alternativos de producción para la protección del paisaje cultural
La promoción de circuitos cortos en las cadenas agroalimentarias ha sido una tendencia emergente en los últimos años, no sólo en Europa y Estados Unidos, sino también en América Latina. Los circuitos cortos son sistemas agroalimentarios alternativos,que agrupan diferentes formas de distribución caracterizadas principalmente por un número reducido o inexistente de intermediarios, entre consumidores y productores o por una limitada distancia geográfica entre ambos (CEPAL-FAO IICA 2019; ONU y CEPAL 2013).
Los circuitos cortos estuvieron principalmente vinculados a la demanda de proximidad social: los consumidores buscaban un contacto directo y la generación de relaciones de confianza con el productor (Renting 2003, 393). Desde el punto de vista de las comunidades locales, los circuitos cortos son vistos como una forma de relocalización de las cadenas de valor que trata de mantener el interés en los territorios (CEPAL-FAO 2019), generando empleos, capturando valor a partir de aptitudes como marca, ocasionando un anclaje territorial que optimiza la resiliencia en las regiones, y la valorización del patrimonio, convirtiéndose en un importante vector de dinamización y de visibilidad de los territorios.
Es así como,los circuitos cortos comerciales permiten alimentar a la población, a partir de lo que se cultiva en los campos, esto crea soberanía alimentaria, pero análogamente presenta problemas de orden logístico para el traslado de alimentos. Desde una perspectiva conservacionista y patrimonial, es posible identificar, generar y potenciar los centros de producción rural más cercanos a los mercados, esto con el fin de incluir a las economías rurales locales con la demanda de las ciudades y fomentar la construcción y el mejoramiento o refacción de la red de caminos, con rutas que no excedan cierta cantidad de kilómetros pero que facilite el desplazamiento de mercancías y productos en sectores o lugares no carreteables.
Con los circuitos cortos como propuesta económica y de producción en la región estudiada, se puede consolidar un enlace entre el mejoramiento de los medios de comunicación y el desarrollo regional mediante la inversión de las administraciones o del sector privado. Esto da lugar a una cadena productiva que impulsa el campo, las economías familiares rurales y el paisaje cultural junto con el patrimonio vivo, a la vez que se fortalece el mercado interno, se fomenta el turismo sostenible, se reduce el impacto del comercio internacional y la dependencia del modo de producción y del mercado global, de los tratados de libre comercio, de las fluctuaciones de los precios y de los grandes intermediarios que explotan al campesinado.
Asimismo, se transforma el uso del territorio al sustituir la economía extractivista por la conservación y la economía agraria. La relación entre producción y patrimonio es intrínseca y multidimensional, en sentido práctico estos espacios se pueden entender de múltiples maneras, debido que el paisaje cultural caminero no son solo ejes de comunicación, son un punto de confluencia económica, en este sentido los usuarios necesitan del camino para generar sus actividades productivas, así como el camino necesita de la gente en términos de conservación y refacción. Las prácticas productivas locales como la ganadería, el cultivo del café, las frutas, el fique, el plátano, los lácteos y la sal, entre otros, conservan raíces históricas en su producción, asociados a la herencia material y a las tradiciones orales,el trabajo campesino y el conocimiento profundo y simbiótico del territorio.
La mayoría de las prácticas productivas patrimoniales se han perdido con la desaparición y el abandono de los contextos campesinos y de las transiciones económicas regionales hacia el extractivismo y la explotación masiva de recursos. A medida que desaparecen los recuerdos, la memoria histórica del territorio y los legados, se pierden las epistemes y el conocimiento forjado por siglos de interacción con el entorno. Este tipo de patrimonio caminero genera una incidencia directa en la forma de producir y crear, en términos metodológicos y análogos, en la utilería, artesanías, e incluso en el modo en que se intercambia y como tal en la cosmovisión del mundo posible que rodea a las comunidades y el camino como sujeto y objeto histórico.
Paisaje cultural caminero como escenario vivo de aprendizaje
La red interregional de caminos en cuestión Pie gallo – Cravo Sur – Ruta Libertadora no solo es objeto de estudio sino una experiencia individual y colectiva en la que confluyen las personas, los saberes, los bienes patrimoniales y la naturaleza. Lo pedagógico es fundamental para sensibilizar a las generaciones frente a los elementos tangibles e intangibles en el territorio. Poner una edad a las cosas y a las acciones permite reconstruir los momentos de un proceso (Santos y Elías 1988) y, en definitiva, los paisajes revelan las diferentes posibilidades históricas que tuvieron cada uno de ellos, a través de sus memorias, edificios, monumentos (Imagen 4) y de los servicios con que cuentan.
El territorio es articulador de la vida, del acontecer histórico y de las distintas manifestaciones que agrupan las voluntades y la autenticidad, al observar las percepciones y las prácticas de las comunidades en el contexto ocasionan que tanto el individuo y su entorno se transformen y sean reflejo de esa interacción. En ese orden de ideas, los caminos preservan algo más que un sentido de comunicación y transporte, permiten comprender la transformación del territorio que han generado el desarrollo productivo a través del tiempo.
El proceso de educación es un trabajo progresivo, de crecimiento cognitivo y cognoscitivo en el que se desarrollan aptitudes en conjunto con la comunidad educativa, la educación se vale de la enseñanza para lograr su misión, no se trata de saturar de información que posiblemente no sirva en la resolución de problemas reales, sino entregar lo esencial para entender inicialmente el mundo que nos rodea.
Bajo esta perspectiva, surge el problema de cómo enseñar y qué enseñar, en esto tiene que ver la concepción de educación que tiene cada docente y el tipo de estudiante que quiere formar o al que le va a enseñar, ante este problema nos hemos enfrentado en diferentes experiencias pedagógicas, porque muchas veces no se trata del tema que se enseña sino del cómo se enseña, y de si los conocimientos que se proporcionan reunen lo que deben saber los estudiantes. Frente a esto surgen las siguientes incógnitas: ¿Cómo enseñar qué es un río si no conocemos uno? ¿Cómo funciona el ciclo del agua explicado desde el aula y no desde la observación del hecho natural? ¿Cómo entender los paisajes, el patrimonio y la relación campo-ciudad? La educación, por tanto, se desliga del mundo real, porque se abstrae bajo suposiciones cognitivas que creemos los estudiantes realizan desde lo que se imparte.
Por eso creemos que el proceso de enseñanza-aprendizaje se puede fortalecer si acercamos la escuela a la realidad y la realidad a la escuela, si mostramos nuestra historia y geografía desde los elementos tangibles e intangibles agrupados en el territorio, haciendo énfasis en el diseño de ambientes de aprendizaje, repensando la pedagogía y la enseñanza.
Proponemos hacer uso de este paisaje cultural como escenario vivo de aprendizaje EVA (Tobón 2010). Es decir, un aula ambiental, como recurso didáctico-educativo, con el fin de generar un puente comunicativo entre entorno de aprendizaje y conocimiento teórico-practico, esta armonización plantea nuevas formas de abordar nuestras realidades para el entendimiento, identificación y resolución de problemas cotidianos, de orden social, económico, natural y espacial, ya que es un lugar que enseña a aprender desde lo observable y lo perceptible.
Los escenarios vivos de aprendizaje son espacios dentro de un territorio que incluyen elementos físicos,biológicos y sociales con características distintivas, estos elementos interactúan con las dinámicas de producción. Los elementos patrimoniales (sitios que guardan y agrupan la memoria individual y colectiva), como el camino, las construcciones antiguas como casonas, puentes, hornos y torres, albarradas y ermitas, leyendas, cuentos, coplas y demás, hacen parte de un conocimiento desconocido, perdido y olvidado para las nuevas generaciones, allí los elementos descritos se muestran descuidados, poco conocidos, solo los habitantes más longevos se autorreconocen simbólicamente en esos vestigios materiales pero no hay un relevo generacional.
Dentro de nuestra composición étnica y cultural como país,nos hemos enfocado en crear condiciones de crecimiento social a partir del modelo y el estándar, no obstante, la alternativa didáctica tiene el propósito de fortalecer nuestra episteme, nacida en el río, en la vega, en la montaña y la ciénaga, esto produce un conflicto con el poder, porque las heterogeneidades sirven de espacio para que maduren otros desafíos a los órdenes imperantes en lo social, tecnológico, ambiental y político de gobernar el territorio, cuestionando con fuerza los intereses asociados a dichos ordenes, que pugnan por mantener a toda costa, la ideología de la homogeneidad como cimiento de las hegemonías del poder.
La tarea de la educación es explicar el mundo real, eludir este interrogante permanente sobre el porqué de lo que sucede, de lo existente y lo observable, es decir, eludir la actitud histórica y espacial (Cajiao 1999; Gurevich 1994), Para obtener un individuo ajeno de sí mismo, enajenado de la realidad, irresponsable e incapaz de tomar decisiones consecuentes y claras, en cuanto a sus convicciones personales y colectivas. Un escenario vivo permite reflexionar sobre la calidad del paisaje que lo circunda, en este sentido, el escenario de aprendizaje está constituido primordialmente por un lugar donde se producen experiencias lúdicas orientadas a fortalecer la curiosidad científica y constituir un observatorio de la realidad espacial que lo rodea.
Los EVA permiten un acercamiento con las comunidades y facilitan el intercambio de saberes, inculcando una forma de pensamiento crítico y reflexivo derivado de la experiencia. Orientado hacia el entendimiento del territorio y del medio ambiente circundante, como elementos sistémicos que involucran aspectos sociales y naturales y donde se detecta la problemática más allá de los factores superficiales, indagando en las relaciones profundas y en su estrecha relación con las dinámicas de producción a nivel local, regional y global.
Los elementos con los cuales nos identificamos surgen de la interacción con el entorno y este fundamento del paisaje cultural y el patrimonio como escenario vivo de aprendizaje reside en el análisis interpretativo y explicativo de los elementos que conforman el territorio. Este estudio, nos permite comprender el potencial de la región, y cómo a partir de la enseñanza de este paisaje cultural y de esta historia que cuenta el camino y sus márgenes, los estudiantes y sus habitantes en dialogo mutuo, logren conocer y apropiarse de este conocimiento, para que lo preserven y emprendan transformaciones sociales y espaciales, en favor del mejoramiento de las condiciones de vida y de la sostenibilidad de los territorios.
De igual modo, en la consolidación de la gobernanza del territorio por medio de la educación ambiental y del uso de estas aulas al aire libre, entendiéndolo a partir de un discurso de interculturalidad, puesto que el desconocimiento de lo que somos impulsa el desentendimiento, la ruptura del tejido social, la destrucción del patrimonio y el deterioro de los paisajes en términos ambientales. La diversidad cultural es un concepto que aún nos falta conocer y desarrollar en lo educativo.
Es importante que el estudiante se situé en su realidad temporalespacial, por ello, entendemos que los procesos de enseñanza-aprendizaje, puedan realizarse a partir de los elementos que congregan las identidades y constituyen la cultura. Los tres componentes, brindan otros márgenes de interpretación sobre los paisajes culturales y el patrimonio vivo, como parte de una ruta estratégica que busca sensibilizar e incentivar la valoración social del territorio y su memoria histórica.
Imagen 4: Casona republicana de los Hermanos Prieto Solano, construida en 1852. Salina de Mongua sobre el camino de Cravo Sur. Fuente: Diego Salomón y Fernando Vega, 2017