Este ensayo discute, desde una perspectiva fundamentada en la antropología de la imagen, avances logrados mediante un proyecto de investigación y creación alrededor de los efectos estéticos de “lo narco” sobre los campos de producción y consumo culturales en Colombia. Presenta algunas formas etnográficas resultantes del diálogo entre antropología y arte contemporáneo, incluyendo curadurías sobre imágenes y sonidos.
Desarrollado desde 2017 hasta la actualidad, y, pensado desde el periodismo, el arte y la antropología, el proyecto Narcolombia siguió distintas formas de trabajo y metodologías, mismas que dan cuenta de los encuentros y desencuentros entre distintos oficios y quehaceres forjados como parte de las microprácticas propias de cada disciplina. Aunque este texto se centra en lo avanzado desde una forma de concebir a la antropología como práctica curatorial, los diálogos con Omar Rincón y Lucas Ospina -codirectores y colegas de la Universidad de Los Andes- han configurado el conjunto de las prácticas desplegadas en estos años y que se recogen, gradualmente, en distintas plataformas como https://narcolombia.club/ y dispositivos textuales como el recientemente publicado libro/fanzine Narcolombia: Líneas de Investigación y Creación sobre Estética y Narcotráfico “Omar Rincón, Lucas Ospina y X. Andrade, 2020. Bogotá: Universidad de Los Andes”.
Los resultados obtenidos devienen del método de investigación y curaduría implementados. Organicé desde el Departamento de Antropología tres semilleros de etnografía entre 2017 y 2018, con la finalidad de involucrar a estudiantes en el desarrollo de diversas intervenciones tendientes a mapear los efectos estéticos de “lo narco”. Una definición operativa de esta noción fue consensuada para trazar un legado incómodo en la sociedad colombiana, aquella que se ha caracterizado por la glamorización y el culto tejido alrededor de figuras emblemáticas del narcotráfico que expresan un ethos radicalmente capitalista. Treinta estudiantes, de distintas cohortes, se involucraron activamente en el proyecto mediante estrategias grupales que apuntarían hacia la producción de artículos académicos, ensayos fotográficos, documentales, audiovisuales y expositivos.
En vista de la evidente emergencia y proliferación de “lo narco” como práctica de consumo social en la esfera pública, un mapeo inicial se concentró en aquellas dimensiones más evidentes del fenómeno, las mismas que pueden ser rastreadas mediante los vínculos entre narcotráfico y política; en las imágenes mediáticas incluyendo las redes sociales; en el comercio formal e informal de mercancías tales como libros, camisetas, calcomanías y otros tipos de objetos; en colecciones oficiales y privadas de diversa naturaleza; en debates públicos sobre las memorias de “lo narco”; y, siguiendo diferentes formas de culto, fascinación o devoción hacia íconos históricos, como Pablo Escobar, en la sociedad colombiana. Otras aristas del problema, más soterradas, como por ejemplo la colusión entre el mercado del arte y formas de lavado de dinero, apenas empiezan a ser vislumbradas seriamente.
Dichas dinámicas se expresan desde distintas dimensiones productivas que van desde los emporios de las industrias culturales hegemónicas, particularmente del cine y la televisión, hasta producciones domésticas de mercancías alusivas a las drogas y los ídolos narco. Hablo de un campo amplio que incluye la moda, la música, las imágenes mediáticas, el arte moderno y contemporáneo, el cuerpo, los objetos y la pintura vernacular, los íconos religiosos incorporados a cultos específicos, la literatura y el periodismo, la arquitectura, los museos, las prácticas de coleccionismo, y,el paisaje urbano. Una estética narco empezaría a surgir regionalmente en Colombia a partir de la bonanza marimbera en los setentas.
Desde los ochentas y en su encarnación contemporánea, este fenómeno parte de un imaginario público que fija la atención en tropos tales como “los carteles” y “los capos” para aludir a sus referentes claves. A diferencia de épocas previas del siglo XX caracterizadas por la prominencia del concepto de “mafia” para referirse a una estructura criminal organizada que fuera imaginada visualmente en referencia específica a los capos italianos,el siglo XXI ha sido testigo del impacto que distintas industrias culturales han tenido sobre la expansión mediática masiva del aura asociada a “lo narco” y que tipifica a sus principales actores como colombianos y/o mexicanos a una escala globalizada.
Calcomanías para motocicletas. Fotografía: Mauricio Salinas/Laboratorio de la Imagen, 2019.
Esta última asociación -la de las influencias mutuas entre Colombia y México en el campo de lo popular- es parte de una tradición más larga que data de la circulación cinematográfica de películas mexicanas desde los cuarentas en el conjunto de la región latinoamericana. Lo que hace diferente a la contemporaneidad es que, por ejemplo, derivaciones de la cumbia que han generado fenómenos tales como el de las formaciones sociales Cholombianas en la ciudad de Monterrey, e ídolos como Pablo Escobar sean objeto de devoción también en México, mientras que apariciones de El Chapo Guzmán y La Santa Muerte tengan lugar en los mercados callejeros y artesanales colombianos. Igualmente, el narcocorrido, un género musical concreto, se ha enraizado con sus propios matices en Colombia configurando un diálogo de doble vía sobre consumos masivos asociados a “lo narco”.
Postal de la exhibición La Vida (antes y después del Mónaco), marzo y abril, 2019. Fotografía de un despliegue comercial en un mercado artesanal de Bogotá. Mauricio Salinas/Laboratorio de la Imagen, 2018.
Los narcotures han integrado el Parque de la Inflexión, inaugurado en diciembre de 2019 en donde estaba el edificio Mónaco, como parte de sus circuitos. Fotografía de Ana María Gaviria, 2020.
Los semilleros de investigación sobre narcoestéticas sirvieron para aglutinar a varias cohortes de estudiantes que perseguirían, a la postre, distintas soluciones para desplegar los resultados de sus intervenciones sea bajo formatos
tales como el ensayo fotográfico o documental. Aunque enfocados mayormente en la ciudad de Bogotá, visitas etnográficas a la ciudad de Medellín se precisaron dada su prominencia como epicentro histórico del narcotráfico.
Hay cuatro productos resultantes de los acercamientos a esta última ciudad: un cortometraje documental sobre los recorridos turísticos que siguen el legado material de Pablo Escobar; otro sobre el deporte acrobático de stunts
en motocicletas; una instalación audiovisual alrededor del emblemático edificio Mónaco; y, un ensayo textual sobre procesos de renovación urbana que apuntan a eliminar, como si eso fuera posible, el culto a lo narco.
Los primeros formaron parte una primera curaduría de Narcolombia realizada en 2019. El título de dicha exhibición merece una pausa. La Vida (Antes y Después del Mónaco) tuvo lugar en la Galería Valenzuela-Klenner entre
marzo y mayo de 2019, y fue resultado de una alianza entre Narcolombia y Full Dollar, una empresa de antropología que interviene en circuitos de arte contemporáneo (https://corporacionfulldollar.wordpress.com).
La muestra, de naturaleza multimediática, incluyó la proyección del documental sobre narcotures en Medellín como parte de una serie de intervenciones que ilustraban las vidas sociales -el amor y el odio- respecto a la imagen de
Escobar, y las múltiples derivaciones de su culto alrededor de formaciones sociales urbanas como los hacedores de stunts en motos y las industrias paralelas que este deporte ha creado como, por ejemplo, las calcomanías para decorar vehículos consagradas a idolatrar a El Patrón y frases célebres suyas como “plata o plomo”. Finalmente, una instalación audiovisual de gran formato a dos pantallas y un monitor, titulada El Mónaco, estuvo dedicada a documentar un día clave en las disputas contemporáneas sobre los legados, en este caso arquitectónico, de “lo narco”.
El 22 de febrero de 2019, bajo la alcaldía de Federico Gutiérrez, se realizó la implosión controlada del edificio Mónaco, evento que ha sido considerado como el mayor hito de la iniciativa Medellín Abraza su Historia, destinada a reescribir un relato oficial de esa ciudad con la finalidad de deslindarla de su densa herencia narco mediante distintos ejercicios de limpieza sociológica y mnemónica (https://www.museocasadelamemoria.gov.co/medellin-abraza-su-historia-2/).
Un verdadero bunker de 8 pisos construido por Pablo Escobar para albergar a su familia en los ochentas, el Mónaco estuvo localizado en El Poblado, una zona privilegiada de la ciudad. La estructura arquitectónica, al haber sido el
foco de un atentado por parte del Cartel de Cali en 1988, desató el periodo más violento de los enfrentamientos entre narcotraficantes que tendrían a Escobar y a los hermanos Rodríguez Orejuela, como sus principales protagonistas. Posterior a la captura y asesinato del primero por parte de fuerzas represivas a fines de 1993, este edificio se convirtió en un lugar de peregrinaje para quienes participaban de los circuitos de narcotures, los mismos que, pese
a haber sido prohibidos reiteradamente en años recientes, persisten hasta la actualidad dada la demanda cotidiana que tienen por parte de turistas colombianos e internacionales. Para muchos de aquellos la principal atracción
de esa ciudad es el mito de Pablo Escobar y sus ruinas materiales.
En la actualidad en el lugar que ocupara el Mónaco, conforme a los planes del gobierno local desde su inauguración en diciembre de 2019, se emplaza el, así llamado, Parque de la Inflexión, destinado a conmemorar la memoria
de alrededor de 40.000 víctimas de la violencia narco -o por lo menos esa es la propuesta oficial-. No obstante, este tipo de políticas desatan una serie de contradicciones.
De hecho, así como la implosión del edificio Mónaco dio lugar a la proliferación mediática de apariciones fantasmagóricas de Pablo Escobar en medios virtuales segundos antes de su detonación -motivo central de la instalación audiovisual referida más arriba- el Parque de la Inflexión ha sido incorporado productivamente en la industria informal de los narcotures. Esta dinámica de recontextualización de las políticas públicas en el marco interpretativo de la narcoestética fue objeto de una etnografía sobre su ocupación cotidiana entre enero y febrero de 2020, justo antes de la pandemia. Los excesos que genera el aura de “lo narco”, evidentemente, hacen de su captura semiótica por parte de los discursos oficiales algo muy improbable cuando no imposible para calar entre la gente.
Un momento privilegiado del colapso curatorial asociado a objetos narco en el Museo de la Policía Nacional, Bogotá. Dibujo de Esteban Borrero,2020.
El coleccionismo de objetos narco por parte de los museos gubernamentales, tales como el de la Policía Nacional y el de la Fiscalía en Bogotá, da cuenta precisamente de las tensiones y contradicciones atractivas que desata esta herencia cuando forma parte de exhibiciones públicas. El proyecto Narcolombia documentó a profundidad las dinámicas catalizadas por el turismo de este tipo de museos, y, este aspecto de la investigación se expresa en distintas publicaciones y ensayos visuales, algunos de los cuales se encuentran en prensa.
Por ejemplo, mediante ensayos visuales que hacen uso del dibujo en etnografía para retratar el momento preciso en el que las visitas guiadas -una estrategia destinada a domesticar las relaciones posibles entre audiencias y objetos- dan cuenta del colapso del guion curatorial previsto por las instituciones al verse excedidas por el morbo vinculado al interés por los objetos narco (https://culanth.org/fieldsights/narcolombia-ensamblaje-y-colapso-curatorial-en-un-museo-narcolombia-assemblage-and-curatorial-collapse-in-a-museum). El ensayo usa dibujos del artista Esteban Borrero, en lugar de fotografía, para dar cuenta de la excéntrica temporalidad que se abre para los visitantes el momento preciso en el que son testigos del esplendor de una motocicleta enchapada en plata y oro, objeto que se constituye en el punctum del Museo de la Policía, donada por Pablo Escobar a uno de sus lugartenientes del Cartel de Medellín.
Museo de la Policía Nacional, Bogotá 21 Febrero de 2013 Fotografía de Felipe Restrepo Acosta.
Las teorías de ensamblaje en antropología contemporánea ayudan a entender las relaciones entre los visitantes, el performance de los guías policiales, los objetos narco y su despliegue museográfico, las lecturas derivadas de un guion museológico y la curaduría, y, la arquitectura de un museo.A partir de este tipo de conceptualizaciones, la etnografía puede ser asumida mediante ejercicios paracuratoriales,que involucran a los propios investigadores como hacedores de imágenes.
Tanto en la plataforma del proyecto como en el libro mencionados más arriba, incluí varias de las contribuciones más destacadas con su crédito correspondiente. Ana Catalina Correa en labores curatoriales y museográficas, y, Mateo Gómez Pinto desde el montaje audiovisual, participaron activamente en la primera exhibición realizada en la galería VK, ya referida (https:// www.youtube.com/watch?v=Zm88tsPhTpE). Finalmente, dada la pandemia y en conjunto con Rincón, Ospina y varios invitados, realizamos varias intervenciones vía virtual dando cuenta del proceso relatado y ellas pueden ser consultadas en línea. Por ejemplo, Narcolombia en 10 Imágenes (https:// narcolombia.club/2020/12/05/narcolombia-en-10-imagenes-un-conversatorio-entre-rincon-ospina-y-andrade/) realizada desde la Facultad de Artes y Humanidades.
Este ha sido un recuento parcial de lo avanzado desde Narcolombia, un proyecto en proceso que supone, en principio, una exposición durante 2021 de diferentes productos desarrollados por los equipos de periodismo, arte y antropología, aunque dadas las condiciones impuestas por la pandemia su suerte es todavía incierta. Narcolombia fue financiado por la Vicerrectoría de Investigación y Creación de la Universidad de Los Andes,Bogotá. Lectores interesados pueden visitar: https://narcolombia.club/.