Introducción
Un gestor cultural residente en Barichara dijo, entre chiste y chanza, que hubo dos aliados fundamentales para la conservación del centro histórico (CH) de este municipio: el aislamiento y la violencia.
Desde su institucionalización como parroquia en 1750, hasta mediados del siglo XX, Barichara tuvo una importante dinámica económica (Arenas, 1997; Martínez, 1993). Pero cuando la “Vía al mar” – que comunicaría Bogotá con la costa atlántica – dejó de lado la variante del camino real donde estaba el pueblo, este cayó en un aislamiento que se acentuaría por la prolongación del período de la “La Violencia”1 en la zona, el cual se expresó como enfrentamientos entre familias. Así, se mantuvieron sin mayores cambios las técnicas de oficios que combinaban tradiciones indígenas y españolas.
©Luz Andrea Cote Panorámica de Barichara.
Sin embargo, entre 1975 y 1978 sobrevinieron la llegada de distintos reporteros, la visita del entonces presidente Alfonso López Michelsen y la declaratoria del CH de Barichara como Monumento Nacional. Estos factores – sumados a la pavimentación de la carretera que unió al poblado con la Vía al mar-, favorecieron la llegada de visitantes, varios de los cuales fueron convirtiendo a Barichara en lugar de primera o segunda residencia (Silva, 2001).
Hacia una “política cultural de mecenazgo”
Barichara se presenta en las guías turísticas como un pueblo apacible en el que se pueden conocer y aprender oficios tradicionales y artesanales. Aun así, la definición de su patrimonio cultural y la manera cómo debe usarse y protegerse está lejos de ser un proceso pleno de acuerdos.
En efecto, el patrimonio se ha intentado presentar como un espacio de consenso alejado de intereses políticos y económicos, en el que los miembros de los grupos sociales encuentran símbolos comunes. Pero es en realidad un espacio de conflicto (Arrieta, 2010), de luchas materiales e ideológicas (García Canclini, 1999), pues nunca hay una única versión identitaria (Prats, 1997).
El patrimonio debe abordarse como una construcción social, porque no está constituido por la cultura misma, sino por unos elementos que son seleccionados y utilizados para representarla parcialmente. En esta selección intervienen factores políticos, económicos y socioculturales, los cuales hacen que tanto la producción del patrimonio como su apropiación social sean desiguales entre los distintos grupos sociales (García Canclini, 1999).
El concepto de patrimonio cultural inmaterial acentuó la tensión del ámbito patrimonial porque amplió las fuentes de producción y validación de los bienes patrimoniales (Kirshenblatt-Gimblett, 2004; Carrera, 2005; Quintero, 2005; Arizpe, 2008). Por otra parte, el turismo también suma elementos de tensión. Involucra la mirada de nuevos actores, acentúa la necesidad de definir símbolos culturales y crea nuevos “patrimonios”, pues necesita producir “interfaces” para que las cualidades del territorio puedan ser aprehendidas (Kirshen- blatt-Gimblett, 2001; Valcuende del Río, 2003).
En la Barichara de hoy el patrimonio cultural se define desde los discursos de identidad de los habitantes locales, las estrategias de los agentes públicos culturales y turísticos, los proyectos empresariales turísticos y urbanísticos, y las ideas de ruralidad de los “nuevos vecinos”. En este último grupo, los baricharas incluyen a las personas que adquirieron primeras y segundas residencias.
Una cuota importante de los “nuevos vecinos” la constituyen personas del ámbito cultural y educativo, investigadores y personas retiradas de la vida política colombiana, las cuales actúan principalmente a través de organizaciones sin ánimo de lucro. Estas últimas se enfocan en la investigación, formación y fomento de algunos oficios artesanos, como forma de apoyo al desarrollo local. Algunas de las organizaciones retoman técnicas y materiales tradicionales para desarrollar nuevos diseños, mientras que otras introducen nuevas técnicas y materiales.
Además, estas instituciones han influido en la circulación y consumo de las producciones artesanales, mediante el establecimiento de puntos de venta en talleres y locales comerciales. Asimismo, las artesanías se han comercializado y/o popularizado por medio de la realización de eventos o actividades de formación, que exaltan ciertos oficios artesanos y ponen al público en contacto con ellos.
Así, estos gestores culturales han retroalimentado el perfil turístico-cultural de Barichara, y en consecuencia el pueblo se hace cada vez más atractivo a personas del ámbito cultural. Entre estas últimas se encuentran los llamados “neoartesanos”2, muchos de los cuales aún llegan buscando un terreno para construir, o una casa donde vivir o pasar temporadas para encontrar inspiración en estas tierras amarillas.
Las organizaciones sin ánimo de lucro han cobrado gran maniobrabilidad por las limitaciones presupuestales de la alcaldía y las debilidades de los instrumentos y las instituciones públicas culturales. De esta forma, se ha estructurado en Barichara lo que García Canclini y Bonfil han denominado un modelo de “política cultural de mecenazgo”, en el que el desarrollo de la cultura obedece a relaciones individuales y adolece de estrategias globales (García Canclini y Bonfil, 1987:29-30).
Los proyectos adelantados por los gestores y mecenas foráneos son bien recibidos por algunos grupos sociales y criticados por otros. Algunos denuncian las rupturas que ciertas propuestas de innovación artesanal suponen respecto a la cultura local y a la sostenibilidad de los oficios. En este mismo orden de ideas, entre los baricharas existe inconformidad porque consideran que muchas acciones no son pertinentes para al ámbito local por sus enfoques elitistas.
Una de las críticas más comunes de los baricharas a los nuevos residentes -que llaman desdeñosamente “tierrafueras”- es que no se involucran en el fortalecimiento de las manifestaciones culturales “populares”. Se señala que, en cambio, sí participan y apoyan eventos de “alta cultura”, como conciertos de música docta o festivales de cine.
Pero la mayor inconformidad radica en la percepción de que los “nuevos vecinos” se han instituido como veedores de la cultura local en la vida cotidiana. Ellos se esfuerzan porque Barichara mantenga un carácter rural y apacible, sin la contaminación acústica que ha afectado a otros pueblos patrimoniales. Pero, mientras que para los baricharas “tranquilidad” significa seguridad y familiaridad entre vecinos, para los nuevos residentes significa silencio y quietud. En busca de apacibilidad y calma, ellos han tomado iniciativas para eliminar o controlar fuentes de ruido que los baricharas consideran parte de sus costumbres, como las guaraperías, los gallos en los solares o la bocina de la “chiva” a las seis de la mañana.
Las tensiones se acentúan porque los “nuevos vecinos” han logrado en varias ocasiones sus propósitos a través de acciones legales a las que no estaban acostumbrados los lugareños; de acuerdo con estos últimos, ejerciendo influencias en instancias nacionales que anulan las locales.
©Luz Andrea Cote Ceramista.
Crecer o no crecer: un dilema entre el valor simbólico y el valor económico
Frigolé y Roigé (2010:22) consideran que el uso de las nuevas ideas sobre el mundo rural en nuevos
mercados permite vender las cualidades tangibles e intangibles del espacio ruen tres formas principales: turismo, urbanización y demanda de productos conectados con la naturaleza. En el caso de Barichara, desde el imaginario del extranjero o del “no lugareño”, su nombre evoca y se asocia con la tradición e identidad santandereana. Por este motivo es atractiva para los visitantes, lo que influye en el incremento del turismo, la demanda residencial y su consolidación como pueblo artesano.
De las convergencias y divergencias de los actores involucrados en el campo cultural y turístico en Barichara, han resultado procesos de patrimonialización que apelan a un “origen guane” y a un “pasado colonial” de los bienes. Entre las manifestaciones que se consideran patrimonio, se encuentran ciertos oficios artesanos como la arquitectura en tierra, “tejería” (elaboración de tejas de barro), talla en piedra, alfarería y tejido del fique. En el año 2005 se emitió un acuerdo municipal que institucionalizó el “Día del Patrimonio Cultural Patiamarillo”³, siendo el sistema constructivo de la tapia pisada el primer designado.
No obstante, se observa que además de los oficios patrimonializados hay otros que no se han dotado con el título o status de patrimonio, ni con los mismos discursos identitarios. Es el caso de los trabajos agropecuarios u otros oficios artesanos, como la forja y ornamentación: “Nos han tenido un poco olvidados. Igual la forja también ha sido un oficio tradicional. Inclusive más que la piedra en Barichara, o al mismo nivel”4.
El panorama es aún más complejo. Algunos investigadores y habitantes locales señalan que un aspecto clave del valor patrimonial de Barichara es el ser una “cultura viva”. Destacan, por ejemplo, que no se ha producido una “villadeleyvización”5, como se le llama al proceso por el que los pueblos se convierten en lugar de segundas residencias, locales comerciales y fiesta nocturna. Resaltan que los nativos conforman cerca del 80% de la población y el municipio aún no pierde su vocación residencial6. Asimismo, a pesar del crecimiento del sector turístico, éste mantiene una posición prudente y el sector primario sigue siendo la principal ocupación (Alcaldía de Barichara, 2008).
Los investigadores y habitantes locales también resaltan el valor que tiene Barichara por ser producto del trabajo mancomunado de personas dedicadas a oficios distintos y complementarios, es decir, una “construcción colectiva”7. Estos oficios están vigentes, por lo que se reconoce el conocimiento tradicional como fundamento de la cultura local. A propósito Battistelli (2005) argumenta que el CH no es un bien relicto, sino producto del saber constructivo de la arquitectura en tierra, al que van adosados otros oficios vigentes.
©Luz Andrea Cote Construcción de tapia.
Hoy, Barichara debe decidir hasta dónde llevar su crecimiento turístico y urbanístico, el cual significa, para una parte de los habitantes locales, perder valores materiales e inmateriales.
Por una parte, la compra de casas o terrenos por parte de los “nuevos vecinos” o de los baricharas, ya sea para el propio aprovechamiento o para la especulación, derivó en una tendencia inflacionaria que ha provocado la salida de antiguos habitantes del CH. También existe preocupación por el aumento del traslado de trabajadores a sectores como el de comercio y servicios, y especialmente al de la construcción.
El auge urbanístico ha supuesto una competencia entre arquitectos que dificulta mantener el valor de “construcción colectiva”, y ha hecho que se introduzcan cambios tanto en las técnicas de la arquitectura en tierra como en los materiales (incorporando cemento y hierro, entre otros).
©Luz Andrea Cote Tallador de piedra.
En otros frentes, como la talla en piedra, la introducción de máquinas ha permitido a los artesanos elaborar piezas de gran formato para el sector de la construcción, lo que, de acuerdo con algunos talladores, significa una pérdida en el conocimiento del oficio y valor agregado de las obras.
Existe otro frente de disputa que merece atención: la legitimación para producir géneros artesanos, comercializarlos y enseñarlos. Existe una sanción para los “nuevos vecinos” que se apropien de tradiciones artesanas locales; creen talleres de formación y producción; y comercialicen sus productos en el pueblo -especialmente si sus innovaciones en diseño y materiales son muy notorias-, pues se considera que muchos de ellos usan como una “franquicia” el nombre de Barichara, sin dejar mayores beneficios al pueblo.
Igualmente, han surgido una serie de “neoartesanos” baricharas que son criticados por los artesanos tradicionales porque usan máquinas para la producción seriada de artesanías baratas destinadas a souvenir.
En conclusión, Barichara tomó forma a partir de una economía local que puso a funcionar un engranaje de talleres para convertir la materia prima que brindaba el entorno en un lugar habitable. Esto permitió que se desarrollara una economía, a finales del siglo XX, que asocia al turismo y al patrimonio, la cual, como señala Frigolé (2006:27), requiere de una “etiqueta de tranquilidad” que, paradójicamente, genera fuertes divisiones internas relacionadas con las nuevas perspectivas de desarrollo económico, el control del capital para esta nueva etapa, y el liderazgo de la misma.
En el caso de Barichara, la conflictividad se acentúa por ser una “cultura viva” en la que los oficios que dieron forma al paisaje siguen vigentes. No se reciben pasivamente las acciones de las instituciones públicas y privadas sobre las manifestaciones culturales, pues como destacan sus mismos habitantes, no es una cultura moribunda que se quiera “rescatar”, sino una sociedad que puede asentir, disentir, ser contestataria y/o propositiva.
Algunos abogan por superar las tensiones y afrontar los retos que plantea el presente para que aquello que dio vida a la Barichara de siempre, no muera.
Notas
- En la historiografía colombiana este período suele ubicarse entre la muerte de Jorge Eliécer Gaitán, en 1948, y 1953, año en que asciende al poder Gustavo Rojas Pinilla, o 1958, con el inicio del “Frente Nacional”.
No obstante, algunos consideran que inició antes y se extendió hasta la década del sesenta. - Es una manera de llamar a los realizadores de artesanía contemporánea, que se definen en la Ley 36 (19 de noviembre de 1984) como: “la producción de objetos artesanales con rasgos nacionales que incorpora elementos de otras culturas y cuya característica es la transición orientada a la aplicación de aquellos de tendencia universal en la realización estética, incluida la tecnología moderna”.
- Forma de gentilicio con el que se autodenominan los baricharas.
- Entrevista a Mario Carvajal, artesano de forja y ornamentación, Barichara 2012.
- Este término deriva de la experiencia de Villa de Leyva, en Boyacá.
- Un 73.3% del suelo se destina a vivienda (Alcaldía de Barichara, 2008).
- Término utilizado por José Raúl Moreno, Presidente de la Fundación Tierra Viva, Barichara, 2012.