La frase escogida para convocar este número 5 del Boletín OPCA “La música como patrimonio: identidad y mestizaje”, es una frase que define un universo temático en el que al igual que en los boletines anteriores, pero literalmente más claro, es posible “oír” las múltiples voces presentes a lo largo y ancho de la compleja geohistoria latinoamericana. Voces que con ritmos y melodías diferentes, con idiomas y entonaciones propias y en constante movimiento, definen los tiempos y compases de las construcciones identitarias, o, si se quiere, de los espacios culturales, entendidos estos como escenarios concretos -físicos y virtuales- de acción y representación.
Esta diversidad de realidades culturales y las tensiones allí presentes, son las que el ensayo de Daniel Aguirre Licht, titulado Sones y arrullos colombianos: ecos de un patrimonio cultural en riesgo, pone en escena, introduciendo varios de los ejes de reflexión que trataran otras de las contribuciones, en particular el de la conservación de las expresiones tradicionales. En ese sentido, y para mirar las múltiples aristas del tema, y quizás para generar el mayor contraste entre todos los artículos de este boletín, iniciamos con el texto de Gregorio Alberto Yalanda Muelas Relación entre la música tradicional y el ciclo de vida de los Misak, seguido del de Elisabeth Cunin Alteridad y mismidad: música afrocaribeña en el Estado de Quintana Roo, México.
A estos textos le siguen Música colombiana y patrimonios imbricados: reflexiones sobre las llamadas músicas nacionales del siglo 20 de Rondy F. Torres L. y Entre la patrimonialización y la fosilización de las expresiones musicales de Catalina Melo Ángel, los cuales nos ofrecen un marco puntual para mirar la realidad histórica nacional de esta compleja relación música como patrimonio – música como identidad, y cómo conservarla.
Así, el volumen continua tomando una ruta que nos llevará por la cartografía colombiana del fenómeno de la música y las identidades, explorando desde la dimensión insular con Oscar Aquite y su texto Sonidos isleños: una mirada a la identidad musical de los raizales de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, pasando con Yago Quiñones Triana por las tierras bajas del Caribe con su La música de gaita, expresión de una cultura mestiza y campesina, ante los retos y amenazas que afronta su contexto de origen, para seguir con Silvia Rocío Ramírez Castro a las cordilleras con el Festival Nacional de la Guabina y el Tiple: tensiones y expectativas por su inclusión al patrimonio cultural inmaterial de la Nación y con Alejandro Morris De La Rosa y La música como patrimonio compartido: las chirimías de Riosucio, Caldas, y continuar por la costa pacífica con el texto de Ana María Arango Melo La recuperación del territorio perdido: educación musical, adoctrinamiento y resistencia en Quibdó (Chocó-Colombia).
Esta presentación no puede concluir sin expresar nuestro reconocimiento a todos los autores por el esfuerzo y compromiso mostrado a lo largo de este proceso editorial, como tampoco sin resaltar el trabajo tras bambalinas de varias personas. En primer lugar, destacar el apoyo de Manuel Velasco, a quien debemos dar los créditos por la portada. De igual manera, resaltar el trabajo de Víctor Gómez, Freddy Cortes, Alejandro Rubio y Natalia Rubio en la configuración de esta nueva puesta digital del boletín en la que se busca -sin perder el espíritu y esencia que le hemos definido-, hacer uso eficiente de los recursos tecnológicos que la facultad ha puesto una vez más a nuestra disposición para apoyar esta iniciativa. En este proceso, el apoyo de Ana María Caballero y Silvia Rocío Ramírez ha sido esencial, así como el apoyo constante de Manuel Salge, siempre presto a ofrecer sus sugerencias tanto sobre el diseño como sobre el contenido, y su labor de corrector de estilo junto con Natalia Lozada Mendieta y Juan Camilo González. A Martha Lux sus siempre oportunos consejos en materia editorial, esperando que en el corto plazo muchos de ellos se logren materializar.
Finalmente, como en todos los boletines anteriores, solo me resta reiterar la invitación para que tanto autores como lectores de éste número se animen a difundirlo, al tiempo que extiendan una invitación para que otros plasmen sus perspectivas frente a las múltiples aristas del patrimonio cultural, seguros de que en el Boletín OPCA encontrarán un espacio y una audiencia interesada en el tema que trasciende las fronteras de Colombia.