Pareciera que en el año 2003 —cuando la Convención para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial fue aprobada por la UNESCO— se hizo evidente la preocupación por preservar las representaciones culturales que hacen parte del ahora llamado patrimonio cultural inmaterial1. Sin embargo, la conservación, preservación o salvaguarda cultural no es algo nuevo, tiene una larga historia y por ello sorprende un poco que solamente a partir de 2003 diversos países del mundo tomen esta tarea con más seriedad que antes.
En Colombia, por ejemplo, desde 1941 con la llegada de Paul Rivet al país, se puede ver la inquietud del entonces creador del Instituto Etnológico Nacional por llevar a cabo una etnografia de rescate (Perry, 2006, p. 41). Y si miramos más atrás podemos rastrear esta actividad de coleccionar o guardar desde los griegos (García Serrano, Ver AQUÍ, recuperado el 3 de septiembre de 2013), pero esa es otra historia. Es así como el afán de mostrar a los demás cómo es el mundo, a través de objetos, es el que lleva a crear los gabinetes de curiosidades (Perry, 1998, p. 8), considerados los antecesores de los museos, y en esta práctica de recolectar y guardar encontramos lo que para las culturas de determinado momento histórico era importante o significativo. Como se puede ver, salvaguardar, preservar, conservar y guardar son prácticas que tienen un largo trayecto.
Al respecto hay muchas discusiones, ¿qué se debe salvaguardar?, ¿con qué criterio?, ¿por qué determinadas expresiones o manifestaciones culturales y no otras? Preguntas que hasta el momento no cuentan con respuestas definitivas y al parecer no lo harán. Debo aclarar que no es la intención de esta reflexión dar estas u otras respuestas sino generar, en lo posible, más dudas e interrogantes.
Esto quiere decir que las preguntas también obedecen a ciertos criterios (tiempo, espacio, cultura, creencias, costumbres) que con seguridad cambiarán, así como lo hacen las manifestaciones que han de salvaguardarse. Entonces, quizás estas preguntas son las que no deben hacerse y más bien cambiarse por unas que den cuenta de la importancia cultural de algunas manifestaciones y expresiones culturales para los pueblos que las practican, para los portadores de la tradición, para usar jerga académica.
“Las expresiones culturales deben ser auténticas”
En primera instancia se cree que las expresiones culturales que deben salvaguardarse son las “auténticas”, las “verdaderas”, debido al carácter siempre dinámico y cambiante de la cultura y por ende de sus portadores, pero esto nos lleva a otro ámbito de la discusión. Lo que se puede pensar, más bien, es si al incluir una expresión cultural en un inventario o hacerla parte de una exposición en un museo esta cambiará y de qué manera.
Es así como algunas de las preguntas que se hace A.Arantes son valiosas y merecen una profunda reflexión:
¿Salvaguardar llevará a que los elementos culturales cambien su eje autenticidad/falsificación hacia uno que articule su verosimilitud histórica con creaciones para el mercado o con pura fantasía? En ese caso, ¿será el resultado final de la salvaguarda contribuir al fortalecimiento de la preservación de la tradición cultural en vez de, en efecto, fomentar prácticas sociales actuales? ¿O de alimentar el mercado y las así llamadas industrias creativas con nuevas ideas y nuevos productos?
(Arantes, 2013, p. 40, traducción de la autora).
En este sentido, quisiera resaltar un ejemplo colombiano del esfuerzo por construir una memoria histórica diferente a la oficial y que se constituye en un caso muy ilustrativo de lo que las comunidades escogen salvaguardar, preservar y olvidar; claramente una preocupación constante de los estudiosos del patrimonio cultural inmaterial.
Nuevas historias, nuevos caminos, nuevas perspectivas
Es refrescante encontrar iniciativas locales, como la del museo comunitario (museoscomunitariosencolombia.blogspot.com), El Mochuelo: El museo de la memoria de los Montes de María, Sucre y Bolívar. Este proyecto da cuenta de los esfuerzos que hacen las comunidades por organizarse y proteger sus manifestaciones culturales e incluso van más allá al contruir narrativas propias que los ayuden a superar conflictos tan díficiles de superar como la masacre de El Salado, llevada a cabo por grupos paramilitares entre el 16 y 21 de febrero de 2000 (Sánchez, 2009, p. 9).
Estas personas, a pesar de tener heridas todavía abiertas, han encontrado la forma de que su patrimonio inmaterial les ayude a reconstruir su historia y a pensar en la paz desde ellos mismos. En este contexto es que ha surgido El Mochuelo.
Este proyecto nació hace 4 años y tiene como objetivo “perdonar, seguir adelante y conservar la memoria de 3 mil personas que fueron asesinadas por los grupos ilegales” (De la Cruz, 2003, Ver AQUÍ, recuperado el 11 de septiembre de 2013).
Es sorprendente ver cómo, a pesar del dolor y la violencia a que fueron expuestos los habitantes de esta región de Colombia, tengan el coraje de volver sobre hechos que les han producido tanto horror para intentar convivir con la desaparición de sus seres amados. Es así como ciertos objetos como una plancha representan dicha ausencia: “Para una madre, una esposa, el no tener ya que planchar las camisas de sus familiares asesinados” (De la Cruz, 2003, Ver AQUÍ, recuperado el 11 de septiembre de 2013) es ya una representación cultural que hará parte de su patrimonio inmaterial por mucho tiempo, sino por siempre.
Los Montes de María también llamados Serranía de San Jacinto están ubicados en el Caribe colombiano entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Están compuestos por 15 municipios, ocho en Sucre: Morroa, Los Palmitos, San Antonio de Palmito, Chalán, Ovejas, San Onofre, Colosó y Toluviejo; y siete en Bolívar: El Carmen de Bolívar, Zambrano, El Guamo, María La Baja, Córdoba Tetón, San Jacinto y San Juan Nepomuceno (www.ideaspaz.org, recuperado el 11 de septiembre de 2013).
Uno de los grandes problemas, además de la violencia, que han tenido que enfrentar los pobladores de esta región de Colombia ha sido el de la estigmatización. “La presencia de los grupos alzados en armas produjo, además de torturas, masacres y demás daños a la población, una gran estigmatización de los habitantes de la zona. Por la violencia, los campesinos terminaron siendo objeto de miradas enjuiciadoras que los relacionaban con un grupo u otro (De la Cruz, 2003, Ver AQUÍ, recuperado el 11 de septiembre de 2013). Ha sido como respuesta a este señalamiento y a su necesidad de querer convivir pacíficamente con su pasado, que los pobladores de la zona han decidido crear otra imagen de lo que son y que de paso les ayude a sanar. Vemos aquí como la memoria pasa a ocupar un lugar trascendental en el museo. Revisitar la masacre se ha convertido entonces en una herramienta metodológica para comenzar a construir una nueva historia.
Si el estigma está en los orígenes de la masacre, su remoción es uno de los imperativos de la reparación. Para las gentes de El Salado, liberarse del estigma del cual eran portadoras mientras estaban sometidas a la ocupación guerrillera no era posible. Y por ello hoy la memoria se constituye en un recurso colectivo imprescindible en el restablecimiento de la dignidad. El Estado debe jugar un papel protagónico en la reversión de la marca criminalizante, sobre todo cuando desde algunas de sus instituciones, o de sus agentes, se contribuyó a su propagación, antes y después de la masacre. Desmontar la sospecha sobre la población saladera es una responsabilidad del Estado, que exige también compromisos de la sociedad. (Sánchez, 2009, p 13).
Memoria, identidad y territorio son los ejes temáticos del museo, los cuales han sido concebidos y concertados con los habitantes de la región porque uno de sus grandes desafíos es convertirse en un espacio en el que los portadores del conocimiento de la zona y su historia puedan recrear su pasado, de la forma que ellos decidan y convengan, y así poder construir un presente y un futuro pensado en la paz y la convivencia.
También es interesante ver cómo la concepción de pieza museal ha sido reapropiada aquí y esto se constituye en un ejemplo viviente de lo qué es y para qué sirve el patrimonio cultural inmaterial. Es novedoso encontrar en una región tan golpeada por la violencia y con tan pocos recursos económicos una elaboración teórica tan importante para su propia historia.
Varias piezas museables [como] relatos, narraciones, canciones, y muchas otras formas que la gente de los pueblos se ha encontrado para expresar no solo lo doloroso que ha sido vivir en el territorio con la pobreza y el conflicto, sino los que generan tejido social y esperanza. En ese sentido, el museo apela a ese tipo de narraciones. Así, con el museo hay un lugar donde esas historias sí tienen cabida. Allí ellos tienen derecho a hablar y entender qué fue lo que les pasó y buscar alternativas para la no repetición. (De la Cruz, 2003, Ver AQUÍ, recuperado el 11 de septimebre de 2013).
Otro de los objetivos del museo2 es su itinerancia. Se pretende que el museo viaje por los 15 municipios mencionados para enriquecer su colección con canciones, narraciones, cuentos, la importancia de hablar y ser oído, lo cual es también un inventario de expresiones culturales inmateriales que los mismos portadores realizan. Ellos deciden qué se salvaguarda, qué se olvida, qué se reconstruye y qué se entierra. Un buen ejemplo de esto es el de los tapices en Mampuján, en el municipio de María La Baja, Bolívar. Tapices que cuentan el desplazamiento de esta población y cómo sus mujeres recurrieron a la costura para sobrellevar su drama. “El primer tapiz se llamó Mampuján, día de llanto. Marzo 11 de 2000, para recordar lo acontecido. Es nuestra memoria” (Guerrero, 2010, recuperado el 11 de septiembre de 2013).
Este museo comunitario no es el único en el país ni en América Latina. Existen otros como el Museo comunitario de San Jacinto en Colombia y algunos en México y Brasil. Un museo comunitario es:
un espacio donde los integrantes de la comunidad construyen un autoconocimiento colectivo, propiciando la reflexión, la crítica y la creatividad. Fortalece la identidad, porque legitima la historia y los valores propios, proyectando la forma de vida de la comunidad hacia adentro y hacia fuera de ella. Fortalece la memoria que alimenta sus aspiraciones de futuro. (Ver AQUÍ, recuperado el 11 de septiembre de 2013).
Hasta hace algún tiempo se creía que insituciones como los museos y las concepciones sobre patrimonio se habían creado, en parte, para darle voz a quienes no la tenían. Hoy comprobamos que esto ya no es cierto y que ahora mucos grupos sociales no necesitan pedir prestadas voces ajenas.
Conclusiones
La iniciativa que desarrolla el museo El Mochuelo, en este momento, ocasiona más preguntas que respuestas y creo que eso es positivo. Este museo es un ejemplo de la necesidad de entender el patrimonio inmaterial como algo vivo, que cambia, que se readapta y, lo que considero más importante, que sirve para que las personas encuentren sentido en su pasado y su presente para construir un futuro diferente.
Hasta hace poco se pensaba en los museos y en el patrimonio que albergan como espacios estáticos, en los cuales el tiempo no pasa y los objetos culturales pierden algo de su vigencia. El Mochuelo reta estas concepciones al demostrar cómo el patrimonio inmaterial es recuperado y creado y cómo se pretende sea salvaguardado. Es un claro ejercicio de una comunidad por demostrar cómo sus manifestaciones culturales dan sentido a su vida y cómo quieren que sea su museo. Además, suscita reflexiones en torno a la autoridad curatorial, la cual debe ser repensada en más términos de diálogo y colaboración.
También es interesante resaltar estas iniciativas locales porque demuestran que a pesar de la violencia, la pobreza y las muchas dificultades que hacen parte de la realidad del país, existen comunidades interesadas en conservar sus prácticas culturales, en hacerlas visibles para que perduren y sean apreciadas por generaciones venideras. En este orden de ideas, el patrimonio inmaterial sirve para mantener viva la cultura de los grupos sociales, para distinguirlos de otros, para encontrar similitudes y para propiciar diálogos que conduzcan a la convivencia pacífica.
Notas
1. Estas definiciones están tomadas de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, aprobada por la UNESCO en 2003. Se entiende por “patrimonio cultural inmaterial” los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana. A los efectos de la presente Convención, se tendrá en cuenta únicamente el patrimonio cultural inmaterial que sea compatible con los instrumentos internacionales de derechos humanos existentes y con los imperativos de respeto mutuo entre comunidades, grupos e individuos y de desarrollo sostenible. El “patrimonio cultural inmaterial”, según se define en el párrafo 1 supra, se manifiesta en particular en los ámbitos siguientes: a) tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial; b) artes del espectáculo; c) usos sociales, rituales y actos festivos; d) conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo; e) técnicas artesanales tradicionales.
2. Me refiero a museizar como al acto de convertir un objeto o manifestación cultural significativa en algo que debe o puede ser expuesto en un museo. Museizar, pensando en El Mochuelo, confiere autoridad a la comunidad y no a un curador (como se ha pensado tradicionalmente) y en este sentido, museizar manifestaciones culturales como canciones, memorias, relatos no quiere decir congelarlas en el tiempo o espacio sino por el contrario, darles vida y recrearlas con el fin de que promuevan el interés por rescatar y salvaguardar el patrimonio inmaterial de dicha comunidad. Museizar en este contexto se refiere a hacer visibles o resaltar ciertas manifestaciones culturales que tienen un profundo sentido para los habitantes de la región.