El diálogo entre los textos compilados en este Boletín 5 de OPCA, se establece no sólo a partir de la música como fenómeno acústico y va más allá de identificar la diversidad y complejidad de estas manifestaciones culturales en el territorio nacional. Como elementos comunes a los artículos se pueden identificar un conjunto de tensiones propias del campo del patrimonio cultural inmaterial:
1. Al atribuirle al patrimonio inmaterial la función de legitimar un sentimiento de pertenencia identitaria se está presuponiendo que existe una matriz fundamental, básica, única y auténtica que se toma como único punto de referencia sobre el deber ser.
2. Al incentivar la preservación del patrimonio cultural inmaterial del fenómeno de la folclorización se presupone la existencia de una cultura tradicional original que se degrada a través de sus copias.
3. El considerar que la cultura y las tradiciones están en riesgo constante por diversos procesos lleva a pensar que existe una esencia fundante que debe ser protegida.
En síntesis, el punto central sobre el que se relacionan las contribuciones del Boletín es el problema de la autenticidad y su relación con la posibilidad de pensar el patrimonio como un elemento mestizo y plural. En este escenario, la búsqueda de una raíz fundante y su reconocimiento por parte de una comunidad, lleva a la politización de las tradiciones y esto como habíamos anotado, se puede entrever en todos los artículos del Boletín.
En los artículos de Gregorio Alberto Yalanda Muelas “Relación entre la música tradicional y el ciclo de vida de los Misak” y el de Elisabeth Cunin “Alteridad y mismidad: música afrocaribeña en el Estado de Quintana Roo, México”, no obstante, las distancias geográficas y las distancias culturales, se evidencia como aflora la carga identitaria que la música permite consolidar. Para Gregorio Yalanda, miembro de la comunidad Misak (Guambianos), que habitan en el suroccidental de Colombia, la música es un elemento central en el proceso de “fortalecimiento y revitalización de sus costumbres y tradiciones, amenazadas por el exterminio sistemático que ha sufrido desde la conquista”, dada la profunda relación que tiene con el ciclo de vida: a diferencia de lo que acontece en otras culturas- ésta [la música] es concebida, no como un elemento de diversión, o en ciega búsqueda de fines económicos, sino como parte fundamental de su espiritualidad; la música así entendida es parte integradora de la relación cultura-existencia, brindando compañía desde antes del nacimiento hasta después de la muerte en el regreso espiritual .
Por su parte, Elisabeth Cunin, al considerar el caso de los grupos de reggae y de ska, nos invita a pensar en “el lugar de la música afrocaribeña en dos ciudades del Estado de Quintana Roo: Chetumal, su capital, considerada como la “cuna del mestizaje” en México y Felipe Carrillo Puerto, capital de la “zona maya” del Estado”, para preguntarse si es posible
“…hablar de una “música negra sin negros” o de una “música afrocaribeña sin etnicidad”, de la misma manera que Livio Sansone (2003) se refiere a una “blackness without ethnicity”.
Siguiendo esta línea, resulta interesante ver como el debate de las identidades y su autenticidad se replica con fuerza en Colombia. Casos como los que explora Oscar Aquite con su texto “Sonidos isleños: Una mirada a la identidad musical de los raizales de las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina” y el de Alejandro Morris De La Rosa “La música como patrimonio compartido: Las chirimías de Riosucio, Caldas”, son en este sentido dos ejemplos clave de este fenómeno: El primero, pone de manifiesto que lo “caribe” resulta una realidad diferente si se enuncia desde tierra firme o desde las islas y que en el caso de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, la música “…posee una riqueza que está siendo amenazada por múltiples factores entre ellos la poca protección y divulgación de sus expresiones”, en particular por el hecho de que al ser “una herencia cultural distinta a la de los colombianos continentales, genera tensiones e incomprensiones que dificultan su apoyo”.
En el texto de Morris “se argumenta que la música es capaz de relacionarse simbólicamente con cualquier tipo de significado, y al ser performativa y al carecer de una verbalidad inherente, el espacio para que las subjetividades oigan lo que quieren oír se hace más amplio. De esta manera, los repertorios musicales vistos como patrimonios íntimos y privados, pueden ser compartidos y utilizados desde las necesidades particulares de distintas etnicidades”.
Ahora bien, después de revisar las ideas expuestas en estos artículos, necesariamente se debe plantear una invitación a pensar la idea de la autenticidad. En la medida que lo auténtico está indisolublemente asociado a un principio de perennidad que nos habla de la existencia de identidades originarias ancladas a lugares y tiempos inmutables, una idea de conservación entendida como una lucha constante contra la degradación, la desaparición y la destrucción, puede tener sentido. Sin embargo, cuando hablamos de patrimonio cultural inmaterial, no es fortuito el uso del término salvaguardia con el que implícitamente aceptamos la actualización constante de las prácticas culturales.
Así, la autenticidad está relacionada con la idea romántica que existe una esencia y una única identidad que se presenta como una entidad definida y fija donde la relación entre el pasado y el presente es unívoca. En otras palabras, el repensar la noción de autenticidad a partir de una idea de cultura como proceso de negociación constante deja de lado la noción de orígenes puros e identidades auténticas. Esta transformación en el pensamiento sobre lo auténtico puede verse representado en el cambio de enfoque de la carta de Venecia que dio los lineamientos para la Convención sobre el Patrimonio Mundial de 1972 y el documento de Nara que sostiene la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de 2003. El documento de Nara resulta muy llamativo en la medida que al explorar el caso de la arquitectura efímera japonesa pone de manifiesto que aun cuando las construcciones se renuevan periódicamente, los conocimientos y rituales necesarios para su construcción se mantienen en el tiempo. Así materiales, técnicas o estilos ceden su primacía frente a ideas y costumbres.
Lo expuesto nos pone de cara a otra tensión importante en el campo de los estudios críticos sobre el patrimonio cultural inmaterial y es el de qué y cómo se debe preservar una manifestación cultural presente en los textos “Música colombiana y patrimonios imbricados: Reflexiones sobre las llamadas músicas nacionales del siglo 20” de Rondy F. Torres L; “Entre la patrimonialización y la fosilización de las expresiones musicales” de Catalina Melo Ángel y en “La música de gaita, expresión de una cultura mestiza y campesina, ante los retos y amenazas que afronta su contexto de origen” de Yago Quiñones Triana. Mientras que Torres tratara de “entender si la alteración de estos patrimonios tradicionales con fines estéticos constituye un intento de conservarlos”, Melo “pretende mostrar como la documentación musical y el desarrollo de categorías de clasificación del folclor, promueven la fosilización de este tipo de patrimonio afectando los procesos de salvaguardia del mismo”. Por su parte, Quiñones, analiza como la difusión fuera de la región de origen de estas músicas podría ser un riesgo en tanto que se pierde, el vínculo de ellas con la vida cotidiana rural.
Siguiendo los presupuestos planteados por Unesco, la salvaguardia de las manifestaciones del patrimonio cultural inmaterial son las medidas encaminadas a crear las condiciones para su sostenibilidad en el tiempo. Las medidas pueden comprender acciones en campos como la identificación, documentación, investigación, sensibilización, divulgación y promoción. En consecuencia, la salvaguardia es un compromiso que puede traducirse en acuerdos, alianzas sociales y proyectos que resalten el respeto por la diferencia contrarrestando tanto la intolerancia y la discriminación, así como los riesgos de orden social, económico o de mercado que pueden afectar las prácticas culturales o a las comunidades que las detentan.
Es importante señalar que, la idea de salvaguardia no implica una protección encaminada a cristalizar los elementos que componen la manifestación, por el contrario, está dirigida a responder por la naturaleza dinámica de manifestaciones que son creadas y recreadas permanentemente. Se pone de manifiesto que al hablar de patrimonio cultural inmaterial la atención no recae sobre objetos sino sobre procesos culturales, y por lo tanto, más que un imperativo de protección estamos de frente a una necesidad de transmisión consciente del carácter dinámico de la creación y la reelaboración de la cultura.
Este tema de la salvaguardia es el que trata la contribución de Silvia Rocío Ramírez Castro en “Festival Nacional de la Guabina y el Tiple: tensiones y expectativas por su inclusión al patrimonio cultural inmaterial de la Nación”, el cual nos pone de cara con una consecuencia de la salvaguardia del patrimonio y es el papel del Estado y particularmente de las declaratorias e inclusiones en las listas representativas. En concreto se plantea que, si bien la declaratoria puede ser un camino para allanar los problemas de supervivencia de estas tradiciones, una vez que “la patromonialización es un hecho, sigue preguntarse en qué medida es una solución a los problemas previos y cómo se manejará el reto de entrar en los mercados culturales, pues esta medida podría representar una amenaza al objetivo de la declaratoria: la salvaguardia y el respeto por la diversidad cultural”.
El texto de Ana María Arango Melo “La recuperación del territorio perdido: Educación musical, adoctrinamiento y resistencia en Quibdó (Chocó-Colombia)”, nos ubica frente a otro escenario en el que “un fuerte proceso de adoctrinamiento que implicó la adopción por parte de las comunidades afrodescendientes, de nuevos repertorios e instrumentos musicales, que en gran medida significaron un divorcio de su entorno natural y territorio”, resulta hoy el escenario en el que mediante la “reconfiguración del cuerpo y las sonoridades que se resisten en la resignificación de los espacios -como las fiestas patronales-, en donde estas comunidades encuentran su principal mecanismo de expresión, y de esta manera tratan de encontrar su “territorio perdido”.
Esta última anotación nos sitúa en una discusión interesantísima relativa a la idea de comunidad, en el sentido que, lo expuesto hasta el momento señala que es necesario que exista una comunidad para que de ella y de su memoria, necesidades, anhelos y formas de ser y de expresarse, surjan manifestaciones que conforman el patrimonio cultural inmaterial. Pero qué pasaría si consideramos lo contrario, es decir, que es el patrimonio como una idea fuerte, llena de significado y como hemos visto actualmente de moda, la que permite pensar o imaginar la existencia de una comunidad.
Ambos planteamientos son apasionantes, el primero sugeriría que las comunidades existen y como conjuntos articulados de personas que comparten ideas y que se identifican unas a otras buscan llegar a metas colectivas. El segundo, pondría de manifiesto que la comunidad es tan sólo una etiqueta conveniente que ayuda a sostener la imagen y la acción colectiva de un sistema social que en últimas es multivocal e inevitablemente heterogéneo. Tómese el camino que se escoja uno de los elementos clave es que serán únicamente los actores económica o políticamente más influyentes los que se atribuyan la administración y la gestión patrimonial sobre la base de una comunidad efímera.
Como en otras ocasiones, más que la respuesta o una respuesta, desde OPCA queremos siempre traer estas voces, diversas y comprometidas, para que el lector pueda también ser parte de este dialogo. En este caso los artículos nos han permitido hablar de nociones como autenticidad, salvaguardia y comunidad que en últimas estructuran la reflexión sobre el patrimonio cultural en la actualidad.
A continuación, presentamos una serie de vínculos y páginas para los que quieran profundizar un poco más estos apasionantes campos:
Música – patrimonio
Biblioteca digital
- Bando de la República: Biblioteca Luis Ángel Arango: Música y compositores colombianos. Ver AQUÍ
- Bando de la República: Biblioteca Luis Ángel Arango: Libros>música. Ver AQUÍ
- FONOTECA de la Radio Nacional de Colombia. Ver AQUÍ.
La Radio Nacional de Colombia pone en funcionamiento el sitio www.fonoteca.gov.co, primer espacio web del país dedicado a la consulta de archivos sonoros. (tomado de AQUÍ)
Colección de partituras
- Ministerio de Cultura: Biblioteca Nacional. Biblioteca Digital de música y partituras Colección de partituras digitales colombianas: Ver AQUÍ
Investigaciones
- Universidad Nacional – Colántropos: Es un proyecto del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia -Sede Bogotá- que tiene como objetivo difundir a través de la WEB y con un criterio pluralista, el trabajo universitario, profesional e institucional de la antropología en Colombia o sobre Colombia. Ver AQUÍ.
Entidades autónomas
- Red Nacional de Festivales de Músicas Tradicionales Colombianas: La RED es un ente AUTÓNOMO e INDEPENDIENTE de carácter voluntario, solidario, participativo e incluyente que busca la organización, articulación e investigación del sector de festivales de músicas tradicionales colombianas. Cuenta con el aval del Ministerio de Cultura y es Coordinada por la Corporación Laboratorio Cultural y por el Comité Nacional de Nodos Regionales. Ver AQUÍ
Revistas
- Biblioteca Nacional. Biblioteca Digital de música y partituras: Revista a contratiempo (solo está en Facebook): Ver AQUÍ.
Radio y televisión
- Radio Nacional de Colombia: Ver AQUÍ
- Radio Universidad Nacional de Colombia: Ver AQUÍ
- Señal Colombia: Señal Colombia es el canal público nacional, educativo y cultural, en el que los televidentes encuentran una oferta de televisión diferente y en que los ciudadanos pueden explorar otras culturas y formas de vida (ventana), tanto como identificarse, reconocerse y complementarse (espejo). Ver AQUÍ