«Aquí, la costumbre bogotana es de bronce y mármoles peregrinos, se erigen en los parques y cuando hay cambios urbanísticos comienzan las andanzas de Silvas, Ricaurtes y Córdobas.»
Germán Arciniegas al inaugurar, en 1986, su propio busto en la Biblioteca Nacional (Tomado de AQUÍ)
Si por un momento cerramos los ojos e imaginamos la galaxia de bronces y mármoles que se emplazan en la ciudad, tendremos una extensa galería de Silvas, Ricaurtes y Córdobas que ocupan un espacio, relatan una historia y simbolizan una causa. Un conjunto de objetos que son el testimonio de los cambios físicos y de la trasformación de las ideas que moldean una ciudad, y a la vez, las relaciones y el sentido que le damos a la experiencia de habitar un lugar.
Arciniegas inauguraba su busto hablando de nuevos, extraños y hermosos habitantes, que llegan con el cambio y permanecen para tejer historias. Nosotros desde el Boletín queríamos indagar porqué algunos lugares, objetos y prácticas tienen un valor excepcional; queríamos entender quién otorga, administra y mantiene ese valor y qué mecanismos garantizan su reproducción en el tiempo; nos interesaba entender la biografía y la vida social de un objeto, cómo deviene referente y cómo se mitologiza para un conjunto de personas.
Creemos que pensar en los bienes muebles es una invitación para reflexionar sobre cómo construimos signos, y en cómo éstos pueden llegar a ser significados una y mil veces o pueden devenir mitos. O en otras palabras, una invitación para pensar en qué memorias celebra, repara o subvierte. Dejando claro que estos bienes no se agotan al ser implantados sino que por el contrario inauguran allí su vida pública. Así, los Silvas, Ricaurtes, Córdobas y Arciniegas no son mármoles inertes, sino peregrinos dispuestos a iniciar andanzas y aventuras.
Llegados a este punto resulta interesante traer la dicotomía entre permanencias y ausencias para pensar en monumentos y esculturas en la contemporaneidad y más cuando estos bienes se ubican en espacios públicos. El Monumento al Holocausto erigido en 2004 al sur de la Puerta de Brandemburgo en Berlín sobre lo que era la residencia de los presidentes en la era Weimar, resulta un buen ejemplo para exponer algunas tensiones.
El monumento con fines conmemorativos consta de un conjunto de estelas ordenadas de diferentes alturas que traen a la memoria un monumento funerario que se refuerza con un listado de los nombres de las víctimas judías del holocausto. Ahora bien, en la actualidad el monumento es visitado por turistas que obturan compulsivamente sus cámaras retratándose de una y mil formas bajo el amparo de la auto exhibición de la era de híper transparencia de las redes sociales. Sus visitantes resignifican el monumento, lo vuelven sinónimo de la ciudad, atracción de masas y lo complementan desde sus propias experiencias y aspiraciones1.
Esto nos lleva a preguntar cuál es el deber de memoria que subyace al bien y si este no puede ser modificado, o si existen cambios de significado más deseables que otros. ¿Qué permanece del monumento y qué se hace efímero de él?. Y extrapolando la reflexión, ¿qué sucede cuando el monumento se interviene con algo que va más allá de una sele?, ¿Qué sucede cuando su materialidad se transforma y se modifica?.
Nos sentimos compungidos al ver un monumento que ha sido transformado por acción del grafiti pero entendemos que sea utilizado con fines comerciales. La firma de moda italiana Fendi financió la restauración de la Fuente de Trevi en 2015 pero debemos preguntarnos que hay más allá de su “compromiso filantrópico con la belleza y el esplendor de la Ciudad Eterna”2. Otra vez la reflexión nos lleva a debatir el concepto mismo de patrimonio, a pensar qué es lo que tiene valor dentro de la categoría misma del patrimonio mueble. Si asumimos que hay algo más que su condición material, que sus usos se actualizan, que son las personas las que dan sentido a los objetos, que la conmemoración debe ser contextual, el debate se pone más interesante.
Este Boletín 12 de OPCA reúne precisamente varios ensayos que trabajan el tema de los monumentos, las espacialidades y la construcción de memoria, los cuales por su diversidad, ambientan una perspectiva coherente del complejo entramado en el que se materializan los monumentos y las esculturas en el espacio público.
En (In) visibilidades coloniales a través de la escultura Ao Esforço Colonizador Português, Guillermo Arturo Medina Frias, tomando como referente el concepto de memoryscape (Sussan Ullberg, 2013), según el cual este representa el paisaje en donde confluye la memoria y un contexto social e histórico, reflexiona sobre cómo ésta idea permite interpretar el espacio público urbano como un proceso de aprehensión de una memoria, que se complementa con las ideas de Aaron Weah (2011) sobre la tipología de los lugares de la memoria. Bajo estas miradas, la escultura Ao Esforço Colonizador Português ilustrados momentos de la historia portuguesa, el primero asociado a la exaltación de la memoria nacional desde el discurso autoritario colonial del Estado Novo en un espacio recreativo y pedagógico como lo fue la Exposición Colonial de 1934; y el segundo con la construcción de una iconografía urbana, propia de la década de 1940 en donde la saudade imperial es representada en el trazado urbano que confluye en la Praça do Império. Así, el monumento se convierte en un interlocutor atemporal del mundo colonial Portugués.
Esta dimensión “ciudadana” también se presta al análisis en el caso del texto Lugar de olvido, no-lugar de memoria: Monumento a las Banderas, donde Camilo Guerrero Falla realiza una revisión de la historia del “Monumento a las Banderas” en Bogotá, con el n de explicar su fracaso como lugar de memoria que, de otra forma, puede entenderse como un éxito del monumento como lugar de olvido. Así, se expone la forma en que esta obra es un monumento a lo que no fue y se constituye como un símbolo del fracaso e interrupción del proyecto de integración-modernización en el país debido a las violencias que han tenido lugar. Además, se busca reflexionar en torno a la posibilidad de construcción de memoria, ingresando a un lugar de olvido a través del nombre de ese lugar (toponimia). De este modo, se busca concluir que el nombre de un lugar es su lugar de memoria.
Tal vez a una escala y en un contexto diferente -pero también “ciudadano”- Daniela Maestre Másmela discute en El muro como intersticio: los tres discursos del Parque de los Periodistas, cómo los “lugares de memoria tienen, por lo general, monumentos que se encuentran en el espacio público y que están pensados para fijar en el presente un hecho que sea recordado cotidianamente y en el futuro, ya sea de un personaje o de una situación que haya repercutido en la vida social de cierto grupo de personas. Pero, sobre todo, este corresponde al deseo de fosilizar y detener un hecho específico que marca la historia”. Tal es el caso -según la autora- de la plaza conocida como “Parque de los Periodistas” en Bogotá, “un lugar de memoria por el monumento del Templete del Libertador y por estar situado en el barrio histórico de La Candelaria. El ensayo busca así “crear una relación entre el discurso «oficial» –que dio origen y constituyó al Parque de los Periodistas como lugar de memoria– con respecto al discurso «de los jóvenes» y al discurso «público»”; es decir como una forma de relacionar los discursos desde el intersticio, el interior y el exterior.
La escala analítica se transforma en Caballos, sillas y mujeres. Lo que le falta y lo que le sobra a la Pola de las Aguas, donde Alessandra Merlo propone un ejercicio de observación del monumento que nos recuerda la muerte de la máxima heroína de la independencia colombiana, reflexionando sobre el lugar que ocupan las mujeres dentro del universo de hombres ilustres de la estatuaria monumental. La autora hace énfasis en la invisibilidad de la estatua relacionada con su identidad femenina y con el hecho de que la retórica representativa del siglo XIX – tan acostumbrada a identificar el valor y sobre todo el poder con lo masculino y lo varonil – no tenía muy claro cómo representar a una mujer.
Cierra nuestro dossier el texto Patrimonio virtual y humanidades digitales: Debates y Puntos de Encuentro, de Camilo Alfonso Torres Barragán y Catalina Delgado Rojas, un texto que resaltando “los puntos de encuentro y los debates alrededor de dos conceptos relativamente recientes dentro de los estudios del patrimonio y las ciencias sociales: el Patrimonio Virtual y las Humanidades Digitales”, argumenta en favor de la necesidad de retomar ambos como conceptos complementarios “en aras de la divulgación del patrimonio tanto virtual como tangible”.
“Monumentos y esculturas en el espacio público. La construcción de signos compartidos” es un esfuerzo más desde OPCA por generar espacios de reflexión sobre temas que de manera transversal cruzan y definen los múltiples escenarios de la vida contemporánea. Como colofón de la re exión planteada arriba quisiéramos anotar que en Bogotá hay cerca de 800 monumentos en el espacio público – la “…mayoría […] de hombres, también los hay de mujeres, de niños, muy pocos de personas de raza negra, y unos cuantos de animales y árboles” –como lo sintetizaron Sierra et al (2013) en un texto donde se preguntaban asombrados ante el estado de deterioro ¿Por qué no nos duelen los monumentos?-, lo cual nos está diciendo que más allá de las estadísticas y los actos vandálicos contra los Silvas, Ricaurtes, Córdobas y Arciniegas, son en verdad múltiples los lugares y contextos de construcción de signos compartidos que se instituyen en la trama social y urbana, soñada y deseada de la ciudad. ¿Cómo entender lo que pasa con los monumentos? Al decir de Tibble (2015), para el caso de Bogotá, quizás la respuesta sea que “El lamentable estado de las esculturas de la capital refleja una realidad que trasciende la desidia hacia el espacio público: muestra cómo se ha diluido el discurso oficial de la Nación.” El debate claro está, continua abierto.
Finalmente y como en boletines anteriores, los lectores encontraran en este Boletín OPCA 12 y como referente de consulta, un vínculo directo al resultado de la paciente búsqueda y sistematización de información relevante que ha circulado en varios medio de comunicación del país y también en la red, la cual ha sido inicialmente compilada por Alejandra León Jaramillo, Julián Rodríguez Corcho y Daniel Forero Celis -todos estudiantes del Departamento de Antropología- y posteriormente organizadas e interdigitadas con la colaboración de Julián David Ramírez Castro –nuestro monitor y responsable del portal OPCA desde hace ya varios semestres.